Que estés bien, Luis Fernando
NO FUERON ACEPTADOS POR LOS JUDÍOS Y LOS PRIMEROS CRISTIANOS
Se puede afirmar con toda seguridad que los 39 libros canónicos fueron
unánimemente recibidos. 5 de ellos fueron discutidos por el concilio de Jamnia para determinar si debían quedar dentro del canon o no. Todos salieron aprobados, Judíos y cristianos, católicoromanos y protestantes, todos aceptan los 39 libros.}
Cuando consideramos los deuterocanónicos encontramos que hasta el año 1546 fueron
uniformemente rechazados por judíos y cristianos.
En Romanos 3:2 se halla una declaración muy importante. Hablando acerca de los Judíos, Pablo declara “que les ha sido confiada la Palabra de Dios (el A.T.)”. Todos los autores del Nuevo Testamento eran judíos y el canon fue establecido por ellos bajo el liderazgo de Esdras. Todo Judío sabía cuáles libros venían de Dios y cuales no.
Al fijarse el canon, ninguno de los apócrifos había sido escrito. En el año 90, fecha del concilio de Jamnia, todos circulaban. En ese concilio estos escritos fueron excluidos definitivamente por los Judíos. Los cristianos siguieron la pauta establecida ya que el Señor encargó a su pueblo su palabra.
Además el concilio del Jamnia podemos agregar el testimonio de dos judíos del primer siglo. Filón, filósofo judío de Alejandría (20 a.C..-40 d.C.), citó textualmente el Antiguo Testamento con mucha frecuencia pero jamás lo hizo con un libro apócrifo. Lo mismo se puede decir de Josefo (30-100 d.C.) historiador Judio. El, además excluyó explícitamente esos libros del canon cuando escribió en contra de Apión 1:8.
“Nosotros no tenemos una multitud de libros contradictorios y discordes entre sí, sino solamente 22, los cuales contienen una relación de todos los tiempos pasados, y que con justicia creemos divinos; de estros, cinco pertenecen a Moisés, y contienen sus leyendas y tradiciones del origen del género humano hasta su muerte; los profetas que existieron después de Moisés escribieron lo que hizo después de sus tiempos, en trece libros, hasta el reinado de Artajeres, rey de Persia; los cuatro libros restantes contienen himnos a Dios y preceptos para la conducta.
Y también
“Cierto es que nuestra historia ha sido escrita desde tiempos de Artajerjes, pero lo que se ha escrito desde entonces no tiene igual autoridad que los primero escritos antes mensionados (los 22 libros del canon hebreo). Esto es así porque no ha habido una exacta continuidad de profetas desde aquellos días... de ahí que, desde entonces, nadie se atreve a añadir nada ni a quitar nada...”
Concluimos que los judíos del primer siglo cristiano rechazaban los libros Deuterocanónicos.
¿Qué de Cristo y los apóstoles? ¿Usaron algún libro apócrifo como base para dar una enseñanza? Definitivamente No. Esto es muy significativo cuando tomamos en cuenta el echo de que el A.T. que usaban y citaban era la versión griega de los Setenta. Esta es precisamente la versión en que los libros apócrifos se encuentran. Recalcamos que no se encuentran en ningún escrito hebreo.
En el N.T. hay 280 citas directas del Antiguo Testamento. La gran mayoría de ellas fueron tomadas de la versión de los Setenta en vez del texto hebreo. En ninguna ocasión los autores citan un libro apócrifo. Jamas las usan como Escritura inspirada y autoritativa. Cierto es que hay alusiones a esas obras; se usan en forma ilustrativa en la misma manera en que Pablo en tres ocasiones citó autores paganos (Hechos 17:28, 1 Corintios 15:35; Tito 1:12). El hecho de que los cite no significa que sus escritos sean canónicos.
Archer tiene razón cuando escribe:
“La mera cita no establece necesariamente la canonicidad, con todo, es inconcebible que los autores del Nuevo Testamento hubieran considerado canónicos los catorce libros aceptados por la Iglesia Católica Romana y no hayan citado, ni siquiera hecho referencia a ninguno de ellos. (reseña crítica de una introducción al Antiguo Testamento, p. 81)
En cuanto a su uso en los primero siglos de la Iglesia cristiana se puede decir que por un lado se aceptaban y por otro se rechazaban. Algunos padres, como Irineo, Tertuliano y Clemente de Alejandría los utilizarón con frecuencia. Otros se opusieron vigorosamente a su uso (por ejemplo, Orígenes, Cirilo de Jerusalén y Atanasio). El Concilio de Laodicea, 363 d.C. prohibió su lectura en las Iglesias. Los concilios de Hipona, 393 d.C., y Cartago , 397 d.C. (ambos concilios pequeños, regionales y dominados por Agustín) fueron los primeros que aprobaron su uso.
La actitud de la Iglesias primitiva se puede resumir en las posturas de Jerónimo y Agustín. Ambos ejercieron sus ministerios a fines del cuarto siglo y principios del quinto. El primero era erudito bíblico y el segundo perito teológico.
Agustín incluyó los apócrifos en su catalogo de libros canónicos y bajo su influencia, los concilios de Hipona y Cartago lo hicieron. ¿Quiere decir esto que Agustín los aceptó todos en su canon como igualmente inspirados y canónicos? De ninguna manera. En sus escritos hace una distinción muy clara entre los protocanonicos y deuterocanonicos. Refiriendose a éstos dijo:
“No se encuentran en el canon de los libros recibidos por el pueblo de Dios (los judíos), porque una cosa es poder escribir como hombres con la diligencia de historiadores y muy otra cosa escribir como profetas bajo inspiración divina; lo primero tiene que ver con el incremento de conocimiento, lo último con la autoridad en la religión en la cual se mantiene el canon.” (la Ciudad de Dios, XVIII:36)
Limitó la palabra “canónico” en su sentido técnico, al canon hebreo de escritos inspirados y rechazó los apócrifos en asuntos doctrinales. En una ocasión “cuando un antagonista apeló a un pasaje de 2 de Macabeos, para reforzar un argumento, Agustín le replicó que la causa que defendía era sin duda débil si tenía que recurrir a un libro que no estaba en la misma categoría que los libros recibidos y aceptados por los judíos” (Archer, p. 81).
Aunque no los consideraba inspirados por Dios, Agustín los aceptó como literatura devocional de bastante valor. Podía usarse para edificación personal y para la lectura pública en los cultos.
La postura de Agustín se puede resumir como sigue.
1. Los incluyó en su catálogo de libros canónicos.
2. Reconoció que no eran inspirados y por eso no eran canónicos en el sentido técnico.
3. No se debían usar para respaldar enseñanzas doctrinales.
4. Se podían usar devocionalmente .
Jerónimo definitivamente las excluyó de su catalogo de libros canónicos. Para él, solamente el canon hebreo tenía los libros inspirados divinamente. Como base para su traducción al latín del A.T. (la Vulgata) se valió del texto hebreo que no incluye los apócrifos fueron introducidos en la Vulgata Latina después de su muerte. En su prólogo a la Vulgata hace muy claro que los libros de Sabiduría, Eclesiástico, Judit, Tóbias, 1 y 2 Macabeos no son libros canónicos por no encontrase en el canon hebreo. Solo los libros aceptados por los judíos fueron recibidos como canónicos en el sentido técnico.
Aunque los rechazo como canónicos no los desechó totalmente. Vio en ellos valor eclesiástico. Los consideró “libros eclesiásticos” o sea, libros que la iglesia debía preservar, leer y usar pero no como autoridad en asuntos de doctrinales porque no son inspirados por Dios.
Agustín los incluyó en su catálogo y Jerónimo los excluyó del suyo pero en lo demás estos padres están de acuerdo en que:
1. No se encontraban en el canon hebreo.
2. No eran inspirados y por ende, no eran canónicos en el sentido técnico.
3. No debían usarse para formular doctrina.
4. Sí tenían valor devocional y eclesiástico y por eso debían ser perseverados y usados.
Los evangélicos de fines del siglo XX rechazamos la canonicidad de los libros apócrifos porque:
1. No son inspirados
2. No son proféticos
3. No son inerrantes
4. No son creíbles
5. No fueron aceptados por los judíos y primeros cristianos
Nos unimos en probar que:
“La evidencia histórica no es ambigua, concluimos de nuestra investigación histórica que los libros apócrifos no merecen ser incluidos en las Escrituras si es que limitamos esa designación a los libros que Jesús, los judíos y la Iglesia primitiva usaron y aprobaron como Escritura.” (Henry, la revelación y la Biblia, pp. 184-85).
En conclusión, el valor de los apócrifos estriba en que pueden usarse como documentos históricos y literarios. Son intertestamentario y del transfondo del N.T. En las palabras de José Grau:
“...no estamos
en contra de la publicación de la literatura apócrifa judía –como material útil para investigación histórica y literaria- siempre que se haga en volumen independiente . A lo que nos oponemos, pues, no es a los apócrifos como tales, sino a su inclusión en un mismo volumen juntamente con los libros inspirados”.
Ref.
La Biblia cómo se convirtió en libro, por Terry Hall
Pag. 157-161