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ARTÍCULOS
La familia de Jesús de Nazaret
JUAN LUIS DE LEÓN AZCÁRATE /PROFESOR DE LA FACULTAD DE TEOLOGÍA DE LA UNIVERSIDAD DE DEUSTO
Estas fechas próximas a la Navidad y la ya famosa inscripción 'Jacobo, hijo de José, hermano de Jesús' en un osario jerosolimitano de la segunda mitad del siglo I d. C., nos recuerdan el importante papel que tuvo la familia de Jesús a lo largo de su vida y, más aún, después de su muerte. Pero este papel no fue siempre el mismo. Parece, según las mismas fuentes evangélicas, no desmentidas en los apócrifos de distinto signo, que la familia de Jesús mostró durante su vida pública una actitud ambivalente, principalmente por parte de sus hermanos de sangre (Santiago, José, Simón y Judas), quienes pasarían de una cierta comprensión inicial (Jn 2, 12) al rechazo a medida que fueron descubriendo las peligrosas consecuencias de su mensaje y obrar. Rechazo agravado al acusarlo de «estar fuera de sí» (Mc 3, 21), enajenado, trastornado. No parece probable que se trate de la simple invención de un hipotético grupo de cristianos críticos con el liderazgo que en la iglesia de Jerusalén ejercieron durante años algunos de los parientes de Jesús, ya que, todavía vivos e influyentes, su refutación hubiera sido fácil. La realidad es que esta tradición de rechazo acabó imponiéndose sin oposición firme alguna.
El mismo Jesús parece enfrentarse a esta incomprensión cuando asegura que sus auténticos hermanos y madre son aquellos que cumplen la voluntad de Dios (Mc 3, 31-35). De esta manera, Jesús trasciende los tradicionales y firmes lazos biológicos de parentesco del judaísmo con el fin de crear una familia nueva: la de los hombres y mujeres que se comprometen en la construcción del Reino de Dios. En esta nueva familia las relaciones de sus miembros están marcadas por los valores fraternos del Reino de Dios, el Padre-Madre de esta familia universal. Los dichos de Jesús que lo presentan como provocador de divisiones internas en las familias (Mt 10, 34-36; Lc 12, 51-53) no son sólo reflejo de las tensiones intrafamiliares suscitadas por la conversión al cristianismo, sino también una crítica a las abusivas relaciones de poder del patriarcado tradicional (recuérdese, como casos extremos, la disposición de Lot a entregar sus hijas a los sodomitas para salvaguardar a sus huéspedes y la de Abraham a sacrificar a Isaac en obediencia ciega y acrítica a Dios).
Un cambio radical se produce tras la muerte de Jesús. El rechazo pre-pascual de sus parientes (salvo su madre) se vuelve seguimiento casi desde el primer momento (Hch 1, 14). La experiencia subjetiva-objetiva del Resucitado parece ser la causa de este cambio, al menos en el caso del hermano más conocido de Jesús, Santiago, quien ocupó un destacado protagonismo en la comunidad cristiana de Jerusalén, de la que llegó a ser líder hasta su muerte. El carácter hereditario de algunos cargos en el judaísmo (como el sacerdocio y la realeza) y su reconocida fidelidad judía, de la que dan cuenta algunas fuentes extrabíblicas que lo denominan 'el Justo' (las 'Memorias de Hegesipo', recogidas en la Historia Eclesiástica de Eusebio de Cesarea, y las 'Pseudoclementinas', principalmente), auparon a Santiago a un liderazgo en el que era importante mantener buenas relaciones con el judaísmo, ya que todavía la comunidad cristiana no se había separado de él. Su protagonismo adquiere un realce especial cuando Lucas en Hechos 15 narra el desarrollo de la asamblea de Jerusalén en la que se dilucida la importante cuestión de si los cristianos de procedencia pagana (esto es, no judíos) debían o no circuncidarse y cumplir con las normativas de la ley judía. Los judeocristianos más estrictos defendían esta imposición contra el parecer de Pedro y Pablo. Santiago, siempre según el retrato de Lucas, resuelve el conflicto tomando una decisión salomónica en la que no impone la circuncisión a los gentiles convertidos, sino sólo el respeto de algunas normas alimentarias cuando coinciden en la mesa cristianos de ambos grupos étnicos. ¡No sólo a Pablo, sino también a Santiago, debemos los cristianos el que no tengamos que cumplir la legislación mosaica!
Pero el sumo sacerdote Anán, aprovechando un vacío de poder debido a la muerte del procurador romano Festo en el 62 d. C, le acusará de transgredir la ley judía, provocando así su muerte (como nos cuenta Flavio Josefo en las Antigüedades Judías), aunque las fuentes no se ponen de acuerdo en si Santiago fue lapidado, molido a golpes de un batanero o arrojado desde el pináculo del Templo. Su prestigio bien merecía un osario con la inscripción arriba descrita y que pudo ser conservado como reliquia por los cristianos jerosolimitanos.
Fue tal la relevancia de este personaje que en los siglos II-III d.C. encontramos grupos de judeocristianos estrictos que reivindican su liderazgo no ya sólo sobre la iglesia de Jerusalén sino sobre toda la Iglesia universal, incluso por encima de Pedro, y que plasmaron sus ideas en las llamadas 'Pseudoclementinas'. Lo mismo ocurrirá por la misma época con determinados grupos gnósticos, marcados por un sincretismo de religiones orientales, helenismo y judeo-cristianismo, que han dejado su impronta literaria en algunos escritos de la biblioteca gnóstica de Nag Hammadi (logion 12 del Evangelio de Tomás, Apócrifo de Santiago, Primero y Segundo Apocalipsis de Santiago), y que reivindican a Santiago como el maestro y destinatario privilegiado de una revelación especial del Resucitado, esotérica y distinta de la mantenida por la gran Iglesia de base petrina que entonces comienza a desarrollarse e institucionalizarse. Ambos grupos, judeocristianos y gnósticos, hacen un retrato de Santiago a su medida para legitimar una doctrina cristiana que pretende distanciarse de la 'oficial' de su tiempo. Pero fracasaron y a comienzos del siglo IV d.C. la gran Iglesia triunfante, a través del mencionado Eusebio de Cesarea, ofrecerá un retrato ortodoxo de Santiago que será el que termine imponiéndose: Santiago es presentado como el primer 'obispo' de Jerusalén elegido por los apóstoles y, por lo tanto, en la misma línea sucesoria reivindicada por la Iglesia.
De los otros hermanos de Jesús sabemos menos; casi nada de José y de las hermanas. Se especula con que Simón podría ser el Simeón que menciona Hegesipo en sus 'Memorias', al que presenta como sucesor y primo (anepsios) de Santiago en la iglesia de Jerusalén, sufriendo martirio en tiempos de Trajano ¡a la edad de ciento veinte años! Pero esta identificación es dudosa porque tanto el Nuevo Testamento, como Hegesipo y Eusebio de Cesarea distinguen claramente entre adelphos ('hermano') y anepsios ('primo'), y el mismo Hegesipo considera a Santiago adelphos de Jesús. En cuanto a Judas, se le atribuye una carta en el Nuevo Testamento en la que se presenta como «siervo de Jesucristo, hermano de Santiago» (nótese que no dice 'hermano de Jesucristo', lo que le hubiera dado más autoridad). Eusebio de Cesarea, a través de Hegesipo, cuenta que el emperador Domiciano quiso matar hacia el 96 d. C. a «la familia de David», identificada con los nietos de Judas, «hermano del Salvador según la carne», pero que, tras un juicio en el que éstos confesaron su fe y declararon su pecunia, los dejó en libertad considerándolos «gente vulgar». Seguramente, Domiciano temía que fueran un influyente y poderoso grupo judío que reivindicase el retorno de la dinastía davídica a Israel. Tradiciones gnósticas (el Evangelio de Tomás y los Hechos de Tomás) confundirán a Judas con Tomás el Mellizo del Señor (gemelo en el sentido gnóstico de 'hermano' de conocimiento o doctrina, no físico), de quien se dice llegó a India. Esta influencia de los parientes de Jesús en la comunidad jerosolimitana terminó cuando el emperador Adriano decretó la expulsión de los judíos de Jerusalén después de la segunda guerra judía en el 135 d. C., lo que puso fin a los, llamados por Eusebio, «obispos de la circuncisión» en Jerusalén, es decir, los 'obispos' de origen judío.
Como vemos, la historia familiar de Jesús es sumamente fascinante y compleja, y sigue abierta a una legítima investigación filológica, histórica y arqueológica. Ésta en ningún caso debe ser motivo de preocupación para un cristiano del siglo XXI, de fe madura y formada, porque el proyecto de Jesús de Nazaret de hacer de la Humanidad una nueva familia universal en la que Dios es su Padre-Madre amoroso sigue vigente.