A veces puede ser una experiencia inconsciente, pronuncias unas palabras intrascendentes que para otro pueden ser muy trascendentes.
En este caso percibí que realmente lo fui porque fueron encadenándose una serie de hechos, una chica que debía estar pasando muy mal momento cayó a plomo delante nuestra (estaba con un amigo tomando algo), pensando en lo peor, por fortuna parecía que no era grave y la causa era una enorme ebriedad, la pobre chica se sentía fatal y avergonzada, y en aquel momento supimos lo que debíamos decir y hacer en cada segundo, acompañarla, darle ánimos...
Decidí perder un tren y esperar a otro, esperando que se recuperar, y ahí empezaron a venir los hechos "fortuitos" mientras nadie parecía preocuparse por ella en el bar en el que estábamos, pero de la calle como de la nada apareció una enfermera que la reconoció, la chica luego cogió algo de fortaleza y decidí acompañarla porque iba por la misma ruta, aunque se bajaba mucho antes y si me bajaba a asegurarme de que llegase bien a su casa ya perdía el penúltimo tren.
Me asustaba que cayese al andén o cualquier otra cosa mala. Subimos al tren y pregunté a varios viajeros a ver si iban a la misma estación, no hubo suerte, cuando apenas quedaba un minuto para la salir aparecieron de repente dos inmigrantes, que justo iban a la misma estación y muy amablemente se ofrecieron a bajar con ella y acompañarla.
La parábola del buen samaritano se fue haciendo realidad y empecé a entender bien el significado de aquello, tanto por las palabras dichas en su justo momento como con el amor desprendido a una persona que ciertamente había llegado allí desde un profundo pozo. A Dios rogué que sea lo que pasara, pues ni pregunté, esa chica esté ahora mucho mejor y remontando, que esos "samaritanos" la dejarán segura en casa y que mi "función" de ángel no sea la última, es bonito saber con certeza que aquello aconteció de esa manera sincrónica por muchas razones.