¿Tú, el Vicario de Cristo? No me hagas reír.
Murió el Papa argentino. Pero su legado no huele a santidad. Huele a poder, a pacto, a silencio.
Tú no representas a Jesús.
Tú representas a un imperio de siglos manchado de sangre, oro, abusos y mentiras.
Tú encarnas el negocio más antiguo del mundo: vender salvación mientras amasas poder.
Vistes de blanco mientras tus manos están manchadas por el silencio cómplice.
Hablas de paz mientras bendices guerras.
Predicas humildad desde palacios.
Hablas de Dios mientras te sientas a la mesa con mafias, banqueros y depredadores de almas.
¿Dónde está Jesús en tu Vaticano, Papa?
¿En las bóvedas del Banco Ambrosiano?
¿En las redes de encubrimiento de abusos?
¿En los rituales de poder escondidos tras las paredes?
¿O en las ceremonias donde fingís santidad mientras el mundo se muere?
Tú no eres pastor. Eres gerente de una multinacional con sucursales en cada país.
Tu negocio es el miedo, la culpa, el control.
Y ya no cuela.
Jesús no fundó esta iglesia. Vosotros la fundasteis en su nombre, como fachada.
Él habría volcado vuestras mesas, desmontado vuestros ídolos, y os habría dicho, mirándoos a los ojos:
“Sois sepulcros blanqueados. Habéis hecho del Espíritu una mercancía.”
Mientras el mundo lo llora, yo me pregunto:
¿Quién llora a los niños abusados por los “hombres de Dios” que él protegió?
¿Quién llora a las víctimas de una Iglesia que negocia con dictadores, que lava dinero con bancos vaticanos, que calla ante el sufrimiento mientras celebra fastos en nombre del Altísimo?
¿Sabes qué haría Jesús si entrara en la Santa Sede?
No besaría tu anillo, Papa. Lo fundiría.
No aplaudiría tus discursos. Los desmontaría.
Y te diría, sin rodeos:
“Nunca estuve aquí. Esto no es mío.”
Tu iglesia no salvó almas. Las controló.
No sanó heridas. Las encubrió.
No predicó el amor. Predicó el miedo, el pecado, la sumisión.
Hoy has muerto, Papa. Pero el negocio sigue.
El Vaticano no necesita santos. Necesita figuras. Y tú fuiste una más.
Un rostro amable para una maquinaria que lleva siglos alimentándose del alma humana.
Que cada uno saque sus propias conclusiones.
Pero no me hablen de santidad.
La santidad no hace tratos con el infierno.
Se os acaba el tiempo.
La verdad ya no cabe en vuestras catedrales. Está saliendo a la luz.
Y no hay bula que os libre del juicio de la conciencia despierta.