Testimonio de Richard P. Bennett, extraído del libro “Lejos de Roma, cerca de Dios”, donde 55 ex-sacerdotes católicorromanos nos cuentan sus experiencias (Ed. Portavoz) Pgs. 366-369
Años de vacilación
La virgen María, los santos y el sacerdocio eran sólo una pequeña parte de la gran batalla con la que me enfrentaba. ¿Quién era el Señor de mi vida: Jesucristo conforme se revela en su Palabra, o la Iglesia Católica Romana? Esta pregunta fundamental ardía dentro de mí, especialmente durante los seis últimos años como cura párroco de Sangre Grande, entre 1979 y 1985. La idea de que la Iglesia Católica Romana era suprema en todos los aspectos de fe y moral me la habían grabado en la mente desde la infancia. Me parecía imposible poder cambiar. Roma no sólo era suprema, sino que siempre la llamaban "Santa Madre Iglesia". ¿Cómo podría rebelarme contra la "Santa Madre Iglesia", especialmente cuando yo cumplía una parte oficial en dispensar sus sacramentos y en mantener a los feligreses fieles a ella?
En 1981, me redediqué seriamente al servicio de la Iglesia Católica Romana mientras asistía a un seminario de renovación parroquial que se llevó a cabo en Nueva Orleans. Sin embargo, cuando regresé a Trinidad para ocuparme de los verdaderos problemas de la vida, de nuevo volvía a la autoridad de la Palabra de Dios. Finalmente la tensión se volvió un tira y afloja dentro de mí. A veces consideraba que la Iglesia Católica Romana era la autoridad absoluta, y otras veces consideraba que la Biblia era la base fundamental. Durante esos años sufrí muchos problemas del estómago debido a las tensiones emocionales. Tendría que haberme dado cuenta de la simple verdad de que uno no puede servir a dos señores. En el cargo que ocupaba, debía colocar la autoridad absoluta de la Palabra de Dios bajo la supuesta autoridad suprema de la Iglesia Católica Romana
Esa contradicción se representó en lo que hice con las cuatro estatuas que estaban en la Iglesia de Sangre Grande. Saqué y quebré las imágenes de San Francisco y San Martín porque el segundo mandamiento de la Ley de Dios declara, en Éxodo 20:4, 'No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que está arriba en el cielo, ni debajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. Pero cuando algunos feligreses se opusieron a mi decisión de quitar las imágenes del Sagrado Corazón y de la Virgen María, las dejé en su lugar por la autoridad superior, o sea, la autoridad de la Iglesia Católica Romana, que en su Ley Canónica 1188 dice: “La práctica de presentar las sagradas imágenes en las iglesias para la veneración de los fieles debe permanecer". No me di cuenta, entonces, de que estaba tratando de hacer que la Palabra de Dios se sometiera a la palabra de los hombres.
Mi propia culpa
Aunque anteriormente ya había descubierto que la palabra de Dios es absoluta, todavía experimentaba la agonía de sostener que la Iglesia Católica Romana era recipiente de más autoridad que la Palabra de Dios, hasta en los aspectos donde la Iglesia de Roma hablaba en contra de lo que dice la Biblia. ¿Cómo podría ser esto? En primer lugar, era mi propia culpa. Si yo hubiera aceptado la autoridad de la Biblia como suprema la Palabra de Dios me habría convencido de que renunciara a mi cargo sacerdotal como mediador; pero esto era demasiado preciado para mi. Segundo, nadie jamás cuestionaba mis acciones como sacerdote. Visitantes de ultramar venían a misa, veían nuestros aceites sagrados, el agua bendita, las medallas, imágenes, vestimentas, rituales, pero nunca
decían una palabra. Este estilo maravilloso, el simbolismo, la música, y el gusto artístico de la Iglesia Católica es muy cautivante. El incienso no sólo tiene un fuerte aroma, sino que también infunde misterio a la mente.
El punto decisivo
Cierto día, una señora me desafió con estas palabras: "Ustedes, los católicos romanos tienen apariencia de piedad, pero niegan su poder". Esta fue la única cristiana que me enfrentó en todos mis 22 años de sacerdocio. Esas palabras me molestaron por algún tiempo porque las luces, los banderines, la música de la gente, las guitarras y los tambores me gustaban mucho. Probablemente ningún otro sacerdote en la isla de Trinidad tenía sotanas, vestimentas y adornos tan coloridos como los que tenía yo. Era evidente que yo no deseaba renunciar a esta "apariencia de piedad". Así pues, por esas razones no quería poner en vigor lo que me revelaban mis ojos.
En octubre de 1985, la gracia de Dios se sobrepuso a la mentira que yo estaba tratando de vivir Me fuí a la isla de Barbados para enfrentar en oración la duplicidad en que me había forzado a vivir Me sentía realmente atrapado. La Palabra de Dios, en verdad, es absoluta. Sólo debo obedecerle a ella. No obstante, a ese mismísimo Dios le había jurado obediencia a la autoridad suprema de la Iglesia Católica. En Barbados pude leer un libro donde se explicaba el significado bíblico de «Iglesia" como «la hermandad de creyentes". Tenía comentarios sobre el muy conocido texto que se encuentra en Mateo 16:18, donde el Señor Jesucristo declara «... yo edificaré mi iglesia..." En el propio lenguaje de Jesús, la palabra iglesia es edah, que significa «hermandad". Yo siempre había entendido que la palabra "iglesia" significaba “la autoridad suprema para enseñar sobre todo asunto de fe y moral". En el Nuevo Testamento no hay indicio alguno de una jerarquía, mucho menos de un "clero que se enseñorea sobre el “laicado". Más bien, era como el Señor lo había declarado en persona “.. porque uno es vuestro Maestro, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos" (Mateo 23:8). Ahora que veía y comprendía el significado de la palabra iglesia como “hermandad", esto me dio la libertad que necesitaba para desprenderme de la Iglesia Católica como la autoridad suprema y colocar mi dependencia en las Sagradas Escrituras y en Jesucristo como Señor Al fin me di cuenta de que en términos bíblicos, los obispos de la Iglesia Católica que yo conocía no eran creyentes en la Biblia. La mayoría eran hombres piadosos dados a la devoción a la virgen María, al Rosario, y eran leales a Roma. Pero ninguno tenía idea de la obra completa de salvación que Cristo consumó en la cruz del Calvario; que la salvación es personal y completa. Todos predicaban penitencia para el pecado, sufrimiento humano, obras religiosas, “el camino del hombre” en lugar del evangelio de la Gracia. Pero por la misericordia de Dios, vi que no es por la Iglesia Católica ni por ninguna clase de obras que uno se salva. La Escritura dice: ”Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8-9)
Continuará.............
Años de vacilación
La virgen María, los santos y el sacerdocio eran sólo una pequeña parte de la gran batalla con la que me enfrentaba. ¿Quién era el Señor de mi vida: Jesucristo conforme se revela en su Palabra, o la Iglesia Católica Romana? Esta pregunta fundamental ardía dentro de mí, especialmente durante los seis últimos años como cura párroco de Sangre Grande, entre 1979 y 1985. La idea de que la Iglesia Católica Romana era suprema en todos los aspectos de fe y moral me la habían grabado en la mente desde la infancia. Me parecía imposible poder cambiar. Roma no sólo era suprema, sino que siempre la llamaban "Santa Madre Iglesia". ¿Cómo podría rebelarme contra la "Santa Madre Iglesia", especialmente cuando yo cumplía una parte oficial en dispensar sus sacramentos y en mantener a los feligreses fieles a ella?
En 1981, me redediqué seriamente al servicio de la Iglesia Católica Romana mientras asistía a un seminario de renovación parroquial que se llevó a cabo en Nueva Orleans. Sin embargo, cuando regresé a Trinidad para ocuparme de los verdaderos problemas de la vida, de nuevo volvía a la autoridad de la Palabra de Dios. Finalmente la tensión se volvió un tira y afloja dentro de mí. A veces consideraba que la Iglesia Católica Romana era la autoridad absoluta, y otras veces consideraba que la Biblia era la base fundamental. Durante esos años sufrí muchos problemas del estómago debido a las tensiones emocionales. Tendría que haberme dado cuenta de la simple verdad de que uno no puede servir a dos señores. En el cargo que ocupaba, debía colocar la autoridad absoluta de la Palabra de Dios bajo la supuesta autoridad suprema de la Iglesia Católica Romana
Esa contradicción se representó en lo que hice con las cuatro estatuas que estaban en la Iglesia de Sangre Grande. Saqué y quebré las imágenes de San Francisco y San Martín porque el segundo mandamiento de la Ley de Dios declara, en Éxodo 20:4, 'No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que está arriba en el cielo, ni debajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. Pero cuando algunos feligreses se opusieron a mi decisión de quitar las imágenes del Sagrado Corazón y de la Virgen María, las dejé en su lugar por la autoridad superior, o sea, la autoridad de la Iglesia Católica Romana, que en su Ley Canónica 1188 dice: “La práctica de presentar las sagradas imágenes en las iglesias para la veneración de los fieles debe permanecer". No me di cuenta, entonces, de que estaba tratando de hacer que la Palabra de Dios se sometiera a la palabra de los hombres.
Mi propia culpa
Aunque anteriormente ya había descubierto que la palabra de Dios es absoluta, todavía experimentaba la agonía de sostener que la Iglesia Católica Romana era recipiente de más autoridad que la Palabra de Dios, hasta en los aspectos donde la Iglesia de Roma hablaba en contra de lo que dice la Biblia. ¿Cómo podría ser esto? En primer lugar, era mi propia culpa. Si yo hubiera aceptado la autoridad de la Biblia como suprema la Palabra de Dios me habría convencido de que renunciara a mi cargo sacerdotal como mediador; pero esto era demasiado preciado para mi. Segundo, nadie jamás cuestionaba mis acciones como sacerdote. Visitantes de ultramar venían a misa, veían nuestros aceites sagrados, el agua bendita, las medallas, imágenes, vestimentas, rituales, pero nunca
decían una palabra. Este estilo maravilloso, el simbolismo, la música, y el gusto artístico de la Iglesia Católica es muy cautivante. El incienso no sólo tiene un fuerte aroma, sino que también infunde misterio a la mente.
El punto decisivo
Cierto día, una señora me desafió con estas palabras: "Ustedes, los católicos romanos tienen apariencia de piedad, pero niegan su poder". Esta fue la única cristiana que me enfrentó en todos mis 22 años de sacerdocio. Esas palabras me molestaron por algún tiempo porque las luces, los banderines, la música de la gente, las guitarras y los tambores me gustaban mucho. Probablemente ningún otro sacerdote en la isla de Trinidad tenía sotanas, vestimentas y adornos tan coloridos como los que tenía yo. Era evidente que yo no deseaba renunciar a esta "apariencia de piedad". Así pues, por esas razones no quería poner en vigor lo que me revelaban mis ojos.
En octubre de 1985, la gracia de Dios se sobrepuso a la mentira que yo estaba tratando de vivir Me fuí a la isla de Barbados para enfrentar en oración la duplicidad en que me había forzado a vivir Me sentía realmente atrapado. La Palabra de Dios, en verdad, es absoluta. Sólo debo obedecerle a ella. No obstante, a ese mismísimo Dios le había jurado obediencia a la autoridad suprema de la Iglesia Católica. En Barbados pude leer un libro donde se explicaba el significado bíblico de «Iglesia" como «la hermandad de creyentes". Tenía comentarios sobre el muy conocido texto que se encuentra en Mateo 16:18, donde el Señor Jesucristo declara «... yo edificaré mi iglesia..." En el propio lenguaje de Jesús, la palabra iglesia es edah, que significa «hermandad". Yo siempre había entendido que la palabra "iglesia" significaba “la autoridad suprema para enseñar sobre todo asunto de fe y moral". En el Nuevo Testamento no hay indicio alguno de una jerarquía, mucho menos de un "clero que se enseñorea sobre el “laicado". Más bien, era como el Señor lo había declarado en persona “.. porque uno es vuestro Maestro, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos" (Mateo 23:8). Ahora que veía y comprendía el significado de la palabra iglesia como “hermandad", esto me dio la libertad que necesitaba para desprenderme de la Iglesia Católica como la autoridad suprema y colocar mi dependencia en las Sagradas Escrituras y en Jesucristo como Señor Al fin me di cuenta de que en términos bíblicos, los obispos de la Iglesia Católica que yo conocía no eran creyentes en la Biblia. La mayoría eran hombres piadosos dados a la devoción a la virgen María, al Rosario, y eran leales a Roma. Pero ninguno tenía idea de la obra completa de salvación que Cristo consumó en la cruz del Calvario; que la salvación es personal y completa. Todos predicaban penitencia para el pecado, sufrimiento humano, obras religiosas, “el camino del hombre” en lugar del evangelio de la Gracia. Pero por la misericordia de Dios, vi que no es por la Iglesia Católica ni por ninguna clase de obras que uno se salva. La Escritura dice: ”Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8-9)
Continuará.............