Eso es decisión tuya. Yo sí estoy dispuesto a seguir trabajando para demostrar que estas ideas llevan al creyente a una situación que no es deseable para el Pueblo de Dios, o a que alguien me demuestre que me equivoco.
Maripaz dice:
Pues ya que estamos, me interesa ESPECIALMENTE que "trabajes" estos textos:
La Reforma no tocó directamente la cuestión del verdadero carácter de la iglesia de Dios. No hizo nada tendiendo directamente a restaurarla a su estado primitivo. Hizo algo más importante: expuso la verdad de Dios tocante a la gran doctrina mediante la que las almas son salvas, y ello con mucha mayor claridad y con un efecto mucho más poderoso que el moderno avivamiento. Pero no restableció la iglesia en sus primitivos poderes. Al contrario, la puso generalmente en sujeción al estado para librarla de la sujeción al Papa, porque consideraba peligrosa la autoridad papal y contemplaba como cristianos a todos los súbditos del país.
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Esta verdad de la reunión en uno de los hijos de Dios se ve en la Escritura llevada a cabo en varias localidades, y en cada localidad central los cristianos allí residentes constituían un solo cuerpo: la Escritura está bien clara acerca de esto. Desde luego, se ha presentado la objeción de que una unión así es imposible, pero sin evidencia de la Palabra de Dios para apoyar tal postura. Se dice: ¿Cómo podría ser esto posible en Londres o en París? Bien, pues ello era practicable en Jerusalén, y allí había más de cinco mil creyentes. Y aunque se reuniesen en casas privadas y en aposentos altos, los cristianos eran sin embargo un solo cuerpo, bajo la conducción de un Espíritu, con una regla de gobierno y en una comunión, y así se reconocía acerca de ellos. Así, tanto en Corinto como en otros lugares, una carta dirigida a la iglesia de Dios habría encontrado su destino en un cuerpo conocido. E iré más allá, y añadiré que es claramente nuestro deber desear pastores y maestros que asuman el cuidado de tales congregaciones, y que Dios desde luego los suscitó en la iglesia tal como la vemos en la Palabra.
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Es desde luego innegable que este estado de cosas que aparece en la Palabra de Dios (y se trata de un hecho, no de una teoría) ha dejado de existir, y la cuestión a resolver no es otra que ésta: ¿Cómo debería el cristiano juzgar y actuar cuando ha dejado de existir una condición de cosas que la Palabra de Dios nos pone delante? Me dirás que lo que el cristiano debe hacer es restaurarla. Pero tu respuesta es una prueba del mal existente. Supone que tenemos poder en nosotros mismos para ello. Yo más bien diría: Escuchemos la Palabra y obedezcámosla, por cuanto es de aplicación a este estado de decadencia. Tu respuesta presupone dos cosas: primero, que está de acuerdo con la voluntad de Dios restablecer la economía o dispensación a su estado original después que ha fracasado; segundo, que tú a la vez posees la capacidad y autorización para restaurarla. ¿Tiene esto una base escrituraria?
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Apliquemos esto a la iglesia. Todos reconocemos (porque es sólo a los tales a los que escribo) que Dios estableció iglesias. Confesamos que los cristianos (en una palabra, la iglesia en general) se han apartado tristemente de esta institución original de Dios, y que por ello somos culpables. La empresa de restablecerla totalmente en su condición original es (o, en todo caso, podría ser) un efecto de la operación de aquel mismo espíritu que lleva a uno a querer establecer de nuevo su propia justicia cuando la ha perdido.
Antes de poder acceder a tus pretensiones he de ver no sólo que la iglesia era así al principio, sino también que es conforme a la voluntad de Dios que sea restaurada a su primitiva gloria, ahora que el pecado del hombre ha empañado aquella gloria y se ha apartado de ella, y más aún, que una unión voluntaria de <<dos o tres>> o de dos o tres y veinte, o de varios de estos cuerpos, tenga derecho, en cualquier localidad, a asumir el nombre de la iglesia de Dios, cuando la iglesia era originalmente el conjunto de todos los creyentes en cualquier localidad determinada. Además, me tendrás que demostrar, si pretendes tal posición, que has tenido tal éxito mediante el don y poder de Dios en reunir a los creyentes, que puedes tratar con justicia a los que rehúsen seguir a tu llamamiento como cismáticos, condenados a sí mismos, y extraños a la iglesia de Dios.
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Conclusiones
Concluyo con unas pocas proposiciones:--
1. El objetivo deseado es la congregación de todos los hijos de Dios.
2. Tan sólo el poder del Espíritu Santo puede llevar esto a cabo.
3. Ningún grupo de creyentes tiene necesidad de esperar hasta que este poder efectúe la unión de todos (siempre y cuando actúen en el espíritu de unidad que, si se llevase a cabo, uniría a todo el cuerpo de Cristo), porque tienen la promesa de que allí donde hay dos o tres congregados en nombre del Señor, Él está allí en medio de ellos, y dos o tres pueden actuar en base de esta promesa.
4. En ninguna parte del Nuevo Testamento aparece la necesidad de ninguna ordenación para la administración de la Cena, y está claro que el propósito para el que se reunían los cristianos el primer día de la semana (el domingo) era para partir el pan (Hch 20:7; 1 Co 11:20, 23).
5. En el Nuevo Testamento se desconoce totalmente toda comisión humana para predicar el evangelio.
6. Tampoco tiene justificación alguna en el Nuevo Testamento la elección de presidentes ni de pastores. La elección de un presidente es un mero acto humano, totalmente sin autorización. Es una mera intervención de nuestra voluntariedad en lo que concierne a la iglesia de Dios, y es una acción repleta de malas consecuencias. La elección de pastores es una usurpación de la autoridad del Espíritu Santo, que distribuye los dones según Su voluntad. Gran pérdida tiene aquel que no recibe provecho del don que Dios da a otro. Allí donde se establecieron ancianos, ello fue bien por acción de los apóstoles, bien por los enviados de los apóstoles a las iglesias. Si la iglesia está en ruinas, Dios es suficiente incluso para este estado de ruina; Dios guiará y conducirá a Sus hijos, si andan en humildad y obediencia, sin pretender una obra a la que Dios no los ha llamado.
7. Es evidentemente el deber de un creyente separarse de toda acción que ve que no es conforme a la Palabra, aunque soportando a aquel que en ignorancia actúe mal. Y su deber le demanda esto, aunque su fidelidad le tenga que llevar a mantenerse en solitario, y aunque, como Abraham, se vea obligado a salir sin saber a donde va.
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Gracias de antemano por tu "trabajo", ya debatiré lo que crea conveniente, si te parece bien.