La muerte.
En esta sociedad actual tan macabra, hablar de la muerte da grima, es de mala educación, no es “inteligente”. Se la considera la negación de la vida, cuando es parte integrante de la vida y forma un todo consustancial con ella. De ahí que cueste tanto trabajo hablarle a un enfermo terminal de su próximo fin. Él no quiere morir porque, sencillamente, le han hecho creer que nunca morirá y no se ha preparado convenientemente para ella. Todo el esfuerzo científico y cultural de esta sociedad no es para prepararnos ante la muerte inevitable, sino que es para obviarla y pretender evitarla de alguna manera. Cosa que nunca ocurre, por otra parte, porque no conozco a nadie que tras todos los tratamientos tan caros de los científicos del momento, no llegue a morirse, eso sí, después de haber alimentado convenientemente y pagado su tributo a laboratorios, hospitales, industrias sanitarias, médicos, charlatanes, endiosados e investigadores varios. No cuenta la vida de una persona, cuenta el futuro de la especie, por lo que no se te ocurra decirles que no te prestarás de conejillo de indias para que, tal vez dentro de 100 años, este mal esté resuelto, cuando tú, pobre desgraciado, ya estés muerto y criando malvas y no hayas encontrado “el lugar de la Vida”.
Pero esto es un gran engaño. La especie no vive. Ni el país, ni la nación. No son grandes seres de los que nosotros formamos parte los que viven. Los que vivimos somos cada uno de nosotros, solos, independientemente y malamente. Y el futuro de la especie o la idea de que esa determinada enfermedad se pueda curar en un futuro, no evita el que yo muera en este preciso momento en el que no hay cura para esa enfermedad. Pero este entramado demoníaco no quiere decirlo así, y busca hacerte ver que todo lo tienen bajo control y que, próximamente, esto será “la gloria”. ¿Cuántos millones de personas vivieron y murieron antes de haber encontrado los antibióticos? ¿Eran gente deleznable, prescindible? ¡O eran seres humanos que sentían, sufrían y padecían, y murieron la mayoría sin haber encontrado la razón de la vida, como nosotros!. ¿Eran acaso peores que nosotros? ¿O eran unos pobres que tuvieron la desgracia de vivir en una época en la que no había solución a esos males? NO, eran exactamente como nosotros, ni mejores ni peores, y tenían las mismas posibilidades que nosotros de encontrar a Dios y encontrar la Vida.
Pero veamos que pasa a la hora de la muerte. Si la parte consciente con la que nos identificamos no llega a realizarse, no llega a identificarse, a ser Uno con su Supraconsciente, al llegar la muerte del cuerpo físico que sustenta todo el entramado mental del hombre, los componentes espirituales que lo forman se separan, y el consciente se desintegra. El consciente sin base espiritual que pueda sobrevivir a la muerte no permanece, por lo que es real que muere. Los componentes de los que hemos hablado si permanecen, si sobreviven, pero como no los conocemos, como no nos hemos identificado con ellos, no podemos decir que vivamos después de la muerte, sino que partes de nuestro entramado mental pervivirán, pero no como una entidad realizada, sino como partes espirituales individuales que necesitarán de otro proceso de vida “humana” para intentar devolverlos a la Vida, a la Unidad.
Por lo tanto no podemos decir que sobreviviremos después de la muerte, que nos “reencarnemos” mientras no seamos una Unidad en vez de una diversidad.
Pero la persona que en esta vida ha conseguido, ha conquistado, ha experimentado la unidad, esta ya no puede morir. Ya lo ha hecho en vida y ha conseguido la unidad de su consciente y de su Supraconsciente, después de destruir el subconsciente y ha resucitado, ha renacido, ha conseguido ser Uno, ser Él mismo. “La segunda muerte ya no puede dañarle.”
Esta primera muerte puede conseguirse mientras se vive, que es lo ideal, o puede conseguirse en el proceso de la agonía de la muerte física. Si esa agonía es lo suficientemente larga, aún siendo dolorosa, y la persona ha tenido una vida moral suficiente, puede producirse, con la ayuda de Dios y los seres que le sirven, esa unión en ese mismo instante, solo que entonces, el ser renacido no puede mantenerse en el mundo, porque su cuerpo está enfermo y en el trance final de su vida en el mundo. Pero el hombre que consigue resucitar en vida y continuar su vida en el mundo, en el mismo cuerpo físico, puede hacer grandes obras y ayudar de una forma sublime a la humanidad. Estos son los auténticos Hijos de Dios de los que nos habla Jesús.
Para el hombre habitante de este mundo se abren dos caminos. El de la muerte y el de la Vida. En realidad puede decirse que el hombre normal no muere, sino que YA ESTÁ MUERTO. Parece que vive, pero en realidad está muerto. Su vida es solo vida vegetativa con apariencia de vida “superior”. Es un intento de dar Vida a la vida.
Pero el hombre que consigue matar a la “muerte” que habita en él y renace a la Vida, ese hombre ya no puede morir. Se ha encaramado a la Vida eterna. Ha renacido de la muerte.
Espero que tú seas uno de ellos.
En esta sociedad actual tan macabra, hablar de la muerte da grima, es de mala educación, no es “inteligente”. Se la considera la negación de la vida, cuando es parte integrante de la vida y forma un todo consustancial con ella. De ahí que cueste tanto trabajo hablarle a un enfermo terminal de su próximo fin. Él no quiere morir porque, sencillamente, le han hecho creer que nunca morirá y no se ha preparado convenientemente para ella. Todo el esfuerzo científico y cultural de esta sociedad no es para prepararnos ante la muerte inevitable, sino que es para obviarla y pretender evitarla de alguna manera. Cosa que nunca ocurre, por otra parte, porque no conozco a nadie que tras todos los tratamientos tan caros de los científicos del momento, no llegue a morirse, eso sí, después de haber alimentado convenientemente y pagado su tributo a laboratorios, hospitales, industrias sanitarias, médicos, charlatanes, endiosados e investigadores varios. No cuenta la vida de una persona, cuenta el futuro de la especie, por lo que no se te ocurra decirles que no te prestarás de conejillo de indias para que, tal vez dentro de 100 años, este mal esté resuelto, cuando tú, pobre desgraciado, ya estés muerto y criando malvas y no hayas encontrado “el lugar de la Vida”.
Pero esto es un gran engaño. La especie no vive. Ni el país, ni la nación. No son grandes seres de los que nosotros formamos parte los que viven. Los que vivimos somos cada uno de nosotros, solos, independientemente y malamente. Y el futuro de la especie o la idea de que esa determinada enfermedad se pueda curar en un futuro, no evita el que yo muera en este preciso momento en el que no hay cura para esa enfermedad. Pero este entramado demoníaco no quiere decirlo así, y busca hacerte ver que todo lo tienen bajo control y que, próximamente, esto será “la gloria”. ¿Cuántos millones de personas vivieron y murieron antes de haber encontrado los antibióticos? ¿Eran gente deleznable, prescindible? ¡O eran seres humanos que sentían, sufrían y padecían, y murieron la mayoría sin haber encontrado la razón de la vida, como nosotros!. ¿Eran acaso peores que nosotros? ¿O eran unos pobres que tuvieron la desgracia de vivir en una época en la que no había solución a esos males? NO, eran exactamente como nosotros, ni mejores ni peores, y tenían las mismas posibilidades que nosotros de encontrar a Dios y encontrar la Vida.
Pero veamos que pasa a la hora de la muerte. Si la parte consciente con la que nos identificamos no llega a realizarse, no llega a identificarse, a ser Uno con su Supraconsciente, al llegar la muerte del cuerpo físico que sustenta todo el entramado mental del hombre, los componentes espirituales que lo forman se separan, y el consciente se desintegra. El consciente sin base espiritual que pueda sobrevivir a la muerte no permanece, por lo que es real que muere. Los componentes de los que hemos hablado si permanecen, si sobreviven, pero como no los conocemos, como no nos hemos identificado con ellos, no podemos decir que vivamos después de la muerte, sino que partes de nuestro entramado mental pervivirán, pero no como una entidad realizada, sino como partes espirituales individuales que necesitarán de otro proceso de vida “humana” para intentar devolverlos a la Vida, a la Unidad.
Por lo tanto no podemos decir que sobreviviremos después de la muerte, que nos “reencarnemos” mientras no seamos una Unidad en vez de una diversidad.
Pero la persona que en esta vida ha conseguido, ha conquistado, ha experimentado la unidad, esta ya no puede morir. Ya lo ha hecho en vida y ha conseguido la unidad de su consciente y de su Supraconsciente, después de destruir el subconsciente y ha resucitado, ha renacido, ha conseguido ser Uno, ser Él mismo. “La segunda muerte ya no puede dañarle.”
Esta primera muerte puede conseguirse mientras se vive, que es lo ideal, o puede conseguirse en el proceso de la agonía de la muerte física. Si esa agonía es lo suficientemente larga, aún siendo dolorosa, y la persona ha tenido una vida moral suficiente, puede producirse, con la ayuda de Dios y los seres que le sirven, esa unión en ese mismo instante, solo que entonces, el ser renacido no puede mantenerse en el mundo, porque su cuerpo está enfermo y en el trance final de su vida en el mundo. Pero el hombre que consigue resucitar en vida y continuar su vida en el mundo, en el mismo cuerpo físico, puede hacer grandes obras y ayudar de una forma sublime a la humanidad. Estos son los auténticos Hijos de Dios de los que nos habla Jesús.
Para el hombre habitante de este mundo se abren dos caminos. El de la muerte y el de la Vida. En realidad puede decirse que el hombre normal no muere, sino que YA ESTÁ MUERTO. Parece que vive, pero en realidad está muerto. Su vida es solo vida vegetativa con apariencia de vida “superior”. Es un intento de dar Vida a la vida.
Pero el hombre que consigue matar a la “muerte” que habita en él y renace a la Vida, ese hombre ya no puede morir. Se ha encaramado a la Vida eterna. Ha renacido de la muerte.
Espero que tú seas uno de ellos.