Todos los no católicos pueden comentar sobre prácticas incorrectas de muchos católicos ignorantes, pueden suponer sobre lo que ven pero que ignoran su contenido, pueden argumentar que esa es la enseñanza de la Iglesia, etc., pero para poder hablar sobre el asunto referente a María Santísima, aquí esta lo que el Concilio Vaticano II nos comunica para normar una verdadera devoción hacia la Madre de Jesucristo, les pido la lean y emitan sus comentarios al respecto:
LUMEN GENTIUM
Capítulo VIII
La Santísima Virgen María, Madre de Dios, en el misterio de Cristo y de la Iglesia
I - Proemio
1)
La bienaventurada Virgen María en el misterio de Cristo
El benignísimo y sapientísimo Dios, queriendo llevar a término la redención del mundo,
cuando llegó el fin de los tiempos, envió a su Hijo hecho de mujer…para que recibiésemos la adopción de hijos (Gál.4, 4-5). El cual por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación descendió de los cielos, y se encarnó por obra del Espíritu Santo de María Virgen [SUP]1[/SUP]. Este misterio divino de salvación continúa en la Iglesia, a la que el Señor constituyó como su cuerpo y en ella los fieles, unidos a Cristo, su cabeza, en comunión con todos sus santos, deben también
venerar la memoria
en primer lugar, de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de nuestro Dios y Señor Jesucristo [SUP]2[/SUP]
(LG No. 52).
[SUP]1[/SUP] Credo en la Misa Romana: Símbolo Constatinopolitano: Mansi, 3 566. cfr. Conc. De Efeso, ib. 4, 111-116; Conc. Constant., II, ib. 9, 375-396.
[SUP]2[/SUP] Canon de la Misa Romana.
2)
La bienaventurada Virgen y la Iglesia
En efecto, la Virgen María, que según el anuncio del ángel recibió al Verbo de Dios en su corazón y en su cuerpo y trajo la Vida al mundo,
es reconocida y honrada como verdadera
Madre de Dios Redentor. Redimida de un modo eminente, en atención a los futuros méritos de su Hijo y al El unida con estrecho e indisoluble vínculo, está enriquecida con la suma prerrogativa y dignidad de ser
la Madre de Dios Hijo y, por tanto, la hija predilecta del Padre y el
sagrario del Espíritu Santo; con un
don de gracia tan eximia, antecede, con mucho, a todas las criaturas celestiales y terrenas. Al mismo tiempo está unida en la estirpe de Adán con todos los hombres que necesitan ser salvados; más aún:
es verdaderamente madre.
De los miembros (de Cristo)…por haber cooperado con su amor a que naciese en la Iglesia los fieles, que son miembros de aquella Cabeza [SUP]3[/SUP]. Por eso también es saludada como miembro sobreeminente y del todo singular de la Iglesia, su prototipo y modelo eminentísimos en la fe y caridad y a quien
la Iglesia Católica, enseñada por el Espíritu Santo, honra con filial afecto de piedad como a su Madre amantísima.
3)
Intención del Concilio
Por eso el sacrosanto Sínodo, al exponer
la doctrina de la Iglesia, en la cual el divino Redentor realiza la salvación, quiere explicar cuidadosamente tanto la función de la bienaventurada Virgen María en el misterio del Verbo encarnado y del Cuerpo místico, como los deberes de los hombres redimidos hacia la
Madre de Dios, Madre de Cristo y Madre de los hombres, en especial de los fieles, sin que tenga la intención de proponer una completa doctrina de María, ni tampoco dirimir las cuestiones no aclaradas totalmente por el estudio de los teólogos. Conservan, pues, su derecho las sentencias que se proponen libremente en las escuelas Católicas sobre
Aquella que en la santa Iglesia ocupa después de Cristo, el lugar más alto y el más cercano a nosotros 4
(LG No. 54).
[SUP]3[/SUP] S. Agustin, De S. Virginate, 6: PL 40, 399.
[SUP]4[/SUP] Cfr. Pablo VI, Aloc. En el Concilio, del 4 de diciembre de 1963: AAA 56 (1964), P.37
II- Oficio de la Bienaventurada Virgen en la Economía de la Sanlación
4)
La Madre del Mesías en el Antiguo Testamento
La Sagrada Escritura del Antiguo y del Nuevo Testamento y la venerable Tradición, muestran en forma cada vez más clara el oficio de la Madre del Salvador en la economía de la salvación y, por así decirlo, lo muestran ante los ojos. Los libros del Antiguo Testamento describen la historia de la salvación, en la cual se prepara, paso a paso, el advenimiento de Cristo al mundo. Estos primeros documentos,
tal como son leídos en la Iglesia y son entendidos a la luz de una ulterior y más plena revelación, cada vez con mayor claridad iluminan la figura de la mujer Madre del Redentor. Ella misma es esbozada bajo esta luz profética en la promesa de victoria sobre la serpiente, dada a nuestros primeros padres, caídos en pecado
(cfr. Is. 7, 14; Miq. 5, 2-3; Mt.1, 22-23).
Ella misma sobresale entre los humildes y pobres del Señor, que de El con confianza esperan y reciben la salvación. En fin, con Ella, excelsa Hija de Sión, tras larga espera de la promesa, se cumple la plenitud de los tiempos y se inaugura la nueva economía, cuando el Hijo de Dios asumió de Ella la naturaleza humana para librar al hombre del pecado mediante los misterios de su carne
(LG No. 55).
5)
María en la anunciación
El Padre de las misericordias quiso
que precediera a la encarnación la aceptación de parte de la madre predestinada, para que así como la mujer contribuyó a la muerte, así también contribuyera a la vida. Lo cual vale en forma eminente de la Madre de Jesús, que dio al mundo la Vida misma que renueva todas las cosas, y que fue enriquecida por Dios con dones correspondientes a tan gran oficio.
Por eso no es extraño que
entre los santos padres fuera común llamar a la Madre de Dios la toda santa e inmune de toda mancha de pecado y como plasmada por el Espíritu Santo y
hecha una nueva criatura [SUP]5[/SUP]. Enriquecida desde el primer instante de su concepción con esplendores de santidad del todo singular, la Virgen nazarena es saludada por el ángel pro mandato de Dios como
llena de gracia (cfr. Lc. 1, 28), y Ella responde al enviado celestial:
He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra (Lc. 1,38) Así María hija de Adán, aceptando la palabra divina, fue hecha Madre de Jesús y abrazando la voluntad salvífica de Dios, con generoso corazón y sin el impedimento de pecado alguno, se consagró totalmente a sí misma, cual esclava del Señor, a la Persona y a la obra de su Hijo, sirviendo bajo El y con El, por la gracia de Dios omnipotente, al misterio de la redención. Con razón, pues,
los santos padres consideran a María, no como un mero instrumento pasivo en las manos de Dios, sino
como cooperadora a la salvación humana por la libre fe y obediencia. Porque Ella, como dice San Ireneo,
obedeciendo fue causa de su salvación propia y la de todo el género humano [SUP]6[/SUP]. Por eso no pocos padres antiguos en su predicación gustosamente afirman con él:
El nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María: lo que ató la virgen Eva por la incredulidad, La Virgen María lo desató por la fe [SUP]7[/SUP]; y comparándola con Eva,
llaman a María Madre de los vivientes [SUP]8[/SUP], y afirman con mucha frecuencia:
La muerte vino por Eva, por María la vida [SUP]9[/SUP].
(LG. No. 56).
[SUP]5[/SUP] Cfr. S. Germán Const. Hom. In Annunt. Deipapae: PG 98, 328A; In dorm. 2: col. 357; Anastasio Antioq., Serm, 2 de Annunt., 2;PG 89, 1377 AB; Serm. 3.2; col 1388 C; Andrés Cret., Can. In B.V. Nat., 1; col. 812A; Hom. In dorm., 1; col. 1.068C; S. Sofronio, Or. 2 in Annunt., 18; PG 87 (3), 3237BD
[SUP]6[/SUP] S. Ireneo, Adv. Haer., III, 22, 4; PG 7, 959A Harvey, 2, 123.
[SUP]7[/SUP] S.Ireneo, Ibidem; Harvey, 2, 124.
[SUP]8[/SUP] Epifanio, Haer., 78; 18; PG 42, 728CD-729 AB
[SUP]9[/SUP] S Jerónimo, Epist. 22, 21; PL 22, 408; cfr. S. Agustin, Serm, 51, 2, 3; PL 38, 35; Serm. 232, 2; col 1.108; S Cirilo de Jer., Catech., 12,15; PG 33, 741AB; S. Juan Crisóstomo, In Ps. 44, 7; PG 55, 193; S. Juan Damasceno, Hom. 2 in dorm. B.M.V., 3; PG 96, 728.
6)
La bienaventurada Virgen y el Niño Jesús
La unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte; en primer término, cuando María se dirige presurosa a visitar a Isabel, es saludada por ella como bienaventurada a causa de
su fe en la salvación prometida y el precursor saltó de gozo
(cfr. Lc. 1, 41-43) en el seno de su madre; y en la Natividad, cuando la Madre de Dios, llena de alegría muestra a los pastores y a los magos a su Hijo primogénito, que lejos de disminuir consagró su integridad virginal [SUP]10[/SUP]. Y cuando, ofrecido el rescate de los pobres, lo presentó al Señor, oyó al mismo tiempo a Simeón que anunciaba que el Hijo sería signo de contradicción y que una espada atravesaría el alma de la Madre, para que se manifestasen los pensamientos de muchos corazones
(cfr. Lc. 2, 34-35). Al Niño Jesús perdido y buscado con dolor, sus padres lo hallaron en el templo, ocupado en las cosas que pertenecían a su Padre, y no entendieron y su respuesta. Pero
su Madre conservaba en su corazón, meditándolas, todas estas cosas
(cfr. Lc 2, 41-51). (LG No. 57).
[SUP]10[/SUP] Cfr. Conc. Later, del año 649, ca 3; Mansi, 10, 1151; S. León M., Epist. Ad Flav.; PL 54, 759; Conc. Calced.; Mansi, 7, 462; S. Ambrosio, De instit. Virg.; PL 16,320.
7)
La bienaventurada Virgen en el ministerio público de Jesús
En la vida pública de Jesús, su Madre aparece significativamente: ya al principio durante las bodas de Caná de Galilea, a misericordia,
consiguió por su intercesión el comienzo de los milagros de Jesús Mesías
(cfr. Jn. 2, 1-11). En el decurso de la predicación de su hijo acogió las palabras con las que
(cfr. Lc. 2, 19.51), elevando el Reino de Dios sobre los motivos y vínculos de la carne y de la sangre,
proclamó bienaventurados a los que oían y observaban la palabra de Dios, como Ella lo hacía fielmente (cfr. Mc. 3 35; Lc. 11, 27-28). Así también la bienaventurada Virgen
avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su hijo hasta la cruz, en donde, no sin designio divino, se mantuvo de pie
(cfr. Jn. 19, 25), sufrió profundamente con su Unigénito y
se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con amor en la inmolación de la víctima concebida por Ella misma, y finalmente, fue dada como Madre al discípulo por el mismo Cristo Jesús moribundo en la cruz, con estas palabras: ¡Mujer, he ahí a tu Hijo!
(cfr. Jn. 19, 26-27)[SUP]11[/SUP].
(LG. No. 58).
[SUP]11[/SUP] Cfr. Pío XII, Enc. Mystici Corporis, del 29 de junio de 1943; AAS 35 (1943), pp. 247-248.
8)
La bienaventurada Virgen después de la ascensión
Queriendo Dios no manifestar solemnemente el sacramento de la salvación humana antes de derramar el Espíritu Santo prometido por Cristo, vemos a los apóstoles antes del día de Pentecostés
perseverar unánimemente en la oración, con las mujeres y María, la Madre de Jesús, y los hermanos de El (Hech. 1, 14) y a María implorando con sus ruegos el don del Espíritu Santo, el cual ya a había cubierto con su sombra en la anunciación. Finalmente,
la Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de culpa original [SUP]12[/SUP] , terminado el curso de su vida terrena, en alma y en cuerpo fue asunta a la gloria celestial [SUP]13[/SUP] y enaltecida por el Señor como Reina del Universo, para que se asemejara más plenamente a su Hijo, Señor de los que dominan
(Apoc. 19,16) y vencedor del pecado y de la muerte [SUP]14[/SUP] .
(LG. No. 59).
[SUP]12[/SUP] Cfr. Pío XII, Bula Ineffabilils, del 8 de diciembre de 1854; Acta Pio IX, 1, I, p. 616; Denz. 1641 (2803).
[SUP]13[/SUP] Cfr. Pío XII, Const. Apost. Menificentissimus, del 10 de noviembre de 1950: AAS 42 (1950); Denz 2333; Cfr. Juan Damasceno, Enc. In dorm. Dei genetricis. Hom. 2 y 3; PG 96, 722-762, en especial col. 728B; S. Germán Const., In S. Dei gen. Dorm. 1: PG98 (3), 340-348; Serm., 3; col. 362; S. Modesto de Jerusalén, In dorm. SS Deiparae PG 86 (2); 3277-3311.
III- La Bienaventurada Virgen y la Iglesia
9) María, esclava del Señor, en la obra de la redención y de la Santificación
Uno solo es nuestro Mediador según la palabra del Apóstol:
Porque uno es Dios y uno el Mediador de Dios y de los hombres, un hombre, Cristo Jesús, que se entregó a Sí mismo como precio de rescate por todos [SUP]14[/SUP].
(1 Tim. 2, 5-6). Pero
la función maternal de María hacia los hombres de ninguna manera oscurece ni disminuye esta única mediación de Cristo, sino más bien muestra su eficacia. Porque todo el
influjo salvífico de la bienaventurada Virgen a favor de los hombres, no nace de ninguna necesidad, sino del divino beneplácito y
brota de la superabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación, de Ella depende totalmente y de la misma saca toda su eficacia, y lejos de impedirla,
fomenta la unión inmediata de los creyentes con Cristo. (LG No. 60).
14 Cfr. Pío XII, Enc. Ad caeli Reginam, del 11 de octubre de 1954; AAs 46 (1954), pp. 633-636; Denz. 3.913s.; Cfr. S. Andrés Cret., Hom. 3 In dorm. SS. Deiparae; PG 97, 1090; S. Juan Damasceno, De fide orth., IV, 14; PG 94, 1153-1161.
10)
Maternidad espiritual
La bienaventurada Virgen, predestinada desde toda la eternidad como Madre de Dios junto con la encarnación del Verbo divino por designio de la divina Providencia, fue en la tierra la benéfica
Madre del divino Redentor y en forma singular la generosa colaboradora entre todas las criaturas y la humilde esclava del Señor. Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo en el templo al Padre, padeciendo con su Hijo mientras El moría en la cruz,
cooperó en forma del todo singular, por la obediencia, la fe, esperanza y la encendida caridad, en la restauración de la vida sobrenatural de las almas. Por tal motivo es nuestra Madre en el orden de la gracia.
(LG No. 61).
11)
Mediadora
Y esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia,
desde el momento en que prestó fiel asentimiento en la anunciación, y lo mantuvo sin vacilación al pie de la cruz, hasta la consumación perfecta de todos los elegidos. Pues una vez asunta a los cielos, no dejó su oficio salvador, sino que continúa alcanzándonos por
su múltiple intercesión los dones de la eterna salvación [SUP]15[/SUP]. Por su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo que peregrinan y se debaten entre peligros y angustias y luchan contra el pecado hasta que sean llevados a la patria feliz.
Por eso, la bienaventurada Virgen en la Iglesia es invocada con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora [SUP]16[/SUP]. Lo cual, sin embargo, se entiende de manera que
nada quite ni agregue a la dignidad y eficacia de Cristo, único Mediador [SUP]17[/SUP].
Porque
ninguna criatura puede compararse jamás con el Verbo encarnado, nuestro Redentor; pero así como del sacerdocio de Cristo participan de varias maneras, tanto los ministros como el pueblo fiel, y así como la única mediación del Redentor no excluye, sino que suscita en sus criaturas una múltiple cooperación que participa de la fuente única. La Iglesia no duda en atribuir a María
un tal oficio subordinado, lo experimenta continuamente y lo recomienda al amor de los fieles para que, apoyados en esta protección maternal,
se unan más íntimamente al Mediador y Salvador. (LC No. 62).
[SUP]15[/SUP] Cfr. Kleutgen, texto corregido De misterio Verbi incamati, cap. IV; Mansi, 53, 290; Cfr. S. Andrés Cret., In nat. Mariae, sermo 4; PG 97, 865 A; S. Germán Const., In ann. Deiparae; PG 98, 321 BC; In dorm., Deiparae, III; col. 361G; S. Juan Damasceno,, In dorm. B. V. Mariae, 1; PG 96, 712 BC, 713 A.
[SUP]16[/SUP] Cfr. León XIII, Enc. Adiutricem populi; del 5 de septiembre de 1895; AAS 15 (1895-96), p. 303; P. Pío Xl Enc. Ad diem illum, del 2 d efebrero de 1904; Acta, I, p. 154; Denz. 1978ª (3370); Pío XI, Enc. Miserentissimus, del 8 de mayo de 1928; AAS 20 (1928), p. 178; Pío XII, Mensaje radiof., del 13 de mayo de 1946; AAS 38 (1964), p. 266.
[SUP]17[/SUP] Cfr. S. Ambrosio, Epist. 63; PL 16, 1218.
12)
María, como Virgen y Madre, tipo de la Iglesia
La bienaventurada Virgen, por el don y el oficio de la maternidad divina, con que está unida al Hijo Redentor, y por sus singulares gracias y dones, está unida también íntimamente a la Iglesia.
La Madre de Dios es tipo de la Iglesia, como ya enseñaba San Ambrosio; a saber: en el orden de la fe, de la caridad y de la perfecta unión con Cristo [SUP]18[/SUP]. Porque en el misterio de la Iglesia, que con razón también es llamada madre y virgen, la bienaventurada Virgen María la precedió, mostrando en forma eminente y singular el modelo de la Virgen y de la Madre [SUP]19[/SUP] ; pues
creyendo y obedeciendo engendró en la tierra al mismo Hijo del Padre, y esto sin conocer varón, por obra del Espíritu Santo, como nueva Eva, prestando fe sin sombra de duda, no a la antigua serpiente, sino al mensaje de Dios. Dio a luz al Hijo, a quien Dios constituyó como primogénito entre muchos hermanos
(Rom. 8,29); a saber: los fieles, a cuya generación y educación coopera con materno amor.
(LG No. 63).
[SUP]18[/SUP] Cfr. S. Ambrosio, Expos. Lc. II, 7; PL 15, 1555.
[SUP]19[/SUP] Cfr. Ps. –Pedro Dam., Serm. 63: PL 144,861AB; Godofredo de S. Víctor, In nat. B. M., Ms. París Mazarine, 1002, fol. 109r; Gerhohus Reich, De gloria et honore Filii Hominis, 10: PL 194, 1105 AB.
13)
Fecundidad de la Virgen y de la Iglesia
Ahora bien:
la Iglesia, contemplando su arcana santidad e imitando su caridad, y cumpliendo fielmente la voluntad del Padre, también recibida; en efecto,
por la predicación y el bautismo engendra para la vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por el Espíritu Santo y nacidos de Dios. Y también ella es virgen que custodia pura e íntegramente la fidelidad prometida al Esposo e imitando a la Madre de su Señor, por la virtud del Espíritu Santo,
conserva virginalmente la fe íntegra, la sólida esperanza, la sincera caridad [SUP]20[/SUP].
(LG No. 64).
[SUP]20[/SUP] Cfr. S. Ambrosio, 1. c. y Expos., in Lc. 10, 25-25; PL 15, 1810; S. Agustín, In 1º Tr., 13, 12; PL 35, 1499; Cfr. Serm. 191, 2, 3; PL 38, 1010, etc.; cfr. También Ven. Beda, In Lc Expos. I, c. 2; PL 92, 330; Isaac de Stella, Serm. 31; PL 194, 1863 A.
14)
Virtudes de María que han de ser imitadas por la Iglesia
Mientras que la Iglesia en la beatísima Virgen ya llegó a la perfección, por la que se presenta sin mancha ni arruga
(cfr. Ef. 5, 27),
los fieles, en cambio, aún se esfuerzan en crecer en la santidad venciendo el pecado; y por eso levantan sus ojos hacia María, que brilla ante toda la comunidad de los elegidos como
modelo de virtudes. La Iglesia, reflexionando piadosamente sobre Ella y contemplándola a la luz del Verbo hecho hombre, llena de veneración entra mas profundamente en el altísimo misterio de la encarnación y se asemeja más y más a su Esposo. Porque María, que
habiendo participado íntimamente en la historia de la salvación, en cierta manera une en sí y refleja las más grandes verdades de la fe,
al ser predicada y honrada, atrae a los creyentes hacia su Hijo, hacia su sacrificio y hacia el amor del Padre.
La Iglesia, a su vez, buscando la gloria de Cristo, se hace más semejante a su excelso Modelo, progresando continuamente en la fe, la esperanza y la caridad, buscando y siguiendo en todas las cosas la divina voluntad. Por lo cual, también
en su obra apostólica con razón la Iglesia mira hacia aquella que engendró a Cristo, concebido por el Espíritu Santo y nacido de la Virgen precisamente, para que la Iglesia nazca y crezca también en los corazones de los fieles.
La Virgen en su vida fue ejemplo de aquel afecto materno, con el que es necesario estén animados todos los que en la misión apostólica de la Iglesia cooperan para regenerar a los hombres. (LG No. 65).
IV- Culto de la Bienaventurada Virgen en la Iglesia
15. Naturaleza y fundamento del culto
María, que por la gracia de Dios, después de su Hijo,
fue exaltada por encima de todos los ángeles y los hombres, en cuanto que es la Santísima Madre de Dios, que tomó parte en los misterios de Cristo, con razón
es honrada con especial culto por la Iglesia. Y, en efecto,
desde los tiempos más antiguos la bienaventurada Virgen es honrada con el título de Madre de Dios. A cuyo amparo los fieles en todos sus peligros y necesidades acuden con sus súplicas [SUP]21[/SUP]. Especialmente
desde el Concilio de Efeso, el culto del Pueblo de Dios hacia María creció admirablemente en la veneración en la veneración y el amor, en la invocación e imitación, según las palabras proféticas de Ella misma:
Me llamarán bienaventurada todas las generaciones, porque hizo en mí cosas grandes el Poderoso (Lc. 1, 48).
Este culto, tal como existió siempre en la Iglesia aunque es del todo singular, difiere esencialmente del culto de adoración, que se da al Verbo encarnado lo mismo que al Padre y al Espíritu Santo, y lo promueve poderosamente.
Pues las diversas formas de la piedad hacia la Madre de Dios, que la Iglesia ha aprobado dentro de los límites de la doctrina sana y ortodoxa, según la índole y modo de ser los fieles, hacen que mientras se honra a la Madre, el Hijo, en quienes fueron creadas todas las cosas. (cfr. Col. 1, 15-16) y en quien tuvo a bien el Padre que morase toda la plenitud (col. 1, 19), sea debidamente conocido, amado, glorificado y sean cumplidos sus mandamientos (LG No. 66).
[SUP]21[/SUP] “Sub tuum praesidium”.
16.
Espíritu de la predicación y del culto
El sacrosanto Sínodo enseña deliberadamente esta doctrina católica y
exhorta al mismo tiempo a todos los hijos de la Iglesia a que cultiven generosamente el culto, sobre todo litúrgico, hacia la bienaventurada Virgen, como también estimen mucho las prácticas y ejercicios de piedad hacia Ella, recomendados en el curso de los siglos por el magisterio, y que observen religiosamente aquellas cosas que en los tiempos pasados fueron decretadas acerca del culto de las imágenes de Cristo, de la bienaventurada Virgen y de los santos [SUP]22[/SUP].
Asimismo exhorta encarecidamente a los teólogos y a los predicadores de la divina palabra que
se abstengan con cuidado tanto de toda falsa exageración como también de una excesiva estrechez de espíritu, al considerar la singular dignidad de la Madre de Dios [SUP]23[/SUP].
Cultivando el estudio de la Sagrada Escritura, de los santos padres y doctores y de las liturgias de la Iglesia, bajo la dirección del magisterio, ilustren rectamente los dones y privilegios de la bienaventurada Virgen, que siempre están referidos a Cristo, origen de toda verdad, santidad y piedad. Aparten con diligencia todo aquello que, sea de palabra, sea de obra, pueda inducir a error a los hermanos separados o a cualesquiera otros acerca de la verdadera doctrina de la Iglesia. Recuerden, por su parte, los fieles que la verdadera devoción no consiste ni en un afecto estéril y transitorio ni en vana credulidad, sino que procede de la fe verdadera, que
nos lleva a reconocer la excelencia de la Madre de Dios y nos incita a un amor filial hacia nuestra Madre y a la imitación de sus virtudes. (LG No. 67).
[SUP]22[/SUP] Conc, Nic. II, año 787; Manzi, 13, 378-379; Denz. 302 (600-601); Conc. Trid., sess. XXV; Mansi, 33, 171-172.
[SUP]23[/SUP] Cfr. Pío XII, Mensaje radiof., del 24 de octubre de 1954l AAS 46 (1954), p. 679; Enc. Ad caeli Reginam, del 11 de octubre de 1954; AAS 46 (1954), p. 637.
V – María, signo de esperanza cierta y consuelo para el pueblo de Dios peregrinante
17
. Entre tanto, la Madre de Jesús, de la misma manera que ya glorificada en los cielos en cuerpo y alma, es la imagen y principio de la Iglesia que ha de ser consumada en el futuro siglo, así en esta tierra, hasta que llegue el día del Señor (cfr. 2 Ped. 3, 10), brilla ante el Pueblo de Dios peregrinante, como signo de esperanza segura y de consuelo
(LG No. 68).
18
. Ofrece gran gozo y consuelo a este sacrosanto Sínodo el hecho de queTampoco falten entre
los hermanos separados quienes tributan debido honor a la Madre del Señor y Salvador, especialmente entre los orientales, que van a una con nosotros por su impulso fervoroso y ánimo devoto en ele culto de la siempre Virgen Madre de Dios [SUP]24[/SUP]. Ofrezcan todos los fieles súplicas insistentes a la Madre de Dios y Madre de los hombres, para que Ella, que estuvo presente a las primeras oraciones de la Iglesia, ensalzada ahora en el cielo sobre todos los bienaventurados y los ángeles, en la comunión de todos los santos,
interceda también ante su Hijo para que las familias de todos los pueblos, tanto los que se honran con el nombre cristiano, como los que aún ignoran al Salvador, sean felizmente congregadas con paz y concordia en un solo Pueblo de Dios,
para gloria de la Santísima e individua Trinidad. (LG No. 69).
[SUP]24[/SUP] Cfr. Pío XI, Enc. Ecclesiam Dei, del 12 de noviembre de 1923; AAS 15 (1923), p. 581; Pío XII, Enc. Fulgens Corona, del 8 de septiembre de 1953; AAS 45 (1953), pp. 590-591.
Sacrosantum Concilium
EL AÑO LITURGICO
19. En la celebración de este círculo anual de los misterios de Cristo la santa Iglesia venera con amor especial a la bienaventurada Madre de Dios, la Virgen María, unida con lazo indisoluble a la obra salvífica de su Hijo;
en Ella la Iglesia admira y ensalza el fruto más espléndido de la redención, y la contempla gozosamente como una purísima imagen de lo que ella misma, toda entera, ansía y espera se.
(SC No. 103).
APOSTOLICAM ACTUOSITATEM
22. La espiritualidad seglar en orden al apostolado.
Este método de vida espiritual de los seglares debe tomar su nota característica del estado de matrimonio y de familia, de soltería o de viudez, de la condición de enfermedad, de la actividad profesional y social. No descuiden, pues, el cultivo asiduo de las cualidades y dotes convenientes para ellos que se les ha dado, y el uso de los propios dones recibidos del Espíritu Santo.
Además los seglares que, siguiendo su vocación, se han inscrito en alguna de las asociaciones o institutos aprobados por la Iglesia, han de esforzarse al mismo tiempo en asimilar fielmente la característica peculiar de la vida espiritual que les es propia. Aprecien también como es debido al pericia profesional, el sentimiento familiar y cívico y esas virtudes que exigen las costumbres sociales, como la honradez, el espíritu de justicia, la sinceridad, la delicadeza, la fortaleza del alma, sin las que no puede darse la verdadera vida cristiana.
El modelo perfecto de esta vida espiritual y apostólica es la Santísima Virgen María, Reina de los apóstoles, quien, mientras llevaba en este mundo una vida igual a la de los demás, llena de preocupaciones familiares y de trabajos, estaba constantemente unida con su Hijo, cooperó de un modo singularísimo a la obra del Salvador; y ahora, asunta a los cielos, “cuida con amor materno de los hermanos de su Hijo que peregrinan todavía y viven en peligros y angustias hasta que lleguen a la patria feliz”.
Hónrenla todos con suma devoción y encomienden su vida Apostólica a al solicitud materna de María. (AA No. 4).
AD GENTES
23. Los padres del concilio, juntamente con el Romano Pontífice, sintiendo vivamente la obligación de difundir en todas partes el reino de Dios, saludan con gran amor a todos los heraldos del Evangelio, sobre todo a los que padecen persecución por el nombre de Cristo, hechos partícipes de sus sufrimientos [SUP]19[/SUP]. Ellos se encienden el mismo amor en que ardía Cristo por los hombres. Pero, sabedores de que es Dios quien hace que su reino venga a la tierra, ruegan juntamente con todos los fieles cristianos que
por intercesión de la Virgen María, Reina de los apóstoles, sean atraídos los gentiles al conocimiento de la verdad (cfr. 1 Tim. 2, 4); y la claridad de Dios que resplandece en el rostro de Cristo Jesús, brille a todos por el Espíritu Santo
(cfr. 2 Cor. 4, 6). (AG No. 42).
[SUP]19[/SUP] Cfr. Pío XII, Enc. Evangelio parecones; AAS (1951), p. 527; Juan XXIII, Enc. Princeps pastorum; AAS (1959), p. 864.
UNITATIS REDINTEGRATIO
24. La tradición litúrgica y espiritual de los orientales
Todos conocen con cuánto amor los cristianos orientales celebran el culto litúrgico, sobre todo la celebración eucarística, fuente de la vida de la Iglesia y prenda de la gloria futura, por la cual los fieles unidos a su obispo, teniendo a cogida ante Dios Padre por su Hijo el Verbo encarnado, martirizado y glorificado en la efusión del Espíritu Santo, consiguen la comunión con la Santísima Trinidad, hechos partícipes de la naturaleza divina
(2, Ped. 1, 4).
Consiguientemente, por la celebración de la Eucaristía del Señor en cada una de estas Iglesias, se edifica y crece la Iglesia de Dios [SUP]20[/SUP], y por la concelebración se manifiesta la comunión entre ellas.
En este culto litúrgico los orientales ensalzan con hermosos himnos a María, siempre Virgen, a quien el concilio ecuménico de Efeso proclamó solemnemente Santísima Madre de Dios, para que Cristo fuera reconocido como Hijo de Dios e Hijo del hombre, según las Escrituras, y honran también a muchos santos, entre ellos a los padres de la Iglesia universal.
(UR No. 15).
[SUP]20 [/SUP]Cfr. S. Juan Crisóstomo, In Ioannem, Homilía XLVI; PG 59, 260-262.
Esta es la voz oficial de la Iglesia, así nos quitamos de suposiciones.- Enseguida voy a traer lo que dice el Catecismo de la Iglesia Católica.