Mi encuentro con Dios

22 Septiembre 2006
18
0
Muchos años de reflexión...

No soy excesivamente mayor, apenas tengo 39 años que cumpliré este próximo me de octubre, por lo cual es posible que el preámbulo de este párrafo acaso no sea algo pretencioso. Pero sí que pienso que tras años de reflexión he llegado a un sentimiento de convicción acerca de la existencia de Dios.

Es cierto que mi infancia estuvo imbuida en creencia en Dios; aquí, en España, en los años setenta aún existía una educación social cristiana generalizada en el país. Estudié en un colegio de dominicos y el cuestionamiento sobre la existencia o no de Dios nunca fue un problema que me acuciase, pues, ni siquiera era cuestionada.

La lenseñanza secundaria la realicé en un colegio del Opus Dei; sinceramente, hicieron más daño en mi fe que bien pretendían. Quizás fuera por el fundamentalismo que se respiraba en su filosofía, o, tal vez, porque mi mente comenzaba a cuestionarse muchas cosas en las que antes ni siquiera reparó.

Decía Aristóteles que eran una cuestión igual de ardua pretender demostrar la existencia de Dios como su inexistencia, pues ambos caminos, examinados desde la perspectiva de la razón, nos llevan, inevitablemente, a paradojas imposibles.

Lo cierto es que fui estudiante de ciencias, y la Ciencia me fue apartando poco a poco de Dios. A medida que iba profundizando en el estudio de la física la preguntas comenzaban a no tener respuestas, y el rostro de Dios se iba difuminando en un ocaso febril, en un sueño quimérico nacido de un temor atávico del hombre ante el enfrentamiento con la muerte.

Perdí la fe en su existencia. Sencillamente, me era, de manera racional, imposible admitir su existencia. Sin embargo, nunca renuncié a leer el Evangelio, a admirar la filosofía y la ética que manaban de las palabras de Cristo. Me aferré a él, pero su divinidad se desdibujaba y la figura de Cristo perdía fuerza entre mis dedos.

Terminé siendo un ateo.

Esta fue la peor etapa de mi vida. Sin nada a qué aferrarme, mi alma -de la cual también dudaba- se sumergía en una noche gélida.

La situación se agrabó con la muerte de mi padre hace dos años. Todo se había desmoronado, no existían ya vestigios de ciudades de ángeles en los cuales reposar mis esperanzas.

No existía Dios, el alma era pura quimera, no cabía esperanza ni en resurección ni en más allá. Dios no era sino el invento útil de una especie de animales a los cuales les hábía sido dado el raro don de poseer la conciencia de sí mismos, esa conciencia que les dotaba de la amarga lucidez de la única verdad que era posible acceder: nada más nacer, se emprende el camino hacia la destrucción.

Y así caminaban mis huesos por esta vida. Mi mujer me decía que me había deshumanizado, que ya no era la persona que fuí, que no me veía visionando la película de Cefirelli -Jesús de Nazaret- cada Semana Santa, como tenía costumbre. Yo le respondía que quería creer, pero que mi razón me lo impedía.

Yo soy muy aficionado a la música -me gusta escucharla e interpretarla-, y, una maravillosa mañana, en la que escuchaba Él guiará su rebaño, procedente de El Mesías, de Haendel, algo me tocó el corazón. Fue como si alguien abriese de golpe una ventana en el desbán oscuro de mi mente y la luz entrase a raudales inundando los oscuros pasillos de mi cerebro. Por un momento llegué a fusionarme, a entender, a disfrutar de aquello mismo que había provocado en Haendel el poder componer semejante maravilla de la música: la inspiración de un Dios que no podía sino ser cierto; ninguna creencia en algo inexistente podía provocar tanta belleza en una obra de arte. El mismo efecto me provocaba el escuchar las cantatas de Bach, o lo s oratorios de Correli.

De pronto recobré la sensibilidad perdida en años. Decía San Agustín: "La Razón para comprender, la fe para creer" -si no era exactamente así, fue muy parecido-.

Creo, sinceramente, que mi fe ahora es más fuerte, pues, en debates con amigos alejados de la creencia en Dios, ésta se fortalece con los propios argumentos que elabora en favor se la existencia de Él.

Quizás el error ha sido en querer concebir una figura de Dios que es posible que no se corresponda con la que, en realidad, debe ser. Sinceramente creo que es posible que se deba a un error atávico de la propia religión en su intento de imponer un tipo de imagen divina que estaba muy adaptada a sus propias conveniencias.

Ahora todo ha cobrado un sentido nuevo y, a través de este orden cósmico que permite, con una exactitud milimétricamente calculada, la armonía de una creación maravillosa, puedo sentir la vibración de la esencia divina a través de todas y cada una de las moléculas que conforman este envoltorio que me permite ser lo que soy en esta vida. Y esto, créanme, produce una sensación placentera, algo parecido a la cálida corriente de un fluido que diluye grátamente mis entrañas.

Fran
 
Re: Mi encuentro con Dios

Muchos años de reflexión...

No soy excesivamente mayor, apenas tengo 39 años que cumpliré este próximo me de octubre, por lo cual es posible que el preámbulo de este párrafo acaso no sea algo pretencioso. Pero sí que pienso que tras años de reflexión he llegado a un sentimiento de convicción acerca de la existencia de Dios.

Es cierto que mi infancia estuvo imbuida en creencia en Dios; aquí, en España, en los años setenta aún existía una educación social cristiana generalizada en el país. Estudié en un colegio de dominicos y el cuestionamiento sobre la existencia o no de Dios nunca fue un problema que me acuciase, pues, ni siquiera era cuestionada.

La lenseñanza secundaria la realicé en un colegio del Opus Dei; sinceramente, hicieron más daño en mi fe que bien pretendían. Quizás fuera por el fundamentalismo que se respiraba en su filosofía, o, tal vez, porque mi mente comenzaba a cuestionarse muchas cosas en las que antes ni siquiera reparó.

Decía Aristóteles que eran una cuestión igual de ardua pretender demostrar la existencia de Dios como su inexistencia, pues ambos caminos, examinados desde la perspectiva de la razón, nos llevan, inevitablemente, a paradojas imposibles.

Lo cierto es que fui estudiante de ciencias, y la Ciencia me fue apartando poco a poco de Dios. A medida que iba profundizando en el estudio de la física la preguntas comenzaban a no tener respuestas, y el rostro de Dios se iba difuminando en un ocaso febril, en un sueño quimérico nacido de un temor atávico del hombre ante el enfrentamiento con la muerte.

Perdí la fe en su existencia. Sencillamente, me era, de manera racional, imposible admitir su existencia. Sin embargo, nunca renuncié a leer el Evangelio, a admirar la filosofía y la ética que manaban de las palabras de Cristo. Me aferré a él, pero su divinidad se desdibujaba y la figura de Cristo perdía fuerza entre mis dedos.

Terminé siendo un ateo.

Esta fue la peor etapa de mi vida. Sin nada a qué aferrarme, mi alma -de la cual también dudaba- se sumergía en una noche gélida.

La situación se agrabó con la muerte de mi padre hace dos años. Todo se había desmoronado, no existían ya vestigios de ciudades de ángeles en los cuales reposar mis esperanzas.

No existía Dios, el alma era pura quimera, no cabía esperanza ni en resurección ni en más allá. Dios no era sino el invento útil de una especie de animales a los cuales les hábía sido dado el raro don de poseer la conciencia de sí mismos, esa conciencia que les dotaba de la amarga lucidez de la única verdad que era posible acceder: nada más nacer, se emprende el camino hacia la destrucción.

Y así caminaban mis huesos por esta vida. Mi mujer me decía que me había deshumanizado, que ya no era la persona que fuí, que no me veía visionando la película de Cefirelli -Jesús de Nazaret- cada Semana Santa, como tenía costumbre. Yo le respondía que quería creer, pero que mi razón me lo impedía.

Yo soy muy aficionado a la música -me gusta escucharla e interpretarla-, y, una maravillosa mañana, en la que escuchaba Él guiará su rebaño, procedente de El Mesías, de Haendel, algo me tocó el corazón. Fue como si alguien abriese de golpe una ventana en el desbán oscuro de mi mente y la luz entrase a raudales inundando los oscuros pasillos de mi cerebro. Por un momento llegué a fusionarme, a entender, a disfrutar de aquello mismo que había provocado en Haendel el poder componer semejante maravilla de la música: la inspiración de un Dios que no podía sino ser cierto; ninguna creencia en algo inexistente podía provocar tanta belleza en una obra de arte. El mismo efecto me provocaba el escuchar las cantatas de Bach, o lo s oratorios de Correli.

De pronto recobré la sensibilidad perdida en años. Decía San Agustín: "La Razón para comprender, la fe para creer" -si no era exactamente así, fue muy parecido-.

Creo, sinceramente, que mi fe ahora es más fuerte, pues, en debates con amigos alejados de la creencia en Dios, ésta se fortalece con los propios argumentos que elabora en favor se la existencia de Él.

Quizás el error ha sido en querer concebir una figura de Dios que es posible que no se corresponda con la que, en realidad, debe ser. Sinceramente creo que es posible que se deba a un error atávico de la propia religión en su intento de imponer un tipo de imagen divina que estaba muy adaptada a sus propias conveniencias.

Ahora todo ha cobrado un sentido nuevo y, a través de este orden cósmico que permite, con una exactitud milimétricamente calculada, la armonía de una creación maravillosa, puedo sentir la vibración de la esencia divina a través de todas y cada una de las moléculas que conforman este envoltorio que me permite ser lo que soy en esta vida. Y esto, créanme, produce una sensación placentera, algo parecido a la cálida corriente de un fluido que diluye grátamente mis entrañas.

Fran

-------------------------------------------------------​

¿Me puedes contestar quien es Cristo para ti?, gracias por adelantado.

Que Dios les bendiga

Paz