La otra mejilla.
En los textos de los Evangelios y en las cartas a los apóstoles, se habla mucho de que si la Ley es suficiente para elevar al hombre a otro estado superior. De que si las obras son importantes para alcanzar a Dios. En estos textos se indica que NO, que la Ley es un compromiso de mínimos y que sirve sólo como medidas urbanizantes ante ciertas conductas.
Para eso vino Jesús ha darnos otras recetas más transformadoras para elevar al hombre. Estas recetas estaban ya en el Antiguo Testamento, pero Él les dio una estructura y una forma más sistematizadas. Por eso Jesús vino a perfeccionar la Ley, no ha derribarla.
La más importante indicación del método con el que hay que actuar para ese propósito, la elevación hacia Dios, es la de poner la otra mejilla. En esta sencilla frase viene Jesús a decir que tenemos dos mejillas. Que cuando te abofeteen una mejilla pongas la otra. Esto, casi siempre, se interpreta que pongo la otra, pero cuando me vuelven a abofetear la otra, ya no tengo más mejillas que poner, por lo que devuelvo el golpe. Esto no es lo que yo entiendo que quiso decir Jesús. El nunca dice que debes devolver el golpe. Si te abofetean una mejilla, pon la otra, y si te abofetean la otra , pon la primera, y así sucesivamente. Esto quiere decir QUE NUNCA DEVUELVO EL GOLPE.
Esta receta parece muy dura y casi nadie la cumple, pero es la más importante para alcanzar a Dios, si se hiciera bien. Voy a intentar explicar como funciona.
El judo funciona aprovechando la fuerza y el movimiento del contrario para vencerle. Así quiere Jesús que venzamos al mal, utilizándolo.
Es evidente que hay mal en el mundo. Es evidente que ese mal a veces me toca a mi. Si yo devuelvo el golpe estoy acrecentando el mal en el mundo. Si yo no devuelvo el golpe estoy consiguiendo dos cosas:
No acrecentar el mal en el mundo.
Vencer a mi propio mal.
Es también evidente que el mal está dentro de mí. Dentro de todos. Este mal mío es el que me impulsa a devolver el golpe, y si no lo hago me llama cobarde. Pero si no lo hago, aún siendo un cobarde para esa parte mala de mi mismo, no hago lo que quiere y se enfurece, por lo que, además del golpe recibido, tengo que soportar los reproches que me hace mi ego indicándome que debo golpear al adversario, si puede ser más fuerte. Pero si lo mantengo a ralla, una y otra vez, este ego mío se civiliza, se aguanta, se vuelve apacible. No es que mejore, porque el mal no puede mejorar, pero al menos sabe que con migo no puede. Se vuelve comprensivo y amable.
Hay gente que comprende que uno no debe ser egocéntrico. Esto quiere decir que admiten que dentro de ellos existe un ego peligroso. Pero Jesús viene a decir más que eso, dice que no sólo no debes ser egocéntrico sino que debes arrojar al ego fuera de ti. Y el método que propone, es el de poner “la otra mejilla”. “Si tu mano derecha te escandaliza, córtatela...”.
Algún día, después de esta lección de muchos años, este ego se volverá tan pacífico que lo podré echar de mi vida. Este es el objetivo de mi vida, de nuestra vida, echar el mal.
Dios convierte el mal en bien.
[]Cedesin>
En los textos de los Evangelios y en las cartas a los apóstoles, se habla mucho de que si la Ley es suficiente para elevar al hombre a otro estado superior. De que si las obras son importantes para alcanzar a Dios. En estos textos se indica que NO, que la Ley es un compromiso de mínimos y que sirve sólo como medidas urbanizantes ante ciertas conductas.
Para eso vino Jesús ha darnos otras recetas más transformadoras para elevar al hombre. Estas recetas estaban ya en el Antiguo Testamento, pero Él les dio una estructura y una forma más sistematizadas. Por eso Jesús vino a perfeccionar la Ley, no ha derribarla.
La más importante indicación del método con el que hay que actuar para ese propósito, la elevación hacia Dios, es la de poner la otra mejilla. En esta sencilla frase viene Jesús a decir que tenemos dos mejillas. Que cuando te abofeteen una mejilla pongas la otra. Esto, casi siempre, se interpreta que pongo la otra, pero cuando me vuelven a abofetear la otra, ya no tengo más mejillas que poner, por lo que devuelvo el golpe. Esto no es lo que yo entiendo que quiso decir Jesús. El nunca dice que debes devolver el golpe. Si te abofetean una mejilla, pon la otra, y si te abofetean la otra , pon la primera, y así sucesivamente. Esto quiere decir QUE NUNCA DEVUELVO EL GOLPE.
Esta receta parece muy dura y casi nadie la cumple, pero es la más importante para alcanzar a Dios, si se hiciera bien. Voy a intentar explicar como funciona.
El judo funciona aprovechando la fuerza y el movimiento del contrario para vencerle. Así quiere Jesús que venzamos al mal, utilizándolo.
Es evidente que hay mal en el mundo. Es evidente que ese mal a veces me toca a mi. Si yo devuelvo el golpe estoy acrecentando el mal en el mundo. Si yo no devuelvo el golpe estoy consiguiendo dos cosas:
No acrecentar el mal en el mundo.
Vencer a mi propio mal.
Es también evidente que el mal está dentro de mí. Dentro de todos. Este mal mío es el que me impulsa a devolver el golpe, y si no lo hago me llama cobarde. Pero si no lo hago, aún siendo un cobarde para esa parte mala de mi mismo, no hago lo que quiere y se enfurece, por lo que, además del golpe recibido, tengo que soportar los reproches que me hace mi ego indicándome que debo golpear al adversario, si puede ser más fuerte. Pero si lo mantengo a ralla, una y otra vez, este ego mío se civiliza, se aguanta, se vuelve apacible. No es que mejore, porque el mal no puede mejorar, pero al menos sabe que con migo no puede. Se vuelve comprensivo y amable.
Hay gente que comprende que uno no debe ser egocéntrico. Esto quiere decir que admiten que dentro de ellos existe un ego peligroso. Pero Jesús viene a decir más que eso, dice que no sólo no debes ser egocéntrico sino que debes arrojar al ego fuera de ti. Y el método que propone, es el de poner “la otra mejilla”. “Si tu mano derecha te escandaliza, córtatela...”.
Algún día, después de esta lección de muchos años, este ego se volverá tan pacífico que lo podré echar de mi vida. Este es el objetivo de mi vida, de nuestra vida, echar el mal.
Dios convierte el mal en bien.
[]Cedesin>