La Filocalia de los padres Nípticos

Re: La Filocalia de los padres Nípticos

Amado hermano Norberto7. Recibe mis saludos, mi amor y mis bendiciones.

He entrado en completo silencio a este epígrafe, amado hermano. Y lo hago en silencio, porque verdaderamente no tengo nada que aportar, menos objetar; solo leer con respeto.

Quiero felicitarte, porque temas tan serios, profundos y de un contenido tan interesante, amén de tanta sabiduría, son verdaderos tesoros que hacen muy bien al foro y ayudan a quienes quieren ser ayudados.

¡Gracias!

Con amor:junegofe

YO SOY EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA.
 
Re: La Filocalia de los padres Nípticos

Gracias Junegofe por tus positivas palabras. En atención a ellas, te regalo el vínculo con el cual te podes bajar una muy buena versión del libro que me motivó, y también a muchos otros a indagar sobre la Filocalia. Si no me equivoco, alguna ves te leí algo sobre tu afición a lo literario narrativo. Y aquí te va... recibelo con cariño de mi parte.

http://www.catolicos.com/libro02.pdf

Y aquí otra dosis de Antonio:

141. El Hijo está en el Padre, y el Espíritu Santo en el Hijo, y el Padre está en ambos. El hombre conoce, por fe, todas las realidades invisibles e inteligibles. La fe es el voluntario consentimiento del alma.

142. Aquellos que por alguna necesidad o contingencia se ven obligados a nadar en grandes ríos, si están sobrios se salvan: si sucediera que las corrientes son violentas y fueran arrastrados, si se aferran a algún arbusto que crece en la orilla, aún se pueden salvar. Pero todos aquellos que se encuentran en estado de embriaguez, aunque en innumerables ocasiones se hayan ejercitado perfectamente en la natación, al ser vencidos por el vino, son sumergidos por la corriente y salen del mundo de los vivos. Del mismo modo el alma, al incurrir en los remolinos y en las agitadas corrientes de la vida, si no se ha tornado sobria respecto a la malicia de la materia y, por lo tanto, si no se conoce a sí misma, no sabe cómo ella, divina e inmortal, ha sido ligada a la materia del cuerpo, que es efímera, expuesta a múltiples sufrimientos y mortal. Así, el alma es arrastrada por la perdición de los placeres carnales y, despreciándose, ebria de ignorancia, incapaz de ayudarse, perece y se encuentra fuera del número de aquellos que se salvan. Muchas veces el cuerpo, como un río, nos arrastra hacia placeres inconvenientes.

143. El alma razonable, manteniéndose inmóvil en su buena determinación, guía sus potencias irascibles y concupiscibles, sus pasiones irracionales, como a caballos: venciéndolas, acorralándolas y superándolas, ella es coronada y hecha digna de la victoria de los Cielos, recibiendo del Dios que la ha creado este premio por su victoria y sus fatigas.

144. El alma verdaderamente razonable, viendo la suerte de los malos y el bienestar de los impíos, no se turba al imaginar sus goces en esta vida, como hacen los insensatos. Porque bien sabe ésta cómo la suerte es inestable, la riqueza, incierta, la vida, efímera, y sabe cómo la justicia no se deja corromper por donativos (7). Y un alma tal, tiene fe de no ser descuidada por Dios, y de que el alimento necesario le será administrado.

7) Cf. el párrafo 136.

145. La vida del cuerpo y su goce entre grandes riquezas, teniendo poder mundano, es la muerte del alma mientras que la fatiga, la resignación y la indigencia vivida agradeciendo, así como la muerte del cuerpo, son vida y felicidad eterna para el alma.

146. El alma razonable que desprecia la creación material y la vida efímera, elige el regocijo celeste y la vida eterna, recibiéndola de Dios, mediante un vivir honesto.

147. El que tiene el traje enlodado, ensucia la túnica de los que se le acercan. Del mismo modo, los que tienen mala voluntad y una conducta no recta, frecuentando y diciendo cosas inoportunas a otros de mentalidad más simple, ensucian su alma como con fango mediante el oído.

148. La concupiscencia es el principio del pecado, mediante la cual el alma razonable se pierde. Mientras que el amor es para el alma principio de la salvación y del Reino de los Cielos.

149. El cobre, si es descuidado y no es tratado con la debida atención, por no haber sido utilizado por largo tiempo, es corrompido por la herrumbre que lo recubre y pierde su belleza. También el alma ociosa, descuidando el vivir honesto y la conversión a Dios, se aleja con sus malas acciones de la protección divina y, como el cobre por la herrumbre, así es consumida por la malicia que sigue al descuido -a causa de la materia del cuerpo- y se encuentra privada de belleza e inútil para la salvación.

150. Dios es bueno, exento de pasiones o cambios. Si se considera como razonable y verdadero que Dios no está sujeto a cambios, no se entiende cómo Él se puede alegrar con los buenos, despreciando a los malos, encolerizarse con los pecadores, y luego, si se le rinde culto, tornarse propicio. Hay que decir, sin embargo, que Dios ni se alegra ni se enfurece, porque alegría y tristeza son pasiones; ni tampoco se le puede rendir culto con dones, porque esto significaría que Él puede ser conquistado por el placer. No es lícito juzgar bien o mal al Divino en base a las realidades humanas. Dios es solamente bueno, hace solamente el bien, no daña nunca, porque tal es su naturaleza. Si nosotros somos buenos a semejanza suya, nos unimos a Él. Si por no tomarlo como modelo, nos tornamos malos, nos separamos de Dios. Viviendo virtuosamente, nos unimos a Dios. Si nos adherimos al mal, Él se convierte en nuestro enemigo, pero no se encoleriza vanamente. Más bien, los pecados no permiten que Dios resplandezca en nosotros, sino que nos unen a los demonios por punición. Si con plegarias y obras de bien logramos desprendernos de los pecados, esto no significa que con nuestro culto inducimos a Dios a cambiar. En realidad, al sanar nuestra malicia con nuestras buenas acciones, y al convertirnos al Divino, nuevamente gozamos de la divina bondad; por eso, si decimos que Dios se retrae de los malos es como decir ¡que el sol se esconde a quién le falta la vista!
 
Re: La Filocalia de los padres Nípticos

Estimado Norberto7,

aún no he podido leer todo por falta de tiempo, ya copié todo lo que publicastes de Antonio y Marcos el Aseta para leerlos en lo que disponga de tiempo, inicialmente tengo inquietudes ya que no quiero influenciarme con enseñanzas católicas, pero despues de leerlas te daré mi valoración!

un cordial saludo y la Paz del Señor Jesucristo!
 
Re: La Filocalia de los padres Nípticos

Amado hermano Norberto7. Recibe mis saludos, mi amor y mis bendiciones.


Gracias Junegofe por tus positivas palabras. En atención a ellas, te regalo el vínculo con el cual te podes bajar una muy buena versión del libro que me motivó, y también a muchos otros a indagar sobre la Filocalia. Si no me equivoco, alguna ves te leí algo sobre tu afición a lo literario narrativo. Y aquí te va... recibelo con cariño de mi parte.

http://www.catolicos.com/libro02.pdf

¡Gracias, amado hermano!...ya he bajado el libro y lo leeré pronto. Mientras tanto continuaré visitando este epígrafe.

Con amor:junegofe

YO SOY EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA.
 
Re: La Filocalia de los padres Nípticos

151. El alma piadosa conoce al Dios del Universo. "La piedad" no es otra cosa que el hacer la voluntad de Dios y así conocerlo, construyéndonos, sin envidia, moderados, humildes, generosos según nuestras posibilidades, sociables, y extraños a las disputas y todo lo que es grato a la divina voluntad.

152. El conocimiento de Dios y el temor a Él nos curan de las pasiones de la materia. Así, cuando la ignorancia de Dios se une al alma, las pasiones, que fueron descuidadas, pudren el alma: ella es corrompida por la malicia, como una vieja herida. Pero Dios no es responsable de esto, porque Él ha enviado a los hombres ciencia y conocimiento.

153. Dios ha colmado al hombre de ciencia y conocimiento, se apresura a purificar las pasiones y la malicia voluntaria y quiere transferir lo que es mortal a la inmortalidad, solamente a causa de su bondad.

154. El intelecto que está en el alma pura y amante de Dios, en realidad ve al Dios increado, invisible e inexpresable, el único puro para los puros de corazón.

155. Corona de la incorrupción, virtud y salvación del hombre es el llevar las desventuras de buen ánimo y dando gracias. Además, el dominar la ira, la lengua, el vientre, los placeres, constituye una enorme ayuda para el alma.

156. La providencia divina es aquella que tiene al mundo en sus manos. No existe ningún lugar abandonado por la providencia. Es providencia la palabra perfecta de Dios, la que da forma a la materia que constituye al mundo, y es creadora, y artífice de todas las cosas que son hechas. No es posible que la materia se organice sin el poder descendiente de la Palabra, que es imagen, intelecto, sabiduría y providencia de Dios.

157. La concupiscencia derivada del pensamiento, es la raíz de las pasiones congénitas de las tinieblas. Y el alma que se encuentra en el pensamiento de concupiscencia se ignora a sí misma, ignora ser inspiración de Dios y es llevada así al pecado, sin pensar ¡la insensata! en los males que encontrará después de la muerte.

158. La impiedad y el amor por la gloria son la suma e incurable enfermedad del alma, son la perdición. Efectivamente, la concupiscencia del mal es la privación del bien. Y el bien es hacer, sin avaricia, todo el bien que es grato al Dios del universo.

159. Sólo el hombre es capaz de recibir a Dios. Solamente a este ser vivo habla Dios. De noche, por medio de los sueños; de día, por medio de la mente. Y por intermedio de todo, predice y preanuncia los bienes futuros a los hombres dignos de Él.

160. Nada es difícil para quien cree y quiere comprender a Dios. Y si luego quieres también contemplarlo, observa el orden y la providencia que hay en todas las cosas que por su Palabra fueron hechas y creadas. Y todo es para el hombre.

161. Se llama santo a aquel que es puro de la malicia y de los pecados. Es por lo tanto un grandísimo logro del alma, y que agrada a Dios, que en el hombre no haya malicia.

162. El "nombre" es el modo de indicar a uno con respecto a muchos. Es por lo tanto insensato considerar que Dios -uno y solo- tenga otro nombre. "Dios," pues, indica a aquel que existe sin principio, aquel que todo lo ha hecho por el hombre.

163. Si tienes conciencia de haber actuado malvadamente, elimina las malas acciones de tu alma, aguardando los bienes que vendrán: Dios es ciertamente justo y amigo del hombre.

164. El hombre conoce a Dios y es por Él conocido (8) si se preocupa de no separarse nunca de Dios. No se separa de Dios el hombre bueno que en todo y por todo domina al placer: no por el hecho de que dispone de poco placer, sino por su propia voluntad y continencia.

8) Cf. el párrafo 29.

165. Beneficia al que te perjudica, y tendrás a Dios por amigo. No calumnies en nada a tu enemigo. Ejercita el amor, la moderación, la tolerancia, la continencia, etc. Todo esto es conocimiento de Dios: siguiendo a Dios mediante la humildad y las virtudes similares. Sin embargo éstas no son obras para cualquiera, sino para almas dotadas de intelecto.

166. Por cansa de aquellos que con desprecio se atreven a decir que las plantas y las hierbas tienen alma, he escrito este capítulo, para conocimiento de los más simples. Las plantas tienen la vida natural, pero no tienen alma. El hombre es definido como un animal razonable, porque tiene un intelecto y es capaz de hacer ciencia. Los otros animales, ya sea los que están sobre la tierra como los que están en el aire tienen voz, porque tienen espíritu y alma. Y todo lo que crece y disminuye es un ser viviente, porque vive y crece. Sin embargo, no tiene alma. Hay cuatro especies distintas de seres vivientes. Los unos son inmortales y están dotados de un alma como los ángeles. Otros tienen intelecto, espíritu y alma, como los hombres. Otros tienen espíritu y alma, como los animales. Otros tienen solamente vida, como las plantas. Y en las plantas la vida subsiste sin alma, espíritu, intelecto, inmortalidad. Pero ni siquiera el resto puede existir sin vida. Cada alma, es decir cada alma humana, es siempre móvil, y va de un lado a otro.

167. Cuando percibes fantasías respecto a algún placer, cuídate a ti mismo y no permitas que te arrastren, sino que, poniéndote por arriba, recuerda la muerte y piensa cómo es mejor tener la conciencia de haber logrado vencer este engaño del placer.

168. Así como en el engendramiento hay pasión, porque lo que accede a la vida tiene corrupción, así en la pasión hay malicia. Por tanto no digas: Dios pudo eliminar la malicia. Los que así hablan son obtusos y tontos. No convenía ciertamente que Dios quitara la materia: y estas pasiones vienen de la materia. Pero Dios ha eliminado la malicia de los hombres ventajosamente al darles intelecto, ciencia, conocimiento y discernimiento del bien a fin de huir de la malicia, sabiendo cómo la misma nos perjudica. El hombre insensato sigue la malicia y se vanagloria. Luego, como atrapado en una red, se debate, capturado allí dentro. Y ni siquiera puede levantar la cabeza para ver y conocer a Dios, que todo lo ha hecho para la salvación y la divinización del hombre.

169. Las realidades mortales son enemigas de sí mismas, porque conocen por anticipado este fin de la vida que es la muerte. La inmortalidad, por el hecho de que es un bien, es un legado del alma santa, mientras que la mortalidad, por el hecho de que es un mal, acompaña al alma mísera e insensata.

170. Cuando, dando gracias, vas a descansar, si piensas en los beneficios y en la gran providencia de Dios por ti, colmado por un pensamiento benéfico, te alegras más que nunca, y el sueño de tu cuerpo se convierte en sobriedad del alma. Al cerrarse tus ojos, verás la visión de Dios y tu silencio, impregnándose de bondad, continuamente proclama glorias al Dios del universo, con toda el alma y toda tu fuerza. Porque una vez que la malicia ha sido alejada del hombre, el rendimiento de gracias, aunque fuera eso sólo, agrada a Dios más que todo precioso sacrificio.

A Él la gloria en los siglos de los siglos Amén.

* * *

Aquí termina el primer escrito de la Filocalia, una apropiada introducción para el resto de la antología, así es como parece que lo consideró Nicodemo.
 
Re: La Filocalia de los padres Nípticos

Estimado Norberto7,

aún no he podido leer todo por falta de tiempo, ya copié todo lo que publicastes de Antonio y Marcos el Aseta para leerlos en lo que disponga de tiempo, inicialmente tengo inquietudes ya que no quiero influenciarme con enseñanzas católicas, pero despues de leerlas te daré mi valoración!

un cordial saludo y la Paz del Señor Jesucristo!

El próximo autor que toca es Evagrio, lo de Marcos había sido un paréntesis en atención a Vashikrá; a quien atenderé de algún modo si reclama.
 
Re: La Filocalia de los padres Nípticos

Evagrio el Monje

Evagrio, este hombre sabio e insigne que floreció alrededor del año 380, fue promovido por el gran Basilio a la dignidad de lector y, por el hermano de éste, Gregorio de Nisa, fue ordenado diácono. Fue instruido en las Sagradas Palabras por Gregorio el Teólogo: por éste fue incluso nombrado archidiácono, cuando le fuera encargada la iglesia de Constantinopla, según Icéforo Calisto, libro 11, capítulo 42.
A continuación, abandonadas las cosas del mundo, abrazó la vida monástica.

Siendo realmente sutil al entender y habilísimo en exponer lo que entendía, Evagrio ha dejado muchos y variados escritos. De entre los mismos, han sido elegidos para este libro, el presente discurso a los hesicastas y sus capítulos sobre el discernimiento de las pasiones y de los pensamientos, en cuanto que son textos muy oportunos y de gran aplicación.

* * *​

Las noticias a propósito de Evagrio nos fueron proporcionadas especialmente por Paladio en la Historia lausíaca. Su nacimiento se sitúa alrededor del año 345 en Íbora en el Ponto. Tal como nos lo dice Nicodemo, fue promovido a lector y luego a diácono.

Bastante tentado por la vida mundana, en momento de serio peligro para su castidad, mientras se encontraba en Constantinopla, a continuación de un sueño premonitorio, partió para Jerusalén. Allí vivió por un breve período en la casa de Melania la Anciana, ilustre dama romana, quien había convocado a su alrededor, en el Monte de los Olivos una comunidad monástica. Durante su estancia allí, muchas dudas asaltaron a Evagrio, con respecto a su decisión de abandonar el mundo pero, apoyado por Melania y tomando como una nueva señal divina una enfermedad que lo aquejara, partió hacia Egipto poco después. Se estableció primeramente y por dos años, en el desierto de Nitria y luego en las Celdas, donde vivió hasta su muerte que sobrevino aproximadamente en el año 399.

Profundamente convencido respecto del valor de la austera vida monástica en el desierto, Evagrio la conoció -y la vivió- acudiendo a las fuentes, manteniéndose en frecuente contacto con Macario el Grande, iniciador de la vida monástica en el desierto de Scete, conociendo también al otro Padre Macario. El ambiente en el cual Evagrio vivió hasta su muerte su vida monástica contrastó, por cierto, con la estructura intelectual de la cual estaba dotado y con su gran cultura. No por ello dejó de sentir una profunda admiración por la sabiduría práctica de esos santos ancianos, frecuentemente provenientes de familias campesinas pobres. Y más aún: además de vivir esta vida del desierto, llegó a ser un teórico de la misma. Seguidor de Orígenes, terminó, lamentablemente por extremizar justamente las teorías más discutibles de su maestro. Esto echó una sombra sobre su figura, a tal punto, que muchos de sus escritos nos fueron transmitidos al amparo de algún gran nombre de ortodoxia más afirmada. El nombre de Evagrio fue envuelto en la condena del origenismo y, por lo tanto, condenado por el Concilio de Constantinopla III (680-681), por el Concilio Niceno II (787) y por el Concilio de Constantinopla IV (869-870).

A propósito del discernimiento de las pasiones y de los pensamientos

1. Entre los demonios que se oponen a la práctica de las virtudes, los primeros que adoptan una actitud de guerra son aquellos que ostentan las pasiones por el buen comer, los que nos insinúan el amor por el dinero, y los que nos estimulan a buscar la gloria que proviene de los hombres. Todos los demás vienen detrás de éstos y reciben a los que han sido heridos por ellos. Efectivamente, es poco probable que se caiga en manos del espíritu de la fornicación si no se cayó antes por gula. Y no hay quien, habiendo sido turbado por la ira, no se haya previamente encendido por los placeres de la buena mesa, por las riquezas o por la gloria. Y no hay modo de huir del demonio de la tristeza, si no se soporta la privación de todas estas cosas. Así como nadie puede huir del orgullo, primera camada del diablo; si no se ha erradicado antes la raíz de todos los males, que es el amor por el dinero, si es verdad, como dice Salomón, que la indigencia hace al hombre humilde (Pr 10:4).

En breve: no sucede que el hombre tropiece con el Demonio, si antes no ha sido herido por esos tres males principales. Y también delante del Salvador, el Diablo antepuso estos tres pensamientos: primeramente exhortándolo a convertir las piedras en panes, luego prometiéndole el mundo si se postraba a sus pies, adorándolo, y como tercera cosa, lo tienta con la posibilidad de que la gloria lo cubriría si, cayendo de las almenas del templo, los ángeles lo recogen y lo salvan, como Hijo de Dios que es. Pero nuestro Señor, mostrándose superior a todo esto, ordenó al Diablo que se alejara de Él, enseñándonos así que no es posible rechazar al Diablo si no se desprecian estos tres pensamientos.

2. Todos los pensamientos demoníacos introducen en el alma conceptos relativos a objetos sensibles, y el intelecto, compenetrándose de ellos, imprime en sí mismo las formas de esos objetos. El alma reconoce, entonces, al demonio que se asocia al objeto mismo. Por ejemplo: si en mi mente se presenta la fisonomía de quien me ha agraviado u ofendido, es evidente que surgirán en mí pensamientos de rencor. Si surgiera el recuerdo de las riquezas o de la gloria, recordaré claramente por el objeto, cuál es el motivo de mi angustia. Lo mismo sucede con los otros pensamientos: por el objeto descubrirás quién es el que viene a insinuarlos. Sin embargo, no quiero decir que todo recuerdo de tales objetos provenga de los demonios. Porque es el intelecto mismo, accionado por el hombre, el que produce las imágenes de los acontecimientos. Provienen de los demonios aquellos recuerdos que suscitan la ira o la concupiscencia contra natura. Con motivo de la turbación que causan estas potencias, el intelecto, mediante el pensamiento, comete adulterios y se embarca en guerras, porque no puede acoger la imagen de Dios, su legislador. En efecto, esa luminosidad se manifiesta al principio fundamental del alma en el tiempo de la plegaria, en la medida en que ésta se despoje de los conceptos relativos a los objetos.

3. El hombre no puede rechazar los recuerdos pasionales si no presta atención a la concupiscencia y a la cólera, disipando a la primera con ayunos, velando y durmiendo en el suelo, y calmando a la segunda con actos de soportación, de paciencia, de perdón y de misericordia. De las pasiones antedichas surgen casi todos los pensamientos demoníacos que empujan al intelecto a la ruina y a la perdición. Pero es imposible superar estas pasiones si no se desprecian totalmente los manjares, las riquezas y la gloria y aun el propio cuerpo, con motivo de aquellos pensamientos que tan a menudo lo flagelan. Es absolutamente necesario, pues, imitar a aquellos que se encuentran en el mar, en peligro, y que echan por la borda los aparejos a causa de la violencia de los vientos y de las olas. Pero llegados a este punto, debemos guardarnos de desprendernos de los aparejos para ser mirados por los hombres, o habremos ya recibido nuestra merced, ya que otro naufragio más terrible que el primero nos afligirá, y entonces soplará el viento contrario, el del demonio de la vanagloria. Por tanto, también el Señor nuestro de los Evangelios, impulsando a nuestro intelecto que es el capitán del barco, nos dice: Mirad que no hagáis vuestra justicia delante de los hombres, para ser visto por ellos: de otra manera no tendréis merced de vuestro Padre que está en los Cielos (Mt 6,1). Y dice además: Y cuando recéis, no seáis como los hipócritas; porque ellos gustan de orar en las sinagogas y en los cantones de las calles, de pie para ser vistos por los hombres: por cierto os digo, que ya tienen su pago (Mt 6,5).

Pero en este punto debemos prestar atención al médico de las almas y observar como él cura la cólera con la limosna, y con la oración purifica el intelecto, y aún mas, diseca con el ayuno la concupiscencia: de este modo surge el nuevo Adán, quien se renueva a imagen de Aquel que lo ha creado, en el cual no existe -con motivo de la impasibilidad- ni macho ni hembra, y -basados en la única fe- ni griego ni judío, ni circunciso ni incircunciso, ni bárbaro ni escita, ni esclavo ni liberto, sino que todo está en Cristo (Col 3,10 y ss.).
 
Re: La Filocalia de los padres Nípticos

Los sueños​

4. Debemos indagar cómo los demonios informan y configuran el principio fundamental de nuestra alma en las fantasías que nos acechan en el sueño. Esto le sucede al intelecto ya sea cuando ve con los ojos o cuando oye con los oídos o con cualquier percepción. A veces nos llegan por medio de la memoria, que informa al principio fundamental del alma, moviendo lo que ha recibido mediante el cuerpo. Me parece pues, que los demonios informan al principio fundamental de nuestra alma, moviéndonos la memoria, pues el órgano es, en ese momento, mantenido inactivo por el sueño. Debemos saber cómo se produce ese movimiento de la memoria. ¿Será, acaso, por medio de las pasiones? Esto es evidente, pues el que es puro y está libre de pasiones, no pasa por cosas similares. Sin embargo, existe un movimiento de la memoria producido simplemente por nosotros mismos, o bien por las santas potencias, en el cual encontramos a los santos y somos sus comensales. Pero deberemos prestar atención: esas imágenes que el alma recibe conjuntamente con el cuerpo, serán luego movidas por la memoria sin el cuerpo. Esto está claro por el hecho de que a menudo pasamos por esto durante el sueño, mientras que el cuerpo está inmóvil. Pues puede suceder que nos acordemos del agua ya sea que tengamos sed o no, y así sucede que nos acordamos del oro ya sea con codicia o sin ella. Y lo mismo sucede con el resto. Sin embargo, el hecho de que encontremos dichas diferencias entre las variadas fantasías, es un indicio de su artificiosidad.

Y aún más: debemos saber que los demonios se sirven también de objetos externos para suscitar sus fantasías. Por ejemplo: del sonido de las olas, para alguien que se dedique a la navegación.

5. Nuestra irascibilidad, cuando se mueve contra natura, coopera en mucho con los objetivos que los demonios se prefijan, tornándose así utilísima para cualquiera de sus engaños. Por tanto, éstos no se hacen rogar para accionarla, de día o de noche. Y cuando la ven contenida por la humildad, en seguida la liberan con buenos pretextos, y así, tornándose violenta, ésta sirve a sus pensamientos bestiales. Es necesario, pues, no excitarla con ningún objeto, ni justo ni injusto, evitando poner en mano de quien nos sugestiona, un arma funesta, como sé que muchos hacen, aferrándose más de lo necesario a fútiles pretextos. Por cierto, dime, ¿por que eres tan combativo? ¿No has despreciado ya manjares, riquezas y gloria? ¿Por qué crías a un perro, si has manifestado no poseer nada? Si éste ladra y se echa sobre la gente, es claro que es porque uno tiene algo y quiere defenderlo. Y estoy bien seguro de que un hombre así está alejado de la oración pura, porque sé que la irascibilidad destruye esta oración. Y me asombra que olvides también a los santos, mientras David grita: Cesa en tu ira y deja la cólera (Sal 37,8). Y el Eclesiastés recomienda: Aleja la cólera de tu corazón, y quita la maldad de tu carne (Qo 11,10), mientras el Apóstol nos ordena elevar, en todo tiempo y lugar, manos puras sin iras ni disputas (1 Ti 2,8). ¿Y por qué no aprendemos de la antigua y misteriosa costumbre de echar fuera de casa a los perros en tiempo de oración? Ella nos demuestra, alegóricamente, cómo no debe existir cólera en el que reza.

Y también se ha dicho: Hay cólera de dragones en su vino (Dt 32:33), ¡y sin embargo, los nazareos se abstenían de tomar vino!

En cuanto al deber de no preocuparse por los trajes o manjares, considero superfluo escribir con respecto a esto, ya que el Salvador mismo lo prohíbe en los Evangelios: no os preocupéis por vuestra vida, por lo que comeréis, por lo que tomaréis o por lo que vestiréis (Mt 6,31 y ss.). Esto concierne a los gentiles y a los incrédulos, a los que rechazan la providencia del Soberano, y reniegan del Creador, pero es cosa totalmente ajena a aquellos cristianos que han creído que dos pajarillos que se venden por un cuarto (Mt 10,29.) están bajo el gobierno de los santos ángeles.

Pero los demonios tienen también esta otra costumbre: después de acosarnos con pensamientos impuros, nos infunden alguna preocupación a fin de que Jesús se retire, debido al caudal de ideas que acuden a nuestra mente (Jn 5,13.), y su Palabra se torne infructuosa, sofocada por pensamientos de preocupación (Mt 13,22 y par.). Pero una vez que los hayamos depuesto y habiendo depositado toda nuestra confianza en el Señor (Sal 55,22.), conformándonos con las cosas que tenemos, y pobres en cuanto a nuestro estilo de vida y por la ropa que nos cubre, despojaremos cada día a los padres de la vanagloria. Si alguno se sintiere indecoroso por tener un traje pobre, que dirija su mirada a san Pablo, quien esperó la corona de la justicia (2 Ti 4,8.) en el frío y en la desnudez (2 Co 11,27). Puesto que el Apóstol ha llamado a este mundo "teatro" y “estadio” (1 Co 4,9; 9,24.), vemos cómo no es posible que uno, acompañado por pensamientos de preocupación, corra hacia el premio de la suprema llamada de Dios (Fil 3,14) o luche contra los principados las potencias, los dominadores cósmicos de las tinieblas de este siglo (Ef 6,12). Aun entrenado en la observación de las realidades sensibles, no se cómo esto es posible. Está claro que el que viste la túnica, se encontrará impedido de avanzar y arrastrado aquí y allá, como el intelecto lo es por los pensamientos cargados de preocupaciones, si creemos en la palabra que dice que el intelecto debe estar constantemente atento a su tesoro. Se ha dicho, en efecto: Donde está tu tesoro, allí estará tu corazón (Mt 6,21).

6. En cuanto a los pensamientos, algunos de ellos separan y otros, son separados. Es decir: los malos separan a los buenos y, a su vez, los malos son separados por los buenos. Por lo tanto, el Espíritu Santo atiende al primer pensamiento que nos acude y en base a éste, nos juzga o nos recibe. Quiero decir esto: tengo un pensamiento de hospitalidad y seguramente lo tengo hacia el Señor, pero como se acerca el Tentador, mi pensamiento es separado, porque éste me sugiere brindar hospitalidad por amor a la gloria. Y más aún: tengo un pensamiento de hospitalidad, pero para ser visto por los hombres. Y sin embargo, este mal pensamiento puede ser rescindido al acudir un pensamiento mejor, el de pensar que es mejor dirigir la virtud hacia el Señor e inducirnos a no hacer estas cosas por los hombres.

7. Después de mucha observación, hemos conocido cuál es la diferencia entre los pensamientos provenientes de los ángeles, los provenientes de los hombres, y los que provienen de los demonios. Los primeros, los angélicos, observan las varias naturalezas de las cosas y descubren las razones espirituales (1). Por ejemplo, la razón por la cual el oro fuera creado, esto es, para ser distribuido en las zonas inferiores de la tierra mezclado con la arena, y ser encontrado con mucho trabajo y fatiga. Y luego vemos cómo, una vez encontrado, es lavado con agua, pasado por el fuego, entregado a las manos de los artesanos, los cuales harán el candelabro de la tienda, el altar, los incensarios y las copas, en las cuales ahora no bebe más -por gracia de nuestro Señor- el rey de Babilonia. Por estos misterios arde el corazón de Cleofás. Pero el pensamiento que nos surge por obra de los demonios, no sabe ni comprende todo esto, sino que nos sugiere, descaradamente, el afán por la posesión del oro sensible, indicándonos todo el placer y la gloria que nos colmarán al tenerlo.

1) Razones espirituales: se trata de los íntimos principios de las cosas, de conformidad con las cuales fueron creadas en su situación particular de tiempo y espacio, sufriendo un determinado desarrollo. Estas razones (logoi) son consideradas como teniendo su principio en el Logos mismo de Dios, principio unitario del universo, y constituyen el objeto de un primer estadio de contemplación.

En cuanto al pensamiento que proviene del hombre, el mismo no busca la posesión del oro, ni se preocupa por entender su significado simbólico, sino que nos introduce en la mente su forma desnuda, sin pasión ni codicia por poseerlo. Lo que decimos del oro, es válido también para las otras cosas, cuando este pensamiento es místicamente ejercido según esa regla.

8. Hay un demonio, denominado vagabundo, que se presenta a los hermanos sobre todo durante el transcurrir del día. Éste pasea nuestro intelecto de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo y de casa en casa. El intelecto entabla, al principio, simples diálogos. Luego se entretiene por más tiempo con algún conocido y corrompe el estado interior de los que encuentra, y luego, poco a poco, se va olvidando de su conocimiento de Dios, de las virtudes y de su propia profesión. Es pues necesario que el solitario observe de donde viene este demonio y a dónde éste quiere llegar. No es por casualidad que este demonio da todas estas vueltas. Lo hace para corromper el estado interior del solitario. De este modo el intelecto, enardecido por estas cosas, ebrio por todos los encuentros, inmediatamente se tropieza con el demonio de la fornicación, o de la ira, o de la tristeza. Sentimientos que masivamente destruyen el resplandor del estado interior.

Pero nosotros, si realmente nos proponemos reconocer la astucia de este demonio, no debemos apresurarnos a gritar en contra de él, ni a meditar sobre lo sucedido, contando como éste realiza estos encuentros en nuestros pensamientos y de que manera va empujando el intelecto hacia la muerte. No soportando ser observado en su actuar, el demonio huirá de nosotros y nada podremos saber de lo que queríamos aprender. Más bien deberemos permitir que por uno o dos días, actúe a fondo, así podremos aprender bien sus maquinaciones, y lo haremos huir enfrentándolo con nuestras palabras (2). Y sucede que cuando nos sentimos tentados, el intelecto está turbio y le resulta difícil ver lo que está sucediendo. Debemos pues, actuar cuando el demonio se ha ido de la siguiente manera: siéntate y trae a tu memoria lo sucedido, por dónde ha empezado todo, dónde has ido, y en qué lugar te sentiste atraído por el espíritu de la fornicación, de la tristeza o de la ira, y nuevamente recapitula lo sucedido. Examina todo muy bien y confíalo a tu memoria, así podrás enfrentar al demonio cuando se acerque. Observa atentamente el escondrijo donde él pretende llevarte y no lo sigas. Y si incluso quieres enfurecerlo, enfréntalo una y otra vez, hablándole directamente. Se sentirá muy molesto ya que no tolera ser avergonzado. Como demostración de que has sabido hablarle como es debido, verás que ese pensamiento que te acechaba te abandonó por completo. Es imposible que permanezca si es abiertamente enfrentado. Una vez que has vencido al demonio, seguirá una profunda somnolencia, una especie de estado de muerte, con una gran pesadez en los párpados, continuados bostezos, un gran peso en las espaldas. Pero el Espíritu Santo hará que todo esto se desvanezca luego de una intensa plegaria.

2) Enseñanza peligrosa que encontrará un vasto eco en la herejía mesaliana, y que ha sido unánimemente contradicho por los grandes maestros espirituales de más segura ortodoxia (por ej. Basilio, Marcos el Asceta, etc.)

9. El odio contra los demonios nos ayuda mucho a conseguir la salvación y es conveniente para la práctica de la virtud. Pero nosotros no estamos en condiciones de cultivarlo por nosotros mismos como un brote cualquiera, ya que los espíritus amantes del placer lo destruyen y lo conducen a ese amor habitual. Este amor -o más bien, esta gangrena difícil de curar- es curada por el médico de las almas abandonándonos a una prueba. Efectivamente, permite que padezcamos de día o de noche, una situación horrorosa para el alma, de tal modo que ella retorna a su odio original, aprendiendo a decir lo que David dijo al Señor: De un odio perfecto los odié; se han convertido en enemigos para mí (Sal 139,22). Pues el que no peca con sus actos ni con sus pensamientos, odia con un odio perfecto, lo cual es índice de una máxima primitiva impasibilidad.

10. ¿Y qué decir de ese demonio que deja al alma insensible? Siento temor de escribir al respecto. ¿No es increíble cómo el alma, cuando se encuentra con este demonio, sale de su estado interior, se despoja del temor de Dios y de toda piedad, no considera más al pecado como un pecado, ni actúa con responsabilidad, recordando al castigo y al juicio eterno como una cosa de nada y verdaderamente se mofa del terremoto del fuego? (Job 41,20). Reconoce a Dios, por cierto, pero no reconoce su mandamiento.

Golpeas tu pecho porque ves al alma moverse hacia el pecado, pero ella no percibe nada. Tratas de convencerla con las Escrituras, mas ella no te escucha porque está obtusa. La enfrentas con la vergüenza de los hombres, pero no te atiende ni te entiende, como si fuera un cerdo que ha cerrado los ojos y se dirige hacia su recinto. A éste demonio nos llevan los persistentes pensamientos de vanagloria. Y se ha dicho de él que si aquellos días no hubieran sido abreviados, ninguna carne se hubiera salvado (Mt 24,22). Esto sucede a aquellos que raramente frecuentan a sus hermanos. El motivo es evidente: este demonio, frente a las desgracias de los demás, es decir las de aquellos que han sido acometidos por las enfermedades o que tienen la desgracia de estar presos o encuentran una muerte imprevista, huye en seguida, porque no bien el alma se ha conmovido y se llena de compasión, se disipa el endurecimiento producido por el demonio. Pero esta posibilidad no la tenemos a causa de la soledad en que vivimos o de la rara presencia, cercana a nosotros, de personas que sufren. Es justamente para que podamos huir de este demonio que el Señor nos recomienda, en los Evangelios, que visitemos a los enfermos y a los que están en la cárcel. Estaba enfermo y me visitasteis (Mt 25,36), nos dice. Pero debemos tener presente esto: si algún solitario, habiéndose tropezado con este demonio, no ha aceptado todavía pensamientos impuros, ni ha abandonado su casa entregándose a la acedía, éste ha recibido la tolerancia y la templanza, que han bajado de los Cielos y lo han bendecido por tal impasibilidad. En cuando a aquellos que han hecho suya la profesión de ejercitar la piedad (1 Ti 2,10.), y eligen vivir junto a los mundanos, deben cuidarse de este demonio. Yo, en efecto, me avergüenzo delante de todos ustedes y no quiero seguir diciendo o escribiendo a su respecto.
 
Re: La Filocalia de los padres Nípticos

Al comenzar el epígrafe, al tratar sobre el escrito atribuido al abad Antonio, omití deliberadamente un comentario de los traductores modernos; dejando solo el de Nicodemo, quien lo da por auténtico.

Esto no resta méritos al escrito, al cual consideran "ortodoxo" el compilador Nicodemo y su editor Macario.

Aquí va el comentario en cuestión:

Parece ser que Antonio el Grande, conocido también como "Antonio el Ermitaño" o "San Antonio de Egipto," vivió entre los años 250 y 356, aproximadamente. De familia cristiana, más bien rico, habiendo quedado huérfano de muy joven y con una hermana pequeña a su cargo, un día fue fuertemente golpeado por la palabra del Señor al joven rico: Si quieres ser perfecto, ve, vende todo aquello que posees, dalo a los pobres y tendrás un tesoro en los Cielos. Luego, ven y sígueme (Mt 19:21). Sintiéndose aludido, enseguida empezó a vender lo que poseía y a darse a una vida de oración y penitencia en su misma casa. Después de algún tiempo, confió a su hermana a una comunidad de vírgenes, y llevo una vida solitaria no lejos de su pueblo, poniéndose bajo la guía de un anciano asceta de quien se alejara, luego, para retirarse en el desierto, en una de las tumbas que se encontraban en aquella región.

Su ejemplo fue contagioso, y cuando se retiró al desierto de Pispir, el lugar no tardó en ser invadido por cristianos. Lo mismo sucedió cuando sucesivamente se retiró cerca del litoral del Mar Rojo. La vida consagrada al Señor, en soledad o en grupos, ya era una costumbre, pero con Antonio, el fenómeno asumió dimensiones siempre más amplias, tanto que podemos llamar a Antonio -según una conocida expresión de entonces,- "el padre de la vida monástica."

También en Occidente su influencia fue grandísima, sobre todo gracias a la rápida difusión de la Vida, escrita por Atanasio poco después de la muerte de Antonio. Atanasio había conocido bien a Antonio en su juventud. La biografía que escribió debe ser considerada como un documento histórico de peso, si bien, obviamente, al escribirla, el autor ha usado procedimientos corrientes en la literatura de su tiempo, como el de poner en boca del protagonista largos discursos nunca pronunciados de esa forma y extensión, pero en los cuales se quiere recopilar, en una síntesis orgánica y vívida, las que fueron, efectivamente, las ideas más trascendentes del protagonista, por él expuestas -o, más simplemente, por él vividas- en las más variadas situaciones.

Se atribuyen a Antonio siete cartas escritas a los monjes, además de otras dirigidas a diversas personas. En cuanto al texto incluido en la Filocalia, se ha comprobado que no puede ser atribuido a Antonio: véase respecto de esto nota (1).

Advertencia sobre la índole humana y la Vida Buena​

1. Sucede que a los hombres se los llama, impropiamente, razonable (1). Sin embargo, no son razonables aquellos que han estudiado los discursos y los libros de los sabios de un tiempo; pero aquellos que tienen un alma razonable, y que están en condiciones de discernir entre lo que está bien y lo que está mal, aquellos que huyen de todo lo que es maldad y que daña el alma, mientras que se adhieren solícitamente a poner en práctica todo lo que es bueno y útil al alma, y hacen todo esto con mucha gratitud respecto de Dios, solamente estos últimos pueden ser llamados, en verdad, hombres razonables.

1) razonables: Se trataría de un texto estoico editado sólo en la Filocalia, emparentado de modo particular con el Manual de Epicteto, y proveniente de un manuscrito del Monte Athos del siglo XII.
 
Re: La Filocalia de los padres Nípticos

Sigamos con Evagrio, sobre cuyo escrito, no hay ninguna duda:

El demonio de la tristeza​

11. Todos los demonios enseñan al alma el amor por el placer: sólo el demonio de la tristeza se abstiene de ello. Por el contrario, destruye todos los pensamientos insinuados por los otros demonios, impidiendo al alma sentir cualquier placer, insensibilizándola con su tristeza. Es cierto lo que se ha dicho: que los huesos del hombre triste se tornan áridos (Pr 17,22). Y sin embargo, si se lucha un poco, este demonio sirve para fortalecer al solitario. Lo convence de no acercarse a ninguna de las cosas de este mundo ni a ningún placer. Si persiste en su lucha, genera en él pensamientos que lo inducen a alejar su alma de este tormento o lo fuerzan a huir de ese lugar. Tal es lo que ha pensado y sufrido el santo Job, atormentado por este demonio: Ojalá pudiera echar mano a mí mismo u otro, a mi pedido, así lo hiciera (Job 30,24). Símbolo de este demonio es la víbora, animal venenoso. La naturaleza le ha concedido, benevolentemente, el que pueda destruir los venenos de los otros animales, pero si la tomamos en estado puro, destruye la vida misma. Es a este demonio que san Pablo ha entregado el hombre de Corinto, que había pecado. Pero luego se apresura a escribir a los Corintios: Os ruego que confirméis vuestro amor por él, para que no sea consumido por la excesiva tristeza (2 Co 2,8-7).

Y sin embargo, este espíritu que aflige a los hombres es capaz de ser portador de un arrepentimiento bueno. Y así también san Juan Bautista ha denominado "raza de víboras" a aquellos que han sido heridos por este espíritu, y que se refugiaban en Dios, diciendo: ¿Quién os ha enseñado ha huir de la ira que vendrá? Dad, pues, frutos dignos de arrepentimiento y no penséis decir dentro de vosotros: a Abraham tenemos por padre (Mt 3,7-9). Todo el que ha imitado a Abraham y se ha alejado de su tierra y de su parentela, se ha vuelto más fuerte que este demonio.

12. Si alguno es dominado por la cólera, está dominado por los demonios. Y si alguien le sirve, éste es extraño a la vida monástica, un extranjero en las vías de nuestro Salvador, dado que el mismo Señor nos dice que Él muestra el camino a los humildes (Sal 25,9). Por tanto, cuando el intelecto de los solitarios se refugia en la llanura de la mansedumbre, difícilmente puede ser poseído, ya que no hay otra virtud que los demonios teman más que la misma. Ésta es la virtud que había adquirido el gran Moisés, quien fuera conocido como el más manso de los hombres. Y el santo David ha declarado que esta virtud es digna del recuerdo de Dios: Acuérdate de David y de toda su mansedumbre (Sal 132,1). Y también el Salvador mismo nos ha ordenado ser imitadores de su mansedumbre: Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón y hallaréis descanso para vuestras almas (Mt 11,29).

Si alguno ha renunciado a manjares y bebidas, pero excita su cólera con malos pensamientos, ¡se asemeja a una nave que navega con un demonio como piloto! Con todas nuestras fuerzas debemos cuidar de nuestro perro y enseñarle a destruir sólo los lobos, sin devorar las ovejas, dando prueba de mansedumbre hacia todos los hombres.

La vanagloria​

13. De todos los pensamientos, el de la vanagloria es el que está compuesto por más elementos. En efecto, abraza a casi toda la tierra y abre las puertas a todos los demonios, tal como lo haría algún malvado traidor en una ciudad. Por tanto, humilla el intelecto del solitario, llenándolo de discursos y objetos y corrompiendo las plegarias con las cuales él trata de curar todas las heridas de su alma.

Todos los demonios una vez vencidos, hacen crecer este pensamiento y por su intermedio, encuentran un nuevo acceso a las almas. Y es así como hacen que la última situación de las almas sea peor que la precedente (Cf. Mt 12,45). De aquí nace también el pensamiento de la soberbia. Esto es lo que ha hecho derrumbar de los cielos sobre la tierra el sello de la semejanza la corona de la belleza (Ez 28,12). Rehúyela pues, no tardes, porque puede suceder que entreguemos a otros nuestra vida, y nuestra riqueza a quien no tiene misericordia (Pr 5,9). Este demonio es ahuyentado por la oración continua y por el no hacer ni decir nada de lo que se lleva a cabo por la maldita vanagloria.

14. Ni bien el intelecto de los solitarios alcanza una cierta impasibilidad, he aquí que adquiere el caballo de la vanagloria y en seguida corre por las ciudades, llenándose sin medida de alabanzas a su gloria. Pero, si por una disposición de la providencia, se encuentra con el espíritu de la fornicación, quedando así encerrado en un chiquero, esto le enseñará a no dejar más el lecho antes de haber obtenido una perfecta salud, y a no imitar a los enfermos indisciplinados quienes, arrastrando los rastros de su enfermedad, se entregan abusivamente a los viajes y a los baños, teniendo así recaídas. Por tanto, permanezcamos sentados, cuidemos de nosotros mismos, de tal modo que, avanzando en nuestra virtud, no permitamos que el mal resurja, y que, al retomar el conocimiento, nos aturda una multitud de meditaciones. Y luego nuevamente, al levantarnos, veremos cuánto más clara es la luz de nuestro Señor.

15. No puedo escribir sobre todas las astucias de los demonios; siento pudor al repasar todas sus maquinaciones, temiendo por los lectores más simples. Escucha, sin embargo, las astucias del demonio de la fornicación.

Cuando alguien logra tornarse impasible respecto a su concupiscencia, y sus malos pensamientos tienden a enfriarse, es entonces que este demonio introduce imágenes de hombres y mujeres que juguetean entre ellos, convirtiéndolo en solitario espectador de cosas y actitudes procaces. Pero no es ésta una tentación que dure por mucho tiempo. La oración continua y un régimen austero, la vigilia y el ejercicio de meditaciones espirituales, disipan la tentación como a una nube sin agua. Por momentos este malvado hace de la carne su presa, forzándola a sentir un ardor irracional, y se aferra a miles de otras cosas, a las cuales no es necesario referirse públicamente ni poner por escrito.

Contra pensamientos de este tipo somos ayudados por el hervir de la cólera que se mueve contra el demonio. Éste teme muchísimo esta cólera, que se agita contra los pensamientos y destruye sus razonamientos. Y éste es el pensamiento de la Palabra: Irritaos y no pequéis (Sal 4,4). Esta cólera es una medicina útil ofrecida al alma durante las tentaciones. A veces sucede que el demonio de la ira imita al otro demonio, y esboza la forma de algún hijo, o amigo, o pariente, en el momento de ser ultrajado por gente indigna, excitando así la cólera del solitario, para que diga o haga algo malo contra las imágenes que se mueven en su pensamiento. Es necesario atender por un instante a estas imágenes, cuidándonos de arrancar pronto nuestra mente de ellas, a fin de no detenerla mucho tiempo, para que no se inflame secretamente en tiempo de la oración. En estas tentaciones caen fundamentalmente los coléricos y los que se dejan arrastrar fácilmente por sus impulsos. Éstos están alejados de la plegaria pura y del conocimiento de nuestro Salvador, Jesucristo.

Continuaremos con Evagrio, si el Señor lo permite.
 
Re: La Filocalia de los padres Nípticos

Estimado Norberto7,

Los textos en negrita son tuyas?
 
Re: La Filocalia de los padres Nípticos

Estimado Norberto7,

Los textos en negrita son tuyas?

No, no son mios, pero los resalto en cuanto me llaman la atención o quiero que lo haga con mis lectores.

Lo mio, son solo las introducciones: "Continuemos con..."

O este comentario:

"Al comenzar el epígrafe, al tratar sobre el escrito atribuido al abad Antonio, omití deliberadamente un comentario de los traductores modernos; dejando solo el de Nicodemo, quien lo da por auténtico.

Esto no resta méritos al escrito, al cual consideran "ortodoxo" el compilador Nicodemo y su editor Macario.

Aquí va el comentario en cuestión:"

Aparte de esto, se NOTARÁ cuando los comentarios sean míos.

La Gracia sea contigo, y con todos los hermanos
 
Re: La Filocalia de los padres Nípticos

16. El Señor ha confiado los conceptos de este siglo al hombre, como las ovejas a un buen pastor. Escrito está: A cada hombre ha puesto un concepto en su corazón (Cf. Jr 31,33), y ha unido a él, a modo de ayuda, la concupiscencia y la ira. Por medio de la ira debe poner en fuga a los pensamientos de los lobos y, mediante la concupiscencia, debe amar a las ovejas, aun cuando se encuentre acorralado por las lluvias y los vientos. A todo esto el Señor ha agregado también la ley, para que alimente a las ovejas; y un lugar verde, agua que reconforta, y el salterio, la cítara, la vara y el bastón (Sal 23). Y así de este rebaño el pastor obtendrá su nutrición, se vestirá y recogerá el heno de los montes (Pr 27,25). Se ha dicho: ¿Cuál es el pastor que apacienta el ganado y no se nutre de su leche? (1 Co 9,7). Deberá el solitario custodiar de día y de noche su rebaño para que no sea devorado por las fieras o caiga en manos de los ladrones. Pero si en un lugar selvático algo parecido sucediera, en seguida deberá éste arrancar la presa de la boca del león o del oso (Cf. 1Sm 17,34 y ss.). Por ejemplo, el concepto de hermano es devorado por nosotros si lo alimentamos con vil concupiscencia; el del dinero y el del oro, si lo albergamos unido a la avidez; y así en todo lo que se refiere a los pensamientos relativos a los santos carismas, si los alimentamos en nuestra mente junto a la vanagloria. Del mismo modo sucede respecto a todos los otros conceptos, si se tornan presa de las pasiones. Y no alcanza con velar durante el día, debemos estar vigilantes también de noche. Puede suceder que perdamos lo que es nuestro, aun con fantasías turbias o malvadas. Vean lo que dice San Jacob: No te he traído ovejas devoradas por las fieras: he resarcido los hurtos del día y de la noche, Y fui devorado por el calor del día y por el hielo de la noche. El sueño se alejó de mis ojos (Gn 31,39 y ss.).

Si posteriormente el gran cansancio generara en nosotros pereza, subiremos un poco más por la piedra del conocimiento (Hab 2,1) y tomaremos el salterio, haciendo vibrar sus cuerdas mediante el conocimiento de las virtudes. Y nuevamente llevaremos nuestros rebaños por el monte Sinaí, para que el Dios de nuestros Padres se dirija a nosotros de entre los arbustos y nos regale con esas palabras que obran señales y prodigios (Ex 3 y 4).

17. La naturaleza racional, condenada a muerte por la malicia, ha sido resucitada por Cristo mediante la contemplación de todos los siglos. Y el Padre resucita el alma que ha muerto de muerte de Cristo, mediante su conocimiento. Y es esto lo que dice Pablo: Si estamos muertos con Cristo, creamos que también viviremos con Él (2 Ti 2,11).

18. Cuando el intelecto se ha despojado del hombre viejo, se reviste de lo que proviene de la gracia, y es entonces que en el tiempo de la oración verá su propia estructura, símil de algún modo, al zafiro o a la superficie celeste. Cosas éstas que las Escrituras indican como el lugar de Dios, visto por los ancianos en el monte Sinaí (Ex 24,10).

19. De entre los demonios impuros, algunos tientan al hombre en cuanto hombre, otros lo aturden como a un animal que ha perdido la razón. Los primeros, al acercarse, insinúan en nosotros pensamientos de vanagloria, de soberbia, de envidia o de acusación: cosas éstas que no perturban a ningún ser irracional. Los otros, sin embargo, se acercan excitando la cólera o la concupiscencia contra natura. Y es que estas pasiones las tenemos en común con los seres irracionales aunque estén escondidas por la naturaleza racional. Es por este motivo que el Espíritu Santo, cuando se refiere a los pensamientos que acuden a los hombres, dice: Yo he dicho: dioses sois, e hijos todos del Altísimo pero como hombres moriréis, y caeréis como cae cualquier príncipe (Sal 82,6). ¿Y qué dice a aquellos que se mueven en modo irracional? Nos dice: No seáis como el caballo y como el mulo que no tienen entendimiento: que han de ser domados con freno y riendas para que obedezcan (Sal 32,9). Y si el alma que peca, morirá (Ez 18,4), es evidente que los hombres mueren como hombres y por los hombres son sepultados. Pero los animales sin razón, si mueren o caen, son devorados por las aves de rapiña o por los cuervos. De esto se ha dicho que las crías de los unos invocan al Señor (Sal 147,9), y las de los otros, se bañan en sangre (Job 39,30). El que tenga oídos para oír, que oiga (Mt 11,15).

20. Cuando algún enemigo se acerque a ti, te hiera y tú quieras dirigir tu espada a su corazón, tal como está escrito (Sal 37,15), haz como te decimos. Analiza en ti mismo el pensamiento que te ha sido puesto. Mira qué cosa es, de qué elementos se compone y lo que precisamente aflige más a tu mente. Te quiero decir esto: ¿Te ha traído el enemigo el amor por el dinero? Tú haces una distinción entre el intelecto que ha recibido el pensamiento del oro, el pensamiento mismo del oro y el oro en sí mismo y la pasión que nos lleva a amar el dinero. Pregúntate a continuación: De entre todo esto, ¿qué cosa es pecado? ¿Quizás el intelecto? ¿Y cómo, entonces, es la imagen de Dios? Y entonces, ¿Cómo se vincula al concepto del oro? Nadie que tenga intelecto podría jamás afirmarlo. ¿Es quizás pecado el oro en sí mismo? ¿Por qué entonces fue creado? Concluiremos pues que la causa del pecado es la cuarta. No es un objeto que tenga una existencia en sí mismo, ni el concepto de un objeto, sino que es un placer enemigo del hombre, generado por nuestra propia y libre voluntad, y que fuerza al intelecto a servirse malamente de las criaturas de Dios. Y es a la ley de Dios a quien le fuera confiado rescindir este placer.

Mientras indagas de este modo, el pensamiento será destruido, disolviéndose en su propia contemplación. El demonio se alejará de ti, cuando tu mente sea llevada a lo alto por tal conocimiento. Si, por lo contrario, no quieres servirte de tu espada, sino que quieres echar mano de tu honda, saca una piedra de tu bolso de pastor (1 S 17,40) y considera lo siguiente: ¿Cómo es que los ángeles y los demonios se acercan a nuestro mundo y nosotros no nos acercamos a sus mundos? Nosotros no podemos, por cierto, acercar más a los ángeles a Dios, si nos proponemos hacer de los demonios seres aun más impuros. Y más aún: ¿Como es que Lucifer, que surge por la mañana, fue tirado a la tierra (Is 14,12), y considera al mar como una ampolla y a lo más profundo de los abismos como un prisionero de guerra? Y todo lo hace hervir como en una olla encendida e hirviente (Job 41,20 y ss.) porque a todos quiere turbar con su malicia y a todos dominar. La consideración de todas estas realidades hiere verdaderamente al demonio y pone en fuga a todo su ejército. Pero esto lo pueden hacer todos aquellos que se han purificado y ven las razones de las realidades creadas. Los que están impuros no conocen la contemplación de tales razones y, aunque repitieran una fórmula aprendida por otros, no serán escuchados, con motivo de todo el polvo y el tumulto causado por las pasiones durante la batalla. Es absolutamente necesario, pues, que toda la turba de filisteos permanezca inmóvil, para que sólo Goliat enfrente a nuestro David.

De la misma manera nos serviremos de esta distinción entre las partes en guerra y la imagen que se nos presenta contra todos los pensamientos impuros.
 
Re: La Filocalia de los padres Nípticos

Continuamos... y ahora, la última parte (que poseo) de los escritos de Evagrio:

21. Cuando suceda que algún pensamiento impuro huya con toda rapidez, ¿deberemos buscar la causa a fin de entender cómo ello se ha producido? En general, esto sucede ya sea porque el objeto en cuestión falta, o porque se trata de un elemento difícil de obtener, o porque estamos entrando en la región de la impasibilidad. Por estos motivos el enemigo no puede vencernos. Si por ejemplo, a algún solitario se le ocurre que le sea confiada la guía espiritual de la ciudad, es difícil que se detenga a fantasear a propósito de ello, por los motivos que mencionáramos anteriormente. Pero si sucediera que alguno se convierte en guía espiritual de una ciudad cualquiera, y su pensamiento no sufre alteraciones, esto significa que ha alcanzado la beatitud de la impasibilidad.

No es necesario saber de estas cosas para tener prontitud y fuerza; para que podamos ver si hemos cruzado el Jordán (Jos 3) y estamos cerca de las palmeras (Dt 34,3) o bien si estamos todavía en el desierto y bajo los golpes de los extranjeros. Pues veo, por ejemplo, cómo el demonio del amor al dinero es versátil y extraordinario en su capacidad de engaño. A menudo, angustiado por nuestra total renuncia, finge ser ecónomo y amante de los pobres, recibe libremente huéspedes que aún no se han acercado (3), da limosnas a los que carecen de alguna cosa, visita las prisiones de la ciudad, rescata a los que han sido vendidos, nos sugiere unirnos a mujeres ricas... Quizás nos aconseje acercarnos a otros, ¡a aquellos que poseen una bolsa bien abastecida! De este modo, se va desviando el alma; poco a poco, la rodea de pensamientos provenientes del amor al dinero y la entrega al demonio de la vanagloria. Y esto introduce una multitud de pensamientos que glorifican al Señor por nuestros negocios, y manipula a algunos que, poco a poco, hablan de sacerdocio en lugar nuestro. Hace pronósticos sobre la muerte del sacerdote a cargo, y predice que no podrá salvarse, debido a todo lo mal que ha actuado.

3) Describe el proceso de la imaginación estimulada por el demonio.

Y así este mísero intelecto, atrapado por tales pensamientos, entra (mentalmente) en lucha con aquellos que se le oponen, pronto a ofrecer dones a aquellos que lo aceptan y aprueban sus buenos sentimientos. ¡Incluso imagina entregar a aquellos que se le sublevan, en manos de los magistrados y echarlos de la ciudad! Finalmente, puesto que lleva dentro de sí estos pensamientos y les da vueltas, hace que en seguida se presente el demonio de la soberbia, quien, destellando ininterrumpidamente relámpagos y dragones alados en la celda, termina por ocasionar la locura.

Pero nosotros, para conjurar la desgracia que tales pensamientos puedan producir, ¡queremos vivir dando gracias en nuestra pobreza! De hecho, nada hemos traído a este mundo ni nada, por cierto, podremos llevar con nosotros. Siempre que tengamos con qué comer y con qué cubrirnos, conformémonos con ello (1 Ti 6,7 y ss.). Y recordemos a Pablo, que declara: El amor por el dinero es la raíz de todos los males (1 Ti 6,10).

22. Todos los pensamientos impuros, cuando por causa de nuestras pasiones se entretienen en nosotros, conducen el intelecto a la ruina y a la perdición. En efecto, así como la idea del pan ronda constantemente al hambriento a causa de su hambre, y el pensamiento del agua al sediento a causa de su sed, del mismo modo, también los pensamientos a propósito de las riquezas, y las reflexiones sobre los turbios pensamientos producidos en nosotros por los alimentos, se detienen dentro nuestro debido a las pasiones. Esto se manifiesta también con los pensamientos de vanagloria y con todos los otros. Y no le será posible al intelecto, sofocado por tales ideas, presentarse ante Dios, ni ceñir en su cabeza la corona de la justicia (2 Ti 4,8). Justamente por haber sido arrastrado por tales pensamientos, aquel intelecto tres veces infeliz del cual nos hablan los Evangelios, rechazó la increíble belleza del conocimiento de Dios (Lc 14,18). Incluso aquel que, atado de pies y manos, fue echado a las tinieblas exteriores, tenía el traje tejido por estos pensamientos y, debido a ello, el que lo había invitado lo declaró indigno de tales nupcias (Mt 22,11-14). El traje de bodas es, pues, la impasibilidad del alma razonable que ha renegado de las concupiscencias mundanas. La causa por la cual los conceptos de los objetos sensibles, cuando se detienen en nosotros, corrompen el conocimiento, fue ya mencionada en los "Capítulos a propósito de la oración (4)."

4) (Cf. por ej. Los párrafos 10 y 57 del “Discurso de la oración” atribuido a san Nilo, en el presente volumen. Este tratado es, en realidad, de Evagrio.

23. Tres son los jefes de los demonios que se oponen a la práctica [de las virtudes]. Éstos son seguidos por todo el campamento de filisteos (Cf. párrafo 20). Ellos son los primeros que avanzan en las batallas e inducen al alma a ser malvada por medio de pensamientos impuros. Los unos difunden los deseos de la gula, otros nos insinúan el amor por el dinero, y otros nos excitan para que busquemos la gloria que viene de los hombres. Si deseas, pues la oración pura, rehúye la cólera; si amas la templanza, domina tu vientre y no le brindes pan hasta la saciedad, y en cuanto al agua, mantenla corta.

Sé vigilante en la oración y aleja de ti el rencor. No menoscabes las palabras del Espíritu Santo y golpea con las manos de la virtud las puertas de las Escrituras. Así surgirá en ti la impasibilidad del corazón y, en la oración, verás a tu intelecto resplandecer como un astro.

De los capítulos sobre la sobriedad​

1. El monje debe permanecer siempre como si fuera a morir al día siguiente; y al mismo tiempo, usar de su cuerpo como si fuera a vivir por muchos años. Lo primero elimina los pensamientos de pereza y torna al monje lleno de celo; lo segundo conserva ileso el cuerpo y mantiene incólume la continencia.

2. El que haya alcanzado el conocimiento y aquel placer que es su fruto, no se deja persuadir por el demonio de la vanagloria que le ofrece todos los placeres mundanos. ¿Qué más que el conocimiento espiritual podría ofrecerle? Pero, en la medida en que seamos inexpertos en el conocimiento, debemos darnos con ardor a la práctica (de las virtudes) demostrando a Dios el objeto al cual tendemos, así como que todo lo hacemos para alcanzar su conocimiento.

3. Es necesario que conozcamos el camino seguido por los monjes que nos precedieron y que nos mantengamos firmes sobre estos caminos, ya que son muchas las cosas que ellos han dicho y hecho óptimamente. De entre ellas se destaca esto, perteneciente a uno de ellos: el régimen de comidas un poco severo y sin irregularidades, unido al amor, conduce más rápidamente al monje al puerto de la impasibilidad.

4. Pasando en pleno día por la casa de san Macario y enloquecido por la sed, pedí agua para beber. Pero él me dijo: “Basta la sombra; porque muchos de los que en este momento se encuentran de viaje o en alta mar, no tienen ni esto.” Y luego, al hablar con él sobre la continencia, me dijo: “Ten coraje, hijo mío. En cuanto a mí, en todos estos años no me he saciado ni con el pan, ni con el agua, ni con el sueño. Comía mi porción de pan y bebía de mi medida de agua (Cf. Ez 4,10 y ss. 16.) y, apoyándome en la pared, dormía un poco”.

5. La lectura, la vigilia y la oración, detienen el intelecto vagabundo. El hambre, la fatiga y la vida retirada, extinguen la ardiente concupiscencia. La salmodia, la paciencia y la misericordia aplacan la cólera en ebullición. Porque todo lo que está fuera de medida es intempestivo y de corta duración. Trae más daños que ventajas.

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Re: La Filocalia de los padres Nípticos

Ahora comenzaremos con el tercer autor de los que dispongo de la Filocalia de Nicodemo:


Casiano el Romano​

Nuestro santo padre Casiano el Romano vivió bajo el reinado de Teodosio el Pequeño, alrededor del año 331.

Hemos puesto en el presente volumen, de entre todos los discursos fruto de sus fatigas, aquel relativo a los ocho pensamientos y los que nos hablan del discernimiento, ya que de ellos emana abundante provecho y gracia. A ellos se remite también el sapientísimo Focio, citando literalmente el código 197, páginas 265-66. "También el segundo discurso está dirigido al mismo (es decir a Castor), y lleva como título 'Discurso a propósito de los ocho pensamientos', girando alrededor de temas relativos a las pasiones de la gula, de la fornicación, del amor al dinero, de la ira, de la tristeza, de la pereza, de la vanagloria y de la soberbia. Estos tratados son utilísimos a aquellos que están dispuestos a participar en la batalla ascética. Y además de éstos, fue leído un tercer pequeño discurso en el cual se nos enseña lo que significa el discernimiento, de cómo esta virtud es la más grande de todas, dónde es generada, Y cómo, habitualmente, nos llega desde lo más alto, etc."

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Nacido en el año 360 en la ciudad de Dobrudja, en la desembocadura del Danubio, según Genadio, De Viris illustribus, PL, 58, LXI, 1094, quien lo define de nacionalidad escita. De familia poderosa, terminó siendo aún muy joven sus estudios clásicos. Junto con su amigo Germán, al cual se sentía muy unido, se embarcó en un viaje hacia Oriente, interesándose sobre todo en el testimonio cristiano que daban los monjes que poblaban esos lugares.

Se detuvo en Palestina por unos dos años, en un monasterio de Belén. No consta, sin embargo, que haya conocido personalmente a Gerólamo. Aparentemente, lo conoció y lo estimó sólo por sus escritos. Después de dos años, Casiano y Germán se dirigieron a los desiertos de Egipto, en particular a Escete y a Nitria. Volvieron ocho años después y nuevamente partieron por tres años más.

En el 399 se dirigieron a Constantinopla, debiendo huir de Egipto a causa de su "origenismo." Casiano fue admirador y partidario de Orígenes, particularmente en lo que se refiere a su exégesis escriturística. Mantuvo, sin embargo, una posición equilibrada y evitó seguirlo en ciertos aspectos más dudosos y menos ortodoxos. En Constantinopla, Casiano fue ordenado diácono por Juan Crisóstomo, por el cual conservó siempre una profunda devoción.
Luego que Juan Crisóstomo fuera expulsado, también los dos amigos se tuvieron que ir, y se dirigieron a Roma, al papa Inocencio I, para solicitar su ayuda en favor del obispo perseguido. Desde ese momento se pierde el rastro de Germán, a quien suponemos muerto en Roma.

Con toda probabilidad, Casiano fue ordenado presbítero en Roma. De allí se dirigió a Marsella, en el año 415, donde fundó el monasterio de san Víctor y un monasterio femenino, Murió alrededor del año 435.

Por medio de sus dos grandes obras, Instituciones cenobíticas y Colaciones espirituales, Casiano transmitió a Occidente un conocimiento bastante exacto a propósito de la institución monástica en Oriente y Occidente.

Durante el tiempo transcurrido en Marsella, Casiano intervino en las disputas doctrinales relativas a la gracia y, poco dotado para este tipo de cosas, incurrió en formulaciones erróneas o imprecisas, de carácter semipelagiano.
Sin embargo, aun en este delicado tema, su santidad y su tendencia hacia la dulzura y la sumisión, no fueron menos evidentes. Casiano, no bien advirtió su error, se retiró y calló.

Al Obispo Castor: Los ocho pensamientos viciosos​

Luego de haber hecho un primer discurso concerniente a la ordenación de los cenobitas, nuevamente nos llenamos de coraje, debido a vuestras oraciones y nos disponemos a escribir a propósito de los ocho pensamientos viciosos, es decir, los pensamientos de gula, fornicación, amor al dinero, ira, tristeza, pereza, vanagloria y soberbia.
 
Re: La Filocalia de los padres Nípticos

La continencia del estómago​

Como primera cosa, hablaremos de la continencia del vientre, que se opone a la gula. Diremos pues, cómo hacer los ayunos y cuál deberá ser la calidad y la cantidad de los alimentos. No hablaremos de nosotros mismos, sino que mencionaremos lo que hemos recibido de nuestros santos Padres. Ellos no tenían una única regla para el ayuno ni una única manera de comer los alimentos; ni siquiera nos han transmitido la indicación de una medida, ya que no todos tienen la misma fuerza, ya sea por edad, por enfermedad, o por una constitución física particularmente delicada. Hay, sin embargo, un único objetivo: huir de la saciedad y evitar llenar nuestro estómago.

Un cierto ayuno diario ha sido considerado más ventajoso y más adecuado para conducirnos a la pureza, que un ayuno que se arrastra por tres, cuatro días o aun una semana. Se dice que el ayuno que se prolonga sin medida es seguido por un período de exceso en las comidas. De tal modo, es posible que la abstinencia exagerada de alimentos haga que el organismo pierda su vigor, tornándolo perezoso en su servicio espiritual, o que el cuerpo, sintiéndose pesado por el exceso de comida, produzca en el alma pereza y relajamiento.

Los Padres no consideraron apto para todos el ingerir verduras o legumbres, ni que todos pudieran hacer uso, como alimento cotidiano, del pan duro. Se ha visto cómo uno que come dos libras de pan sigue teniendo hambre, mientras que otro, comiendo solamente una, o aun seis onzas, se siente satisfecho. Tal como se ha dicho anteriormente, lo que nos han transmitido como regla para observar la continencia es solamente esto: que no nos dejemos engañar por la saciedad del estómago (Cf. Pr 24,15), ni nos dejemos arrastrar por el placer de la gula. En efecto, no solamente la variada calidad de los alimentos, sino también las distintas cantidades de los mismos, pueden encender en nosotros las flechas inflamadas de la fornicación. Más aún: no es solamente la ebriedad del vino la que embriaga nuestra mente, sino que incluso la saciedad del agua o el exceso de cualquier comida la tornan aturdida y somnolienta. El motivo que produjo la destrucción de los sodomitas, no fue la ebriedad producida por el vino o por los variados alimentos, sino por la saciedad del pan, tal como dice el profeta (Ez 16,49).

La debilidad del cuerpo no nos impide alcanzar la pureza del corazón, si no ofrecemos a nuestro cuerpo otra cosa que lo que la debilidad nos pide, y no lo que exige el placer. Debemos utilizar alimentos tanto cuanto es necesario para mantenernos con vida, no lo que nos induce a servir a los impulsos de la concupiscencia. Una toma moderada de alimentos, según nuestro razonamiento, contribuye a la salud del cuerpo y no quita nada a la santidad. La regla de continencia y la norma exacta que nos transmitieron los Padres, es la siguiente: el que tome un alimento cualquiera, deberá detenerse cuando aún tiene apetito, sin esperar la saciedad. Cuando el Apóstol nos dice que no debemos preocuparnos de la carne para satisfacer nuestra concupiscencia (Ro 13,14), no trata de prohibirnos lo necesario para mantenernos con vida, sino que intenta prohibir un tratamiento que nos induzca a la voluptuosidad.

Además, para lograr una pureza perfecta del alma, no es suficiente con abstenerse de alimentos, sino que otras virtudes son necesarias. Mucho beneficia a la humildad la obediencia en el trabajo y la fatiga del cuerpo, así como beneficia el mantenerse lejos del amor por el dinero, lo que no significa sólo no tener dinero, sino también evitar desearlo ansiosamente: esto es lo que guía al alma realmente a la pureza. El abstenerse de la cólera, de la tristeza, de la vanagloria, de la soberbia, son todas cosas que producen la pureza global del alma. En cuanto a esa particular pureza del alma, fruto de la templanza, la misma se obtiene con la continencia y con el ayuno. Porque es imposible luchar en nuestra mente con el espíritu de la fornicación, teniendo el estómago lleno. Por lo tanto, nuestra primera lucha será por lograr la continencia del estómago y el doblegamiento de nuestro cuerpo, no solamente mediante nuestro ayuno, sino también velando con la fatiga, la lectura y con el recogimiento de nuestro corazón, temerosos de la gehena y deseosos de acceder al Reino de los Cielos.
 
Re: La Filocalia de los padres Nípticos

El espíritu de la fornicación

Nuestra segunda lucha es contra el espíritu de la fornicación y de la concupiscencia de la carne, que, desde la más temprana edad del hombre, empiezan a atormentarlo. Ésta es una gran lucha, ardua y doble, porque mientras los otros vicios declaran una guerra al alma, solamente éste se presenta bajo una doble forma que acecha al alma y al cuerpo: por tanto la batalla es doble. El solo ayuno del cuerpo no es suficiente para adquirir la perfecta templanza y la verdadera castidad, si no hay también contrición del corazón, una perseverante oración a Dios, una asidua meditación de las Escrituras, una dura fatiga y trabajo manual: estas cosas tienen el poder de contrarrestar los impulsos inquietos del alma, apartándola de turbias fantasías. Sin embargo, lo que más beneficia es la humildad del alma, sin la cual no se puede salir ni de la fornicación ni de las otras pasiones.

Por lo tanto, es fundamental ser vigilantes y apartar nuestro corazón de los pensamientos sórdidos (Cf. Pr 4,23). Pues es del corazón, según la Palabra del Señor, de donde provienen los malos razonamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, y cosas de la calle (Cf. Mt 15,19). Y el ayuno nos ha sido prescrito, no solamente para tratar duramente al cuerpo, sino para ayudar a la sobriedad del intelecto, para que éste no se oscurezca por el exceso de alimento y no pierda su fuerza en la vigilancia de sus pensamientos. Debemos ser solícitos, pues, no sólo en el ayuno corporal, sino que debemos prestar atención a nuestros pensamientos y ejercer la meditación espiritual: sin todo esto, es imposible llegar a la cima de la verdadera castidad y pureza. Es pues necesario -como dice el Señor- que purifiquemos antes la parte interior del vaso y del plato, para que se torne puro también su exterior (Mt 23,26). Así es como, si nos preocupamos -como dice el Apóstol- por luchar según las reglas para recibir la corona (Cf. 2 Ti 2,5), no presumamos de haber vencido al espíritu impuro de la fornicación con nuestra capacidad y ascesis: la ayuda de Dios nuestro Señor es invalorable. El hombre no cesa de estar en lucha con este espíritu, hasta que no cree en verdad que no es por su prisa ni por su fatiga, sino por la protección y la ayuda de Dios, que nos alejamos de este vicio y accedemos a la cima de la castidad. Se trata, de hecho de una cosa que supera a la naturaleza, y aquel que pisotea los estímulos de la carne y sus voluptuosidades, se sale de alguna manera de su cuerpo.

Por este motivo es imposible que el hombre vuele, por así decirlo, con alas propias hacia ese excelso y celeste premio de santidad, y se torne en imitador de los ángeles, a menos que la gracia de Dios lo eleve de la tierra y del fango. Los hombres, atados a la carne, con ninguna otra virtud imitan mejor a los ángeles, seres espirituales, que con la virtud de la templanza. Se debe a ella que, mientras aún están y viven sobre la Tierra, los hombres tienen su Ciudadanía en los Cielos, como dice el Apóstol (Cf. Fil 3,20).

La demostración de la perfecta posesión de esta virtud ocurre cuando el alma, durante el sueño, no atiende a alguna imagen de turbia fantasía. En efecto, aunque este tipo de actitud no es considerada como pecado, es síntoma de que el alma se encuentra enferma y no se ha alejado de la pasión. Y por esto debemos creer que las turbias fantasías que nos aquejan durante el sueño, denotan el descuido precedente y la enfermedad que está en nosotros; porque la enfermedad escondida en las zonas recónditas de nuestra alma, se torna manifiesta al sobrevenir el flujo durante el relajamiento del sueño. Y así es como el médico de nuestras almas ha colocado el fármaco en las zonas más recónditas de la misma: porque conocía las causas de la dolencia. Nos dice: El que mira a una mujer para desearla, ya ha cometido con ella adulterio en su corazón (Mt 5,28). Y con esto no está corrigiendo los ojos curiosos y malvados, sino más bien al alma que está adentro y que usa malamente sus ojos, recibidos de Dios para el bien. También por este motivo el sabio proverbio no nos dice que pongamos toda nuestra vigilancia en custodiar nuestros ojos, sino que dice: pon toda tu vigilancia en custodiar tu corazón (Pr 4,23), aplicando a éste el cuidado de la vigilancia, pues es el corazón el que se servirá luego de los ojos para lo que realmente desea.

Custodiaremos, pues, así nuestro corazón, cuando, por ejemplo, se forma en nuestra mente la imagen de una mujer, producida por la astucia diabólica, aunque se trate de nuestra madre, o de una hermana o de cualquier otra mujer pía, ahuyentémosla de nuestro corazón enseguida, para que no suceda que, si nos entretenemos mucho en tal memoria, el Seductor que nos empuja hacia el mal, a partir de estas imágenes, haga a posteriori resbalar y precipitar nuestra mente en pensamientos turbios y perniciosos. El mandamiento mismo que Dios había dado al primer hombre ordenaba cuidarse de la cabeza de la serpiente (Gn 3,16), es decir, de la primera aparición de los pensamientos peligrosos, mediante los cuales trata de meterse dentro de nuestras almas. Si acogemos su cabeza, es decir, el primer estímulo del pensamiento, terminaremos por aceptar el resto del cuerpo de la serpiente, esto es, daremos nuestro consentimiento al placer. Y después de esto, el llevará nuestra mente a realizar la acción ilícita.

Nos conviene, sin embargo, como está escrito, matar cada mañana todos los pecadores de la tierra (Sal 101,8), es decir, discernir con la luz del conocimiento y destruir los pensamientos pecadores en la tierra de nuestro corazón, como enseña el Señor (Cf. Mt 15,19), y cuando los hijos de Babilonia, es decir, los malos pensamientos, son aún niños, hay que abatirlos y deshacerlos contra la piedra que es Cristo (Cf. Sal 137,9). Porque si, gracias a nuestra indulgencia, se convierten en adultos, no podrán ser vencidos sin grandes gemidos y fatiga.

Y además de lo dicho por las Sagradas Escrituras, es bueno recordar lo dicho por los santos Padres. Nos dice san Basilio, obispo de Cesarea de Capadocia: “Aunque no conozca mujer, no soy virgen.” A tal punto sabía que el don de la virginidad no se consigue mediante la simple abstención corporal de la mujer, sino por la santidad y pureza del alma que suele actuar en el temor de Dios. Y los santos Padres dicen también que no podemos adquirir perfectamente la virtud de la castidad, si antes no poseemos en nuestro corazón la verdadera humildad, ni nos hacemos dignos del verdadero conocimiento hasta tanto la pasión de la fornicación no sea arrinconada en un lugar recóndito de nuestra alma.

Para demostrar la obra de la templanza, recordaremos alguna expresión alusiva dicha por el Apóstol, y con esto terminaremos nuestro discurso: Buscad la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor (He 12,14). Y es claro que habla de esto cuando agrega: Ningún fornicador o contaminado como Esaú (He 12,16), etc. Justamente porque la obra de la santificación es celestial y angélica, combate a los pesados ataques de los adversarios. Y por esto debemos ejercitarnos no solamente en la continencia del cuerpo, sino también en la contrición de nuestro corazón y en continuas postraciones con gemidos: de este modo apagaremos, con el rocío de la presencia del Espíritu Santo, las brasas de nuestra carne, que el rey de Babilonia enciende cada día, excitando nuestra concupiscencia (Cf. Dn 3,19).

Además de todo esto, el arma más poderosa que nos ha sido dada para la batalla es la vigilia según Dios. Así como la custodia durante el día prepara la santidad de la noche, así la vigilia nocturna según Dios, predispone el alma a la pureza durante el día.
 
Re: La Filocalia de los padres Nípticos

El amor por el dinero​

La tercera batalla es contra el espíritu del amor por el dinero, espíritu que es extraño a la naturaleza, y que en el monje tiene su origen en la falta de fe. Es así como los impulsos de las otras pasiones, es decir, de la ira y de la concupiscencia, parecen partir del cuerpo mismo, y de alguna manera, su principio está en la naturaleza misma: por este motivo son vencidos después de mucho tiempo. Sin embargo, el mal del amor por el dinero viene desde lo externo, y puede ser eliminado fácilmente si estamos atentos y solícitos. Pero si se lo descuida, se convierte en una pasión más letal que las otras, y difícil de sacar. Es, como dice el Apóstol, la raíz de todos los males (Cf. 1Ti 6,10).

Observemos cómo las actitudes naturales del cuerpo se pueden notar no solamente en los niños que aun no tienen conocimiento del bien y del mal, sino también en los niños más pequeños, aun lactantes, en los cuales no hay trazas de voluptuosidad y que, sin embargo, muestran en su carne, sus actitudes naturales. Del mismo modo, podemos ver en los niños la reacción de la ira, cuando los vemos excitados contra el que los ha entristecido. Y todo esto no lo digo por acusar a la naturaleza de ser causa de pecado -nunca se sabe- sino que lo digo para demostrar cómo la ira y la concupiscencia, que el Creador había unido al hombre para bien, parecen de alguna manera -a causa de la negligencia- ir contra la naturaleza, a partir de lo que es simplemente parte de la naturaleza del cuerpo. El movimiento del cuerpo fue dado por el Creador al hombre no para la fornicación, sino para la generación de sus hijos y la supervivencia de la especie. Y la reacción de la ira fue sembrada en nosotros para nuestra salvación, para que la accionáramos contra el mal, no para convertirnos en simples bestias contra el que pertenece a nuestra misma estirpe.

No es la naturaleza la pecadora, aunque hagamos un mal uso de nuestras potencias; tampoco deberemos acusar a quien nos ha plasmado; como tampoco al que nos ha dado el hierro para sus usos necesarios y ventajosos, si el que luego lo toma se sirve de él para matar. Hemos dicho todo esto para demostrar cómo el origen de la pasión por el amor al dinero no deriva de un movimiento natural, sino de una voluntad pésima y corrupta.

Este mal, cuando encuentra el alma tibia e incrédula, encontrándose ésta al principio de su alejamiento del mundo, le sugiere pretextos aparentemente razonables para retener alguna cosa más de lo que posee. Le hace imaginar al monje una larga vejez y enfermedades físicas, haciéndole calcular que lo que el convento podrá ofrecerle no será suficiente como para proporcionarle algún consuelo, no solamente a quien esté enfermo, sino a quien esté sano, e incluso que no le será posible obtener ninguno de esos cuidados que es justo administrar a los enfermos, sino que resultará en un abandono total, por lo que si no se ha puesto de lado algún dinerillo, allí se morirá como un miserable. Finalmente, sugiere que ni siquiera es posible permanecer por largo tiempo en el monasterio, debido a la pesadez de los trabajos y a la severidad del superior. Cuando el mal haya seducido con estos pensamientos la mente, para hacerle retener por lo menos un dinerillo, convencerá al monje de la necesidad de aprender, a escondidas del abad, un trabajo manual con el cual aumentar el dinero por el que se preocupa. Y finalmente, con oscuras esperanzas, desvía al desventurado, haciéndolo pensar en una ganancia proveniente de su trabajo, y en el alivio y en la seguridad que de ello se desprende. Y así, luego de haberse entregado por entero al pensamiento de la ganancia, no medita en nada de lo equivocado: ni en la locura de la ira, cuando sufre por algún perjuicio, ni en la tiniebla de la tristeza en la que cae si pierde la posibilidad de obtener alguna ganancia. Así como para otros el estómago es dios (Fil 3,19), así el oro es el dios para éste. Por tanto, el bienaventurado Apóstol, conociendo todo esto, ha denominado a esta pasión no solamente la raíz de todos los males (Cf. 1 Ti 6,10), sino también "idolatría." (Col 3,5) Consideremos pues a cuánta malicia este mal induce al hombre, que logra arrastrarlo incluso hasta la idolatría. De hecho, el que ama el dinero, ha apartado su intelecto del amor a Dios, y lo deposita en los ídolos del hombre esculpidos en oro.

Ante todos estos pensamientos, el monje se halla obnubilado, empeora cada vez más, y se aparta de la obediencia: además se irrita, se indigna contra todo aquello que cree no merecer, murmura por el trabajo que debe hacer, contradice, y puesto que ya no observa ningún sentido de respeto, se dirige como un caballo salvaje hacia el precipicio. No se conforma siquiera con el alimento cotidiano que recibe; por el contrario, asegura que no puede soportar más. Afirma que Dios no se encuentra solamente allí, que su salvación no está radicada allí, y que si no abandona el monasterio, se pierde. Y así, teniendo como colaborador de estos pensamientos corruptos al dinero que ha apartado, y gracias a éste, sintiéndose liviano como si tuviera alas, empieza a considerar salir del monasterio, para terminar sintiendo soberbia y aspereza hacia todo lo que ha profesado, como un forastero, un extranjero; y si ve en el monasterio algo que necesita ser corregido, lo descuida, lo desprecia, y critica todo lo que se hace. Luego, busca cualquier pretexto para encolerizarse o entristecerse, a fin de no parecer una persona ligera, que se va del monasterio por cualquier motivo. Y si, con insinuaciones y palabras vanas, puede engañar a alguien y hacerlo salir del monasterio, no se detiene ni siquiera frente a esto, pues quiere asociarlo en su caída.

Así, el que ama el dinero, encendido por el fuego de sus propias riquezas, no podrá nunca tener paz en el monasterio, ni vivir aceptando una regla. Y cuando el Demonio, como un lobo (Cf. Jn 10,12), lo secuestra y lo aparta del rebaño, lo deja para que sea devorado. Entonces, lo empuja a hacer en su celda aquellos trabajos que en el convento descuidaba y no hacía en las horas establecidas. Y no le permite observar ni las oraciones habituales, ni la costumbre del ayuno, ni el canon de la vigilia, pues, luego de haberlo unido indisolublemente al amor por el dinero, lo convence para que ponga todo su empeño en el trabajo manual.

Tres son las formas bajo las cuales se presenta esta enfermedad, y todas están igualmente prohibidas por las Sagradas Escrituras y por las doctrinas de los Padres. Una de ellas induce a que estos míseros posean y acumulen lo que ni siquiera tenían cuando vivían en el mundo. La otra hace que aquel que, de una vez por todas, había abandonado las riquezas, se arrepienta, y le sugiere tratar de recuperar lo que había ofrecido a Dios; la tercera, luego de haber atado al cristiano con la falta de fe y la tibieza, no le permite deshacerse del todo de las cosas del mundo: le insinúa el temor al hambre y la falta de fe en la Providencia, haciéndole transgredir las promesas hechas cuando hubo dejado su vida anterior.

De las tres formas de este mal encontramos ejemplos, como se ha dicho, ya condenados en las Sagradas Escrituras. Giezi, por ejemplo, queriendo adquirir para sí mismo riquezas que antes no poseía, perdió la gracia profética que el maestro quería dejarle en herencia. Más bien, en lugar de heredar bendiciones, heredo una lepra perpetua, a causa de las maldiciones del profeta (Cf. 2 R 5,26 y ss.). Y Judas, queriendo obtener el dinero que en un primer momento rechazó para seguir a Cristo, no sólo se alejó del coro de los Apóstoles por haber traicionado al Señor, si no que destruyó su vida física con una muerte violenta (Cf. Mt 27,5). Ananías y Safira, por haber conservado algo de lo que ya poseían, fueron castigados con la muerte, mediante sentencia apostólica (Cf. Hch 5,1-11). Y el gran Moisés, el del Deuteronomio, místicamente exhorta a aquellos que prometen dejar el mundo y que, debido al temor infundido por la falta de fe, permanecen apegados a las cosas terrenas: Si alguno se encuentra temeroso y tiene miedo en su corazón, que vuelva a su casa, para que no induzca al temor el corazón de sus hermanos (Dt 20,8).

¿Hay algo más seguro y claro que este testimonio? ¿No aprenderemos, pues, de estas cosas, nosotros que hemos dejado el mundo, renunciando perfectamente a todo y saliendo victoriosos de la batalla, antes que atender a un principio ya blando y débil que termina por apartar a los otros de la perfección evangélica e inducirlos al miedo? Hay algunos que interpretan mal lo que las Escrituras dicen bien: Hay mayor felicidad en dar que en recibir (Hch 20,35), y se esfuerzan por alterar el sentido de lo que se dice, engañándose a sí mismos, y siguiendo su propia pasión por el dinero. Hacen lo mismo con las enseñanzas del Señor: Si quieres ser perfecto, ve y vende lo que posees, dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven y sígueme (Mt 19,21): en realidad, consideran que mejor que ser pobre es disponer de la propia riqueza y acudir a la propia abundancia para dar a los pobres. Deberán éstos saber que no se han apartado aún del mundo ni han entrado en la perfección monástica, mientras se avergüencen de aceptar en nombre de Cristo la pobreza del Apóstol, sirviendo a sí mismos y a los necesitados con el trabajo de sus propias manos (Cf. Hch 20,34), para llevar a cabo con hechos la profesión monástica y ser glorificados con el Apóstol. Luego de haber dispersado su antigua riqueza, que combatan junto con Pablo la buena batalla (Cf. 2 Ti 4,7), en el hambre y en la sed, en el frío y en la desnudez (Cf. 2 Co 11,27). El Apóstol mismo, si hubiera sabido que conservar su antigua riqueza es más necesario para la perfección, no hubiera despreciado su propia dignidad, dado que afirma que, es por nacimiento de distinta condición y de ciudadanía romana (Cf. Hch 22,25). Y aquella gente de Jerusalén, que vendía sus propias casas y sus propios campos y ponía lo recaudado a los pies de los apóstoles (Cf. Hch 4,34), no lo hubiera hecho si considerase que era más feliz al nutrirse con sus propias riquezas antes que con su propia fatiga o con las ofertas de los gentiles. Y el mismo Apóstol nos habla muy claramente a propósito de aquellos cuando, escribiendo a los romanos, dice: Ahora voy a Jerusalén para el servicio de los santos, porque Macedonia y Acaya tuvieron a bien hacer una colecta en favor de los pobres de entre los santos de Jerusalén (Ro 15,25-26).

Y él mismo, tantas veces sometido a cadenas y prisiones, a la molestia de los viajes y por esto impedido, como es obvio, de proveerse con sus propias manos, nos enseña cómo, ante estas necesidades, fue socorrido por los hermanos venidos desde Macedonia, y nos dice: Y de hecho los hermanos provenientes de Macedonia proveyeron a mis necesidades (2 Co 11,9). Y a los filipenses escribe: Lo sabéis también vosotros, oh filipenses, que... al salir de Macedonia, ninguna iglesia tuvo que ver conmigo en materia de dar y tener, a no ser por vosotros solamente. Porque también en Tesalónica y una o dos veces más, me habéis mandado de lo que tenía necesidad (Fil 4,15 y ss.). Por lo tanto, a juicio de quien ama el dinero, ¡aquellos serán más amados por el Apóstol, pues le han provisto en sus necesidades con sus propios haberes! Esperemos que nadie llegará a tal extremo de locura como para osar afirmar esto.

Si queremos, pues, obedecer el mandamiento evangélico y a toda aquella Iglesia que desde el principio ha tenido su fundamento en los Apóstoles, no atendamos a nuestras ideas personales ni entendamos malamente lo que ha sido bien dicho. Más bien rechacemos nuestro sentimiento tibio e incrédulo y recibamos los Evangelios rigurosamente. Porque así podremos seguir los pasos de los santos Padres y no faltar a la disciplina del convento. Sólo así podremos renunciar verdaderamente a este mundo. Es bueno llegados a este punto, recordar las palabras de un santo. Se trata de lo que san Basilio, obispo de Cesarea de Capadocia, dijo a un senador que había renunciado al mundo, pero con tibieza, y que retenía aún algo de sus propias riquezas. "Has destruido al senador y no has sido el monje."

Es necesario que pongamos todo nuestro celo en eliminar de nuestra alma la raíz de todos los males que es el amor por el dinero, porque sabemos con toda certeza que, si permanece la raíz, las ramas brotarán sin dificultad.

No es fácil practicar esta virtud si no permanecemos en el convento; efectivamente, allí nada nos preocupa con relación a las exigencias más absolutas. Si tenemos bien presente las condenas de Ananías y de Safira, temblaremos al pensar que retendremos algo de lo que un tiempo poseíamos (Cf. Hch 5,1-11). Del mismo modo, temerosos frente al ejemplo de Giezi, quien contrajo una lepra perpetua por su amor al dinero (Cf. 2 R 5,26 y ss.), guardémonos de acumular riquezas que ni siquiera en el mundo poseíamos. Y si pensamos en Judas, quien termina ahorcado (Cf. Mt 27,5), temblemos ante la idea de retomar lo que con nuestra renuncia habíamos despreciado.

Y continuamente deberemos tener ante nuestros ojos el incierto momento de la muerte, para que el Señor nuestro no se nos acerque cuando no lo esperamos (Cf. Mt 24,44) y encuentre nuestra conciencia manchada por el amor al dinero. Él nos dirá, entonces, lo que en el Evangelio dijo al rico: ¡Necio!, esta noche misma te será pedida tu alma; lo que has preparado, ¿para quién será? (Lc 12,20).
 
Re: La Filocalia de los padres Nípticos

La ira​

Nuestra cuarta lucha es contra el espíritu de la ira. Es necesario que, junto con Dios, eliminemos desde lo más profundo de nuestra alma este veneno mortífero. Porque mientras se encuentre instalado en nuestro corazón y enceguezca los ojos de éste con tenebrosas tinieblas, no podremos ni adquirir el discernimiento necesario, ni alcanzar el conocimiento espiritual, ni poseer una buena voluntad total, ni convertirnos en partícipes de la verdadera vida. Y nuestro intelecto no será capaz de recibir la contemplación de la luz divina y veraz. Pues está escrito: Mi ojo fue alterado por el furor (Sal 6,7). Ni tampoco participaremos de la divina sabiduría, aunque todos nos consideren como sumamente sabios por nuestras ideas, pues se ha dicho: El enojo reside en el corazón de los necios (Qo 7,9). Y no podremos siquiera adquirir los saludables consejos del discernimiento, aunque fuésemos considerados por todos personas prudentes, ya que se ha escrito: La ira pierde también a los prudentes (Qo 10,1). Y ni siquiera tendremos la fuerza de prestar atención y tratar de dejarnos gobernar por la justicia con corazón sobrio, pues: La ira del hombre no obra la justicia de Dios (Stg 1,20). Finalmente, no podremos tener aquel comportamiento y aquel decoro que todos alaban, pues está escrito: El hombre colérico está privado de decoro (Pr 11:23).

El que quiera acceder a la perfección y desee combatir según las reglas en la lucha espiritual, no deberá ceder ante la cólera y el furor. Deberá escuchar lo que le ordena el vaso de elección (Cf. Hch 9,15): Toda acritud, ira, cólera, gritos, maledicencia y cualquier clase de maldad desaparezca de entre vosotros (Ef 4,31). Y si dice "toda," significa que no se nos deja ningún pretexto para enfurecernos, como si hubiera alguna necesidad o razón para hacerlo. El que quiera corregir a algún hermano caído en una trasgresión, o quiera castigarlo, que tenga cuidado respecto a sí mismo, liberándose de toda turbación, para que no suceda que, al querer curar a otro, atraiga sobre sí la enfermedad y recaiga sobre él aquel dicho evangélico que dice: Médico, cúrate a ti mismo (Lc 4,23). Y también: ¿Por qué miras la paja en el ojo de tu hermano y no observas la viga que se encuentra en tu ojo? (Mt 7,3) Efectivamente, la reacción de la ira, al hervir dentro del alma, enceguece los ojos de la misma, no permitiéndole ver el sol de la justicia (Cf. Mal 4,2). Si nos ponemos sobre los ojos láminas, ya sean de oro o de plomo, éstas impedirán nuestra visión y, por cierto, el valor de las láminas de oro no disminuye nuestra ceguera. Y así es que, si por una causa cualquiera - razonable o irrazonable - la ira se enciende, nuestra visión es oscurecida.

De la ira nos servimos según natura solamente cuando la dirigimos en contra de los pensamientos pasionales y voluptuosos. Así nos enseña el profeta cuando dice: Temblad y no pequéis (Sal 4,4), es decir: Incurrid en la ira contra vuestras pasiones y contra los malos pensamientos, y no pequéis tratando de llevar a cabo lo que éstos os sugieren. Esto está sustentado por lo que se agrega: De lo que acostumbráis decir en vuestros corazones, arrepentíos en vuestros lechos (Sal 4,4). Esto es, cuando acuden a vuestro corazón los malos pensamientos, deberéis echarlos con ira y, luego de haberlo hecho, al encontraros en el lecho donde vuestra alma reposa, arrepentíos para convertiros. Incluso el bienaventurado Pablo habla así, sirviéndose del testimonio del profeta y agrega: No se ponga el sol mientras estéis airados, ni deis ocasión al Diablo (Ef 4,26 y ss.). Esto significa que el sol de justicia, Cristo, no se oculte de vuestros corazones, por haberlo indignado debido al consentimiento dado a los pensamientos malvados; no suceda que, habiéndose alejado de Cristo, el Diablo ocupe su lugar en nosotros. Respecto de este sol, Dios nos habla mediante el profeta, diciéndonos: Para vosotros, los que teméis mi nombre, brillará el sol de justicia con la salud en sus rayos (Mal 4,2). Si tomamos esto al pie de la letra, significa que no podemos permitirnos conservar la ira ni siquiera hasta el momento en que el sol se pone. ¿Qué decir entonces? Algunos, por la aspereza y la locura que implica este estado pasional, conservan la ira no sólo hasta el momento en que se pone el sol, sino que la mantienen por varios días, aun callando y no expresándola en palabras, y alimentan en su perjuicio el veneno del rencor con su propio silencio. Ignoran que debemos abstenernos no solamente de manifestar nuestra ira mediante nuestros actos, sino evitar que se manifieste en nuestro pensamiento, evitando que el intelecto, oscurecido por las tinieblas del rencor, se aparte de la luz del conocimiento y del discernimiento, y se vea privado del Espíritu Santo (Cf. Sal 51,11).

Y por este motivo, el Señor recomienda en los Evangelios dejar la ofrenda sobre el altar y reconciliarnos con nuestro hermano (Cf. Mt 5,23), pues no es posible que nuestra ofrenda le sea grata si se encuentran escondidos en nosotros la cólera y el rencor. E incluso el Apóstol, cuando nos pide rezar incesantemente (Cf. 1Ts 5,17) y levantar en todo lugar nuestras manos en alabanza, sin ira ni discusiones, nos enseña justamente esto: o que no recemos nunca, sintiéndonos culpables respecto del mandamiento apostólico, o bien que seamos observantes en obedecer el mandamiento, debiendo hacerlo sin ira y sin rencores, Y sin embargo, puede suceder que, después de haber entristecido o turbado a nuestros hermanos, no demos ninguna importancia a la cosa y digamos que no fue por culpa nuestra si éstos se han entristecido, pero el médico de las almas, queriendo desterrar del corazón cualquier pretexto para el alma, no solamente nos ordena dejar la ofrenda y reconciliarnos con el hermano, si nos sucediera que nos hemos enojado con él -aun en el caso en que nuestro hermano tuviera algún motivo de tristeza respecto a nosotros, justa o injustamente-, aun así es nuestro deber cuidar de él, pidiéndole disculpas. Y sólo entonces brindaremos nuestra ofrenda.

Pero, ¿por qué insistimos tanto con los preceptos evangélicos? También de la Ley antigua nos llegan enseñanzas. Ésta, que parece tener más condescendencia que rigor, nos dice: No odies a tu hermano en tu corazón (Lv 19,17); y aun: Los caminos de quien guarda rencor conducen a la muerte (Pr 12,28). En este caso, no solamente prohíbe el pecado en los actos, sino que censura también en los pensamientos. Es conveniente, pues, para quien sigue las leyes divinas, luchar con todas sus fuerzas contra el espíritu de la ira y contra el mal escondido en nosotros, y no buscar el desierto y la soledad porque guardamos cólera contra los hombres, como si allí no hubiera nadie que nos empujara hacia la ira, y como si en la soledad fuera más fácil realizar la virtud de la paciencia. Esto significaría que queremos alejarnos de los hermanos por soberbia, rehusando acusarnos a nosotros mismos, y no queriendo atribuir a nuestro propio descuido las causas de nuestra turbación. Lo que es importante para nuestra paz y corrección, no se logra por medio de la paciencia de nuestro prójimo respecto de nosotros, sino por nuestra tolerancia respecto de nuestro prójimo. Cuando, al huir de la lucha de la paciencia, buscamos el desierto y la soledad, todas aquellas pasiones que aún no han sanado y que llevamos con nosotros, las encontraremos luego escondidas antes que eliminadas. El desierto y la soledad son, para aquellos que no se han liberado de las pasiones, una forma no solamente de conservarlas, sino también de esconderlas, no pudiendo descubrir de cuál pasión estamos aquejados. Y lo que es peor, nos sugieren fantasías respecto de supuestas virtudes y nos convencen de haber alcanzado la perfección de la paciencia y de la humildad, ¡hasta que alguien llega a sacudir nuestra cólera, sometiéndonos a prueba! Y cuando sobreviene una ocasión cualquiera que sacuda y atormente al que se encuentra en esta situación, de inmediato las pasiones escondidas, las que no notamos anteriormente, como caballos desenfrenados, se lanzan, al galope, y nutridas por la hesichía y el ocio, arrastran aún más salvaje y violentamente a su caballero.

Las pasiones, cuando no son sometidas a prueba por parte de los hombres, se tornan aún más salvajes en nosotros. Y así, luego de haber descuidado el ejercicio y a causa de la soledad, perdemos incluso esa sombra de tolerancia y de paciencia que aparentábamos tener cuando estábamos entre nuestros hermanos. Como las bestias venenosas que habitan el desierto o sus propias madrigueras, y manifiestan su furor cuando aferran a quien se acerca, así los hombres pasionales, que se hallan en un estado de hesichía no por actitud virtuosa sino a la fuerza, es decir, debido a su soledad, vomitan su veneno cuando alcanzan a alguien que se les acerca y los provoca. Por este motivo es necesario que aquellos que buscan la perfecta humildad, pongan buen cuidado en no irritarse no sólo contra los hombres, sino tampoco contra las bestias ni los objetos inanimados. Recuerdo que cuando vivía en el desierto, me encolerizaba contra el báculo y me desahogaba contra él, ¡ya porque era grueso o porque era delgado! Otras veces, me enfurecía contra un árbol cuando, queriendo cortarlo, no lo lograba en seguida. O bien contra el pedernal, cuando, al tratar de prender el fuego, la chispa no saltaba de inmediato. La ira se encontraba en mí en un estado tal de excitación, ¡que llegaba a desahogarla contra los objetos insensibles!

Si queremos alcanzar la beatitud proclamada por el Señor, debemos prohibirnos la ira no solamente en nuestros actos, como se ha dicho, sino también en nuestro pensamiento. Pues no es suficiente con dominar la lengua en un momento de cólera y controlar la salida de nuestra boca de palabras enfurecidas, sino que deberemos purificar nuestro corazón del rencor, evitando tener en nuestra mente malos pensamientos contra nuestro hermano. La doctrina evangélica nos recomienda eliminar de raíz los pecados, antes que cortar solamente sus frutos. Porque Si se elimina del corazón la raíz de la cólera, el pecado no se convertirá en odio ni envidia. El que odia a su hermano ha sido declarado homicida, tal como está escrito (Cf. 1 Jn 3,15). Lo mata con el estado de odio que lleva en su alma; los hombres no ven la sangre del hermano derramada mediante una puñalada, pero Dios lo ve muerto en la mente y por la íntima disposición al odio del otro; y Él atribuirá a cada uno las coronas o los castigos, no solamente por las acciones, sino también por los pensamientos y determinaciones, tal como lo dice por medio de su profeta: Vengo a recoger sus obras y sus pensamientos (Cf. Si 32,19). También el Apóstol dice: los pensamientos que mutuamente disculpan o acusan. El día en que Dios juzgue las cosas secretas de los hombres... (Ro 2,15 y ss.).

Pero el Señor mismo nos enseña en los Evangelios cómo apartar toda ira: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal (Mt 5,22). Éste es el texto de los manuscritos más rigurosos; la palabra, "en vano" ha sido agregada luego para indicar cuál es la voluntad de las Escrituras. El Señor nos exige que eliminemos la raíz e incluso la chispa de la ira, sin guardar en nosotros ningún pretexto para sentirla, y que no caigamos en la locura del furor irrazonable, aunque en un principio nos hayamos conmovido con razón. La mejor cura para este mal es la siguiente: que creamos que no nos es permitido indignarnos ni por lo que es justo ni por lo que es injusto. Puesto que el espíritu de la ira obnubila la mente, no podremos encontrar ni la luz de discernimiento, ni la solidez de una voluntad firme, y el gobierno de la justicia; ni siquiera será posible que nuestra alma se convierta en el templo del Espíritu Santo, si nos domina el espíritu de la ira que nubla nuestra mente.

Concluyendo, debemos tener siempre presente la hora incierta de nuestra muerte, cuidándonos de caer en la ira. Y debemos saber que, si estamos dominados por ésta y por el odio, de nada nos servirá la templanza, el desapego de toda realidad material, los ayunos y las vigilias, sino que, por el contrario, nos encontraremos sometidos a juicio (Cf. Mt 5,22).
 
Re: La Filocalia de los padres Nípticos

La tristeza

Nuestra quinta batalla es contra el espíritu de la tristeza que oscurece el alma y no le permite ninguna contemplación espiritual, impidiéndole toda obra buena. Cuando nuestro espíritu malvado aferra el alma y la obnubila, no le permite cumplir sus oraciones con buena disposición de ánimo ni perseverar en el provecho que traen las sagradas lecturas, no permite que el hombre sea humilde y tierno hacia sus hermanos, en pocas palabras, le genera odio por cualquier tipo de actividad y por la promesa misma de la vida. Quiero decir esto: la tristeza, confundiendo todas las saludables decisiones del alma, aflojando su vigor y su constancia, la vuelve estúpida y la paraliza, sostenida por el pensamiento de la desesperación. Por tanto, si estamos dispuestos a combatir la batalla espiritual y, junto a Dios, vencer a los espíritus de la malicia, deberemos custodiar nuestro corazón con toda posible vigilancia (Cf. Pr 4,23) contra el espíritu de la tristeza. Así como la polilla roe el traje, y el gusano la madera, así la tristeza carcome el alma del hombre. Ésta induce a retirarse de toda buena conversación y no nos permite aceptar una buena palabra de consejo, ni siquiera de amigos sinceros, ni a su vez darles una respuesta buena o pacífica; por el contrario, envuelve toda el alma colmándola de amargura y de tedio. También le sugiere rehuir de los hombres, como si éstos fueran culpables de su turbación. No le permite reconocer que su mal lo lleva dentro y que no le viene del exterior; se manifiesta cuando, estimulada por las tentaciones, es llevada a la superficie. Nunca un hombre causará daño a otro si no lleva en sí mismo las causas de las pasiones. Por este motivo, Dios, creador de todas las cosas y médico de las almas, Él, que es el único que conoce con precisión las heridas del alma, no nos manda abandonar nuestras relaciones con los hombres, sino que eliminemos en nosotros mismos las causas de la malicia y reconozcamos que la salud del alma no se practica por la separación nuestra de los hombres, sino cuando vivimos y nos ejercitamos junto a los virtuosos.

Cuando abandonamos a los hermanos con un pretexto cualquiera -¡razonable, por supuesto!- no hemos eliminado las ocasiones que producen la tristeza, las hemos solamente cambiado por otras, porque el mal que se ha instalado dentro de nosotros las renueva sirviéndose incluso de objetos diversos. Por tanto, toda nuestra guerra deberá ser llevada a cabo contra nuestras pasiones íntimas. Una vez que, con la gracia y la ayuda de Dios, las hayamos echado de nuestro corazón podremos vivir fácilmente, no digo con los hombres, sino también con las bestias salvajes, según lo dicho por el bienaventurado Job: Estarán en paz contigo las bestias salvajes (Job 5,23).

Antes que nada, deberemos luchar contra el espíritu de la tristeza que empuja el alma a la desesperación, a fin de echarlo de nuestro corazón. Porque es éste el espíritu que no ha permitido a Caín arrepentirse después del asesinato de su hermano, ni a Judas después de la traición al Señor. Practicaremos solamente esa tristeza que es necesaria para la conversión de nuestros pecados, unida a una buena esperanza. Y de ésta el Apóstol nos dice: La tristeza según Dios produce una conversión saludable de la que no nos arrepentiremos (2 Co 7,10). Porque la tristeza según Dios al nutrir al alma con la esperanza de la conversión, se halla mezclada con la alegría. Por tanto, el hombre se torna dispuesto y obediente en cada obra buena; se torna afable, humilde, manso, paciente, capaz de soportar toda buena fatiga y toda aflicción, todo lo que es según Dios. Y por esto se reconocen en el hombre los frutos del Espíritu Santo, es decir, la alegría, el amor, la paz, la paciencia, la bondad, la fe, la continencia (Cf. Ga 5,22). De la tristeza contraria reconoceremos los frutos de un espíritu malo que son: el tedio, la intolerancia, la cólera, el odio, la contradicción, la desesperación, la pereza en la oración.

De una tristeza tal, deberemos huir como de la fornicación, del amor al dinero, de la cólera y otras pasiones. Esa tristeza se cura con la oración, la esperanza en Dios, la meditación de las divinas palabras y viviendo con hombres píos.