Por así lo demuestra la historia. Basta con ver como el Concilio de Nicea (el mismo donde se definió el Dogma de la Santísima Trinidad) el Orden de Honor a los Obispados plantea primero a Roma, luego Alejandría y en tercer puesto Antioquía. Por eso hice hincapié que nuestra teología habla de la Primacía y Supremacía del Obispo de Roma pero desde la historia podemos comprobar esto primero mostrando que san Pedro estuvo en Roma, luego la lista de los Obispos de Roma dada por Padres Apostólicos y posteriormente los Concilios Ecuménicos demuestran esto.
Pax.
Es obvio que Pedro estuvo en Roma no esta puesta en duda, sino que su supuestos privilegios, se lo tenga que quedar el último lugar que pisó, eso te pido que demuestres.
La "potioren principalitas" (palabras que usa Ireneo de Lyon para Roma en AE III, 3) se dió por razones geopolíticas a Roma, asi lo determina un analisis lingüistico de las palabras de Ireneo.
Mira este extracto:
Por supuesto, pido disculpas por la interpretación anterior. Aquí tienes la traducción completa y fiel del texto que proporcionaste, manteniendo la estructura y los detalles del original.
CAPÍTULO XIV: ‘EL TESTIMONIO’ DE SAN IRENEO
Papalismo 186
La Satis Cognitum procede a aducir ‘los numerosos y evidentes testimonios de los santos Padres’ de ‘Oriente’ y ‘Occidente’ en apoyo de la afirmación de que ‘el consentimiento de la antigüedad’ reconoció la posición del Pontífice Romano establecida por ‘las declaraciones’ de los Concilios de Florencia y el Cuarto de Letrán.
El primer escritor que se cita es San Ireneo: ‘El más notable de estos testimonios’, declara la Satis Cognitum, ‘es el de San Ireneo, quien, refiriéndose a la Iglesia Romana, dice: “con esta Iglesia, a causa de su preeminente autoridad, es necesario que toda Iglesia esté en concordia (Contra Haereses, lib. iii. cap. 3, n. 2)”’.¹ La cita así presentada, debe señalarse, está incompleta. El original griego no se conserva, pero el pasaje completo en la antigua versión latina es el siguiente: —‘Ad hanc ecclesiam propter potiorem² principalitatem necesse est omnem convenire ecclesiam, hoc est, eos qui sunt undique fideles, in qua semper ab his, qui sunt undique, conservata est ea quae est ab Apostolis traditio.’³ Las palabras en cursiva no se presentan en la Satis Cognitum, una omisión desafortunada, ya que tienen, como se verá, una importante influencia en el significado real de las palabras que cita como ‘el testimonio’ del escritor.
495. El contexto en el que la Satis Cognitum sitúa la cita deja en claro que su objetivo es probar que San Ireneo testifica la existencia de una obligación moral por parte de toda Iglesia local de estar de acuerdo con la Iglesia Romana, sobre la base de que esa Iglesia posee ‘autoridad preeminente’, es decir, autoridad en el sentido en que a lo largo de la Satis Cognitum se afirma que pertenece jure divino a los Pontífices Romanos, a saber, ‘autoridad real y soberana que toda la comunidad está obligada a obedecer’,⁴ el poder que Cristo ‘ejerció durante su vida mortal’.⁵ Según la teoría Papalista, San Ireneo estaba obligado a sostener esto, ya que no es una ‘opinión recientemente concebida, sino la creencia venerable y constante de toda época’,⁶ y consecuentemente de ‘la época’ de San Ireneo. Si no lo hizo, según esa teoría, estaba fuera del único redil del Único Pastor. Por lo tanto, es en este sentido que la Satis Cognitum cita a San Ireneo. Si sus palabras no significan esto, la cita es inútil para el propósito de la Satis Cognitum, ya que no serían un ‘testimonio’ de la doctrina Papalista, en apoyo y prueba de la cual se hace la cita. Además, dado que la Satis Cognitum declara que este pasaje es ‘el más notable’, está claro que su ilustre autor no pudo encontrar ningún otro pasaje en las obras de San Ireneo (o en otro lugar) que sirviera a su propósito tan bien. Es, por lo tanto (según la autoridad del Papa León), el pasaje ireneano que expone la supremacía de la Iglesia Romana. Si, por lo tanto, un examen del pasaje demuestra que no tiene el significado que se le pretende atribuir en la Satis Cognitum, la conclusión es inevitable que San Ireneo no puede ser aducido como testigo del Papalismo.
496. ¿Cuál es el argumento que San Ireneo está utilizando en el pasaje de su obra Contra las Herejías, de donde se toma la cita? San Ireneo está ocupado en refutar la enseñanza de los gnósticos, quienes se jactaban de tener un conocimiento más perfecto de la verdad. Para refutar su afirmación, apeló a la ‘tradición que es de los Apóstoles, que es guardada por las sucesiones de Presbíteros en las Iglesias’.⁷ ‘La tradición de los Apóstoles’, dice, ‘manifestada en todo el mundo en toda Iglesia (in omni ecclesia), todos pueden contemplarla quienes deseen ver las cosas verdaderamente; y podemos enumerar a aquellos a quienes los Apóstoles designaron como Obispos en las Iglesias y a sus sucesores, hasta nuestro propio tiempo, quienes ni enseñaron ni conocieron nada parecido a lo que ellos fantasean. Sin embargo, ciertamente, si los Apóstoles hubieran conocido algún misterio oculto que solían enseñar a los perfectos aparte y sin el conocimiento del resto, lo entregarían a aquellos, incluso más que a otros, a quienes estaban confiando las Iglesias mismas. Porque muy perfectos e irreprochables en todas las cosas querrían que fueran, a quienes estaban dejando como sus sucesores reales, encomendándoles su propio lugar de Presidencia; cuyo correcto proceder sería una gran ventaja, su fracaso, por otro lado, una calamidad extrema.
‘Pero como sería demasiado largo en una obra como esta enumerar las sucesiones en todas las Iglesias (omnium ecclesiarum), hay una muy grande y muy antigua y conocida por todos, la Iglesia fundada y establecida en Roma por los dos gloriosísimos apóstoles Pedro y Pablo, cuya tradición que tiene de los Apóstoles y su fe proclamada a los hombres, llegando hasta nuestro propio tiempo a través de la sucesión de sus Obispos, señalamos, confundiendo así a todos aquellos que de alguna manera forman asambleas indebidas, ya sea por complacencia propia o por vanagloria o por ceguera y opinión errónea’. Luego sigue el pasaje dado anteriormente, que por el momento dejamos sin traducir. Procediendo, el escritor da la sucesión de Obispos de Roma sobre la cual se comentó en el último capítulo,⁸ entre quienes señala especialmente que Clemente ‘había visto a los bienaventurados Apóstoles, y conferenciado con ellos, y tenía la doctrina de los Apóstoles aún resonando en sus oídos, y su tradición ante sus ojos’. Y que él, en un tiempo de tumulto en la Iglesia de Corinto, los había instado a la paz mediante una carta, su Epístola a los Corintios, exponiendo la tradición que la Iglesia de Roma ‘había recibido recientemente de los Apóstoles’, una carta de la cual aquellos que deseen pueden ‘discernir la tradición Apostólica de la Iglesia, siendo la Epístola más antigua que nuestros actuales falsos maestros’, tradición que había descendido de los Apóstoles en la Iglesia, y la predicación de la verdad a través de la misma sucesión hasta su propio tiempo, cuando Eleuterio ‘ocupaba el oficio de Obispo en el duodécimo lugar desde los Apóstoles’. Y luego añade: ‘Esta es una demostración muy completa (ostensio) de la unidad e identidad de la fe vivificante que desde los Apóstoles hasta ahora ha sido preservada en la Iglesia y transmitida en la verdad’.⁹
497. El argumento es claro. Las Iglesias que tienen la sucesión Apostólica de fundadores que ellos mismos fueron Apóstoles, una sucesión que él designa en otra parte como una successio principalis,¹⁰ deben ser necesariamente admitidas por todos como habiendo preservado la verdad que recibieron de sus fundadores Apostólicos. Al testimonio de estas Iglesias, como el de las Iglesias más antiguas ‘donde los Apóstoles entraron y salieron’, a cuyos Obispos que ellos designaron ‘entregaron’ la ‘tradición’, él apela como a una autoridad que no puede ser cuestionada, como proporcionando una refutación incontestable de la afirmación de los gnósticos con respecto a su ‘tradición’.
Y como llevaría demasiado tiempo dar la sucesión de todas estas antiguas Iglesias de fundación Apostólica, da la de aquella Iglesia que es ‘muy grande y muy antigua y conocida por todos, la Iglesia fundada y establecida en Roma por los dos gloriosísimos apóstoles Pedro y Pablo’.
El Testimonio de Ireneo 187
498. La razón asignada es significativa. Es simplemente una cuestión de conveniencia. Todos sabían que la Iglesia de Roma fue fundada por los dos grandes Apóstoles, y la sucesión de Obispos de esa Iglesia sería admitidamente un buen ejemplo de las sucesiones que ocuparía demasiado espacio en su volumen actual dar en su totalidad. Claramente, un Papalista debe haber adoptado un curso muy diferente. Habría argumentado que la verdadera fe se preservaba en la Iglesia de Roma porque era la Sede de Pedro, y habría dado una lista de sus Obispos, no como representativos de otras sucesiones en otras Iglesias de fundación Apostólica, sino como la de los ‘Vicarios de Cristo’, ‘los Padres y Maestros de todos los cristianos’, quienes, por derecho del Primado Apostólico que poseen como sucesores legítimos de Pedro, tienen el poder supremo de enseñanza, de modo que, para probar más allá de toda posibilidad de objeción que la posición gnóstica era errónea, sería suficiente simplemente preguntar qué enseñaban ellos. Toda la Iglesia reconocería la futilidad del Gnosticismo, ya que era contradicho por el testimonio de aquellos cuyas definiciones sobre fe y moral han sido, desde el principio de la fe cristiana, reconocidas como ‘irreformables por sí mismas, y no por el consentimiento de la Iglesia’. El argumento sería concluyente si la hipótesis Papal fuera verdadera. San Ireneo no lo usa. Por el contrario, evidentemente no conocía tal prerrogativa única perteneciente a los ‘Pontífices Romanos’, ya que aduce la tradición transmitida a través de la sucesión de los Obispos de Roma, como del mismo carácter y esencia que la que cualquier otra Iglesia de fundación Apostólica podría dar, cualquiera que sea el valor moral que se le atribuya por ser la de una Iglesia muy grande y muy antigua fundada por dos Apóstoles tan gloriosos como San Pedro y San Pablo.
499. Esta identidad de naturaleza del testimonio de la Iglesia de Roma y el de otras Iglesias que reclamaban a Apóstoles como sus fundadores en el argumento de San Ireneo, se demuestra aún más por el hecho de que apela a la enseñanza de San Policarpo, quien había sido constituido por los Apóstoles Obispo de la Iglesia Apostólica de Esmirna, quien ‘siempre enseñó aquellas cosas que había aprendido de los Apóstoles’ por quienes había sido formado; y cuando en una visita a Roma, en el Episcopado de Aniceto, proclamó que había recibido esa única verdad que había sido transmitida por la Iglesia. Luego hace un llamado similar al testimonio de la Iglesia Apostólica de Éfeso, ‘que tuvo a Pablo como su fundador y a Juan para permanecer entre ellos hasta el tiempo de Trajano’.¹¹ Y concluye: ‘Siendo las pruebas, por lo tanto, tan poderosas, no debemos buscar más la verdad en otra parte, la cual es tan fácil de obtener de la Iglesia, habiendo los Apóstoles provisto en ella abundantemente, como en un rico almacén, todo lo que pertenece a la verdad’.¹²
Roma, Esmirna y Éfeso son aducidas como dando un testimonio de naturaleza similar como Iglesias Apostólicas. Las ‘pruebas’ (ostensiones) proporcionadas por el testimonio de las dos últimas Iglesias son de naturaleza similar a la ‘prueba’ (ostensio) proporcionada por la de la Iglesia Romana, y San Ireneo sostiene que estas ‘pruebas’ determinan el error de los gnósticos.
Su método de argumentación es incompatible con el Papalismo, por ser derogatorio y, de hecho, una negación implícita de la verdadera posición del ‘Pastor Supremo’, ya que no podría haber sido utilizado para ese propósito por nadie que creyera que los Obispos de Roma eran los Maestros divinamente designados del Único Rebaño, dotados ‘con esa infalibilidad con la que el Divino Redentor quiso que Su Iglesia estuviera dotada, para definir la doctrina con respecto a la fe y la moral’.¹³
500. Ahora estamos en condiciones de llegar al significado del pasaje que se cita imperfectamente en la Satis Cognitum. La traducción autorizada al inglés, ‘Porque con esta Iglesia, a causa de su preeminente autoridad, es necesario que toda Iglesia esté en concordia’,¹⁴ representa con precisión el significado que la Satis Cognitum busca atribuir a las palabras de San Ireneo por el contexto en el que se cita, a saber, que la Iglesia Romana posee tal ‘autoridad preeminente’ que obliga a todas las demás Iglesias locales a estar de acuerdo con ella, ocupando así una posición única de ‘soberanía’ esencialmente diferente, por lo tanto, de la posición de todas las Iglesias ordinarias de fundación Apostólica. ¿Es este el verdadero significado de las palabras de San Ireneo? Que no es así, queda claro por las siguientes consideraciones.
Papalismo 188
501. En primer lugar, tal interpretación introduce una nueva idea ajena al argumento en el curso del cual ocurren las palabras citadas. Si la interpretación Papalista fuera correcta, claramente no podría haber ningún objeto en hacer un llamado con el propósito de refutar a los herejes a la tradición de las Iglesias de fundación Apostólica. Además, la Iglesia de Roma no podría ser citada, como lo es por San Ireneo, como una cuestión de conveniencia; como una de una clase de Iglesias, a saber, aquellas en las que los Apóstoles habían designado a los primeros Obispos, y por lo tanto un representante de esa clase. Si la interpretación impugnada fuera la verdadera, no podría haber similitud entre el testimonio de la Iglesia que ocupa la posición suprema de infalibilidad y el de aquellas que, por muy ilustres que fueran sus fundadores, estarían sujetas a ella como su ‘soberano’.
502. A continuación, debe considerarse el significado de las palabras potiorem principalitatem, en las que es evidente que la Satis Cognitum pone énfasis. Ahora bien, para el propósito para el que se citan, deben significar ‘supremacía’ como la define el Concilio Vaticano. Nada menos que esto sería suficiente para satisfacer la doctrina Papalista, de ahí que la Satis Cognitum declare que la posición monárquica que se alega pertenece jure divino al Pontífice Romano, es ‘la creencia venerable y constante de toda época’. ¿Acaso, entonces, las palabras potior principalitas mismas pretenden que la Iglesia Romana posee por disposición del Señor la soberanía sobre todas las demás Iglesias? Ahora bien, la palabra principalitas de ninguna manera significa ningún ‘poder’ o ‘jurisdicción’. Describe la posición ocupada por alguien que lleva el título de ‘Princeps’. Este título, que expresa la preeminencia disfrutada por un solo ciudadano, estaba en uso entre los escritores de la República tardía, y se aplica así tanto a Pompeyo como a César; y como un título de cortesía, no como un título oficial, fue otorgado por consentimiento popular a Augusto y sus sucesores.
No connotaba la tenencia de ningún cargo o prerrogativa especial, ni fue conferido por ningún acto formal del Senado o del pueblo. Era un título de cortesía puro y simple, que distinguía a su portador como el primer ciudadano... o más bien como el hombre más prominente del Estado... e implicaba no una preeminencia general en distinción a un gobierno magisterial específico... sino una preeminencia constitucional entre ciudadanos libres en oposición al gobierno despótico’.¹⁵ Por lo tanto, simplemente denotaba ‘el primer ciudadano de la República’. El objetivo de aplicarlo al Emperador era enfatizar el hecho de que recibía los diversos cargos que se le conferían del pueblo, y así que no eran inherentes al cargo de Emperador que había alcanzado. Significaba, en resumen, que ocupaba en el Imperio una posición de naturaleza similar a la del ciudadano eminente en la República a quien se le había conferido el título de Princeps.¹⁶
Así, denotaba preeminencia entre iguales, no la posesión de ‘soberanía’, o, de hecho, jurisdicción de ningún tipo, y por lo tanto se aplicaba al Emperador para mostrar que, en opinión del pueblo, su posición era la de primero entre los ciudadanos, no un autócrata sobre ellos.
La palabra, por lo tanto, principalitas, denotaría aquí ‘preeminencia’, no ‘autoridad’ de ningún tipo, y probablemente la palabra original utilizada por San Ireneo fue πρωτεῖα, que, como dice el Padre Puller, es ‘la palabra que parece mantenerse más cerca del significado fundamental de principalitas’.¹⁷ Es la palabra, también, que es adoptada por Funk¹⁸ y el Dr. Bright.¹⁹ Además, esta preeminencia se muestra por el adjetivo que se le aplica en grado comparativo, por ser de naturaleza similar a la que poseían otras Iglesias, no una prerrogativa esencialmente única como la que se alega que pertenece solo a la Iglesia Romana, porque Pedro colocó su ‘cátedra’ allí para que sus ‘sucesores legítimos en el Episcopado Romano’ se convirtieran en ‘Maestros’ del ‘Colegio Episcopal’, gobernando todas las demás Iglesias con poder soberano. La palabra, por lo tanto, está en estricta armonía con el argumento de San Ireneo en el que ocurre.
El Testimonio de Ireneo 189
503. ¿Cuál era, en la mente de San Ireneo, el fundamento de esta preeminencia? Hay dos causas a las que se puede atribuir; cuál de estas es la correcta solo puede determinarse por medio del contexto.
(a) En primer lugar, encajaría con el argumento de San Ireneo si la ‘preeminencia’ que él atribuye aquí a la Iglesia Romana significa la que naturalmente pertenece entre las Iglesias locales a aquellas que tuvieron a los Apóstoles como sus fundadores, y a cuyo testimonio él apela en su argumento. Esto recibiría apoyo del hecho de que aplica a la successio que poseen el epíteto principalis,²⁰ para denotar que poseen la ‘sucesión’ inmediatamente de los Apóstoles, en el sentido de que su primer Obispo tuvo un Apóstol como su ‘auctor’, y no ‘mediatamente’ a través de alguien que había sido ordenado por otro Obispo, o un Apóstol. Si este es el sentido en que San Ireneo usa la palabra, la atribución a la Iglesia Romana de una potior principalitas significa que mientras todas las Iglesias de fundación Apostólica poseen ‘preeminencia’ entre todas las Iglesias locales, tal ‘preeminencia’ perteneciente a la Iglesia Romana era potior, porque tuvo el privilegio de haber sido fundada y establecida por ‘los dos gloriosísimos apóstoles Pedro y Pablo’. Consecuentemente, la ‘preeminencia’, naturalmente la prerrogativa de todas las Iglesias de fundación Apostólica, sería más marcada en el caso de la Iglesia de Roma, y por lo tanto más influyente. El resultado sería que el testimonio de esa Iglesia tendría mayor peso para el propósito para el cual el escritor estaba aduciendo la tradición que había sido transmitida desde los Apóstoles.
504. Está claro que, tomando esto como la interpretación correcta de las palabras en cuestión, lejos de ser posible basar algún argumento a favor del Papalismo en la posesión por parte de la Iglesia Romana de tal ‘preeminencia más poderosa’, el uso que San Ireneo hace de las palabras testifica en su contra. Porque es esencial para la verdad de la posición Papalista que la Iglesia Romana posea no meramente una ‘preeminencia’ de naturaleza similar a la inherente en otras Iglesias Apostólicas, difiriendo de ella solo en grado por ser más influyente, sino una ‘supremacía’, única y soberana en naturaleza, que le pertenece jure divino. Además, el Papalismo requiere que San Pedro haya sido el único fundador y primer ocupante de la Sede de Roma, de modo que quienes la ocuparon después de él son sus ‘sucesores legítimos’ en esa ‘soberanía’. San Ireneo atribuye su fundación a dos Apóstoles, quienes confiaron el Episcopado de la misma a Lino.²¹ Tal fundación conjunta, si bien, como se ha visto, explicaría la preeminencia más influyente de esa Iglesia entre la clase de Iglesias que, como de fundación Apostólica, ocupaban el primer rango e influencia entre todas las Iglesias locales, es incompatible con la doctrina Papalista.
505. Una confirmación notable de esto se encuentra en una declaración de Funk, un escritor católico romano. Él dice que, ‘al atribuirle [a la Iglesia de Roma] una potior principalitas, él [San Ireneo] se refiere inequívoca e indiscutiblemente a lo que predicó de ella en el pasaje antes mencionado, y con particular referencia a su fundación por Pedro’.²² Las palabras en cursiva demandan especial atención, expresando como lo hacen la idea de Funk de lo que San Ireneo debería haber dicho, no lo que realmente escribió.
San Ireneo, el propio docto escritor acababa de reconocer, dice que los fundadores de la Iglesia de Roma fueron San Pedro y Pablo,²³ y afirmó que la causa de su potior principalitas es su fundación por los Príncipes de los Apóstoles; pero ¿por qué afirma aquí que fue con particular referencia a su fundación por Pedro? San Ireneo no da ningún fundamento para tal idea; los dos Apóstoles están unidos en una igualdad absoluta; en su mente ocupaban exactamente la misma posición con respecto a la Iglesia de Roma. ¿Por qué, entonces, Funk omite en el punto crucial de su exposición del argumento de San Ireneo toda mención de San Pablo, y atribuye ‘su fundación’ a Pedro? Claramente porque, mientras que la propia declaración de San Ireneo es, como se ha demostrado, incompatible con el Papalismo,²⁴ la fundación única por Pedro, aquí afirmada por Funk, es requerida por la pretensión romana de que la principalitas de la Iglesia Romana es más poderosa porque difiere en naturaleza de cualquier autoridad disfrutada por otras Iglesias Apostólicas, en que fue el resultado de tal fundación a través de la cual él le confirió esa ‘autoridad real y soberana’ que poseía jure divino como el ‘Maestro’ del ‘Colegio Apostólico’. Es así solo por una omisión material que las palabras de San Ireneo pueden hacerse para apoyar la alegación Papalista.
Una declaración incidental como esta de Funk, hecha, sin duda, con toda buena fe, sirve mejor que una directa para mostrar cuán incompatible es la enseñanza de San Ireneo con el Papalismo, y la forma en que sus defensores habitualmente en sus mentes leen no lo que él escribió sino lo que consideran que debería haber escrito.²⁵
Papalismo 190
506. (b) Si bien, sin embargo, la interpretación de las palabras, potior principalitas, que se ha dado, está en armonía con el argumento en el que ocurre la oración de la que forman parte, su contexto inmediato, como se verá en la consideración que sigue, hace difícil creer que este haya sido el significado de San Ireneo.
(i) En primer lugar, ¿cuál es el significado de las palabras, ad...necesse est...convenire? La Satis Cognitum las usa de tal manera que requiere que signifiquen ‘debe concordar’, es decir, que hay una obligación moral para cualquier Iglesia de ‘estar de acuerdo con’ la Iglesia Romana. Esto, sin embargo, es palpablemente erróneo, porque San Ireneo en su argumento considera a toda Iglesia Apostólica como la guardiana de la verdad. Dice esto no solo repetidamente como una proposición general, sino que hace mención expresa de las Iglesias de Esmirna y Éfeso como dos de esta clase de Iglesias en las que la tradición de los Apóstoles puede ser determinada con precisión. Declara que el charisma veritatis certum está unido simplemente a la sucesión Episcopal Apostólica,²⁶ por lo que no habría diferencia en la naturaleza del testimonio de la verdad recibido de la Iglesia Romana a través de su potior principalitas; por lo tanto, según su argumento, no podría haber una obligación moral mayor impuesta a toda otra Iglesia de estar de acuerdo con esa Iglesia que con cualquier otra Iglesia Apostólica.
507. Además, las palabras necesse est no denotan, como el argumento de la Satis Cognitum requiere que lo hagan, una obligación o deber moral. El griego no se conserva, pero es evidente que el traductor latino no tenía ante sí en el texto original la palabra δεῖ, pues en ese caso habría usado la palabra ‘oportet’ para expresar una obligación moral. Necesse est representa la palabra ἀνάγκη, que significa una simple necesidad, a saber, que algo que debe deducirse del contexto en el que se usa la palabra debe ocurrir inevitablemente. ¿Qué es en este caso ese algo?
508. Ahora bien, debe notarse que la Satis Cognitum asigna a las palabras ad...convenire, el significado de ‘estar de acuerdo con’, como si San Ireneo hubiera escrito convenire cum, siendo su significado real el que tienen en otros lugares, a saber, ‘recurrir a’. El Padre Puller, en su erudita investigación sobre el significado del ‘pasaje ireneano’, dice que encuentra que ‘en veintiséis pasajes [en la Vulgata] la palabra convenire es seguida por la preposición ad, y en cada uno de estos pasajes ‘convenire ad’ significa ‘recurrir a’, o, más exactamente, ‘reunirse en’’.²⁷
El Testimonio de Ireneo 191
509. Las palabras con las que San Ireneo explica cómo era posible para toda Iglesia recurrir a la de Roma son de gran importancia, a saber, ‘esto es, los fieles que son de todas partes’ —hoc est, eos qui undique fideles. No habría, por supuesto, ninguna dificultad en que toda Iglesia ‘estuviera de acuerdo con’ la Iglesia Romana, en el sentido de que tal acuerdo podría lograrse sin un viaje obligatorio de ‘toda Iglesia’ a Roma. Tal viaje, sin embargo, estaría implicado en la idea de ‘recurrir a’; por lo tanto, San Ireneo explica la manera en que esto, que sería imposible, como obviamente lo sería, para cada Iglesia local en su capacidad corporativa lograr, se lleva a cabo. Miembros, dice, de las diversas Iglesias locales existentes en todas partes están bajo una cierta obligación de ‘recurrir’ allí, por medio de lo cual toda Iglesia está representada. Estas importantes palabras se omiten en la Satis Cognitum; no son necesarias si el significado que la Satis Cognitum atribuye a las palabras ad...necesse est...convenire, es el verdadero, y el hecho de que San Ireneo considerara necesario insertarlas muestra que ese no era su significado. Son necesarias, ya que él quería decir que toda Iglesia debe ‘recurrir a’ la de Roma, para explicar lo que de otro modo sería un absurdo, de ahí que se pruebe que este último es el significado de sus palabras.
510. (2) ¿Cuál fue la necesidad que obligó a este ‘recurso a’ este viaje a la Iglesia de Roma? La Antigua Roma era, en los días de San Ireneo, en realidad, así como en nombre, la capital del mundo civilizado, ocupando, de hecho, una posición que ninguna otra ciudad ha ocupado o ocupará jamás en la historia del mundo. Todo el mundo que abarcaba el Imperio Romano estaba íntimamente conectado con ‘la Ciudad’. El ciudadano romano, dondequiera que fuera, conservaba todos los derechos y privilegios de su ciudadanía. Las ‘Colonias’, los Gobiernos de las diversas Provincias, aquellos estados conquistados a los que se les permitía retener alguna apariencia de su condición anterior, todos estaban estrechamente conectados con ‘la Ciudad’ a través de los funcionarios romanos residentes en ellos, y los soldados romanos por los cuales estaban guarnecidos; de ahí que los asuntos de todo el mundo se tramitaran en Roma, el flujo de gente hacia allí era continuo desde todas partes. Ahora bien, en los días de San Ireneo, toda Iglesia local estaba situada dentro de los confines del Imperio, y por lo tanto necesariamente contaría entre sus miembros a algunos que formaban parte de la corriente constante de personas así atraídas a ‘la Ciudad’, donde se verían obligados a entrar en comunión con la Iglesia local, es decir, a ‘recurrir a’ ella.
511. El Noveno Canon del Concilio de Antioquía en Encaeniis (341 d.C.) ofrece una prueba de que esta era la necesidad que obligaba a un concurso de gentes de todas partes a la Iglesia de Roma, por la razón que se asigna en él para la preeminencia que pertenece al Metropolitano de una Provincia: ‘Los Obispos de cada Provincia deben ser conscientes de que el Obispo que preside en la metrópolis [la capital civil] tiene a su cargo toda la Provincia, porque todos los que tienen asuntos se reúnen de todas partes en la metrópolis; por esto se decide que él también debe ocupar el primer rango’.²⁸
512. Este recurso de los fieles de todas partes conferiría necesariamente a la Iglesia de Roma una principalitas, una preeminencia entre las Iglesias, como, en el Canon recién citado, el flujo a la metrópolis confirió una preeminencia al Obispado establecido allí entre las otras Sedes de la Provincia. Tal preeminencia ciertamente traería consigo una gran influencia, de modo que el Canon reconoce como un hecho existente que el Obispo de la Sede situada en la metrópolis ‘tenía a su cargo toda la Provincia’. Sin duda, esta influencia fue de crecimiento gradual; posiblemente se manifestó por primera vez en la necesidad de una asamblea de los Obispos de un distrito para la consagración de Obispos a Sedes vacantes, cuya convocatoria emanaría naturalmente del Obispo de la Sede situada en la ciudad más importante de la Provincia dentro de cuyos límites se encontraba la Sede vacante, siendo la metrópolis el lugar más conveniente para tal asamblea.
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513. Además, cuanto más prominente fuera la posición de una ciudad entre las ciudades del Imperio, más ampliamente se extendería la influencia del Obispo de la Sede en dicha ciudad. De ahí que sea evidente que las Sedes de Alejandría y Antioquía, por antigua costumbre, ejercieron una influencia tan grande y extendida que adquirieron una posición que fue reconocida como existente por el Sexto Canon del Concilio de Nicea.²⁹ Cuán grande fue esta influencia en amplios distritos más allá de los límites reales de lo que más tarde se reconocería como sus Patriarcados puede verse en la ansiedad que San Basilio mostró para que el cisma en Antioquía, en los días de San Melecio, se sanara, sobre la base de que ninguna ‘parte es más vital para las Iglesias de todo el mundo que Antioquía’.³⁰ El mismo principio se ve en funcionamiento en la posición asignada a la Sede de Constantinopla por los Concilios de Constantinopla³¹ y Calcedonia.³²
514. Es evidente que esta posición única de la Ciudad de Roma en el mundo civilizado, que implicaba que multitudes de fieles de todas partes acudieran allí, y así como miembros de la Única Iglesia ‘recurrieran a’ la Iglesia local de Roma, conferiría a esa Iglesia una preeminencia de naturaleza similar a la perteneciente a otras Iglesias situadas en otras grandes ciudades del Imperio, pero más influyente. La Iglesia local, puesta en contacto con ‘toda Iglesia’ a través del flujo de sus miembros a Roma, naturalmente haría sentir su influencia mucho más ampliamente de lo que sería posible para cualquier otra Iglesia; mientras que los ‘fieles’ mismos estarían predispuestos a ser influenciados por la Iglesia establecida en ‘la Ciudad’, cuya grandeza era reconocida por todos.
El contexto, por lo tanto, en el que se encuentran las palabras potior principalitas, hace más probable que la ‘preeminencia más poderosa’ que San Ireneo atribuye a la Iglesia Romana tuviera su origen en el rango civil de la Antigua Roma.
515. El Dr. Funk, sin embargo, aunque admite que el pasaje podría interpretarse así ‘refiriendo el rango superior de la Iglesia de Roma al rango superior de la ciudad de Roma’,³³ de modo que la potior principalitas tendría un origen civil, objeta que es ‘una conclusión arriesgada que al fijar el centro de la Iglesia universal la gente se dejara guiar’ por el principio encarnado en el Noveno Canon del Concilio de Antioquía en Encaeniis, citado anteriormente. A esto hay que responder que el docto escritor asume aquí que ‘la gente’ sí ‘fijó un centro de la Iglesia universal’: de esto no hay rastro en San Ireneo, y, lejos de haber alguna prueba de que ‘la gente’ fijara tal centro, el testimonio de los Concilios de Nicea, Constantinopla y Calcedonia es que a varias grandes Sedes, entre ellas la de Roma, se les acordaron grandes posiciones, pero en ningún caso se reconoció a una Sede por los Padres como el centro de la Iglesia universal. La Iglesia, por supuesto, podría haberlo hecho, ‘la gente’ podría haber ‘fijado’ tal ‘centro’, pero tal centro habría tenido un origen diferente al que se atribuye a la posición que el Papalismo dice que pertenece a la Iglesia Romana, porque el Papalismo declara que es de origen divino ‘la institución de Cristo’. Esta objeción, por lo tanto, si pudiera sostenerse, no ayudaría en nada a la pretensión Papalista, sino que testificaría en su contra. De hecho, sin embargo, ‘la gente’ no hizo lo que Funk dice que hizo, y por lo tanto la objeción es fútil.
516. Esta segunda interpretación de las palabras potior principalitas, que parece ser exigida por el contexto, es bastante consistente con el argumento que San Ireneo está avanzando. Porque ¿cuál es el resultado que ese Padre atribuye al flujo de los fieles a la Iglesia Romana a causa de su preeminencia más poderosa? Se encuentra en la frase que cierra la declaración en la que las usa. ‘En la cual’ [es decir, la Iglesia Romana³⁴], dice, ‘aquella tradición que, desde los Apóstoles, es siempre preservada por aquellos que son de todas partes’ —in quâ semper ab his, qui sunt undique, conservata est ea quae est ab Apostolis traditio. Este es el resultado del flujo de los fieles de todas partes a la Iglesia Romana. Representando como lo hacían a toda Iglesia local, traían consigo la tradición que cada ‘Iglesia’ había recibido, junto con la sucesión Apostólica, cuando fue fundada, de modo que en la Iglesia Romana con la que, como miembros de la Única Iglesia, entrarían en comunión a su llegada a la Ciudad, se vertería la enseñanza de toda Iglesia. La tradición Apostólica de la Iglesia Romana sería así corroborada y preservada. Si surgieran novedades en la Iglesia Romana, serían inmediatamente detectadas y corregidas por el testimonio de toda Iglesia a la tradición de los Apóstoles, traído por la corriente de fieles que llegaban constantemente, quienes así serían el medio para preservar esa tradición en la Iglesia Romana en su pureza prístina.
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517. Unos dos siglos después de que San Ireneo escribiera, San Gregorio Nacianceno, en un famoso sermón, usó palabras con referencia a la Nueva Roma que ofrecen un notable paralelo a la frase que ahora se comenta.
Constantinopla, declaró, era ‘el ojo del mundo, el vínculo entre Oriente y Occidente, al que los extremos de la tierra recurren de todas partes, y desde el cual parten de nuevo como de un emporio común de la fe’ (ὡς ἀπὸ ἐμπορίου κοινοῦ πίστεως).³⁵
Este Padre asigna aquí como su razón para afirmar que Constantinopla era ‘un emporio común de la fe’, el hecho de que, debido a su posición como la entonces Capital del Imperio, los fieles de todas partes de la tierra recurrían a ella, de modo que allí se encontraba la tradición de toda iglesia que traían consigo. En Constantinopla, por lo tanto, se podía encontrar el testimonio de todas las Iglesias sobre cuál era la fe que necesariamente estaría consagrada en la tradición de la Iglesia local con la que los fieles mantendrían comunión. Cuando, entonces, los fieles partían de regreso a casa, llevarían consigo a las Iglesias a las que pertenecían el testimonio unido de toda Iglesia sobre la verdadera fe. La declaración de Ireneo es precisamente similar; la Antigua Roma era, en su día, ‘un emporio común de la fe’, allí preservada por los fieles de todas partes.
518. En ambos casos, por supuesto, en el momento en que los escritores escribieron respectivamente, la Iglesia local de Roma y la de Constantinopla estaban ellas mismas en posesión de la tradición de los Apóstoles; esto se presupone en ambos casos. Si la Iglesia local en cualquiera de los casos hubiera estado infectada de herejía, por ejemplo, comunicando con herejes, mientras permitiera o enseñara dogmas que se demostraran erróneos al comparar la fe que enseñaba con la tradición que le llegaba de ‘toda Iglesia’, no podría decirse que era una Iglesia en la que se preservaba la tradición de los Apóstoles, o ‘un emporio común de la fe’; esa tradición sería llevada allí, pero no sería preservada allí como la tradición de la Iglesia local en su condición de entonces. Este habría sido el caso, por ejemplo, en Roma durante el período en que Félix fue introducido en la Sede por los arrianos y fue reconocido por la mayoría del clero a pesar de su juramento de que no reconocerían a ningún otro Obispo sino a Liberio; y cuando Liberio, para obtener permiso para regresar de su exilio a su amada Roma, firmó un formulario que contenía una condena del ὁμοούσιον, asintió a la condena de San Atanasio, y entró en comunión con los arrianos.³⁶ Así también habría sido el caso en Constantinopla poco tiempo antes de que San Gregorio Nacianceno predicara el sermón citado anteriormente. Pero por sus trabajos y el apoyo activo del Emperador Teodosio I,³⁷ había logrado hacer que la Iglesia de allí volviera a la ortodoxia. En tales casos, la herejía anularía el argumento de San Ireneo, pues la tradición de una Iglesia así infectada de herejía sería inútil para el propósito para el cual se aduce en ese argumento.
Papalismo 194
519. La universalidad del carácter del testimonio de la Iglesia Romana, como depositaria de la tradición de los Apóstoles, y de la tradición traída de toda Iglesia, que al compararse con ella se veía que era idéntica y al mismo tiempo ayudaba a preservar su pureza, hacía de la tradición de esa Iglesia una prueba concluyente de que la posición gnóstica era novedosa y contraria a la fe Apostólica, siendo en efecto el testimonio de la tradición de toda la Iglesia. Ortodoxos y herejes por igual reconocían la posición de la Iglesia Romana en la que San Ireneo insiste. Los primeros iban a Roma para encontrar en la Iglesia local el testimonio de toda la Iglesia sobre cualquier punto que desearan investigar; los segundos también iban allí, sabiendo que si por casualidad podían envenenar a la Iglesia Romana con el error que habían abrazado, la influencia que poseía esa Iglesia haría que ese error se extendiera más amplia y rápidamente que si infectaran con su herejía a cualquier otra Iglesia local.
520. La declaración de San Ireneo, entonces, sobre la preservación en la Iglesia de Roma de la tradición Apostólica ‘por aquellos que son de todas partes’, armoniza bien con el significado de la ‘potior principalitas’ que le atribuye a la Iglesia Romana en este famoso pasaje, que parece ser requerido por el contexto inmediato, a saber, que si bien ocupaba, debido a su fundación por dos Apóstoles, Pedro y Pablo, la posición más prominente entre tales Iglesias Apostólicas, tenía una preeminencia más poderosa que cualquier otra, porque estaba situada en ‘la Ciudad’, la capital del mundo civilizado; siendo la garantía especial de la pureza de la tradición de los Apóstoles preservada en la Iglesia Romana, en la que el escritor insiste, íntimamente ligada, de la manera que él explica, a la posición única que así ocupaba.
521. Es evidente que todo el argumento de San Ireneo está en oposición directa a la posición Papalista. El Padre, en refutación de los gnósticos, apela a la tradición de los Apóstoles preservada en las Iglesias Apostólicas que tienen la sucesión de Obispos de un Obispo ordenado by un Apóstol. La verdad que los Apóstoles habían entregado a aquellos a quienes confiaron las Iglesias había sido, por medio de esta sucesión, mantenida sin mancha en estas antiguas Iglesias; por lo tanto, como el Gnosticismo se oponía a ella, claramente no había duda de que no era la tradición de los Apóstoles, y no era lo que pretendía ser.
522. Tertuliano usa la misma línea de argumentación, declarando que todos los herejes pueden ser y son convictos por la diferencia que existe entre su enseñanza y la de las Iglesias fundadas por los Apóstoles, enseñanza, por lo tanto, que tiene la mayor antigüedad. Procede a decir: ‘Recorre las Iglesias Apostólicas en las que las mismas sedes de los Apóstoles en este mismo día presiden en sus propios lugares, en las que se leen sus propios escritos auténticos, hablando con la voz de cada uno, y haciendo presente el rostro de cada uno al ojo. ¿Te es más cercana Acaya? Tienes Corinto. Si no eres de Macedonia, tienes Filipos, tienes a los tesalonicenses. Si puedes viajar a Asia, tienes Éfeso. Pero si estás cerca de Italia, tienes Roma, donde también tenemos una autoridad a mano’, como siendo la Iglesia Apostólica más cercana, y, además, aquella de la cual la Iglesia africana había recibido su organización. ‘Si estas cosas son así, que la verdad se adjudique a nosotros, cuantos andamos según esta regla, que las Iglesias han transmitido de los Apóstoles, los Apóstoles de Cristo, Cristo de Dios, la razonabilidad de nuestra proposición es manifiesta, la cual determina que a los herejes no se les debe permitir apelar a las Escrituras, a quienes probamos sin las Escrituras que no tienen nada que ver con las Escrituras’.³⁸
El Testimonio de Ireneo 195
523. Ambos escritores hacen de la fe de estas antiguas Iglesias —las cuales, fundadas por los mismos Apóstoles, eran las depositarias de la tradición de los Apóstoles— la prueba por la cual se condena la herejía, apelando a la tradición así preservada como ofreciendo una prueba concluyente de la novedad y consiguiente falsedad de los dogmas de los herejes. Se puede recurrir a cualquiera de estas Iglesias con el propósito de determinar con precisión cuál es la tradición de los Apóstoles; todas están en igualdad en lo que respecta a la autoridad, ya que todas son Apostólicas y, por lo tanto, todas proclaman la misma fe. La tradición de la Iglesia Romana es un ejemplo de esta tradición Apostólica.
Mientras que la naturaleza de la autoridad que posee es idéntica a la de la tradición de las otras Iglesias Apostólicas, San Ireneo señala que tiene una garantía adicional de su pureza. Esta es, dice, su preservación no solo a través de la sucesión Apostólica en esa Iglesia de la cual está a punto de dar una lista, sino ‘por los fieles’ que, obligados a acudir de todas partes a Roma, son así, como miembros del Único Cuerpo, compelidos a tener relación con la Iglesia local durante su residencia en la ciudad, y así vierten en ella la tradición de ‘toda Iglesia’. Su acción así asegura eficazmente que la tradición local se mantenga intacta, ya que cualquier error sería detectado a través del testimonio de toda iglesia así traído a ella sobre la tradición original del Apóstol.
524. Todo el argumento muestra que San Ireneo no sabía nada de la idea de que el Obispo Romano, como ‘el verdadero Vicario de Cristo, Cabeza de toda la Iglesia, el Padre y Maestro de todos los cristianos’, posee en virtud del primado Apostólico, que, como sucesor de Pedro, Príncipe de los Apóstoles, tiene sobre toda la Iglesia, el poder supremo de enseñanza’, de modo que ‘cuando habla ex cathedra... sus definiciones son irreformables por sí mismas, y no por el consentimiento de la Iglesia’.³⁹ Si esto fuera cierto, el argumento del Padre habría sido inútil, mientras que atribuir el carácter especial del testimonio de la Iglesia de Roma al carácter ‘microcósmico’ de esa Iglesia habría sido herético, al implicar una negación del verdadero fundamento de la autoridad del Pontífice Romano, según la Constitución Divina de la Iglesia. Si San Ireneo hubiera creído la doctrina sobre el Papado encarnada en la Satis Cognitum y los Decretos Vaticanos, necesariamente habría adoptado un curso de procedimiento muy diferente. Simplemente habría dicho: ‘Estos herejes están manifiestamente probados como equivocados por el hecho de que su doctrina difiere de la del Pastor Supremo del Único Rebaño. Si hubiera algún caso de duda, se debe recurrir a él de inmediato para una decisión infalible al respecto’. Un método muy efectivo, mucho más simple que la apelación a la tradición de las Iglesias Apostólicas. Dado que ni San Ireneo ni Tertuliano⁴⁰ lo adoptaron, la conclusión es inevitable que lo ignoraban.
525. La conclusión aquí extraída del testimonio del ‘pasaje ireneano’ sobre la posición real del Obispo de Roma es confirmada por la enseñanza del mismo escritor en otra parte de la obra en la que ocurre ese pasaje. San Ireneo dice allí: ‘Debemos escuchar a aquellos Presbíteros que están en la Iglesia, aquellos que tienen su sucesión de los Apóstoles, como hemos señalado, quienes con su sucesión en el Episcopado recibieron un don seguro de la verdad, según el beneplácito del Padre, pero al resto que se apartan de la successio principalis y se reúnen en cualquier lugar, debemos tenerlos bajo sospecha, ya sea como herejes o malintencionados; o como causantes de división, y enaltecidos y complacientes consigo mismos; o de nuevo como hipócritas, comportándose así por ganancia y vanagloria. Pero todos estos han caído de la verdad’.⁴¹
San Ireneo establece aquí que es deber de los cristianos adherirse a aquellos que tienen su sucesión en el Episcopado de los Apóstoles, no siguiendo a aquellos que se separan de ellos. La prueba, por lo tanto, de estar en la Iglesia, según el Padre, es la comunión con aquellos Obispos que poseen la successio principalis, es decir, los Obispos de las Iglesias Apostólicas; esto está en estricta armonía con la enseñanza del argumento que se consideró por último. Las Sedes Apostólicas son las que poseen la preeminencia y ejercen la mayor influencia en la Iglesia como depositarias de la tradición de los Apóstoles; la comunión, por lo tanto, con estas Sedes es la marca de estar en la unidad de la Iglesia. San Ireneo, si hubiera creído la doctrina de la Monarquía Papal encarnada en la Satis Cognitum, habría estado obligado a dar un consejo de un carácter esencialmente diferente. Habría dicho: ‘Debemos escuchar al Pastor Supremo del Único Rebaño, el sucesor de Pedro en el Episcopado Romano, y adherirnos a la comunión con él, ya que de lo contrario estaremos ‘fuera del edificio’, ‘separados del redil’ y ‘exiliados del Reino’. La posición adoptada por San Ireneo es claramente ajena a la que la Satis Cognitum afirma haber sido ‘la creencia venerable y constante de toda época’.
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Y no esta completa, tambien haría falta mencionar que VIctor I intento excomulgar a las iglesias de hacia por el problema de la pascua, pero no pudo porque muchos obispos le exhortaron, incluyendo Ireneo. Victor siendo supuestamente el padre de la iglesia, supremo pontifice, soberano, primero en autoridad, y demás titulos ¿No pudo hacer un simple anatema y pudieron contra el otros obispos? eso literalmente contradice la idea de un papa en el siglo II.