La más nefasta doctrina del cristianismo

JuandelaCruz

Miembro senior
2 Febrero 2024
266
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Aquí Jesús apunta a la más dañina y detestable de todas las doctrinas que los predicadores del cristianismo difunden entre sus fieles. Usando como ejemplo el discurso de uno de ellos, explica razonadamente por qué es una doctrina falsa y en qué consiste el grave perjuicio que ocasiona a quienes pasan a la otra vida creyendo en ella. Además de definir ‘infierno’, afirma que los espíritus en los infiernos sí que están en procesos probatorios, incluso cuando en su vida terrenal no iniciaron su camino de redención.

Esta noche me hallaba presente cuando el predicador (Dr. Gordon) estaba pronunciando su discurso. Su sermón fue una muestra de las creencias de los cristianos puristas en muchos particulares, pero en el punto más importante y que más vitalmente afectará a los mortales en su progreso en la vida del espíritu estaba equivocado, muy equivocado. Me refiero a su declaración de que él no vio ni conoció ninguna afirmación en la Biblia que le justificara para decir que habría alguna oportunidad para que los espíritus de los mortales recibieran perdón o progresaran desde la condición del infierno a la de la luz y al cielo en el mundo de los espíritus si no habían comenzado ese trayecto en la vida mortal. Esta doctrina es detestable, y una que a lo largo de los siglos, desde el tiempo de mi vida en la tierra, ha hecho más daño que cualquier otra enseñanza de la iglesia que pretenda ser representativa de mí y de mis enseñanzas.

Como resultado de ella muchas pobres almas han venido al mundo de los espíritus con esta creencia firmemente fijada en sus mentes y conciencias, y las resultantes dificultades han sido grandes, y han pasado muchos años antes de que pudieran despertar de esa creencia y darse cuenta de que el Amor del Padre las está esperando en la vida espiritual justo igual que en la vida terrenal, y que la probación nunca está cerrada para los hombres o los espíritus, ni nunca lo estará hasta el momento en que se retire la gran oportunidad para que los hombres lleguen a ser habitantes de los Mundos Celestiales, e incluso entonces, la oportunidad de purificar su amor natural no cesará, ni nunca lo hará hasta que todos los que tengan la posibilidad lleguen a ser hombres perfectos en su amor natural.

Si el predicador hubiera buscado en las Escrituras, en las que tan implícitamente cree, habría hallado una autorización para declarar que incluso en el mundo espiritual, a los espíritus de los pecadores no salvos en la tierra, que murieron sin haberse reconciliado con Dios, se les predicó el evangelio de salvación en los infiernos (1 Pedro 3:19-20). Y además, cuando declaró que la Biblia dice que yo dije «que aquél que pecare contra el hijo del hombre, le será perdonado, pero al que pecare contra el Espíritu Santo no le será perdonado, ni en este mundo ni en el venidero», si el predicador hubiera reconocido la natural, o ya sólo la implicada construcción de esta declaración, habría descubierto que el pecador que descuidó la oportunidad en la tierra tendría aún otra oportunidad de salvación en el mundo venidero –tal como se alude al mundo de los espíritus–. De modo que, incluso según su propia fuente de creencia y el fundamento de su conocimiento de estas cosas del futuro, estaría justificado e incluso requerido a declarar, como predicador honesto de las Escrituras, que con la muerte física del mortal el tiempo de probación no terminaba.

Es muy triste que los credos y las opiniones fijas de estos predicadores, formados a partir de las enseñanzas de los viejos padres –como se les llama– sean hombres de desarrollo del alma, tal como este predicador lo es, y aun así enseñen la detestable doctrina de la que hablo y que él expuso.

Existe un infierno, o más bien unos infiernos, justo igual que hay un cielo o cielos, y todos los hombres, cuando se conviertan en espíritus –lo que indefectiblemente ocurrirá algún día–, se verán obligados a ocupar uno u otro de estos lugares; no porque Dios haya decretado que algún espíritu en particular ocupe ese lugar debido a su creencia o condición terrena, sino porque el estado de desarrollo de su alma, o su falta de desarrollo, le adecúa y le ancla a ese lugar y no a otro.

Dios ha constituido Sus leyes de armonía, y estas leyes jamás son alteradas, y cuando cualquier alma en particular entra en una condición de concordancia con estas leyes, entonces esa alma llega a estar aunada con el Padre y llega a ser un habitante de Sus cielos; y mientras esa alma permanezca fuera de tal condición... estará en el infierno, que es la condición de estar fuera de concordancia con la armonía de las leyes de Dios.

Eso es el infierno, y no existe otra definición exhaustiva o cabal del mismo: todo aquello o todo lugar que no sea el cielo, es infierno. Por supuesto, hay muchas gradaciones del infierno, y los habitantes de estas gradas están determinados por el estado de desarrollo de su alma, el cual está condicionado por la cantidad y cualidad de la corrupción y el pecado que exista en esas almas. Y siempre el alma se desarrolla a medida que el amor se torna purificado y el pecado es erradicado, y exactamente conforme este proceso avance, así el alma devendrá desarrollada.

Dios ha decretado que Su universo sea armonioso, tanto el de los hombres como el de las cosas, y sólo la criatura hombre se ha vuelto ajena a esa armonía; y a medida que el universo siga adelante, el único destino para el hombre es que regrese a esa armonía de la que cayó a causa de su propio mal dirigido albedrío. Si Dios hubiera decretado –tal como por implicación necesaria declaró el predicador– que el pecador que muere en sus pecados permaneciera para siempre en sus pecados y en un estado de antagonismo con tal armonía, entonces Dios Mismo, necesariamente, se habría convertido en la causa y el poder para derrotar Sus propias leyes de armonía, lo cual ningún mortal en su sano juicio, tanto si cree en las Escrituras como si no, creería o sería capaz de creer.

Las Leyes de Dios son fijas e inmutables, y siempre están en armonía entre sí y con Su Voluntad, y sabiendo esto, todo hombre pensante sabrá y debería saber que siempre que un predicador o laico, un filósofo o un científico presente una proposición u opinión que muestre que para que exista una determinada condición o verdad las Leyes de Dios tendrán que funcionar en conflicto o en oposición entre sí, entonces esa proposición u opinión es falsa y no tiene ningún fundamento en hechos. Y así, para aceptar esta declaración del predicador de que no hay ningún tiempo de probación tras la muerte –o como él dijo, ninguna oportunidad de salir del infierno que el mortal lleve consigo al mundo de los espíritus–, los hombres tendrán que creer que el Padre Amoroso, para presuntamente satisfacer Su ira a fin de cumplir las demandas de Su supuesta justicia, pondrá sus leyes en conflicto entre sí y destruirá la armonía de Su universo.

Según dijo, el predicador hablaba como científico y no como un maestro religioso, y sin embargo la deducción que hizo al declarar la existencia eterna de los infiernos violaba una de las leyes fundamentales de la ciencia, que es que dos leyes en conflicto en el funcionamiento del universo de Dios no pueden aceptarse como verdaderas ambas, y que la que esté en armonía con todas las demás leyes conocidas debe aceptarse como verdadera. Entonces digo que, ya apoyado en las Escrituras o fundamentado en la ciencia, el predicador no tenía base ninguna para hacer la falsa y deplorable afirmación de que la muerte física acaba con la posibilidad del hombre de progresar de una condición o estado de existencia en el infierno a uno de pureza y libertad del pecado y en armonía con las leyes perfectas de Dios y los requisitos de Su voluntad.

El predicador habló desde su intelecto y desde sus por muchos años sostenidas creencias mentales, y su memoria se hace eco de lo que había oído decir a otros predicadores y maestros que plasmaron en sus creencias conscientes sus falsas doctrinas. Pero en lo más profundo de su alma, donde el Amor del Padre está ardiendo y los sentidos del alma crecen, él no cree en esta doctrina, porque se da cuenta de que este Amor del Padre es mucho más grande, más puro y más santo que cualquier otro amor que exista en el cielo o la tierra; y reconoce que el Padre de Quien ese Amor proviene tiene que ser más santo y más misericordioso, más dispuesto a perdonar y considerado con Sus hijos que cualquier padre mortal con los suyos. Y entonces, en tanto que padre mortal que tiene en su alma el Amor Divino, él sabe que su hijo no podría cometer ningún pecado u ofensa que pudiera llegar a ser imperdonable, o algo de lo que él no permitiría que su hijo se arrepintiera en cualquier momento. Y con ello vería que si se le negara al Padre, de Quien proviene este Amor Divino, un amor y una simpatía que harían que ese Padre fuera con Sus hijos al menos tan compasivo como lo es él –el padre terrenal–, en tal caso el Atributo más Grande de ese Padre, Dios, Quien es Todo Amor, no sería ni siquiera igual a ese amor que Su criatura expresa. Y entonces el derivado sería más grande y excelente, más puro y Divino que la propia Fuente suprema de la cual se deriva.

No; el predicador en su alma no cree en esta enseñanza antinatural, y a veces padece una penosa pugna en su alma por el conflicto que tiene lugar entre la esclavitud mental a sus creencias intelectuales y la libertad de los sentidos de su alma –la criatura del Amor Divino que se halla en él y única parte de la Divinidad que él posee–. Y de este modo se pone de manifiesto la gran y real paradoja de la existencia en el propio mortal, y al mismo tiempo la paradoja de una creencia intelectual y un conocimiento del alma tan distanciados como las antípodas. Y también se pone de manifiesto la verdad –una gran verdad– de que la mente del hombre y el alma del hombre no son una y la misma cosa, sino que son tan distintas como necesariamente deben serlo la criatura de una creación especial –que es la mente–, y la creación de aquello que es la única parte del hombre hecha a imagen de su Hacedor –el alma–.

Pero algún día el conocimiento del alma superará a la creencia mental, y entonces el predicador sabrá que la armonía y la inarmonía no pueden coexistir por siempre, que el pecado y el error tienen que desaparecer, que la pureza y la rectitud tienen que existir solas, y que cada hombre y espíritu tiene que llegar a vivir aunado con el Padre, ya sea como habitante de los Mundos Celestiales o como el hombre perfecto que apareció por primera vez al llamado de Dios, y de quien dijo «muy bueno».

Con mi amor y bendiciones diré buenas noches, y que Dios os bendiga.

Vuestro hermano y amigo, Jesús
 
Aquí Jesús apunta a la más dañina y detestable de todas las doctrinas que los predicadores del cristianismo difunden entre sus fieles. Usando como ejemplo el discurso de uno de ellos, explica razonadamente por qué es una doctrina falsa y en qué consiste el grave perjuicio que ocasiona a quienes pasan a la otra vida creyendo en ella. Además de definir ‘infierno’, afirma que los espíritus en los infiernos sí que están en procesos probatorios, incluso cuando en su vida terrenal no iniciaron su camino de redención.

Esta noche me hallaba presente cuando el predicador (Dr. Gordon) estaba pronunciando su discurso. Su sermón fue una muestra de las creencias de los cristianos puristas en muchos particulares, pero en el punto más importante y que más vitalmente afectará a los mortales en su progreso en la vida del espíritu estaba equivocado, muy equivocado. Me refiero a su declaración de que él no vio ni conoció ninguna afirmación en la Biblia que le justificara para decir que habría alguna oportunidad para que los espíritus de los mortales recibieran perdón o progresaran desde la condición del infierno a la de la luz y al cielo en el mundo de los espíritus si no habían comenzado ese trayecto en la vida mortal. Esta doctrina es detestable, y una que a lo largo de los siglos, desde el tiempo de mi vida en la tierra, ha hecho más daño que cualquier otra enseñanza de la iglesia que pretenda ser representativa de mí y de mis enseñanzas.

Como resultado de ella muchas pobres almas han venido al mundo de los espíritus con esta creencia firmemente fijada en sus mentes y conciencias, y las resultantes dificultades han sido grandes, y han pasado muchos años antes de que pudieran despertar de esa creencia y darse cuenta de que el Amor del Padre las está esperando en la vida espiritual justo igual que en la vida terrenal, y que la probación nunca está cerrada para los hombres o los espíritus, ni nunca lo estará hasta el momento en que se retire la gran oportunidad para que los hombres lleguen a ser habitantes de los Mundos Celestiales, e incluso entonces, la oportunidad de purificar su amor natural no cesará, ni nunca lo hará hasta que todos los que tengan la posibilidad lleguen a ser hombres perfectos en su amor natural.

Si el predicador hubiera buscado en las Escrituras, en las que tan implícitamente cree, habría hallado una autorización para declarar que incluso en el mundo espiritual, a los espíritus de los pecadores no salvos en la tierra, que murieron sin haberse reconciliado con Dios, se les predicó el evangelio de salvación en los infiernos (1 Pedro 3:19-20). Y además, cuando declaró que la Biblia dice que yo dije «que aquél que pecare contra el hijo del hombre, le será perdonado, pero al que pecare contra el Espíritu Santo no le será perdonado, ni en este mundo ni en el venidero», si el predicador hubiera reconocido la natural, o ya sólo la implicada construcción de esta declaración, habría descubierto que el pecador que descuidó la oportunidad en la tierra tendría aún otra oportunidad de salvación en el mundo venidero –tal como se alude al mundo de los espíritus–. De modo que, incluso según su propia fuente de creencia y el fundamento de su conocimiento de estas cosas del futuro, estaría justificado e incluso requerido a declarar, como predicador honesto de las Escrituras, que con la muerte física del mortal el tiempo de probación no terminaba.

Es muy triste que los credos y las opiniones fijas de estos predicadores, formados a partir de las enseñanzas de los viejos padres –como se les llama– sean hombres de desarrollo del alma, tal como este predicador lo es, y aun así enseñen la detestable doctrina de la que hablo y que él expuso.

Existe un infierno, o más bien unos infiernos, justo igual que hay un cielo o cielos, y todos los hombres, cuando se conviertan en espíritus –lo que indefectiblemente ocurrirá algún día–, se verán obligados a ocupar uno u otro de estos lugares; no porque Dios haya decretado que algún espíritu en particular ocupe ese lugar debido a su creencia o condición terrena, sino porque el estado de desarrollo de su alma, o su falta de desarrollo, le adecúa y le ancla a ese lugar y no a otro.

Dios ha constituido Sus leyes de armonía, y estas leyes jamás son alteradas, y cuando cualquier alma en particular entra en una condición de concordancia con estas leyes, entonces esa alma llega a estar aunada con el Padre y llega a ser un habitante de Sus cielos; y mientras esa alma permanezca fuera de tal condición... estará en el infierno, que es la condición de estar fuera de concordancia con la armonía de las leyes de Dios.

Eso es el infierno, y no existe otra definición exhaustiva o cabal del mismo: todo aquello o todo lugar que no sea el cielo, es infierno. Por supuesto, hay muchas gradaciones del infierno, y los habitantes de estas gradas están determinados por el estado de desarrollo de su alma, el cual está condicionado por la cantidad y cualidad de la corrupción y el pecado que exista en esas almas. Y siempre el alma se desarrolla a medida que el amor se torna purificado y el pecado es erradicado, y exactamente conforme este proceso avance, así el alma devendrá desarrollada.

Dios ha decretado que Su universo sea armonioso, tanto el de los hombres como el de las cosas, y sólo la criatura hombre se ha vuelto ajena a esa armonía; y a medida que el universo siga adelante, el único destino para el hombre es que regrese a esa armonía de la que cayó a causa de su propio mal dirigido albedrío. Si Dios hubiera decretado –tal como por implicación necesaria declaró el predicador– que el pecador que muere en sus pecados permaneciera para siempre en sus pecados y en un estado de antagonismo con tal armonía, entonces Dios Mismo, necesariamente, se habría convertido en la causa y el poder para derrotar Sus propias leyes de armonía, lo cual ningún mortal en su sano juicio, tanto si cree en las Escrituras como si no, creería o sería capaz de creer.

Las Leyes de Dios son fijas e inmutables, y siempre están en armonía entre sí y con Su Voluntad, y sabiendo esto, todo hombre pensante sabrá y debería saber que siempre que un predicador o laico, un filósofo o un científico presente una proposición u opinión que muestre que para que exista una determinada condición o verdad las Leyes de Dios tendrán que funcionar en conflicto o en oposición entre sí, entonces esa proposición u opinión es falsa y no tiene ningún fundamento en hechos. Y así, para aceptar esta declaración del predicador de que no hay ningún tiempo de probación tras la muerte –o como él dijo, ninguna oportunidad de salir del infierno que el mortal lleve consigo al mundo de los espíritus–, los hombres tendrán que creer que el Padre Amoroso, para presuntamente satisfacer Su ira a fin de cumplir las demandas de Su supuesta justicia, pondrá sus leyes en conflicto entre sí y destruirá la armonía de Su universo.

Según dijo, el predicador hablaba como científico y no como un maestro religioso, y sin embargo la deducción que hizo al declarar la existencia eterna de los infiernos violaba una de las leyes fundamentales de la ciencia, que es que dos leyes en conflicto en el funcionamiento del universo de Dios no pueden aceptarse como verdaderas ambas, y que la que esté en armonía con todas las demás leyes conocidas debe aceptarse como verdadera. Entonces digo que, ya apoyado en las Escrituras o fundamentado en la ciencia, el predicador no tenía base ninguna para hacer la falsa y deplorable afirmación de que la muerte física acaba con la posibilidad del hombre de progresar de una condición o estado de existencia en el infierno a uno de pureza y libertad del pecado y en armonía con las leyes perfectas de Dios y los requisitos de Su voluntad.

El predicador habló desde su intelecto y desde sus por muchos años sostenidas creencias mentales, y su memoria se hace eco de lo que había oído decir a otros predicadores y maestros que plasmaron en sus creencias conscientes sus falsas doctrinas. Pero en lo más profundo de su alma, donde el Amor del Padre está ardiendo y los sentidos del alma crecen, él no cree en esta doctrina, porque se da cuenta de que este Amor del Padre es mucho más grande, más puro y más santo que cualquier otro amor que exista en el cielo o la tierra; y reconoce que el Padre de Quien ese Amor proviene tiene que ser más santo y más misericordioso, más dispuesto a perdonar y considerado con Sus hijos que cualquier padre mortal con los suyos. Y entonces, en tanto que padre mortal que tiene en su alma el Amor Divino, él sabe que su hijo no podría cometer ningún pecado u ofensa que pudiera llegar a ser imperdonable, o algo de lo que él no permitiría que su hijo se arrepintiera en cualquier momento. Y con ello vería que si se le negara al Padre, de Quien proviene este Amor Divino, un amor y una simpatía que harían que ese Padre fuera con Sus hijos al menos tan compasivo como lo es él –el padre terrenal–, en tal caso el Atributo más Grande de ese Padre, Dios, Quien es Todo Amor, no sería ni siquiera igual a ese amor que Su criatura expresa. Y entonces el derivado sería más grande y excelente, más puro y Divino que la propia Fuente suprema de la cual se deriva.

No; el predicador en su alma no cree en esta enseñanza antinatural, y a veces padece una penosa pugna en su alma por el conflicto que tiene lugar entre la esclavitud mental a sus creencias intelectuales y la libertad de los sentidos de su alma –la criatura del Amor Divino que se halla en él y única parte de la Divinidad que él posee–. Y de este modo se pone de manifiesto la gran y real paradoja de la existencia en el propio mortal, y al mismo tiempo la paradoja de una creencia intelectual y un conocimiento del alma tan distanciados como las antípodas. Y también se pone de manifiesto la verdad –una gran verdad– de que la mente del hombre y el alma del hombre no son una y la misma cosa, sino que son tan distintas como necesariamente deben serlo la criatura de una creación especial –que es la mente–, y la creación de aquello que es la única parte del hombre hecha a imagen de su Hacedor –el alma–.

Pero algún día el conocimiento del alma superará a la creencia mental, y entonces el predicador sabrá que la armonía y la inarmonía no pueden coexistir por siempre, que el pecado y el error tienen que desaparecer, que la pureza y la rectitud tienen que existir solas, y que cada hombre y espíritu tiene que llegar a vivir aunado con el Padre, ya sea como habitante de los Mundos Celestiales o como el hombre perfecto que apareció por primera vez al llamado de Dios, y de quien dijo «muy bueno».

Con mi amor y bendiciones diré buenas noches, y que Dios os bendiga.

Vuestro hermano y amigo, Jesús
Y, ¿Cuál es esa doctrina?
En una frase
 
Y, ¿Cuál es esa doctrina?
En una frase
Si la quieres en una sola frase, lo intentaré, pero no me culpes si fracaso en resumir la idea, porque el texto reflejado ya lo dice:
La más nefasta doctrina promulgada por las iglesias cristianas es que no existe ninguna posibilidad ni de redención ni de mejoramiento para todos aquellos que no hayan abrazado la fe cristiana durante su vida en la tierra. Es como un ultimátum irreversible: o te adhieres a nuestra fe mientras vives en la tierra, o cuando la dejes serás un irredento por siempre, uno imposible de redimir, uno que no podrá "ser salvado". En otras palabras, un por siempre condenado, un perdido irremisible.
Pero los clérigos no tienen ni la más remota idea de lo que es la vida en el "más allá". Son ciegos pretendiendo guiar a ciegos...
Sólo que estos últimos ciegos son naturales, mientras que ellos son ciegos falsarios...
 
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Si la quieres en una sola frase, lo intentaré, pero no me culpes si fracaso en resumir la idea, porque el texto reflejado ya lo dice:
La más nefasta doctrina promulgada por las iglesias cristianas es que no existe ninguna posibilidad ni de redención ni de mejoramiento para todos aquellos que no hayan abrazado la fe cristiana durante su vida en la tierra. Es como un ultimátum irreversible: o te adhieres a nuestra fe mientras vives en la tierra, o cuando la dejes serás un irredento por siempre, uno imposible de redimir, uno que no podrá "ser salvado". En otras palabras, un por siempre condenado, un perdido irremisible.
Pero los clérigos no tienen ni la más remota idea de lo que es la vida en el "más allá". Son ciegos pretendiendo guiar a ciegos...
Sólo que estos últimos ciegos son naturales, mientras que ellos son ciegos falsarios...

Gente como usted escribe miles de palabras y la verdad que no conoce la Escritura de Dios y menos lo que dijo Jesús.​

Mateo 25:​

1 Entonces el reino de los cielos será semejante a diez vírgenes que tomando sus lámparas, salieron a recibir al esposo.​

2 Cinco de ellas eran prudentes y cinco insensatas.​

3Las insensatas, tomando sus lámparas, no tomaron consigo aceite;​

4mas las prudentes tomaron aceite en sus vasijas, juntamente con sus lámparas.​

5 Y tardándose el esposo, cabecearon todas y se durmieron.​

6 Y a la medianoche se oyó un clamor: ¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle!​

7 Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron, y arreglaron sus lámparas.​

8Y las insensatas dijeron a las prudentes: Dadnos de vuestro aceite; porque nuestras lámparas se apagan.​

9 Mas las prudentes respondieron diciendo: Para que no nos falte a nosotras y a vosotras, id más bien a los que venden, y comprad para vosotras mismas.​

10 Pero mientras ellas iban a comprar, vino el esposo; y las que estaban preparadas entraron con él a las bodas; y se cerró la puerta.​

11 Después vinieron también las otras vírgenes, diciendo: ¡Señor, señor, ábrenos!​

12 Más él, respondiendo, dijo: De cierto os digo, que no os conozco.​

13 Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir.​

 

Nefastos son aquellos que se arrogan escribir del Reino de Dios y son hijos de las tinieblas y predican mentiras y caminos al infierno y desoyendo el Evangelio de Cristo, creando su propio Evangelio y no le digo bienvenido.​