Re: Misa en Latín, presagio de Inquisición
La batalla del latín va a misa
EN TOLEDO, Pamplona, Madrid o en Sevilla, grupos de fieles están pidiendo a sus obispos la celebración de misas en latín, tras la autorización de Benedicto XVI. Los obispos guardan silencio. Pero hay un problema: los curas jóvenes apenas conocen la lengua clásica
JOSÉ MANUEL VIDAL
El sacerdote Raúl Olazábal oficia una misa en latín en un piso de Madrid. / JOSÉ AYMA
Arrodillada, una mujer con sus cinco hijos espera la salida del sacerdote. Tanto la madre como sus tres hijas pequeñas, de entre cinco y ocho años, llevan velo. Son las ocho menos cinco de la tarde del miércoles, 11 de julio, en la iglesia de la Fraternidad de San Pío X de la calle Catalina Suárez de Madrid. Precedido por dos monaguillos con sotana roja y roquete, hace su entrada el celebrante. Alto y bien parecido, viste casulla de guitarra, alba de puntillas y lleva en las manos el cáliz tapado con un paño rojo a juego con la casulla.
Al llegar ante el altar, el cura dice: «Introibo ad altare Dei». Y comienza la misa en latín.
De espaldas al pueblo o «de cara a Dios», según se mire. Además de los dos monaguillos y de la madre con sus cinco hijos, en la iglesia hay unas diez personas, que contestan a coro: «Ad Deum qui laetificat juventutem mean». El sacerdote celebrante es monseñor Alfonso de Galarreta,
uno de los cuatro obispos consagrados por el difunto arzobispo francés, Marcel Lefebvre, fundador de la Fraternidad San Pío X y excomulgado por Juan Pablo II por cismático.
Durante la media hora que dura la misa no se pronuncia una palabra en castellano. Reina el silencio, en un clima de misterio buscado, con muchos ritos y muchas rúbricas. Y algún toque de campanillas. Es como volver atrás unos 40 años.
El túnel del tiempo eclesial lo acaba de abrir Benedicto XVI. Y por partida doble.
El 7 de julio publica el motu proprio (documento de su exclusiva responsabilidad) sobre la misa en latín. Y sólo cuatro días después, desde la Congregación para la Doctrina de la Fe, antaño presidida por el propio Papa, sale otro documento, en el que se recuerda que la católica «es la única Iglesia verdadera de Cristo». Dos documentos que reabren viejas heridas. Tanto dentro como fuera del catolicismo.
Muchos consideran que lo que está en juego, en el fondo, es la interpretación del Concilio Vaticano II.Y las huestes eclesiales se posicionan en sus respectivos frentes. Mientras los conservadores echan las campanas al vuelo («nunca un Papa se había atrevido a ir tan lejos»), los moderados y progresistas hablan de «traición al espíritu conciliar». Es la guerra del latín, lanzadera de dos concepciones diferentes de Iglesia: pueblo de Dios o sociedad perfecta.
Es bien conocida la afición por la ortodoxia doctrinal y por el rito tradicional del actual Papa. Pero nadie se esperaba que dejase en manos de cada cura el uso del latín o de la lengua vernácula en la celebración de misas, matrimonios y demás ritos católicos. Los más benevolentes aseguran que lo que pretende Benedicto XVI es ganarse a los lefebvrianos y devolverlos al redil.
Ellos son, precisamente, los más triunfalistas. «Ésta es la verdadera misa católica y los que vienen se enamoran de ella», dice Lisi Rubio, la madre de los cinco niños pequeños y de los dos más mayorcitos (13 y 15 años) que acaban de ayudar a la misa. Siete hijos y todos lefebvrianos. «Somos una familia tradicionalista, pero no hereje ni cismática, porque amamos a Dios y a este Papa, que ha sido muy valiente».
«LEGALES» E «ILEGALES»
«Estamos radiantes. El motu proprio viene a darnos la razón. Aunque no nos sentimos excomulgados ni cismáticos. Pero esto va a servir para quitarnos de encima ese sambenito», dice monseñor Galarreta. Quizás por eso, en España, son pocos los seguidores de Lefebvre: un obispo, tres curas y 700 fieles repartidos por 13 provincias. Pastoreados por este obispo, nacido en Torrelavega en 1957, que luce un discreto pectoral, un birrete y un precioso anillo de oro («símbolo de la caridad») con una gran amatista morada («signo de autoridad»).
Junto a los tradicionalistas excomulgados por cismáticos, hay otros grupos católicos legales, que celebran desde hace años la misa en latín. Y que también se muestran exultantes. Ocho de la tarde del jueves, 12 de julio. En un piso de la Avenida de América de Madrid, el padre Raúl Olazábal oficia en su oratorio privado. Alto, delgado y elegante, este argentino que lleva ya tiempo en España viste igualmente casulla de guitarra roja y alba blanca con puntillas. Eso sí, no tiene monaguillos y sus fieles, tres chicas jóvenes, no llevan velo. Pero contestan al sacerdote en latín con la misma unción. La única diferencia es que, aquí, la lectura de la epístola se hace en español y el sacerdote se vuelve en varias ocasiones para el «dominus vobiscum». Y las tres chicas contestan: «Et cum spiritu tuo».
Hace cuatro años que los curas del Instituto Cristo Rey (dos sacerdotes y 120 fieles en España) comenzaron a celebrar las misas tridentinas en Madrid. Con el permiso del cardenal Rouco. A diario, en esta capilla. Los domingos, en la iglesia de San Luis de los Franceses. Pero con cierto sabor a clandestinidad. «Vamos a ganar en visibilidad y normalidad», dice el padre Olazábal, moderadamente contento.
«MÁS VISTOSA»
Además de los ilegales de monseñor Lefebvre y de los legales del Instituto Cristo Rey, la geografía de la misa en latín dispone de otras milicias en suelo español. Algunas de ellas, laicas. Como la asociación
Deo gratias de Madrid, que preside Francisco Bendala, militar en la reserva. Son unos 90 y hace años que luchan por la misa en latín. «Porque es más vistosa, más recogida, más pausada. La otra es más simplificada y, por eso, tiende a ser más superficial», asegura Bendala.
En Sevilla, los 50 miembros de Una Voce también están dispuestos a darse a conocer. Cuentan con un permiso del cardenal Amigo desde 2004, pero quieren más. La asociación, presente en Madrid, Barcelona, Toledo y Pamplona, prepara una petición a los obispos españoles para que habiliten parroquias para el rito tridentino.
Roma eterna es la asociación pionera en la defensa de la misa tridentina en España. Integrada por unos 80 laicos, dirigidos por Rodolfo Vargas, quiere «preservar el legado inigualable y esplendoroso de la liturgia romana, que hasta ahora ha sufrido los embates del modernismo con la anuencia de la jerarquía». Tras el espaldarazo papal, presentaron, hace tres días, más de 150 firmas en una céntrica parroquia de Barcelona. Para recuperar la misa en latín y en el altar mayor.
Movimientos parecidos se están poniendo en marcha en Pamplona, Toledo o Tenerife. Los amantes del latín tienen prisa por recuperar su misa.
Pero tendrán que esperar hasta el 14 de septiembre, festividad de la exaltación de la Santa Cruz, fecha en la que entrará en vigor el indulto de la misa tridentina. Con condiciones. Por ejemplo, que haya «un grupo estable de fieles» que la soliciten. ¿Cuántos? No se especifica.
En el otro frente, sacerdotes, laicos y hasta obispos. Los curas que hicieron de la reforma litúrgica del Vaticano II una bandera no están dispuestos, ahora, a tragar esta «reforma de la reforma». «No tengo intención de volver a celebrar la misa en latín en mi parroquia.
Me sorprende que Roma acaricie a los seguidores de Lefebvre, mientras abofetea a Jon Sobrino y a los teólogos de la Liberación», asegura, tajante, José María Díez Bardales, párroco de La Calzada (Gijón). Y es que el sector moderado-progresista de la Iglesia cree que lo que está haciendo el Papa es poner en solfa el Vaticano II. Y cerrar el ciclo de involución iniciado por el Papa Wojtyla. Esglesia Plural, asociación de laicos de Barcelona, considera el decreto «motivo de división» y símbolo del «modelo eclesial que pretende promover Benedicto XVI, garante de Trento».
Críticas y protestas también de algunos obispos. «No puedo evitar las lágrimas. Éste es un momento muy triste de mi vida», decía, nada más conocer la publicación del decreto papal, el obispo italiano monseñor Brandolini. Y el cardenal francés, Philippe Barbarin, reconoce el «riesgo de tensiones, porque, para algunos, pedir la misa en latín será un estandarte para poner a prueba la fidelidad de los curas al Papa».
En España, la mayoría de los obispos ha optado por el silencio. Sólo uno se ha atrevido a pronunciarse públicamente en contra: monseñor Soler, obispo de Girona. «En nuestra diócesis no es aplicable la concesión a la que hace referencia el motu proprio», señala.
La guerra litúrgica está servida. La misa en latín, que, según Dom Gregori María, sacerdote español especialista en liturgia (
www.germinansgerminabit.org), «murió el 7 de marzo de 1965», está a punto de resucitar. Una riqueza para unos. Un retroceso para otros. «Ite misa est».
--------------------------------------------------------------------------
LOS CURAS JÓVENES NO SABEN LATÍN
La resurrección de la misa en latín va a coger con el pie cambiado a generaciones enteras de sacerdotes.
Son pocos los curas capaces de celebrar misa con el rito tridentino. Y sólo los más mayores saben latín. Como reconoce la nota del obispado de Girona, «el uso del Misal de 1962 pide estar avezados en la lengua latina,
cosa que ya no es habitual en los sacerdotes y diocesanos de menos de 60 años». Hasta principios de los 70, el latín se hablaba, se rezaba y se estudiaba en todos los seminarios. Desde la entrada en vigor de la reforma litúrgica del Vaticano II, fue desapareciendo de la vida y del estudio de los aprendices de curas.
Hoy, en la inmensa mayoría de los seminarios españoles sólo se dan dos años de latín en dos semestres. Las nuevas generaciones de curas no sólo no hablan latín, sino que apenas pueden leerlo y entenderlo. Para comprobarlo, hemos realizado un pequeño test a cinco sacerdotes jóvenes. Y la conclusión es palmaria: no saben ni las partes esenciales de la misa tradicional y reconocen que, para celebrar la misa tridentina, tienen que aprender primero latín.
José Ramón Peláez. Párroco de Castroverde de Cerrato (Valladolid), 35 años. Estudió dos años de latín, pero sólo recuerda el Pater noster. Lo intenta con la fórmula de entrada, pero no pasa del «Introibo...» y se trabuca. A su juicio, «es impensable que se extienda», aunque lo considera una riqueza para la Iglesia.
Mario González. Párroco de Alía y la Calera (Toledo). Tiene 31 años. Estudió dos años de latín, y en el seminario tenían misa tridentina una vez al mes, pero no recuerda ninguna de las partes esenciales. Lo intenta con la fórmula de la consagración, pero confunde el hic con el hoc. Es partidario de «recuperar el latín, sin retroceder a Trento» y reconoce que no lo sabe.
Manuel Jiménez. Párroco del Sagrado Corazón de Melilla. Tiene 34 años y tampoco recuerda nada de la misa latina. «Nunca dije misa en latín y lo que estudiamos en el seminario es claramente insuficiente. Si me piden la misa tridentina, tendré que volver a estudiarlo. Y lo mismo tendrán que hacer los fieles, para saber contestar». Él no se atreve ni con el Pater noster.
Alberto Montes. Coadjutor de San Antonio de la Florida de Vigo. Tiene 29 años y es el que más recuerda de memoria alguna de las partes de la misa en latín. En concreto, el Pater noster y el Confiteor. «Debería haber más latín en el seminario. El rito es una riqueza para la Iglesia y va a exigirnos a los sacerdotes retomar el latín».
José Antonio Calvo. Director de un colegio mayor universitario en Salamanca. Tiene 31 años, estudió dos años de latín, y, de las fórmulas de la misa, sólo recuerda el Pater noster. Vive con 85 chavales que «seguramente, no me van a pedir la misa en latín. Ya me cuesta hacer que les llegue en castellano».
Ver fuente