La llegada del Espíritu Santo.
Es en esos momentos tenues, donde no estas despierto ni dormido, donde no estas ni vivo ni muerto, cuando se puede apreciar algo de la parte invisible que corresponde a la verdadera Realidad. Es en esos momentos en el que el consciente se relaja y se evade de la realidad, cuando se vislumbra un resquicio de la permanente Realidad.
Yo estaba muy tranquilo en ese estado, pero el sueño no acababa de llegar. Entonces tuve unas ensoñaciones en las que veía, bajo una luz fría y mortecina, unas gentes maravillosas que paseaban por el techo de mi habitación. Eran todas mujeres que charlaban mientras se sentaban en un banco o caminaban frente a mí. Yo no oía lo que decían, pero tampoco me hacía falta. Iban cubiertas con unos vestidos floreados y ajustados al cuerpo, mientras caminaban de un sitio a otro, lentamente.
Entonces apareció la bestia. Un león me miraba fieramente mientras exhalaba toda su hediondez en mi cara y me enseñaba los dientes. De pronto, desaparecía el león y aparecía una cara vieja y arrugada de un hombre que me miraba con cara de pena. Esa cara, volvía a convertirse en el león fiero semejante al “alien” de las películas en actitud de atacar a su víctima. El león permanecía unos segundos y volvía a transformarse en otra cara vieja de hombre cuya fealdad no podía ocultar.
Aunque, extrañamente, yo permanecía tranquilo, no quería ver ese espectáculo infernal y giraba mi cabeza hacia otro lado intentando evitarlo. Pero el león me seguía y aparecía en mi campo visual echandome su fétido aliento aunque yo no lo pudiese oler.
Una energía sutil, subía por mi columna vertebral desde el coxis, llegando ya hasta mi cintura. Mis manos las notaba calientes, quemando, mientras yo volvía a mirar a otro lado. No quería ver tanto horror. Mi frente estaba empapada de sudor, pero yo me seguía manteniendo boca arriba.
De pronto, el león se convirtió en humo. Una humareda salió de mi vientre y fue desapareciendo mientras una revolución ocurría entre esas gentes ayudadoras maravillosas.
- ¡Ya está!
- -¡Lo ha conseguido por fin!- Sentía yo que decían, aunque no las oía.
Una de esas mujeres maravillosas se introdujo velozmente en mi vientre como si
se lanzase de pié a una piscina. Su vestido floreado y ajustado al cuerpo resplandecío unas décimas de segundo, pero no le vi la cara.
Entonces tuve dificultad para respirar. Se me había olvidado como se hacía eso. Mi pecho quedó paralizado por unas décimas de segundo. El hemisferio izquierdo de mi cerebro se vació y quedó en blanco. Tenía la sensación de que allí no había ya nada.
- ¡No te preocupes!
- ¡Ahora te vamos a ayudar!- Sentí que resonaba en mi cabeza.
Di la vuelta hacia la derecha, y rápidamente me quedé dormido.
La noche siguiente fue maravillosa. Aunque durante el día había tenido dificultad respiratoria en contadas ocasiones, me encontraba bien y relajado. Esa noche, me tumbé boca arriba en mi cama y quedé relajado completamente. No vi ningún espectáculo como el del día anterior, pero, de pronto, mi corazón empezó a vibrar. Aún así, no me asusté y me permití contemplar esa vibración. Era continua, como una taquicardia rápida. Al momento cesó y una energía desconocida empezó a recorrer mi cuerpo. Era un fuego ardiente que se posaba en diversas partes y permanecía unos segundos. Subía, bajaba, llegaba hasta mi cerebro y apareció una cortina de oro fundido que se resbalaba en mi mirada, intentando cubrir mi vista.
El fuego recorrió mi esternón, mi espalda y mis riñones, donde ese furor ardiente permaneció bastante más tiempo.
Entonces me dormí.
[]Cedesin>
Es en esos momentos tenues, donde no estas despierto ni dormido, donde no estas ni vivo ni muerto, cuando se puede apreciar algo de la parte invisible que corresponde a la verdadera Realidad. Es en esos momentos en el que el consciente se relaja y se evade de la realidad, cuando se vislumbra un resquicio de la permanente Realidad.
Yo estaba muy tranquilo en ese estado, pero el sueño no acababa de llegar. Entonces tuve unas ensoñaciones en las que veía, bajo una luz fría y mortecina, unas gentes maravillosas que paseaban por el techo de mi habitación. Eran todas mujeres que charlaban mientras se sentaban en un banco o caminaban frente a mí. Yo no oía lo que decían, pero tampoco me hacía falta. Iban cubiertas con unos vestidos floreados y ajustados al cuerpo, mientras caminaban de un sitio a otro, lentamente.
Entonces apareció la bestia. Un león me miraba fieramente mientras exhalaba toda su hediondez en mi cara y me enseñaba los dientes. De pronto, desaparecía el león y aparecía una cara vieja y arrugada de un hombre que me miraba con cara de pena. Esa cara, volvía a convertirse en el león fiero semejante al “alien” de las películas en actitud de atacar a su víctima. El león permanecía unos segundos y volvía a transformarse en otra cara vieja de hombre cuya fealdad no podía ocultar.
Aunque, extrañamente, yo permanecía tranquilo, no quería ver ese espectáculo infernal y giraba mi cabeza hacia otro lado intentando evitarlo. Pero el león me seguía y aparecía en mi campo visual echandome su fétido aliento aunque yo no lo pudiese oler.
Una energía sutil, subía por mi columna vertebral desde el coxis, llegando ya hasta mi cintura. Mis manos las notaba calientes, quemando, mientras yo volvía a mirar a otro lado. No quería ver tanto horror. Mi frente estaba empapada de sudor, pero yo me seguía manteniendo boca arriba.
De pronto, el león se convirtió en humo. Una humareda salió de mi vientre y fue desapareciendo mientras una revolución ocurría entre esas gentes ayudadoras maravillosas.
- ¡Ya está!
- -¡Lo ha conseguido por fin!- Sentía yo que decían, aunque no las oía.
Una de esas mujeres maravillosas se introdujo velozmente en mi vientre como si
se lanzase de pié a una piscina. Su vestido floreado y ajustado al cuerpo resplandecío unas décimas de segundo, pero no le vi la cara.
Entonces tuve dificultad para respirar. Se me había olvidado como se hacía eso. Mi pecho quedó paralizado por unas décimas de segundo. El hemisferio izquierdo de mi cerebro se vació y quedó en blanco. Tenía la sensación de que allí no había ya nada.
- ¡No te preocupes!
- ¡Ahora te vamos a ayudar!- Sentí que resonaba en mi cabeza.
Di la vuelta hacia la derecha, y rápidamente me quedé dormido.
La noche siguiente fue maravillosa. Aunque durante el día había tenido dificultad respiratoria en contadas ocasiones, me encontraba bien y relajado. Esa noche, me tumbé boca arriba en mi cama y quedé relajado completamente. No vi ningún espectáculo como el del día anterior, pero, de pronto, mi corazón empezó a vibrar. Aún así, no me asusté y me permití contemplar esa vibración. Era continua, como una taquicardia rápida. Al momento cesó y una energía desconocida empezó a recorrer mi cuerpo. Era un fuego ardiente que se posaba en diversas partes y permanecía unos segundos. Subía, bajaba, llegaba hasta mi cerebro y apareció una cortina de oro fundido que se resbalaba en mi mirada, intentando cubrir mi vista.
El fuego recorrió mi esternón, mi espalda y mis riñones, donde ese furor ardiente permaneció bastante más tiempo.
Entonces me dormí.
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