De la virtud del amor de Dios y del prójimo
438. La virtud más necesaria es el amor.
Sí, lo digo y lo diré mil veces: la virtud que más necesita un misionero apostólico es el amor.
Debe amar a Dios, a Jesucristo, a María Santísima y a los prójimos.
Si no tiene este amor, todas su bellas dotes serán inútiles; pero, si tiene grande amor con las dotes naturales, lo tiene todo.
439. Hace el amor en el que predica la divina palabra como el fuego en un fusil.
Si un hombre tirara una bala con los dedos, bien poca mella haría; pero, si esta misma bala la tira rempujada con el fuego de la pólvora, mata.
Así es la divina palabra. Si se dice naturalmente, bien poco hace, pero, si se dice por un ministro lleno de fuego de caridad, de amor de Dios y del prójimo, herirá vicios, matará pecados, convertirá a los pecadores, obrará prodigios.
Lo vemos esto en San Pedro, que sale del Cenáculo ardiendo en fuego de amor, que había recibido del Espíritu Santo, y el resultado fue que en dos sermones convierte a ocho mil personas, tres en el primero y cinco en el segundo.
440. El mismo Espíritu Santo, apareciéndose en figura de lenguas de fuego sobre los Apóstoles el día de Pentecostés, nos da a conocer bien claramente esta verdad: que el misionero apostólico ha de tener el corazón y la lengua de fuego de caridad.
El V. Avila fue un día preguntado por un joven Sacerdote qué es lo que debía hacer para salir buen predicador, y le contestó muy oportunamente: amar mucho.
Y la experiencia enseña y la historia eclesiástica refiere que los mejores y mayores predicadores han sido siempre los más fervorosos amantes.
441. A la verdad, hace el fuego de la caridad en un ministro del Señor lo que el fuego material en la locomotora del ferrocarril, y la maquina en un buque de vapor, que todo lo arrastra con la mayor facilidad.
¿De qué serviría todo aquel aparato si no hubiese fuego ni vapor? De nada serviría.
¿De que servirá a un Sacerdote que ha hecho toda su carrera de hallarse graduado en sagrada Teología y en ambos Derechos, si no [tiene] el fuego de la caridad? De nada.
No servirá para los otros, porque seria un aparato del ferrocarril sin fuego; quizá, en lugar de ayudar como debería, estorbara.
Ni tampoco a él le sirve; como dice San Pablo, cuando yo hablara todas las lenguas y el lenguaje de los ángeles mismos, si no tuviera caridad, vengo a ser como un metal que suena o campana que retiñe.
442. Convencidísimo, pues, de la utilidad y necesidad del amor para ser un buen Misionero, traté de buscar ese tesoro escondido, aunque fuera preciso venderlo todo para hacerme con él.
Pensé con qué medios se adqui[ri]ría, y hallé que se consigue por estos medios:
1.° Guardando bien los mandamientos de la ley de Dios.
2.° Practicando los consejos evangélicos. 3.° Correspondiendo con fidelidad a las internas inspiraciones.
4.° Haciendo bien la meditación (bíblica).
443. 5.° Pidiéndolo y suplicándolo continua [e] incesantemente y sin desfallecer ni cansarse jamás de pedir, por más que se tarde en alcanzar.
Orar a Jesús y a María Santísima y pedir, sobre todo a nuestro Padre, que está en los cielos, por los méritos de Jesús y de María Santísima, y estar segurísimo que aquel buen Padre dará el divino Espíritu al que así lo pide.
444. 6.° El sexto medio es tener hambre y sed de este amor, y así como el que tiene hambre y sed corporal siempre piensa cómo se podrá saciar y pide a todos los que conoce le podrán remediar, así determino de hacerlo con suspiros y deseos encendidos , me dirijo al Señor y le digo con todo mi corazón:
¡Oh Señor mío, Vos sois mi amor!
¡Vos sois mi honra, mi esperanza, mi refugio!
¡Vos sois mi vida, mi gloria, mi fin!
¡Oh amor mío!
¡Oh bienaventuranza mía!
¡Oh conservador mío!
¡Oh gozo mío!
¡Oh reformador mío!
¡Oh Maestro mío!
¡Oh Padre mío!
¡Oh amor mío!
445. No busco, Señor, ni quiero saber otra cosa que vuestra santísima voluntad para cumplirla, y cumplirla, Señor, con toda perfección.
Yo no quiero más que [a] Vos, y en Vos y únicamente por Vos y para Vos las demás cosas.
Vos sois para mi suficientísimo.
Vos sois mi Padre, mi amigo, mi hermano, mi esposo, mi todo. Yo os amo, Padre mío, fortaleza mía, refugio mío y consuelo mío.
Haced, Padre mío, que yo os ame como Vos me amáis y como queréis que yo os ame. ¡Oh Padre mío!
Bien conozco que no os amo cuanto debo amaros, pero estoy bien seguro que vendrá día en que yo os amaré cuanto deseo amaros, porque Vos me concederéis este amor que os pido por Jesús y por María.
446. ¡Oh Jesús mío!, os pido una cosa que yo sé me la queréis conceder. Sí, Jesús mío, os pido amor, llamas grandes de ese fuego que Vos habéis bajado del cielo a la tierra.
Ven, fuego divino. Ven, fuego sagrado; enciéndame, abráseme, derrítame y derrítame al molde de la voluntad de Dios.
447. ¡Oh Madre mía María! ¡Madre del divino amor, no puedo pedir cosa que os sea más grata ni más fácil de conceder que el divino amor, concedédmelo, Madre mía! ¡Madre mía, amor! ¡Madre mía, tengo hambre y sed de amor, socorredme, saciadme! ¡Oh Corazón de María, fragua e instrumento del amor, enciéndame en el amor de Dios y del prójimo!.
448. ¡Oh prójimo mío!, yo te amo, yo te quiero por mil razones. Te amo porque Dios quiere que te ame. Te amo porque Dios me lo manda.
Te amo porque Dios te ama. Te amo porque eres criado por Dios a su imagen y para el cielo.
Te amo porque eres redimido por la sangre de Jesucristo. Te amo por lo mucho que Jesucristo ha hecho y sufrido por tí; y en prueba del amor que te tengo haré y sufriré por tí todas las penas y trabajos, hasta la muerte si es menester.
Te amo porque eres amado de María Santísima, mi queridísima Madre.
Te amo porque eres amado de los Ángeles y Santos del cielo. Te amo, y por amor te libraré de los pecados y de las penas del infierno.
Te amo, y por amor te instruiré y enseñaré los males de que te has de apartar y las virtudes que has de practicar, y te acompañaré por los caminos de las obras buenas y del cielo.
449. Aquí oigo una voz que dice:
«El hombre necesita uno que le de a conocer cuál es su ser, que le instruya acerca de sus deberes, le dirija a la virtud, renueve su corazón, le restablezca en su dignidad y en cierto modo en sus derechos», «y todo se hace por medio de la palabra». La palabra ha sido, es y será siempre la reina del mundo.
450. La palabra divina sacó de la nada todas las cosas.
La palabra divina de Jesucristo restauró todas las cosas.
Jesucristo dijo a los Apóstoles: Euntes in mundum universum, praedicate evangelium omni creaturae.
San Pablo dijo a su discípulo Timoteo: Praedica Verbum. La sociedad no perece por otra cosa sino porque ha retirado a la Iglesia su palabra, que es palabra de vida, palabra de Dios.
Las sociedades están desfallecidas y hambrientas desde que no reciben el pan cotidiano de la palabra de Dios. Todo propósito de salvación será estéril si no se restaura en toda su plenitud la gran palabra católica.
451. El derecho de hablar y de enseñar a las gentes, que la Iglesia recibió del mismo Dios en las personas de los apóstoles, ha sido usurpado por una turba de periodistas obscuros y de ignorantísimos charlantes.
452. El ministerio de la palabra, que es, al mismo tiempo, el más augusto y el más invencible de todos, como que por él fue conquistada la tierra, ha venido a convertirse en todas partes, de ministerio de salvación, en ministerio abominable de ruina.
Y así como nada ni nadie pudo contener sus triunfos en los tiempos apostólicos, nada ni nadie podrá contener hoy sus estragos si no se procura hacer frente por medio de la predicación de los Sacerdotes y de grande abundancia de libros buenos y otros escritos santos y saludables.
453. ¡Oh Dios mío!, os doy palabra que lo haré. Predicaré, escribiré y haré circular libros buenos y hojas volantes en abundancia a fin de ahogar el mal con la abundancia del bien.
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Capítulo XXX de la Autobiografía de San Antonio María Claret, que la Iglesia recuerda hoy, 24 de Octubre.
San Antonio María Claret, obispo
Nació en Cataluña (1807).
Se dedicó a la predicación popular y luego fundó un Instituto misionero.
Se entregó al apostolado en Cuba, como arzobispo de Santiago, y después lo llamaron para que fuera consejero de la reina de España, a quien acompañó en el destierro. Odiado y calumniado, murió en Francia (1870).
438. La virtud más necesaria es el amor.
Sí, lo digo y lo diré mil veces: la virtud que más necesita un misionero apostólico es el amor.
Debe amar a Dios, a Jesucristo, a María Santísima y a los prójimos.
Si no tiene este amor, todas su bellas dotes serán inútiles; pero, si tiene grande amor con las dotes naturales, lo tiene todo.
439. Hace el amor en el que predica la divina palabra como el fuego en un fusil.
Si un hombre tirara una bala con los dedos, bien poca mella haría; pero, si esta misma bala la tira rempujada con el fuego de la pólvora, mata.
Así es la divina palabra. Si se dice naturalmente, bien poco hace, pero, si se dice por un ministro lleno de fuego de caridad, de amor de Dios y del prójimo, herirá vicios, matará pecados, convertirá a los pecadores, obrará prodigios.
Lo vemos esto en San Pedro, que sale del Cenáculo ardiendo en fuego de amor, que había recibido del Espíritu Santo, y el resultado fue que en dos sermones convierte a ocho mil personas, tres en el primero y cinco en el segundo.
440. El mismo Espíritu Santo, apareciéndose en figura de lenguas de fuego sobre los Apóstoles el día de Pentecostés, nos da a conocer bien claramente esta verdad: que el misionero apostólico ha de tener el corazón y la lengua de fuego de caridad.
El V. Avila fue un día preguntado por un joven Sacerdote qué es lo que debía hacer para salir buen predicador, y le contestó muy oportunamente: amar mucho.
Y la experiencia enseña y la historia eclesiástica refiere que los mejores y mayores predicadores han sido siempre los más fervorosos amantes.
441. A la verdad, hace el fuego de la caridad en un ministro del Señor lo que el fuego material en la locomotora del ferrocarril, y la maquina en un buque de vapor, que todo lo arrastra con la mayor facilidad.
¿De qué serviría todo aquel aparato si no hubiese fuego ni vapor? De nada serviría.
¿De que servirá a un Sacerdote que ha hecho toda su carrera de hallarse graduado en sagrada Teología y en ambos Derechos, si no [tiene] el fuego de la caridad? De nada.
No servirá para los otros, porque seria un aparato del ferrocarril sin fuego; quizá, en lugar de ayudar como debería, estorbara.
Ni tampoco a él le sirve; como dice San Pablo, cuando yo hablara todas las lenguas y el lenguaje de los ángeles mismos, si no tuviera caridad, vengo a ser como un metal que suena o campana que retiñe.
442. Convencidísimo, pues, de la utilidad y necesidad del amor para ser un buen Misionero, traté de buscar ese tesoro escondido, aunque fuera preciso venderlo todo para hacerme con él.
Pensé con qué medios se adqui[ri]ría, y hallé que se consigue por estos medios:
1.° Guardando bien los mandamientos de la ley de Dios.
2.° Practicando los consejos evangélicos. 3.° Correspondiendo con fidelidad a las internas inspiraciones.
4.° Haciendo bien la meditación (bíblica).
443. 5.° Pidiéndolo y suplicándolo continua [e] incesantemente y sin desfallecer ni cansarse jamás de pedir, por más que se tarde en alcanzar.
Orar a Jesús y a María Santísima y pedir, sobre todo a nuestro Padre, que está en los cielos, por los méritos de Jesús y de María Santísima, y estar segurísimo que aquel buen Padre dará el divino Espíritu al que así lo pide.
444. 6.° El sexto medio es tener hambre y sed de este amor, y así como el que tiene hambre y sed corporal siempre piensa cómo se podrá saciar y pide a todos los que conoce le podrán remediar, así determino de hacerlo con suspiros y deseos encendidos , me dirijo al Señor y le digo con todo mi corazón:
¡Oh Señor mío, Vos sois mi amor!
¡Vos sois mi honra, mi esperanza, mi refugio!
¡Vos sois mi vida, mi gloria, mi fin!
¡Oh amor mío!
¡Oh bienaventuranza mía!
¡Oh conservador mío!
¡Oh gozo mío!
¡Oh reformador mío!
¡Oh Maestro mío!
¡Oh Padre mío!
¡Oh amor mío!
445. No busco, Señor, ni quiero saber otra cosa que vuestra santísima voluntad para cumplirla, y cumplirla, Señor, con toda perfección.
Yo no quiero más que [a] Vos, y en Vos y únicamente por Vos y para Vos las demás cosas.
Vos sois para mi suficientísimo.
Vos sois mi Padre, mi amigo, mi hermano, mi esposo, mi todo. Yo os amo, Padre mío, fortaleza mía, refugio mío y consuelo mío.
Haced, Padre mío, que yo os ame como Vos me amáis y como queréis que yo os ame. ¡Oh Padre mío!
Bien conozco que no os amo cuanto debo amaros, pero estoy bien seguro que vendrá día en que yo os amaré cuanto deseo amaros, porque Vos me concederéis este amor que os pido por Jesús y por María.
446. ¡Oh Jesús mío!, os pido una cosa que yo sé me la queréis conceder. Sí, Jesús mío, os pido amor, llamas grandes de ese fuego que Vos habéis bajado del cielo a la tierra.
Ven, fuego divino. Ven, fuego sagrado; enciéndame, abráseme, derrítame y derrítame al molde de la voluntad de Dios.
447. ¡Oh Madre mía María! ¡Madre del divino amor, no puedo pedir cosa que os sea más grata ni más fácil de conceder que el divino amor, concedédmelo, Madre mía! ¡Madre mía, amor! ¡Madre mía, tengo hambre y sed de amor, socorredme, saciadme! ¡Oh Corazón de María, fragua e instrumento del amor, enciéndame en el amor de Dios y del prójimo!.
448. ¡Oh prójimo mío!, yo te amo, yo te quiero por mil razones. Te amo porque Dios quiere que te ame. Te amo porque Dios me lo manda.
Te amo porque Dios te ama. Te amo porque eres criado por Dios a su imagen y para el cielo.
Te amo porque eres redimido por la sangre de Jesucristo. Te amo por lo mucho que Jesucristo ha hecho y sufrido por tí; y en prueba del amor que te tengo haré y sufriré por tí todas las penas y trabajos, hasta la muerte si es menester.
Te amo porque eres amado de María Santísima, mi queridísima Madre.
Te amo porque eres amado de los Ángeles y Santos del cielo. Te amo, y por amor te libraré de los pecados y de las penas del infierno.
Te amo, y por amor te instruiré y enseñaré los males de que te has de apartar y las virtudes que has de practicar, y te acompañaré por los caminos de las obras buenas y del cielo.
449. Aquí oigo una voz que dice:
«El hombre necesita uno que le de a conocer cuál es su ser, que le instruya acerca de sus deberes, le dirija a la virtud, renueve su corazón, le restablezca en su dignidad y en cierto modo en sus derechos», «y todo se hace por medio de la palabra». La palabra ha sido, es y será siempre la reina del mundo.
450. La palabra divina sacó de la nada todas las cosas.
La palabra divina de Jesucristo restauró todas las cosas.
Jesucristo dijo a los Apóstoles: Euntes in mundum universum, praedicate evangelium omni creaturae.
San Pablo dijo a su discípulo Timoteo: Praedica Verbum. La sociedad no perece por otra cosa sino porque ha retirado a la Iglesia su palabra, que es palabra de vida, palabra de Dios.
Las sociedades están desfallecidas y hambrientas desde que no reciben el pan cotidiano de la palabra de Dios. Todo propósito de salvación será estéril si no se restaura en toda su plenitud la gran palabra católica.
451. El derecho de hablar y de enseñar a las gentes, que la Iglesia recibió del mismo Dios en las personas de los apóstoles, ha sido usurpado por una turba de periodistas obscuros y de ignorantísimos charlantes.
452. El ministerio de la palabra, que es, al mismo tiempo, el más augusto y el más invencible de todos, como que por él fue conquistada la tierra, ha venido a convertirse en todas partes, de ministerio de salvación, en ministerio abominable de ruina.
Y así como nada ni nadie pudo contener sus triunfos en los tiempos apostólicos, nada ni nadie podrá contener hoy sus estragos si no se procura hacer frente por medio de la predicación de los Sacerdotes y de grande abundancia de libros buenos y otros escritos santos y saludables.
453. ¡Oh Dios mío!, os doy palabra que lo haré. Predicaré, escribiré y haré circular libros buenos y hojas volantes en abundancia a fin de ahogar el mal con la abundancia del bien.
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Capítulo XXX de la Autobiografía de San Antonio María Claret, que la Iglesia recuerda hoy, 24 de Octubre.
San Antonio María Claret, obispo
Nació en Cataluña (1807).
Se dedicó a la predicación popular y luego fundó un Instituto misionero.
Se entregó al apostolado en Cuba, como arzobispo de Santiago, y después lo llamaron para que fuera consejero de la reina de España, a quien acompañó en el destierro. Odiado y calumniado, murió en Francia (1870).