Ricardo y el purgatorio:
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En el capítulo 4 de mi libro UNA VERDAD QUE ASUSTA (Ed.CLIE 2002)
afirmo que no podremos contrabandear nuestros pecados al cielo; que
sería algo así como introducirnos allí de polizones o ilegales.
En un párrafo expreso:
"... existe una especie de superstición evangélica por la cual todos
los pecados, delitos, ofensas y desmanes perpetrados por los creyentes después de la conversión, y de lo que jamás se arrepintieron, por una extraña suerte de indulto quedarán impunes de sus fechorías."
Y en otro:
"... nada hay en las Escrituras que siquiera nos sugiera que el solo tránsito a la eternidad provoque la instantánea santificación de los hijos de Dios. Nada en el espacio o el tiempo tiene la virtud de limpiar los pecados, sino solamente la sangre del Señor Jesucristo. Pero para ello es igualmente necesario el arrepentimiento y la confesión de los pecados que deben ser limpiados."
Y después:
"No es necesario forzar nuestra imaginación especulando con el tiempo, circunstancia y lugar en que debe operarse esta limpieza en los que parten con sus pecados y asuntos sin arreglar; sólo decimos
que es inconcebible el suponer que podamos subsistir con ellos por la eternidad."
Lo dicho de ninguna manera atenta contra la eterna seguridad de los
salvos, sino que únicamente enfrenta una misma realidad con dos aspectos: por un lado, la Palabra es clara en cuanto a que sin santidad ninguno verá al Señor, y que en su presencia no entra ninguna cosa sucia; y por otro lado, continuamente están partiendo a la eternidad hijos de Dios, realmente salvados y renacidos en Cristo, a quienes la muerte sorprende con pecados ocultos no confesados.
La preoucupación pues es legítima, pero responder a ello arriesga ser
malentendidos, como si estuviésemos inventando un purgatorio protestante.
¿A algún forista alguna vez se le ocurrió pensar en ello?
Creo que ya es oportuno aportar la idea que desarrollo en el segundo
capítulo de mi libro:
"... no es necesario inventar ningún purgatorio previo a la entrada al cielo como han hecho los católicos romanos, sino asumir que tras el tránsito de la muerte y el despertar ante la "puerta abierta en el cielo" (Ap.4:1), el choque, el impacto espiritual del alma que creía con su poca fe, ante la gloriosa y eterna realidad con que se encuentra ahora, confesará cuanto tenga que confesar recibiendo perdón y limpieza por la sangre de Jesucristo. Se hará entonces realidad en el alma de cada santo la experiencia de Job cuando decía: "De oídas te conocía, mas ahora mis ojos te ven. Por eso me aborrezco y me arrepiento en polvo y ceniza (Job 42: 5 y 6).
Es interesante que cuando el Apocalipsis nos describe la ciudad celestial, entre otras cosas negativas que dice que allí no habrá, menciona el llanto, el clamor y el dolor, pero comienza el versículo (21:4) diciendo que "Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos". La aparente contradicción podría explicarse por el lloro inicial del arrepentido recién llegado, y que experimenta el trato misericordioso y amoroso del mismo Dios secando sus lágrimas para siempre. Es que no hay forma de evitar que ante una realidad percibida en el espíritu en toda su sublime plenitud, de aquellas cosas celestiales que se habían aprendido y enseñado durante la vida terrenal, el primer acto de adoración no comience con una confesión de nuestra indignidad, incredulidad, ingratitud, y todas las demás faltas y omisiones durante todo el tiempo de nuestra peregrinación."
Las varias teofanías en el Antiguo Testamento produjeron siempre una profunda y fuerte impresión en aquellos que estuvieron ante la divina
majestad. En el Nuevo, recordamos a Pedro tras la pesca milagrosa, cayendo de rodillas ante Jesús, diciendo: "Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador" (Lc.5:8); también la conversión de Saulo
cuando ante la luz venida del cielo cae en tierra (Hch.9:4); y el apóstol Juan en la isla de Patmos, cuando al ver al Señor glorificado,dice que cayó como muerto a sus pies (Ap.1:17a).
Otros textos bíblicos parecen traernos como reminiscencias de que el hombre al volver al polvo su espíritu vuelve a Dios que lo dio (Ecl. 12:7), y que después de la muerte sigue el juicio (He.9:27), así, lo que fue dicho a Israel como pueblo suena en lo profundo de cada corazón: "... prepárate a venir al encuentro de tu Dios..." (Am.4:12).
La idea que presento no roza para nada la verdad de que sólo en esta vida el pecador perdido tiene la oportunidad de reconciliarse con Dios; pero mantiene activa la eficacia de la sangre de Jesucristo tras el arrepentimiento y confesión inmediata de quien parte a la presencia del Señor con su lastre de pecados todavía no confesados.
No parece rebuscado este pensamiento, aunque son pocos los textos bíblicos que pueden sugerirlo. No afecta a la teología conocida, pero sí nos anima a andar con Dios como Enoc.
Ahora pues es el momento para que los compañeros foristas contribuyan con el aporte de versículos que abonen esta perspectiva de nuestra realidad espiritual más allá de esta vida, o los contrarios, que den por tierra con este pensamiento y expliquen en mejor forma qué es lo que pasa con los salvos que no mueren en comunión con Dios.
Ricardo.