Leamos la BIBLIA

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En aquellos días, Pedro dijo a la gente:
- «El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús, al que vosotros entregasteis y rechazasteis ante Pilato, cuando había decidido soltarlo.
Rechazasteis al santo, al justo, y pedisteis el indulto de un asesino; matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos.
Sin embargo, hermanos, sé que lo hicisteis por ignorancia, y vuestras autoridades lo mismo; pero Dios cumplió de esta manera lo que había dicho por los profetas, que su Mesías tenía que padecer.
Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados.»



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Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis.
Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo.
Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero.
En esto sabemos que lo conocemos: en que guardamos sus mandamientos.
Quien dice: «Yo lo conozco», y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él.
Pero quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él.



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En aquel tiempo, contaban 1os discípulos lo que les había pasado por el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan.
Estaban hablando de estas cosas, cuando se presenta Jesús en medio de ellos y les dice:
- «Paz a vosotros.»
Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. El les dijo:
- « ¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona.
Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo.»
Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo:
- « ¿Tenéis ahí algo que comer?»
Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos. Y les dijo:
- «Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse.»
Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió:
- «Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto.»

Palabra del Señor.


Más abajo encontrareis la HOMILÍA correspondiente a estas lecturas.
 
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El encuentro de Jesús con los dos discípulos que iban camino de Emaús, tiene su colofón hoy con la llegada de éstos al lugar de la Ultima Cena, su retorno a la comunidad que habían abandonado y el gozo de compartir de nuevo la esperanza y la alegría que habían perdido.

Es en este grupo de amistad y de fe, en la comunicación de su experiencia de vida, donde se hace presente Jesús resucitado.
El mismo Jesús había dicho en su momento:”Si dos o más se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”

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Las primeras palabras de Jesús en este encuentro lleno de júbilo: ”PAZ A VOSOTROS”, confirman los anhelos más profundos del corazón de Dios y expresan la eterna aspiración de los seres humanos, pocas veces cumplida.
La guerra es el resultado final del fracaso del diálogo y la comunicación, del entendimiento y de la razón.
Rompe la armonía del universo y de la humanidad y hace prevalecer la ley del más fuerte por encima del respeto que toda persona se merece. Deja graves secuelas entre los inocentes, sembrando odios, represalias, hambre, muerte, desolación...
La historia nos enseña que la guerra no soluciona los problemas; más bien los acrecienta.

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-Los especuladores de siempre, los cazadores de recompensas, los violentos, los acumuladores de suministros y, sobre todo, la industria armamentista, por no citar los intereses de los estados y las aspiraciones de poder o esferas de influencia.

Las dos Guerras Mundiales se saldaron con más de 40 millones de muertos, ciudades destruidas, tierras quemadas y abusos de todo tipo.

Hoy hay conflictos enquistados en Africa y Afganistán , donde se hallan implicadas las grandes potencias en un juego inhumano por justificar lo injustificable o sacando “tajada política” con argumentos pacifistas, exhibidos más como propaganda que como sentimiento profundamente vivido.

La paz que Jesús ofrece brota de la rectitud de la conciencia y se asienta en la sencillez del alma que se abandona al amor de Dios y reconoce la bondad y el derecho de los hombres y mujeres del mundo a ser respetados, valorados y queridos por su condición de personas libres, responsables y pacíficas-.
Precisamente, los pastores anuncian en Belén el nacimiento de Jesús como mensajero de Dios para traer la paz e iniciar el período mesiánico bajo los auspicios de liberación de los oprimidos, de luz a los que viven en oscuridad y de amnistía- año de gracia del Señor- para proclamar el perdón y reconciliar lo aparentemente irreconciliable.

Aunque para muchos la paz sea una utopía, recurso demagógico o palabra bonita que sale de boca de “iluminados”, es una vieja aspiración de la humanidad, y posible si ponemos los medios para asentar la convivencia.

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La reacción de los discípulos al encontrarse con Jesús es de susto, miedo, sorpresa y alegría. Todo eso desborda su imaginación y su esperanza. Es el Maestro en persona y les parece increíble y maravilloso.

El mismo Jesús quiere disipar sus dudas invitándoles a palpar sus manos y sus pies, para que vean que es una persona real de carne y hueso, y no un fantasma.

¿Cuántas veces hemos proferido con los labios expresiones tales como “¡no me lo puedo creer!¡qué hermoso es todo esto!” o ¡es imposible tanta felicidad en tan poco tiempo!?

Y es que la felicidad es compañera inseparable de la fe y ayuda a fortalecerla.

Escribía Pagola: “el hombre que sólo es sensible al mal y no sabe gustar la alegría del bien que se encierra en la vida, difícilmente será creyente. Sólo quien es capaz de captar la generosidad, la ternura, la amistad, la belleza, la creatividad y el bien, puede intuir el misterio de la alegría y abrirse confiadamente al Creador de la vida...Probablemente la increencia de bastantes comienza a engendrarse muchas veces en esa tristeza que se produce en la persona cuando ha desacralizado el universo, se ha vaciado de interioridad, ha cortado el lazo vital que le unía con Dios, ha reducido su vida sólo a lo pragmático”.

La alegría resalta en este encuentro con Jesús por encima de los demás sentimientos.

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La experiencia con el Resucitado empapa toda la vida. Ya nada será igual.
Millones de seres humanos han vivido esta experiencia.

¡Ojalá1 que nosotros- al menos yo- con nuestra débil fe, nos sintamos fortalecidos y caminemos hacia la luz, como los discípulos de Emaús, tras haber andado el otro camino hacia la noche!

El encuentro con Jesús, hecho Eucaristía, nos hará abrir los ojos para ver y mirar a las personas como las ve Dios, su Creador.
 
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En aquellos días, Esteban, lleno de gracia y poder, realizaba grandes prodigios y signos en medio del pueblo. Unos cuantos de la sinagoga llamada de los libertos, oriundos de Cirene, Alejandría, Cilicia y Asia, se pusieron a discutir con Esteban; pero no lograban hacer frente a la sabiduría y al espíritu con que hablaba. Indujeron a unos que asegurasen:
«Le hemos oído palabras blasfemas contra Moisés y contra Dios.»
Alborotaron al pueblo, a los ancianos y a los escribas, agarraron a Esteban por sorpresa y lo condujeron al Sanedrín, presentando testigos falsos que decían:
«Este individuo no para de hablar contra el templo y la Ley. Le hemos oído decir que ese Jesús de Nazaret destruirá el templo y cambiará las tradiciones que recibimos de Moisés.»
Todos los miembros del Sanedrín miraron a Esteban, y su rostro les pareció el de un ángel.



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Después que Jesús hubo saciado a cinco mil hombres, sus discípulos lo vieron caminando sobre el lago.
Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del lago notó que allí no había habido más que una lancha y que Jesús no había embarcado con sus discípulos, sino que sus discípulos se habían marchado solos.
Entretanto, unas lanchas de Tiberiades llegaron cerca del sitio donde habían comido el pan sobre el que el Señor pronunció la acción de gracias. Cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron:
«Maestro, ¿cuándo has venido aquí?»
Jesús les contestó:
«Os lo aseguro, me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros.
Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a éste lo ha sellado el Padre, Dios.»
Ellos le preguntaron:
«Y, ¿qué obras tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios quiere?»
Respondió Jesús:
«La obra que Dios quiere es ésta. Que creáis en el que él ha enviado.»

Palabra del Señor.
 
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En aquellos días, Esteban decía al pueblo, a los ancianos y a los escribas;
-« ¡Duros de cerviz, incircuncisos de corazón y de oídos! Siempre resistís al Espíritu Santo, lo mismo que vuestros padres. ¿Hubo un profeta que vuestros padres no persiguieran? Ellos mataron a los que anunciaban la venida del justo, y ahora vosotros lo habéis traicionado y asesinado; recibisteis la Ley por mediación de ángeles, y no la habéis observado.»
Oyendo estas palabras, se recomían por dentro y rechinaban los dientes de rabia. Esteban, lleno de Espíritu Santo, fijó la mirada en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús de pie a la derecha de Dios, y dijo:
-«Veo el cielo abierto y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios.»
Dando un grito estentóreo, se taparon los oídos; y, como un solo hombre, se abalanzaron sobre él, lo empujaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearlo. Los testigos, dejando sus capas a los pies de un joven llamado Saulo, se pusieron también a apedrear a Esteban, que repetía esta invocación:
- «Señor Jesús, recibe mi espíritu.»
Luego, cayendo de rodillas, lanzó un grito:
- «Señor, no les tengas en cuenta este pecado.»
Y, con estas palabras, expiró. Saulo aprobaba la ejecución.



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En aquel tiempo, dijo la gente a Jesús:
- « ¿Y qué signo vemos que haces tú, para que creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: “Les dio a comer pan del cielo.”»
Jesús les replicó:
- «Os aseguro que no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo.»
Entonces le dijeron:
- «Señor, danos siempre de este pan.»
Jesús les contestó:
- «Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed.»

Palabra del Señor.
 
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Queridos hermanos:
Tened sentimientos de humildad unos con otros, porque Dios resiste a los soberbios, pero da su gracia a los humildes. Inclinaos, pues, bajo la mano poderosa de Dios, para que, a su tiempo, os ensalce.
Descargad en él todo vuestro agobio, que él se interesa por vosotros.
Sed sobrios, estad alerta, que vuestro enemigo, el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quién devorar. Resistidle firmes en la fe, sabiendo que vuestros hermanos en el mundo entero pasan por los mismos sufrimientos. Tras un breve padecer, el mismo Dios de toda gracia, que os ha llamado en Cristo a su eterna gloria, os restablecerá, os afianzará, os robustecerá. Suyo es el poder por los siglos.
Amén.
Os he escrito esta breve carta por mano de Silvano, al que tengo por hermano fiel, para exhortaros y atestiguaros que ésta es la verdadera gracia de Dios. Manteneos en ella.
Os saluda la comunidad de Babilonia, y también Marcos, mi hijo. Saludaos entre vosotros con el beso del amor fraterno.
Paz a todos vosotros, los cristianos.



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En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo:
-«ld al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación.
El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado.
A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos.»
Después de hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios.
Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.

Palabra del Señor.
 
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Yo, hermanos, cuando vine a vosotros a anunciaros el misterio de Dios, no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría, pues nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado.
Me presenté a vosotros débil y temblando de miedo; mi palabra y mi predicación no fue con persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación y el poder del Espíritu, para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.
Hablamos, entre los perfectos, una sabiduría que no es de este mundo ni de los príncipes de este mundo, que quedan desvanecidos, sino que enseñamos una sabiduría divina, misteriosa, escondida, predestinada por Dios antes de los siglos para nuestra gloria.
Ninguno de los príncipes de este mundo la ha conocido; pues, si la hubiesen conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria.
Sino, como está escrito: «Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman.»
Y Dios nos lo ha revelado por el Espíritu. El Espíritu lo sondea todo, incluso lo profundo de Dios.



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En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
-«Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?
No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.
Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte.
Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa.
Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.»

Palabra del Señor.
 
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En aquellos días, Saulo seguía echando amenazas de muerte contra los discípulos del Señor. Fue a ver al sumo sacerdote y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, autorizándolo a traerse presos a Jerusalén a todos los que seguían el nuevo camino, hombres y mujeres.
En el viaje, cerca ya de Damasco, de repente, una luz celeste lo envolvió con su resplandor. Cayó a tierra y oyó una voz que le decía:
- «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?»
Preguntó él:
- « ¿Quién eres, Señor?»
Respondió la voz:
- «Soy Jesús, a quien tú persigues. Levántate, entra en la ciudad, y allí te dirán lo que tienes que hacer.»
Sus compañeros de viaje se quedaron mudos de estupor, porque oían la voz, pero no veían a nadie.
Saulo se levantó del suelo y, aunque tenía los ojos abiertos, no veía. Lo llevaron de la mano hasta Damasco. Allí estuvo tres días ciego, sin comer ni beber.
Había en Damasco un discípulo, que se llamaba Ananías. El Señor lo llamó en una visión: - «Ananías.»
Respondió él:
- «Aquí estoy, Señor.»
El Señor le dijo:
- «Ve a la calle Mayor, a casa de judas, y pregunta por un tal Saulo de Tarso. Está orando, y ha visto a un cierto Ananías que entra y le impone las manos para que recobre la vista.»
Ananías contestó:
- «Señor, he oído a muchos hablar de ese individuo y del daño que ha hecho a tus santos en Jerusalén.
Además, trae autorización de los sumos sacerdotes para llevarse presos a todos los que invocan tu nombre.»
El Señor le dijo:
- «Anda, ve; que ese hombre es un instrumento elegido por mí para dar a conocer mi nombre a pueblos y reyes, y a los israelitas. Yo le enseñaré lo que tiene que sufrir por mi nombre.»
Salió Ananías, entró en la casa, le impuso las manos y dijo:
- «Hermano Saulo, el Señor Jesús, que se te apareció cuando venías por el camino, me ha enviado para que recobres la vista y te llenes de Espíritu Santo.»
Inmediatamente se le cayeron de los ojos una especie de escamas, y recobró la vista. Se levantó, y lo bautizaron. Comió, y le volvieron las fuerzas.
Se quedó unos días con los discípulos de Damasco, y luego se puso a predicar en las sinagogas, afirmando que Jesús es el Hijo de Dios.



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En aquel tiempo, disputaban los judíos entre sí:
- « ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?»
Entonces Jesús les dijo:
- «Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros.
El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él.
El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí.
Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre.»
Esto lo dijo Jesús en la sinagoga, cuando enseñaba en Cafarnaún.

Palabra del Señor.
 
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En aquellos días, la Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaria. Se iba construyendo y progresaba en la fidelidad al Señor, y se multiplicaba, animada por el Espíritu Santo.
Pedro recorría el país y bajó a ver a los santos que residían en Lida. Encontró allí a un cierto Eneas, un paralítico que desde hacia ocho años no se levantaba de la camilla.
Pedro le dijo:
-«Eneas, Jesucristo te da la salud; levántate y haz la cama.»
Se levantó inmediatamente. Lo vieron todos los vecinos de Lida y de Sarán, y se convirtieron al Señor.
Había en Jaffa una discípula llamada Tabita, que significa Gacela. Tabita hacia infinidad de obras buenas y de limosnas. Por entonces cayó enferma y murió. La lavaron y la pusieron en la sala de arriba.
Lida está cerca de Jafa. Al enterarse los discípulos de que Pedro estaba allí, enviaron dos hombres a rogarle que fuera a Jaffa sin tardar. Pedro se fue con ellos. Al llegar a Jaffa, lo llevaron a la sala de arriba, y se le presentaron las viudas, mostrándole con lágrimas los vestidos y mantos que hacía Gacela cuando vivía. Pedro mandó salir fuera a todos. Se arrodilló, se puso a rezar y, dirigiéndose a la muerta, dijo:
- «Tabita, levántate.»
Ella abrió los ojos y, al ver a Pedro, se incorporó. Él la cogió de la mano, la levantó y, llamando a los santos y a las viudas, se la presentó viva.
Esto se supo por todo Jaffa, y muchos creyeron en el Señor.



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En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron:
-«Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?»
Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo:
- « ¿Esto os hace vacilar?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen.»
Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar.
Y dijo:
- «Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede.»
Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.
Entonces Jesús les dijo a los Doce:
- « ¿También vosotros queréis marcharos?»
Simón Pedro le contestó:
- «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios.»

Palabra del Señor.
 
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En aquellos días, Pedro, lleno de Espíritu Santo, dijo:
- «Jefes del pueblo y ancianos: Porque le hemos hecho un favor a un enfermo, nos interrogáis hoy para averiguar qué poder ha curado a ese hombre; pues, quede bien claro a todos vosotros y a todo Israel que ha sido el nombre de Jesucristo Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos; por su nombre, se presenta éste sano ante vosotros.
Jesús es la piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular; ningún otro puede salvar; bajo el cielo, no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos.»



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Queridos hermanos:
Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no le conoció a él.
Queridos, ahora somos hijos de Dios y aun no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.



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En aquel tiempo, dijo Jesús:
- «Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo hace estrago y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas.
Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas.
Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo Pastor.
Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre.»

Palabra del Señor.


Más abajo encontrareis la HOMILÍA correspondiente a estas lecturas.
 
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El ejercicio del pastoreo surge según los entendidos en la época del Neolítico cuando el hombre se dio cuenta que era mejor cuidar animales domesticados y servirse de ellos para su sustento que ejercer el difícil y arriesgado oficio de la caza y de la pesca, con los medios rudimentarios que tenían entonces.
El pastoreo en Israel estaba directamente ligado a la economía familiar y al contacto directo con la naturaleza. Tenía cierto carácter sagrado y estaba mejor considerado que la agricultura. Por eso el tratamiento que se da a ambos en la Biblia es desigual.

La comparación entre pastor y jefatura va unida a la práctica del servicio.
Para Israel el verdadero Jefe-Pastor es Yahvé que conduce a su grey- rebaño hacia buenos pastos.

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El buen pastor o si queremos, quien ostenta el poder, se rige por las características que describe Jesús en la parábola:

1.- Da la vida por los suyos. Jesús la hizo realidad. Pasó por la vida entregándolo todo, luchando contra el mal y contra lo que atentaba a la libertad de las personas.

2.- No abandona a las ovejas ni huye como hace el mal pastor. Afronta el peligro, da la cara y sale al encuentro de los más necesitados, sin importarle la maledicencia de la gente ni los comentarios peyorativos de los leguleyos. El evangelio está lleno del amor y preocupación que sentía por su rebaño.

3.- Le importan mucho los suyos. No es un pasota. Siente preocupación por sus problemas, comparte sus sufrimientos y hasta sus más mínimas inquietudes.

4.- Conoce a los suyos por su propio nombre y les hace partícipes de su vida. Sabe lo que pasa en lo más hondo de su corazón. Por eso disculpa, perdona, acompaña, educa, les previene de los peligros...

5.- Sus amigos le conocen y confían plenamente en El. Le siguen. Comprenden que sólo en Jesús encuentran palabras de vida eterna. Algunos se van a sus casas con nostalgia y con pena, porque piensan que todas las maravillas vividas a su lado acabaron con la muerte en cruz, pero terminan volviendo.

6.- Conoce al Padre y los secretos más arcanos de Dios. Es el mejor maestro y el mejor guía para ilustrarnos sobre el “corazón” de su Padre, que nos muestra y nos descubre como un Ser tierno, conmovedor y cercano, que nos espera y acoge.
Nos ofrece la auténtica imagen de Dios, distorsionada por otras imágenes- no todas- del A.-T. que lo presentan como justiciero y vengador, ante el cual sólo cabe una relación de temor.

7.- Se siente infinitamente amado por el Padre y corresponde a su amor abandonándose confiado en sus manos. Es el Hijo fiel que cumple su voluntad.

8.- Es el pastor universal. No se limita a cuidar su rebaño, porque busca también otros rebaños. No segrega aparte su rebaño ni corta el acceso de los demás a los pastos, ni reduce su círculo vital a la atención de unos pocos, con los que se siente a gusto, arropado y feliz.

9.- Quiere la unidad de todos esos rebaños por encima de todo a fin de que sigan bajo el mando de un solo cayado y un solo pastor. Crea comunidad y no individualismo.

10.- La vida que entrega, la recupera. Es una fuente de esperanza, donde el aparente fracaso encuentra su galardón definitivo, no de parte de los hombres, sino de Dios.

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Estas características del buen pastor pueden servirnos de meditación a quienes hemos recibido la misión de gobernar, aunque sea una parte minúscula de ese rebaño que formamos los hombres. Los gobernantes, los sacerdotes, los padres y madres de familia, los hermanos entre sí, los padres con los hijos y los hijos con los padres, las comunidades que llamamos pueblos. Todos entramos en la esfera del mundo que busca su plenitud y como tal necesitamos fidelidad, preocupación por los nuestros, conocimiento de sus personas, ser reconocidos por ellos, mostrar la bondad de Dios, educar en y para la afectividad, cultivar el respeto y la vocación de cada uno, escuchar siempre con el corazón y con la mente, entregarnos a su servicio, eternizar el amor como fuente perenne de la vida.

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La fiesta de hoy nos llama a la búsqueda de lo positivo y noble y no a la acritud, a la desesperanza y a la crítica destructiva, que obstruye el ejercicio de la autoridad.
Cuando se comparten y delegan responsabilidades, es más fácil relacionarnos y crear la armonía y unidad que Dios quiere.
Oremos pues, después de haber proclamado juntos nuestra fe, por nuestros gobernantes y por los pastores de la Iglesia.
 
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En aquellos días, los apóstoles y los hermanos de Judea se enteraron de que también los gentiles habían recibido la palabra de Dios. Cuando Pedro subió a Jerusalén, los partidarios de la circuncisión le reprocharon:
- «Has entrado en casa de incircuncisos y has comido con ellos.»
Pedro entonces se puso a exponerles los hechos por su orden:
-«Estaba yo orando en la ciudad de Jaffa, cuando tuve en éxtasis una visión: Algo que bajaba, una especie de toldo grande, cogido de los cuatro picos, que se descolgaba del cielo hasta donde yo estaba. Miré dentro y vi cuadrúpedos, fieras, reptiles y pájaros. Luego oí una voz que me decía: “Anda, Pedro, mata y come.
“Yo respondí:
“Ni pensarlo, Señor; jamás ha entrado en mi boca nada profano o impuro.” La voz del cielo habló de nuevo: “Lo que Dios ha declarado puro, no lo llames tú profano. “ Esto se repitió tres veces, y de un tirón lo subieron todo al cielo.
En aquel preciso momento se presentaron, en la casa donde estábamos, tres hombres que venían de Cesárea con un recado para mí. El Espíritu me dijo que me fuera con ellos sin más. Me acompañaron estos seis hermanos, y entramos en casa de aquel hombre. Él nos contó que había visto en su casa al ángel que, en pie, le decía:
“Manda recado a Jaffa e invita a Simón Pedro a que venga; lo que te diga te traerá la salvación a ti y a tu familia.”
En cuanto empecé a hablar, bajó sobre ellos el Espíritu Santo, igual que había bajado sobre nosotros al principio; me acordé de lo que habla dicho el Señor: “Juan bautizó con agua, Pero vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo” Pues, si Dios les ha dado a ellos el mismo don que a nosotros, por haber creído en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo para oponerme a Dios?»
Con esto se calmaron y alabaron a Dios diciendo:
-«También a los gentiles les ha otorgado Dios la conversión que lleva a la vida.»



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En aquel tiempo, dijo Jesús:
- «Os aseguro que el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ése es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el guarda, y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz; a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños.»
Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba. Por eso añadió Jesús:
- «Os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon.
Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos.
El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estrago; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante.»

Palabra del Señor.