ISAAC ASIMOV's
Vida y Tiempo
Una buena parte de la vida, así como del pasado fisiológico del hombre, es su pasado intelectual, su descubrimiento del conocimiento. Este descubrimiento ha sido tan reciente, no sólo comparado con la edad de la vida terrestre, sino con la edad del hombre como especie, que parece oportuno considerar tal descubrimiento como parte del presente de la vida.
El primer aspecto de este descubrimiento es mitológico. El mito parece ser una -forma poco sofisticada de contemplar el Universo, al menos desde nuestra superioridad actual, aunque, de todos modos, fue un intento real de comprender el Universo. Este intento, aparte lo acertado que pudiera resultar, da la medida de la dignidad y carácter maravilloso de la mente humana.
El dios llameante
Si usted fuera un ser primitivo esperando en una larga noche; si reinasen la oscuridad y el frío, sin ninguna fuente de luz ni de calor, salvo quizás una humeante y poco calorífica hoguera; si a corta distancia pudiera oír los ominosos ruidos producidos por animales depredadores que pueden ver mejor en la oscuridad que usted; si usted ya no pudiese dormir, ¿cuál sería la visión más grandiosa en este mundo?
Tendría que ser contemplar cómo el cielo se va tornando gris hacia el Este, el nacimiento del día portador de la segura promesa de que, en breves instantes, surgiendo del horizonte, aparecerá el propio Sol, para que todo el mundo tenga de nuevo luz, calor y seguridad.
En aquellos tiempos, cuando las obras del Universo eran atribuidas a una miríada de dioses, sin duda el jefe de éstos sería un Dios-sol, poderoso y benefactor, ya que, ¿cómo podían vivir los humanos sin el Sol? Incluso en la Biblia, el primer mandamiento del Señor fue: "¡hágase la luz!" (Para ser reunida en el Sol, la Luna y las estrenas al cuarto día), puesto que sin luz nada era posible.
Para los antiguos egipcios, el Dios-sol era Ra, y éste representaba el principio de la creación; no sólo había creado todas las cosas, sino incluso a sí mismo. Cada ciudad egipcia tenía su propio dios, a veces de la categoría del Dios-sol. Cuando el Imperio egipcio alcanzó su apogeo hacia el 1. 500 a. de J. C., con su capital en la ciudad meridional de Tebas, el dios de esa ciudad, Amón, se convirtió en Amón-Ra, dios de Tebas y del Sol.
Después, más tarde, cuando, por primera vez en la Historia que nosotros sepamos, se estableció brevemente un culto monoteísta -en el reinado del faraón Ekhnatón de Egipto, hacia el 1360 a. de J. C. - el supremo dios al que se adoró fue el dios del Sol.
La asimismo antigua civilización babilónica tenía un Dios-sol al que llamaban Shamash, el que daba la vida y la luz, al tiempo que era el padre de la ley y de la justicia. Y, ¿por qué no? Resulta natural comparar la ley y la justicia con la luz del Sol y considerar que la capa de oscuridad esconde la maldad y el crimen. Aún hoy en día, las calles y parques de las ciudades americanas parecen quedar abandonadas a los sujetos dudosos por la noche, mientras que los ciudadanos honrados sólo se atreven a tomar posesión a plena luz del día.
Cada civilización tuvo su Dios-sol entre las grandes potencias de su panteón. La India cuenta con Suria, de cabellos rojizos, del que desciende la raza humana. Japón tiene a Amaterasu (extraordinaria por ser una diosa-sol), y si ella no era la antepasada de la especie humana, sí al menos era la progenitura de la casa real japonesa, de quien Hirohito es el actual representante.
Los escandinavos tenían al hermoso Balder, dios del Sol, de la juventud y de la belleza, quien estaba casado con Nanna, la diosa de la Luna. Y así sucesivamente. Los antiguos irlandeses tenían a Lugh; los antiguos britanos a Llew; los antiguos eslavos a Dazhbog (quien también era el dios de la fortuna y del éxito, sin duda por el aspecto dorado del Sol); los polinesios tenían a Tañe, quien también era el dios de todas las cosas vivientes: los mayas tenían a Itzamna, otro Dios-sol que era el primero, el más viejo, así como el creador de todo lo demás; los aztecas tenían a Quetzalcóatl, un Dios-sol que también era dios de la sabiduría e inventó el calendario.
Sin embargo, el Dios-sol más conocido para nosotros, pertenecientes a la tradición occidental, es el griego Helios, el que en la posterior poesía griega fue identificado con Apolo. Mientras que el Dios-sol egipcio Ra cruzaba el cielo en una barca (el típico medio de transporte egipcio por el río Nilo), Helios lo cruzaba en un magnífico carro de oro tirado por cuatro soberbios corceles que sólo él podía dominar.
La dificultad de conducir aquellos difíciles caballos fue la idea que posiblemente dio nacimiento al más conocido mito de la literatura occidental acerca del Dios-sol.
Helios tenía un hijo, Faetón, fruto de su unión con una mortal. Cuando se plantearon dudas sobre su paternidad, Faetón se dirigió a Helios y pidió a este dios que reivindicara el honor de su hijo. Helios prometió hacerlo y Faetón le pidió que le dejara conducir el carro solar durante un día.
Helios se vio obligado a hacerlo y Faetón tomó las riendas. Al notar que los guiaba una mano inexperta, los corceles se desbocaron. Encabritándose y corcoveando, llegaron cerca de la Tierra, quemaron el norte de África, convirtiéndolo en un desierto, y cocieron a los africanos, haciéndolos negros. La Tierra hubiera quedado destruida si Zeus, supremo dios de los griegos, no hubiera arrojado a Faetón fuera del carro, mediante su rayo, permitiendo a los caballos regresar a su propio paso hacia su senda acostumbrada.
La ruta normal del Sol puede ser interpretada como una aventura. A fin de poder utilizar el Sol y la Luna como bases para medir el tiempo, los antiguos sumerios (la primera civilización surgida en el valle del Tigris y del Eufrates) fueron los primeros en distinguir a las estrellas en esos grupos que ahora llamamos constelaciones, y les dieron nombres fantásticos, basados en los lejanos parecidos de las configuraciones de las estrellas con objetos familiares. El Sol, a lo largo del año, pasaba por doce constelaciones del zodiaco, que recibieron los nombres del león, el escorpión, arqueros, etc.
El cuento del viaje del Sol nos relata su victoria sobre cada peligro que encontraba; el "suspense" debería ser grande, ya que sólo mediante su victoria podía completar con éxito su curso, asegurando así la supervivencia humana. Puede ser que los doce trabajos que Hércules debía realizar antes de alcanzar su descanso en el cielo sean una versión del paso del Sol por las doce peligrosas constelaciones; una versión oscurecida por cambios en los nombres de las constelaciones y por interminables añadidos de incidentes, efectuados por los mitólogos de los tiempos antiguos.
Sin embargo, la carrera del Sol no sólo consta de éxitos. Por triunfante que pueda acostumbrar a ser, también se ve oscurecido por las nubes. En los países europeos en los que son frecuentes las nubes y las tormentas, el dios supremo es el de los rayos o de las tormentas: el Zeus de los griegos y el Thor de los escandinavos por ejemplo. Incluso la Biblia parece indicar que, en tiempos primitivos, Yahvé fue un dios de las tormentas.
También existe el peligro del eclipse, el cual temporalmente parece matar, en parte o totalmente, el Sol o la Luna. En los mitos escandinavos, tanto el Sol como la Luna son eternamente perseguidos por gigantescos lobos mientras realizan su recorrido por el cielo y, ocasionalmente, los lobos alcanzan los luminares y los ocultan, temporalmente, en sus fauces babeantes.
Pero la nube de tormenta es ocasional, y más aún el eclipse. Sin embargo, una muerte solar es regularmente periódica e inevitable. Al final de cada día, el Sol, sin importar lo glorioso que haya sido su reinado, debe hundirse en el horizonte occidental, derrotado y sangriento, y la noche regresa victoriosa al cielo.
Esto queda representado de una forma más pintoresca en el relato escandinavo acerca de Balder, el Dios-sol. Balder, la alegría de los dioses y de la Humanidad, se ve repentinamente turbado por un presentimiento de muerte. Su madre, Frigg (la esposa del dios supremo nórdico, Odín), consigue que todas las cosas juren que no harán daño a Balder; sin embargo, se olvida del muérdago. Entonces los dioses se entregan al juego de lanzar proyectiles a Balder, para ver si tales proyectiles se desviaban por voluntad propia.
El dios malo del fuego, Loki, al enterarse de la falta de juramento por parte del muérdago, convierte una rama de muérdago en una lanza y se la entrega a Hoder, el dios de la Noche, quien, al ser ciego (en definitiva, uno no puede ver por la noche), no participa en el juego. Loki guía el tiro y Balder cae. El Sol ha muerto por el ataque de la Noche.
Un mito solar menos evidente puede ser la leyenda hebrea de Sansón. La versión hebrea del nombre, Shimshon, ofrece una curiosa semejanza con shemesh, que en hebreo significa Sol (asimismo semejante al babilonio Shamash). A unos tres kilómetros al sur del lugar de nacimiento tradicionalmente atribuido a Sansón se hallaba la ciudad de Beth-shemesh ("casa del Sol"), la cual se cree fue un centro de culto solar.
Sansón, al igual que Hércules, sobrevivió a varios peligros, gracias a su fuerza sobrehumana. Lo que es más, la fuerza de Sansón emanaba concretamente de su cabello, lo cual debe ser interpretado como una representación de los rayos dorados propios del Sol de mediodía. Cuando a Sansón le cortan el pelo, se vuelve débil, igual que el Sol cuando se acerca al horizonte, rojizo y sin rayos, momento en el que se puede mirar sin deslumbrarse. Sansón dormía en el regazo de Dalila cuando perdió su cabello; el nombre Dalila es muy similar al hebreo lilah, que significa "noche". El Sol se hunde en el regazo de la noche y es derrotado y cegado. Pero el cabello de Sansón vuelve a crecer y recupera sus fuerzas para realizar su última hazaña.
En definitiva, el Sol sale cada día.
De hecho, particularmente en los países cálidos, el Sol debe sobrevivir a todos los ataques de la noche y acabar sobreviviendo. En la mitología persa, Ahura Mazda, el dios de la luz, lucha contra Ahrimán, el dios de la oscuridad, entablando una batalla cósmica que llena el Universo... y es Ahura Mazda quien vence al final. (Los judíos del período persa recogieron este mito, y desde el 400 a. de J. C. en adelante Satán entró en el judaísmo; más tarde los cristianos también lo consideraron como las tinieblas enemigas de Dios, y al final es derrotado.)
El Sol, poniéndose y levantándose, constituye una inspiración de muchos relatos míticos que tratan de la muerte y resurrección de un dios. Una muerte y resurrección más impresionante es la muerte de la vegetación con la llegada del invierno y su resurgimiento en primavera.
El relato de Balder puede ser muy bien el símbolo del dios del verano que es abatido por el dios del invierno. Similar significado puede darse a la muerte y resurrección de Osiris, de los egipcios; de Thammus, de los babilonios; de Perséfona, de los griegos, y así sucesivamente.
Pero el Sol está claramente relacionado con el ciclo verano-invierno, así como con el ciclo día-noche. En el verano europeo, el Sol de mediodía alcanza cada día un punto levemente más bajo en el cielo meridional. Dado que el recorrido del Sol por el cielo cada vez se va hundiendo más hacia el Sur, la temperatura se hace más fría y la vegetación se pone de color pardo y muere.
Si el Sol continuara hundiéndose y bajara detrás del horizonte meridional, la muerte sería universal y permanente, pero no sucede tal cosa. La intensidad del descenso se hace más lenta y cada año, el 21 de diciembre de nuestro calendario, el Sol se detiene ("solsticio", o "detención del Sol", en latín) y a partir de ese momento vuelve a ascender.
El invierno puede hacerse más riguroso después del solsticio, pero el hecho de que el Sol de mediodía sigue ascendiendo cada vez más en el cielo supone una garantía de que la primavera y el verano volverán una vez más. El día del solsticio de invierno, del nacimiento de un nuevo Sol de verano, es, por lo tanto, ocasión de grandes fiestas, en las que se celebra la recuperación de la vida.
La más conocida celebración solsticial de los tiempos antiguos era la de los romanos. Se creía que el dios romano de la agricultura,
Saturno, había gobernado Italia en una antigua edad de oro de ricas cosechas y abundantes alimentos.
El solsticio de invierno, pues, con su promesa de regreso del verano y de la edad de oro de la agricultura saturnina, era celebrada con una semana de saturnales, del 17 al 24 de diciembre. Eran unos días de dicha y de gozo. Los negocios se cerraban, a fin de que nada interfiriese con la celebración. Los regalos se intercambiaban en gran cantidad. Eran unos momentos de hermandad entre los humanos, puesto que los sirvientes y esclavos recibían una libertad temporal y se les permitía unirse a la celebración con sus amos, llegando incluso a ser servidos.
Las saturnales no desaparecieron.
De hecho, otra prueba del culto al Sol se manifestó en las postrimerías del Imperio Romano.
Heliogábalo, un sacerdote del Dios-sol siríaco, ocupó el trono romano del 218 al 222 y, por aquel tiempo, el culto de Mitra, un dios solar de Persia, se hizo popular, especialmente entre los soldados.
Los mitraístas celebraban el nacimiento de Mitra, el Sol, en el solsticio de invierno, un tiempo natural, estableciendo el día en el 25 de diciembre, de modo que las populares saturnales romanas alcanzaron su apogeo en el "Día del Sol" de los mitraístas.
A la sazón, la Cristiandad mantenía un reñido duelo con los mitraístas para conquistar los corazones y las mentes de los súbditos del Imperio Romano. El Cristianismo poseía la gran ventaja de aceptar a las mujeres en la religión, mientras que el culto de Mitra era exclusivamente para hombres (y, en definitiva era la madre, no el padre, quien influía en las creencias religiosas de los niños). Sin embargo, el mitraísmo tenía de su parte el festival saturnino del Sol.
Algún tiempo después del año 300 de nuestra Era, el Cristianismo consiguió apuntarse el último tanto y vencer el mitraísmo al absorber las saturnales.
El nacimiento de Jesús fue fijado en el 25 de diciembre y el gran festival fue cristianizado. La Biblia no autoriza en modo alguno a establecer en el 25 de diciembre el día de la Natividad. En realidad, a juzgar por el relato bíblico, uno puede estar completamente seguro de que la Navidad se produjo en otro momento, puesto que los pastores nunca hubiesen plantado sus tiendas de campaña en campos helados, aunque los villancicos así lo proclamen.
Fueron adoptados todos los aspectos externos de las saturnales: la alegría y la diversión, los negocios cerrados, la hermandad, la entrega de regalos. Todo recibió un nuevo significado, pero permaneció igual.
Hasta nuestra Navidad actual llega el eco distante de un rito mucho más antiguo:
la celebración del nacimiento del Sol.