Re: Los finales del Evangelio de Marcos
El texto del Segundo Evangelio, como de hecho el de todos los
Evangelios, está excelentemente atestiguado. Aparece en todos los
manuscritos unciales, C, sin embargo, no tiene el texto completo en todos los unciales tardíos más importantes, en su
mayoría en cursivas; en todas las
versiones antiguas: latina (tanto en la Vet. It., en sus mejores manuscritos, y la
Vulgata),
siríaca (Pesh., Curet., Sin., Harcl., Palest.), coptas (Memph. y Theb.),
armenias, gótica y
etíope, y es en gran medida sancionado con citas
patrísticas. Sin embargo, todavía hay algunos problemas textuales, por ejemplo, si en 5,1 se debe leer
Perasenon o
Gergesenon , en 6,20,
eporei o
epoiei, y si en 6,20 se debe leer el difícil
autou, atestiguado por B,
Aleph, A, L o
autes.
Pero el gran problema textual del Evangelio se refiere a la
autenticidad de los últimos doce versículos. Se conocen tres conclusiones de este Evangelio: la conclusión larga, como en nuestras
Biblias, que contiene los versículos del 9 al 20; la corta que termina con el versículo 8 (
ephabounto gar); y una forma intermedia, que (con algunas ligeras variaciones) lee como sigue: "Y de inmediato dieron a conocer todo lo que se les había mandado a aquellos sobre Pedro. Y después de esto,
Jesús mismo se apareció a ellos, y a través de ellos envió de Oriente a Occidente la proclamación
santa e incorruptible de la
salvación eterna". Ahora bien, esta tercera forma puede ser descartada de inmediato. Cuatro manuscritos unciales que
datan de los siglos VII al IX, la colocan, en efecto, después de 16,8, pero cada uno de ellos hace referencia también al final largo como alternativa (para detalles cf. Swete, op. cit., pp. CV-CVII). Aparece también en el margen del manuscrito cursivo 274, en el margen del siríaco harcleano y de dos manuscritos de la versión de
Menfis; y en unos pocos manuscritos de la etíope aparece entre el versículo 8 y la conclusión ordinaria. Sólo una autoridad, la antigua k latina, lo da solo (en una traducción muy corrupta), sin ninguna referencia a la forma larga. Esta evidencia, especialmente cuando se compara con la de los otros dos finales, no puede tener peso, y de hecho, ningún estudioso considera que esta conclusión intermedia tenga ningún derecha a ser aceptada.
Podemos pasar entonces a considerar cómo se encuentra el caso entre la conclusión larga y la corta, es decir, entre la
aceptación de los versículos 16,9-20 como una parte genuina del Evangelio original, o hacer el final original en el 16,8. A favor de la forma corta se apela a la declaración de
Eusebio ("Quaest. Ad Marín.", en PG, XXII, 937-40) como que un
apologista puede deshacerse de cualquier dificultad que surja de la comparación de
Mateo 28,1 con
Marcos 16,9, en lo que respecta a la hora de la
Resurrección de Jesucristo, al señalar que el pasaje en Marcos que comienza con el versículo 9 no aparece en todos los manuscritos del Evangelio. El historiador pasa luego a decir él mismo que en casi todos los manuscritos de Marcos, al menos, en los precisos (
schedon en apasi tois antigrahois ... ta Goun akribe), el Evangelio termina con el versículo 16,8. Es cierto, Eusebio da una segunda respuesta que el apologista puede hacer, y que supone la autenticidad del disputado pasaje, y dice que esta última respuesta podría ser dada por uno "que no se atreviera a dejar de lado cualquier cosa que se encontrara de cualquier modo en la redacción del Evangelio". Pero todo el pasaje muestra claramente que Eusebio estaba dispuesto a rechazar todo después de 16,8. Suele afirmarse, también, que él no le aplicó sus cánones a los versículos en disputa, lo que demuestra claramente que no los consideraba parte del texto original (vea, sin embargo, Scriv. "Introd.", II, 1894, 339).
San Jerónimo también dice en un lugar ( "Ad. Hedib.", en PL, XXII, 987) que el pasaje faltaba en casi todos los manuscritos griegos (
omnibus Graeciae libris poene hoc capitulum in fine non habentibus), pero se lo cita en otro lugar ("Comment. on Matt.", en P.L., XXVI, 214; "Ad Hedib.", en P.L., XXII, 987-88), y como sabemos, lo incorporó a la
Vulgata. Es evidente que todo el pasaje, donde Jerónimo declara que los versículos en disputa están ausentes de los manuscritos griegos, fue tomado casi literalmente de Eusebio, y puede ponerse en
duda si su declaración realmente añade ningún peso independiente a la declaración de Eusebio. Parece muy probable también que Víctor de Antioquía, el primer
comentarista del Segundo Evangelio, considerara el v. 16,8 como la conclusión. Si a esto le añadimos que el Evangelio termina con 16,8 en los dos manuscritos griegos más antiguos, B y N, en el Sin. Siríaco y en unos cuantos manuscritos etíopes; y que el manuscrito cursivo 22 y algunos manuscritos armenios indican duda sobre si el verdadero final es el versículo 8 o el versículo 20, se ha mencionado toda la evidencia que puede aducirse a favor de la conclusión corta.
La evidencia externa a favor de la conclusión larga, u ordinaria, es sumamente fuerte. El pasaje se encuentra en todos las grandes unciales excepto B y A---en A, C, (D), E, F, G, H, K, M (N), S, U, V, X, Gamma, Delta, (Pi, Sigma), Omega, Beth---en todos los cursivos, en todos los manuscritos latinos (O.L. y Vulgata) excepto k, en todas las versiones siríacas excepto el
Códice Sinaítico (en el Peshito, Curet., Harcl., Palest.) en la copta, gótica y la mayoría de los manuscritos armenios. En el siglo IV lo citaron o aludieron a él
Afraates, la Tabla de Cánones Siríaca,
Macario Magno,
Dídimo el Ciego, los Hechos de los Apóstoles Siríacos, Leoncio, Pseudo-Efrén,
San Cirilo de Jerusalén,
San Epifanio,
San Ambrosio,
San Agustín y
San Juan Crisóstomo; en el siglo III,
San Hipólito, Vincencio, la
Acta Pilati, las
Constituciones Apóstólicas, y probablemente
Celso; en el siglo II,
San Ireneo más explícitamente como el final del Evangelio de Marcos ("In fine autem evangelii ait Marcus et quidem dominus Jesus", etc.--Mark 16,19),
Taciano en el “Diatessaron”, y muy probablemente
San Justino (Apol. I”, 45) y
Hermas (Pastor, IX, XXV, 2). Además, en el siglo IV, de hecho, y probablemente en el III, el pasaje fue usado en la
liturgia de la
Iglesia Griega, prueba suficiente de que no se tuvo ninguna duda en cuanto a su autenticidad. Así, si la autenticidad del pasaje se fuera a juzgar sólo por la evidencia externa, apenas habría ninguna duda sobre él.
Se ha hablado mucho del
silencio de algunos
Padres del siglo III y IV, el cual se interpreta en el sentido de que o bien no conocían el pasaje o lo rechazaban; así se ha apelado a
Tertuliano,
San Cipriano,
San Atanasio,
San Basilio el Grande,
San Gregorio Nacianceno y
San Cirilo de Alejandría. En el caso de Tertuliano y de Cipriano hay margen para la duda, ya que, naturalmente, se podría esperar que se hayan referido o hayan citado a Marcos 16,16, si lo aceptaban; pero el pasaje apenas pudo haber sido desconocido para San Atanasio (298 -373), ya que fue aceptado por
Dídimo (309-394), su contemporáneo en
Alejandría (P.G., XXXIX, 687), ni para Basilio, ya que fue aceptado por su hermano menor
San Gregorio de Nisa (PG, XLVI, 652), ni para Gregorio Nacianceno, ya que era conocido por su hermano menor,
Cesáreo (PG, XXXVIII, 1178), y en cuanto a San Cirilo de Alejandría, él en realidad lo cita a partir de
Nestorio (PG, LXXVI, 85). Las únicas dificultades serias surgen de su
omisión en B y Aleph y por las declaraciones de Eusebio y Jerónimo. Pero Tischendorf demuestra (Proleg., p. XX, 1 ss.) que los dos famosos manuscritos no son aquí dos
testigos independientes, porque el escriba de B copia la hoja en Aleph en el que se basa nuestro pasaje. Por otra parte, aunque el escriba concluye ambos manuscritos en el versículo 8, revela el
conocimiento de que seguía algo más, ya sea en su arquetipo o en otros manuscritos, pues en el B, contrario a su
costumbre, deja más de una columna vacía después del versículo 8, y en Aleph el versículo 8 es seguido por un elaborado arabesco, como no se halla en ningún otro sitio en el manuscrito, mostrando que el escribano era consciente de la existencia de alguna conclusión que planeaba excluir deliberadamente (cf.
Cornely, "Introd.", III, 96-99; Salmon, "Introd.", 141- 48). Así, ambos manuscritos dan testimonio de la existencia de una conclusión después del versículo 8, la cual omiten. No podemos estar seguros si B y Aleph son dos de los manuscritos de los cincuenta que
Constantino le encargó a
Eusebio que copiara para su nueva capital; pero de todos modos fueron escritos en un
tiempo en que la autoridad de Eusebio era primordial en la
crítica bíblica y, probablemente, su autoridad es sólo la autoridad de Eusebio. Por lo tanto, la verdadera dificultad contra el pasaje, a partir de la evidencia externa, se reduce a lo que Eusebio y San Jerónimo dicen acerca de su omisión en tantos manuscritos griegos, y éstos, como dice Eusebio, los correctos. Pero cualquiera que sea la explicación de esta omisión, es preciso recordar que, como hemos visto anteriormente, que los versos en disputa eran ampliamente conocidos y aceptados mucho antes del tiempo de Eusebio.
Dean Burgon, defendiendo la autenticidad de los versos, sugirió que la omisión podría haber ocurrido de la siguiente manera. Una de las lecturas de la antigua iglesia terminaba en Marcos 16,8, y Burgon sugirió que el
telos, que estaría al final de tal lectura, puede haber inducido a
error a algún escriba que tenía ante sí una copia de los cuatro
Evangelios en el que Marcos aparecía último, y del cual faltaba la última hoja con los disputados versículos. Habida cuenta de tal copia defectuosa, y suponiendo que cayó en manos de escribas
ignorantes, el error se propagó fácilmente. Otros han sugerido que el origen de la omisión se ha de buscar, probablemente, en
Alejandría. Que
la Iglesia puso fin al
ayuno cuaresmal y comenzó la celebración de la
Pascua a la medianoche, contrario a la costumbre de la
mayoría de las iglesias, que esperaban al canto del gallo (cf.
San Dionisio de Alejandría en PG, X, 1272 y ss.) Ahora bien Marcos 16,9: “Él resucitó en la madrugada”, etc., se podría tomar fácilmente para favorecer la práctica de las otras Iglesias, y se sugiere que los alejandrinos pudieron haber omitido el versículo 9, y lo que sigue de sus
leccionarios, y de esta omisión pudo pasar a los manuscritos del Evangelio. Si hay alguna fuerza en estas sugerencias, de todos modos apuntan a las formas en que fue posible que el pasaje, aunque auténtico, pudo haber estado ausente de una serie de manuscritos en la época de Eusebio; mientras que, por otra parte, si los versos no fueron escritos por San Marcos, es muy difícil entender cómo pudieron haber sido tan ampliamente aceptados en el siglo II como para ser aceptados por
Taciano y
San Ireneo, y probablemente por
San Justino y
Hermas, y encontrar un lugar en las versiones latina antigua y siríaca.
Cuando volvemos a la evidencia interna, el número, y aún más el
carácter, de las peculiaridades es verdaderamente sorprendente. Las siguientes palabras o frases no aparecen en ningún otro lugar en el Evangelio:
prote sabbatou (v. 9), no se halla de nuevo en el
Nuevo Testamento, en lugar de
te [ton] sabbaton (v. 2), ekeinos usado absolutamente (10, 11, 20), poreuomai (10, 12, 15), theaomai (11, 14), apiteo (11, 16) meta tauta y eteros (12), parakoloutheo y en to onomati (17), o kurios (19, 20), pantachou, sunergeo, bebaioo, epakoloutheo (20). En lugar de la conexión usual por kai y un de ocasional, tenemos meta de tauta (12), usteron (14), o men oun (19), ekeinoi de (20). Entonces se insiste que el tema del versículo 9 no ha sido mencionado inmediatamente antes; que parece que se presenta por primera vez a María Magdalena, aunque de hecho ella ha sido mencionada tres veces en los dieciséis versos anteriores; que no se hace referencia a una aparición del Señor en Galilea, aunque esto era de esperarse en vista del mensaje del versículo 7. Comparativamente los tres últimos puntos tienen poca importancia, pues el tema del versículo 9 es lo suficientemente evidente por el contexto; aquí se explica la referencia a la Magdalena como la mujer de la que Cristo había echado siete demonios, al mostrar el amor misericordioso del Señor a quien antes había sido tan miserable; y la mención de una aparición en Galilea era apenas necesaria, pues lo importante era demostrar, como lo hace este pasaje, que Cristo fue realmente resucitado de entre los muertos, y que sus Apóstoles se vieron obligados a creer el hecho casi contra su voluntad. Pero, incluso cuando se dice esto, es considerable la fuerza acumulativa de las pruebas contra la autoría de Marcos de este pasaje. De hecho, se puede ofrecer alguna explicación de casi todos los puntos (Cf. Knabenbauer ", Com. De Marc"., 445-47), pero es el hecho de que en el corto espacio de doce versículos tantos puntos requieren de una explicación que constituye la fuerza de la evidencia. En un pasaje como éste, no hay nada extraño en el uso de muchas palabras raras en el autor. Sólo en el último capítulo apisteo es utilizado también por San Lucas (Lc. 24,11.41), eteros se usa sólo una vez en el Evangelio según San Juan (19,37), y parakoloutheo aparece una sola vez en San Lucas (1,3). Además, en otros pasajes San Marcos usa muchas palabras que no se encuentran en el Evangelio fuera de este pasaje en particular. En los diez versículos, Mc. 4,20-29, el escritor ha encontrado catorce palabras (quince, si phanerousthai en 16,12, no es de Marcos) que no aparecen en ninguna otra parte en el Evangelio. Pero, como se dijo, es la combinación de tantas características peculiares, no sólo de vocabulario, sino de materia y de construcción, que no deja lugar a dudas a que Marcos sea el autor de los versículos.
Sin embargo, al sopesar la evidencia interna debe tenerse en cuenta la improbabilidad de que el evangelista concluya con el versículo 8. Aparte de la escasa probabilidad de que haya concluido con la partícula gar, nunca podría deliberadamente cerrar su relato de las "buenas nuevas" (1,1) con la nota de terror que se atribuye en el versículo 16,8 a algunas de las seguidoras de Cristo. Tampoco pudo un evangelista, sobre todo un discípulo de San Pedro, concluir voluntariamente su Evangelio sin mencionar alguna aparición del Señor resucitado (Hch. 1,22; 10,37-41). Entonces, si Marcos concluyó con el versículo 8, debe haber sido porque murió o porque fue interrumpido antes que pudiese escribir más. Pero la tradición señala a que él estaba vivo luego de completado su Evangelio, ya que lo representa como llevando su obra consigo a Egipto o entregándosela a los cristianos romanos que se la habían pedido. Tampoco es fácil entender cómo, si sobrevivió, pudo haber sido interrumpido de tal modo como para evitar que añadiera, tarde o temprano, incluso una corta conclusión. No se habrían necesitado muchos minutos para escribir un pasaje como el de 16,9-20, e incluso si fue su deseo, como sugiere Zahn sin razón (Introd., II, 479), añadir algunas porciones considerables a su obra, es todavía inconcebible cómo pudo haberla circulado él mismo o permitirle a sus amigos circularla sin proveerle por lo menos de una conclusión temporal o provisional. En todas las hipótesis, entonces, el v. 16,8 parece un final imposible un final, y estamos obligados a concluir que o bien el verdadero final se perdió o es que lo tenemos en los versos en disputa. Ahora bien, no es fácil ver cómo se podría haber perdido. Zahn afirma que nunca se ha establecido ni hecho probable que siquiera una oración completa del Nuevo Testamento ha desaparecido por completo del texto transmitido por la Iglesia (Introducción, II, 477). En el caso presente, si el verdadero final se perdió durante la vida de Marcos, surge de inmediato la pregunta: ¿Por qué él no lo reemplazó? Y es difícil entender cómo pudo haberse perdido después de su muerte, pues antes de esa fecha, a menos que él muriera a los pocos días de la compleción del Evangelio, debe haber sido copiado, y es muy poco probable que los mismos versos puedan haber desaparecido de varias copias.
Se verá a partir de este examen del asunto que no hay justificación para la declaración confiada de Zahn que «puede considerarse como una de las conclusiones críticas más certeras que las palabras ephobounto gar, 16,8, son las últimas palabras del libro que fueron escritas por el propio autor" (Introd., II, 467). Cualquiera que sea la realidad, no es del todo seguro que Marcos no escribió los versos en disputa. Puede ser que no, que son de la pluma de algún otro escritor inspirado, y que fueron anexados al Evangelio en el siglo I o principios del II. Un manuscrito armenio, escrita en el año 986 d.C., se los atribuye a un presbítero llamado Aristón, que puede ser el mismo que el presbítero Aristión que menciona San Papías como contemporáneo de San Juan en Asia. Los católicos no están obligados a sostener que los versículos fueron escritos por San Marcos. Pero sí son Escritura canónica, pues el Concilio de Trento (Sesión IV ), al definir que todas las partes de los Libros Sagrados deben ser aceptados como sagrados y canónicos, tenía en mente especialmente las partes disputadas de los Evangelios, de los cuales esta conclusión de Marcos es una (Cf. Theiner, "Acta gen. Conc. . Trid. ", I, 71 ss.) Por lo tanto, quienquiera escribiese los versículos, éstos son inspirados, y todos los católicos los deben considerar como tal.