Re: Navidad - Falsa y Vana Tradición
Amigo Gollum, no puedo darte la razón en ese punto porque los israelitas, por desesperación o lo que sea (no hay excusa que valga) se puiso a adorar otros dioses pensando que lo hacía para Dios, tal como ustedes. Lee, por favor:
"Entonces todo el pueblo apartó los zarcillos de oro que
tenían en sus orejas, y los trajeron a Aarón;
32:4 y él los tomó de las manos de ellos, y le dio forma con
buril, e hizo de ello un becerro de fundición. Entonces
dijeron: Israel, estos son tus dioses, que te sacaron de la
tierra de Egipto.
32:5 Y viendo esto Aarón, edificó un altar delante del
becerro; y pregonó Aarón, y dijo: Mañana será fiesta para
Jehová.
32:6 Y al día siguiente madrugaron, y ofrecieron
holocaustos, y presentaron ofrendas de paz; y se sentó el
pueblo a comer y a beber, y se levantó a regocijarse.
32:7 Entonces Jehová dijo a Moisés: Anda, desciende,
porque tu pueblo que sacaste de la tierra de Egipto se ha
corrompido.
32:8 Pronto se han apartado del camino que yo les mandé;
se han hecho un becerro de fundición, y lo han adorado, y
le han ofrecido sacrificios, y han dicho: Israel, estos son tus
dioses, que te sacaron de la tierra de Egipto.
32:9 Dijo más Jehová a Moisés: Yo he visto a este pueblo,
que por cierto es pueblo de dura cerviz.
32:10 Ahora, pues, déjame que se encienda mi ira en ellos" EXODO
¿Te diste cuenta de la reacción de Dios? Mezclar lo santo con lo pagano es abominación ante Dios.
Amigo Sabatónico, gracias por tu tono tan conciliador y por las críticas constructivas que haces.
Pero mira, no estoy de acuerdo contigo, te voy a explicar por qué. Tienes toda la razón del mundo en que aparentemente los israelitas con el becerro de oro le rendían culto a Yahveh. Pero en verdad no era así. Ellos sentían, por la tardanza de Moisés (creo recordar), que Dios los había dejado, y sentían la necesidad de tener una guía, de que su Dios, Yahveh, estuviera presentes con ellos de forma tangible. Así, hacen una estatuda a Yahveh, pero la realidad es que estaban convirtiendo el culto a Yahveh es algo arbitrario, a su medida (la medida de los israelitas); no comprendían que Yahveh estaba con ellos sin necesidad de que sus ojos lo vieran; por lo tanto, aunque en teoría era un culto a Yahveh, estaba muy lejos de eso, ya que se estaban dejando invadir por la superstición (necesitaban una figura tangible) y la idolatría (porque adoraban al Yahveh que ellos querían, que ellos fabricaron a su antojo, no al Yahveh que fue en su busca, y que por puro amor se había revelado a ellos).
Por otra parte, debes tener en cuenta que rompieron la prohibición hacer imáges de Aquél que era intangible y distante, de Aquél que no conocían. Nosotros no hacemos imágenes de Aquél que no conocemos: porque no puedes olvidar que Dios ya no está apartado de nosotros, sino que se hizo hombre, y nos ha dado a conocer al Padre. Por tanto, hacemos imágenes de Áquel que para salvarnos se hizo uno de los nuestros, de Aquél que pudimos tocar, hablarle... Y no olvides tampoco que nosotros no adoramos imágenes; las veneramos, pero sabemos perfectamente que ahí no está Dios. Que haya quien caiga en ese error, no es culpa de la Iglesia Católica.
Así que no caemos en idolatría cuando celebramos la Navidad mediante regalos, comiendo dulces, o festejandolo todo el 25 de diciembre; porque nuestro culto es verdadero, sincero, fiel: adoramos a Aquél que se hizo hombre y vino a redimirnos; no es un culto ni a Saturno ni a Jano, ni a Mitra, sino a Nuestro Señor Jesucristo.
Un abrazo fuerte amigo, gracias por tu interés, y ¡que Dios te bendiga!
P.D.: echa un vistazo a este texto de Benedicto XVI, en el que explica perfectamente cómo sin ser una escultura de un Dios pagano, como tú bien dices, era completamente idolatría la adoración al Becerro de Oro:
Culto verdadero... o jugueteo vacío
El ser humano, de ningún modo puede, por sí mismo, “hacer” el culto; si Dios no se da a conocer, no acertará. Cuando Moisés le dice al faraón: “no sabemos todavía qué hemos de ofrecer a Yahveh” (Ex. 10, 26) realmente está mostrando, con estas palabras, una ley fundamental de toda liturgia. Si Dios no se manifiesta, el hombre puede, sin duda, en virtud de la noción de Dios inscrita en su interior, construir altares “al Dios desconocido” (cf. Hch. 17, 23); puede intentar alcanzarlo mediante el pensamiento, acercarse a él a tientas, pero la liturgia verdadera presupone que Dios responde y muestra cómo podemos adorarle. De alguna forma necesita algo así como una “institución”. No puede brotar de nuestra fantasía o creatividad propias – en ese caso seguiría siendo un grito en la oscuridad o se convertiría en una mera autoafirmación. Presupone un tú concreto que se nos muestra, un tú que le indica el camino a nuestra existencia.
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Una serie de testimonios muy insistentes del Antiguo Testamento dan fe de este carácter no-arbitrario del culto. Pero en ningún lugar aparece tan dramáticamente como en el relato del becerro de oro. Este culto, presidido por el sumo sacerdote Aarón, en modo alguno tenía como finalidad el servir a un dios pagano. La apostasía es más sutil. No se da el paso abierto de Dios al ídolo, sino que, aparentemente, se permanece al lado del mismo Dios: la pretensión es glorificar al Dios que sacó a Israel de Egipto y se intenta hacerlo representando debidamente su fuerza misteriosa en la figura del becerro. Aparentemente todo es correcto, el ritual parece ajustarse a lo prescripto. Y, a pesar de ello, es una apostasía y una idolatría.
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Hay dos causas que provocan esta quiebra, apenas perceptible. Por una parte, la infracción de la prohibición de las imágenes: no es capaz de perseverar junto al Dios invisible, lejano y misterioso. Se le hace descender al propio terreno, al mundo de lo palpable y comprensible. De este modo, el culto ya no es un elevarse hacia él sino un rebajar a Dios al propio terreno. Tiene que estar ahí cuando se le necesita y tiene que ser tal y como se le necesita. El hombre utiliza a Dios y, de este modo, se sitúa, aunque aparentemente no lo parezca, por encima de Él.
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Con esto queda ya aludida la segunda causa: se trata de un culto en el que queda de relieve el propio poder. Si Moisés tarda demasiado en volver, y Dios mismo parece convertirse en inaccesible, se le va a buscar. Este culto se convierte en una fiesta que la comunidad se ofrece a sí misma, y en la que se confirma a sí misma. La adoración de Dios se convierte en un girar sobre uno mismo: comida, bebida, diversión. El baile alrededor del becerro de oro es la imagen de un culto que se busca a sí mismo, convirtiéndose en una especie de autosatisfacción insustancial.
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La historia del becerro de oro es la advertencia de un culto arbitrario y egoísta, en el que, en el fondo, ya no se trata de Dios, sino de fabricarse, partiendo de lo propio, un pequeño mundo alternativo. En ese caso, la liturgia realmente se convierte, no cabe duda, en un jugueteo vacío. O, lo que es peor, en un abandono del Dios vivo camuflado bajo un manto de sacralidad. Pero al final lo que queda es la frustración, el sentimiento de vacío. No tenemos ya esa experiencia de liberación convertida en acontecimiento allí donde tiene lugar un encuentro con el Dios vivo.
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Joseph Ratzinger, “El espíritu de la liturgia. Una introducción”