Lo que cree la Iglesia católica
La Iglesia católica afirma que Jesucristo en la última Cena, la noche en que fue entregado, instituyó el sacrificio de su cuerpo y su sangre, transubstanciando el pan en su cuerpo y el vino en su sangre2. La Iglesia cree firmemente que bajo las especies (= apariencias o accidentes) de pan y vino, después de la consagración o transubstanciación, que tiene lugar en la celebración de la Santa Misa, está realmente presente Jesucristo con su cuerpo, su sangre, su alma y su divinidad. No es un mero símbolo, sino una presencia real. Cree también la Iglesia que Jesucristo, en la última Cena, mandó perpetuar la celebración de este sacramento a sus apóstoles y a los sucesores de éstos, y cree que sus discípulos entendieron claramente este mandato del Señor. Y cree que todo esto está realmente expresado en las Sagradas Escrituras3.
La doctrina de la Iglesia sobre la Eucaristía puede resumirse en los siguientes puntos:
(a) La Eucaristía es el sacramento en el cual, bajo las especies de pan y vino, se halla Cristo verdaderamente presente, con su cuerpo y su sangre, a fin de ofrecerse de manera incruenta al Padre celestial y darse como manjar a los fieles. Es de fe católica4 que en la Eucaristía se hallan verdadera, real y sustancialmente presentes el cuerpo y la sangre de Jesucristo. Asimismo, que por las palabras del sacerdote en la Santa Misa, se produce la transubstanciación de la sustancia de pan en el cuerpo de Cristo y la del vino en la sangre de Cristo; permanecen tan sólo las especies o accidentes de pan y vino, aunque sin sujeto alguno de inhesión; también afirmamos como de fe, que bajo cada una de las dos especies (de pan y de vino), está presente Cristo todo entero, y asimismo en todas y en cada una de las partes de ambas especies, después de efectuada la separación (por ejemplo cuando se fragmenta la hostia) se halla presente Cristo todo entero; también afirmamos que después de efectuada la consagración o transubstanciación, el cuerpo y la sangre de Cristo están presentes de manera permanente en la Eucaristía (o sea, incluso después de terminada la Santa Misa si la Eucaristía es conservada, ya sea para llevar a los enfermos o para ser adorada en el templo). Afirmamos también como parte de nuestra fe, que la materia para la confección de la Eucaristía es el pan de trigo y el vino natural de vid, y la forma de la Eucaristía son las palabras con que Cristo instituyó este sacramento, pronunciadas en la consagración (Esto es mi cuerpo... Este es el cáliz de mi sangre). El ministro de la Eucaristía es el sacerdote válidamente ordenado y sólo él.
(b) En segundo, lugar afirmamos como de fe, que la Santa Misa es verdadero y propio sacrificio; en el sacrificio de la Misa se representa y conmemora el sacrificio de la cruz, y se aplica su virtud salvadora, y además, en el sacrificio de la Misa y en el de la Cruz son idénticos la hostia y el sacerdote principal (Jesucristo); lo que difiere únicamente es el modo de hacer la oblación.
Comprendo que una persona no familiarizada con la teología católica no comprenda el valor y alcance de algunas de estas afirmaciones, pero repito que escapa a nuestra intención actual su desarrollo; invitamos a leer las páginas de los manuales que resumen dicha doctrina5.
El fundamento bíblico
El problema de muchos protestantes es el contrario del que ellos creen: piensan ser “literatistas” (o sea que aceptan el sentido literal de las Escrituras), pero en realidad sólo lo son cuando les conviene. El caso de la doctrina eucarística es emblemático. Su insistente pregunta: “¿dónde dice la Biblia que...?”, se frena cuando la Biblia dice cosas que “son duras de oír”, así como “a quienes perdonéis los pecados les serán perdonados...”, “tú eres Pedro (Cefas) y sobre esta piedra (cefas) edificaré mi Iglesia”, o simplemente “el que no come mi cuerpo y no bebe mi sangre no tendrá vida eterna”6.
La verdad de la Eucaristía es una de las doctrinas más claramente enseñadas en el Nuevo Testamento y no en un solo lugar sino en varios: el llamado “discurso eucarístico” de Juan 6, los relatos de la institución (la última cena), y los textos de san Pablo. Veamos sobriamente los textos bíblicos.
Jesucristo prometió su presencia permanente, Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo. Cuando lo hizo, ya tenía en mente el modo en que cumpliría su promesa, lo cual realizó en la institución de la Eucaristía (quedándose presente bajo las especies eucarísticas de pan y vino y dando el poder de perpetuar esta transubstanciación [cambio de la sustancia de pan en el cuerpo verdadero de Jesucristo y del vino en su sangre] a algunas personas designadas a propósito: sus apóstoles y sus sucesores; de lo contrario no se podría perpetuar esta presencia). El relato de la institución de la Eucaristía se encuentra en los tres evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) y en San Pablo (haciendo referencia a la enseñanza que él transmitía a las iglesias que fundaba). Estos relatos son claros de por sí, pero pueden sumergir en la perplejidad a quienes los leen por la enormidad del misterio que manifiestan: Jesucristo, Hijo de Dios, afirma que el pan (partido) que tiene entre sus manos es “su cuerpo”; y luego hace lo mismo con “la copa de vino”, afirmando que ésa es la “sangre de su alianza nueva”. Cualquier persona sensata se plantearía la duda de haber entendido bien. Es muy importante para esto, considerar el relato de lo que conocemos como la promesa eucarística, relatada en el capítulo 6 del evangelio de San Juan. Prescindo aquí de las discusiones de los exegetas, algunos de los cuales (por ejemplo R. Brown) dicen que el discurso en cuestión (Jn 6,35-58) es una yuxtaposición de dos discursos distintos (uno que habla de Jesús como Pan de vida: 6,35-50; y otro directamente eucarístico: Jn 6,51-58), y otros que dicen que es un solo discurso7. Dejemos esto para las aulas exegéticas.
Esta predicación de Nuestro Señor (tenida en la sinagoga de Jerusalén después del milagro de la multiplicación de los panes y de los peces) es uno de los fragmentos más claros del Nuevo Testamento, no sólo por la
cantidad de veces en que Jesús repite la misma idea, sino porque tenemos una clave interpretativa fundamental: la reacción de sus oyentes y de los apóstoles. En él Jesús afirma:
a) Que hay un pan que baja del cielo, que no es el maná, pero que, a quien lo come, le da el poder de llegar al cielo (Juan 6,31-34):
31 Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: Pan del cielo les dio a comer.
32 Jesús les respondió: “En verdad, en verdad os digo: No fue Moisés quien os dio el pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo;
33 porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo.”
34 Entonces le dijeron: “Señor, danos siempre de ese pan.”
b) Ese pan es un ser vivo, no muerto, y Jesús dice que es Él mismo (Juan 6,35-36):
35 Les dijo Jesús: “Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed.
36 Pero ya os lo he dicho: Me habéis visto y no creéis”.
c) Ya en esos tiempos, algunos no creían a sus palabras; o se escandalizaban o dudaban de haber entendido bien (Juan 6,41-42):
41 Los judíos murmuraban de él, porque había dicho: “Yo soy el pan que ha bajado del cielo.” 42 Y decían: “¿No es éste, Jesús, hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo puede decir ahora: He bajado del cielo?”
d) Jesús es pan, o sea, alimento que da vida a quien lo come; quien no lo come o lo come mal, muere eternamente (Juan 6,47-50):
47 “En verdad, en verdad os digo: el que cree, tiene vida eterna.
48 Yo soy el pan de la vida.
49 Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron;
50 éste es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera”.
e) Tal vez alguno haya supuesto ya en ese entonces (como hoy muchos protestantes) que ese pan o alimento, que es Jesús, tal vez quisiera significar solamente que debemos recibirlo en el corazón por la fe y por el amor. Él mismo “carnalizará” en este caso sus palabras (Juan 6,51):
51 “Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo.”
f) Mi carne; esa carne que él les mostraba. No estaba diciendo Jesús que su Palabra era carne o alimento del alma, sino que estaba hablando de su carne física, su cuerpo, ese cuerpo que sus oyentes veían delante suyo; lo cual, indudablemente, era difícil de aceptar, como lo atestigua la reacción y discusión de sus interlocutores (Juan 6,52):
52 Discutían entre sí los judíos y decían: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”
g) Si hubiesen entendido mal, resultaba muy fácil corregir el extravío; si quienes “carnalizaban” o “corporizaban” las palabras de Jesús eran sus oyentes, Él podía corregirlos y suavizar sus expresiones o tratarlos de “duros de corazón” o
de “oídos incircuncisos”; podía en todo caso, explicar algo lógicamente escandaloso, espiritualizar, aclarar sus metáforas o sus alegorías, podía aclarar que hablaba en parábola, Él que era el maestro de las parábolas; podía decirles que habían comprendido erróneamente, que estaban llevando las cosas a un extremo, que estaban sacando las palabras de Cristo de su verdadero contexto o significado... Sin embargo, Jesús hará exactamente lo contrario: llevará sus afirmaciones a mayor claridad quitando toda alternativa para ser entendidas “de manera puramente espiritual” (Juan 6,53-56):
53 Jesús les dijo: “En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros.
54 El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día.
55 Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida.
56 El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él”.
h) ¿Terminaron por entender sus oyentes? Ciertamente. Entendieron ya en ese momento lo que los católicos hoy confiesan en su fe. Entendieron, pero como no sabían cómo podía hacer Jesús lo que prometía, les pareció una enseñanza muy dura, y prefirieron abandonarlo (Juan 6,60-64):
60 Muchos de sus discípulos, al oírle, dijeron: “Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?”
61 Pero sabiendo Jesús en su interior que sus discípulos murmuraban por esto, les dijo: “¿Esto os escandaliza?
62 ¿Y cuando veáis al Hijo del hombre subir adonde estaba antes?...
63 El espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida.
64 Pero hay entre vosotros algunos que no creen.”
i) Pero sus apóstoles, confiaron en sus palabras y las aceptaron sabiendo que, aún sin entenderlas, tienen vida eterna (Juan 6,67-69):
67 Jesús dijo entonces a los Doce: “¿También vosotros queréis marcharos?”
68 Le respondió Simón Pedro: “Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna,
69 y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios.”
Nota: algunos exegetas han discutido el valor “eucarístico” de este discurso; de hecho encontramos tres posiciones distintas: una que acepta el valor eucarístico (es decir, como referido a la Eucaristía) de todo el texto de Jn 6,25-69 (así la mayoría de los exegetas y teólogos tradicionales); otros que restringen el valor eucarístico a las expresiones que se encuentran en los versículos 51-58 (entre los cuales el conocido johanista R. Brown) y otros que buscan una interpretación puramente cristológica pero no eucarística del texto; estos últimos hacen fuerza en el versículo 63: El espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida. Según ellos, las palabras de este versículo hacen ver que se trata de una presencia espiritual de Cristo y no real: comer a Cristo es sólo una alegoría para indicar el recibirle por la fe. Volveré sobre esto un poco más adelante. Demás está decir que cualquiera de las dos primeras posiciones mantienen nuestro argumento, incluso la segunda más restrictiva –que personalmente no comparto–, pues admite un sentido eucarístico en este
discurso, y eso basta para lo que queremos indicar aquí. La tercera es psicológicamente incomprensible por lo que hemos dicho más arriba en el punto (g).
Los relatos de la institución de la Eucaristía los tenemos en los tres evangelios sinópticos (san Juan no lo trae):
Mateo 26,26-29:
26 Mientras estaban comiendo, tomó Jesús pan y lo bendijo, lo partió y, dándoselo a sus discípulos, dijo: “Tomad, comed, esto es mi cuerpo”.
27 Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio diciendo: “Bebed de ella todos,
28 porque ésta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos para perdón de los pecados.
29 Y os digo que desde ahora no beberé de este producto de la vid hasta el día aquel en que lo beba con vosotros, nuevo, en el Reino de mi Padre”.
Marcos 14,22-25:
22 Y mientras estaban comiendo, tomó pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio y dijo: “Tomad, esto es mi cuerpo”.
23 Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio, y bebieron todos de ella.
24 Y les dijo: “Ésta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos.
25 Yo os aseguro que ya no beberé del producto de la vid hasta el día en que lo beba nuevo en el Reino de Dios”.
Lucas 22,17-20:
17 Y recibiendo una copa, dadas las gracias, dijo: “Tomad esto y repartidlo entre vosotros;
18 porque os digo que, a partir de este momento, no beberé del producto de la vid hasta que llegue el Reino de Dios”.
19 Tomó luego pan, y, dadas las gracias, lo partió y se lo dio diciendo: Esto es mi cuerpo que es entregado por vosotros; haced esto en recuerdo mío”.
20 De igual modo, después de cenar, la copa, diciendo: “Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros.
Se pueden ver buenos análisis filológicos del alcance gramatical y teológico de estos textos en la bibliografía recomendada al final de este capítulo. El sentido de estas palabras es para los católicos “indicativo” y “efectivo” (indican lo que sucede en el momento en que Jesús pronuncia sus palabras: transforma el pan en su cuerpo y el vino en su sangre); para los protestantes sólo tienen valor metafórico o simbólico. Debemos decir que, desde el punto de vista de la exégesis de estos pasajes, la interpretación protestante no tiene sustento serio.
Nota: esta discusión no siempre reluce en las versiones bíblicas. Así las distintas Biblias no católicas (más o menos serias) vierten la expresión del Señor como “ser” y no como “significar”. Por ejemplo:
La New King James (protestante): “This is My body”. Incluso esta versión, al tener que traducir la expresión de Lucas referida al cáliz donde el verbo está tácito añade en cursiva –para que se entienda que es expresión del traductor–: “This cup is the new covenant in My blood”. La misma versión se lee en la American Standard Version (de 1901).
La versión de Casiodoro de Reina (de 1569), revisada por Cipriano de Valera (1602), y nuevamente revisada en 1977, dice igualmente: “Esto es mi cuerpo”, “Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre”.
La versión de Lutero (la Revidierte Lutherbibel, versión revisada en 1984) igualmente trae: “Das ist mein Leib”... “Dieser Kelch ist der neue Bund in meinem Blut, das für euch vergossen wird!”
En cambio, las versiones de la Biblia de quienes no aceptan la divinidad de Jesucristo (como los Testigos de Jehová) transcriben el “eimi” griego (ser o estar) como un simple “significar” o “representar”; “esto significa mi cuerpo”.
Dice la versión griega (por ejemplo en el texto de Lc 22,19-20): “toutó éstin tó sômá mou”, para referirse al cuerpo y “Touto tó potêrion hê kainê diathêkê en tó haímatí mou tò huper humôn ékjunnómenon” para el cáliz. “Estín” es la tercera persona del singular del presente indicativo de “eimi”, el verbo “ser o estar” que indica de modo directo lo que una cosa es (identidad absoluta); también puede expresar “representación” o “significado” (por ejemplo cuando en Gal 4,24 se dice: Estas mujeres –Sara y Agar– son las dos alianzas), pero lo normal e inmediato es el uso indicando la identidad (en todos los idiomas) y sólo se puede determinar la excepción a esta regla, cuando las circunstancias obligan a encuadrar la expresión en un sentido puramente “significativo”; lo cual debe probarse en cada caso.
Aclaremos que, si bien en el texto griego el verbo aparece explicitado, en arameo, lo mismo que en las lenguas semitas, el verbo “ser” puede no explicitarse, por sobreentenderse8; y habiendo pronunciado Jesús la fórmula en arameo gramaticalmente debió sonar como: “esto, mi cuerpo” (tal vez como propuso Dalman: “den hu gufi”9. Evidentemente trabajamos sobre la versión griega que nos dan los evangelistas, pero no hay que olvidar esta cuestión. Decimos que el verbo “ser” (esto es; éste es) no puede admitir aquí el sentido “metafórico” o “simbólico” (o sea, traducirlo como significa o representa) sino el de “identidad”; el motivo es que el uso de la metáfora o del simbolismo, se restringe en el uso general a tres casos muy concretos: (a) el de los objetos que son simbólicos por naturaleza (un busto, una estatua, una moneda acuñada: así decimos “éste es el emperador de Roma” señalando su figura en una moneda); (b) el de los objetos que son simbólicos por el uso admitido (así al pasar una bandera en un desfile, se puede decir: “ahora pasa Argentina, o Chile, o Brasil...”, aunque no estén pasando esos países sino su símbolo convencional); (c) el de los objetos que se los hace ser simbólicos por libre determinación de quien los usa (como Jesús dice: “el campo es el mundo”, “los cosechadores son los ángeles”); este valor simbólico sólo puede ser captado por los oyentes a través de la explicación de quien lo determina (por eso Jesús se ve obligado a explicar a sus discípulos el simbolismo contenido en algunas de sus parábolas: porque no entendían: cf. Mt. 13,10-17.34-36). Cuando una expresión donde se usa el verbo “ser” (esse en latín; eimí en griego, o la unión del sujeto-predicado con verbo supuesto en algunas lenguas como las semitas) y no estamos ante un (a) símbolo natural, (b) ni convencional, (c) ni libremente fijado –y explicado– por quien lo usa, se debe suponer que esa persona lo usa en sentido propio (de identidad).
Ahora bien, el pan y el vino no son símbolos del cuerpo y la sangre de Cristo: ni por naturaleza, ni por el uso admitido, ni por libre elección de Cristo (ya que ni el uso ambiental ni Jesús mismo insinúan tal uso metafórico). Máxime en un momento solemne y hasta cierto punto dramático, donde está anunciando su muerte inminente.
Además, tenemos como testimonio fundamental la interpretación de los mismos apóstoles y discípulos en el sentido de “identidad” (es el cuerpo de Cristo y la sangre de Cristo), lo cual se refleja en la Escritura en dos lugares. El primero es el Evangelio de San Juan, quien no trae el relato de la institución pero sí el discurso del Pan de Vida que hemos visto más arriba; este discurso es visto por Juan en relación con la futura institución (en la última cena) –téngase en cuenta que el evangelio de San Juan es escrito muchos años después de los sinópticos, cuando éstos, al menos en fragmentos, circulaban entre los cristianos y cuando la predicación de los demás apóstoles sobre estos relatos estaba ya arraigada entre los fieles–. Precisamente en este discurso de Cristo –donde usa en promesa la identificación entre su carne y el alimento, y su sangre y la bebida– tenemos un intento histórico de interpretar metafóricamente las palabras de Cristo cuando son dichas en el discurso eucarístico: Discutían entre sí los judíos y decían: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?” (Jn 6,52); a lo que el Señor contraataca llevando sus palabras al más puro “literalismo”: Jesús les dijo: “En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros (Jn 6,53).
El segundo testimonio es el de San Pablo (en torno al año 56), quien antes de que Juan pusiera por escrito su relato, se hace eco de la tradición eucarística escribiendo a los cristianos de Corinto: (1Co 11,26-29):
26 Pues cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga.
27 Por tanto, quien coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor.
28 Examínese, pues, cada cual, y coma así el pan y beba de la copa.
29 Pues quien come y bebe sin discernir el cuerpo, come y bebe su propio castigo.
Tan fuerte es este texto en su realismo, que algunos han querido desvirtuarlo tachándolo de realismo exagerado y de sufrir nada menos que ¡influencias paganas!10.
Pienso que se puede creer o no en la Eucaristía en el sentido católico (la presencia real –cuerpo, sangre, alma y divinidad– de Jesucristo en la hostia consagrada por un sacerdote válidamente instituido), según se tenga fe o no se tenga fe; pero no se puede negar seriamente que esta verdad esté expresamente contenida en los relatos arriba mencionados. Es claro que lo que nos permite aquí entender el verbo “ser” como identidad, es el hecho de que las palabras en cuestión son pronunciadas por el Verbo encarnado, es decir, por Dios hecho hombre y por tanto, por quien tiene el poder de realizar lo que dice. Las palabras de Dios son “factivas”, es decir, realizan lo que dicen, a diferencia de las nuestras. Cuando Jesús dice “levántate” a un muerto, “devuelve” la vida al muerto; cuando dice al leproso “quiero, queda limpio”, la carne sana vuelve a los miembros putrefactos del enfermo. Así cuando dice “esto es mi cuerpo”, eso (el pan que tiene en sus manos) se convierte en su cuerpo.
Una última objeción al valor de estos textos, en particular al discurso de San Juan (capítulo 6,63), son las referidas palabras del mismo Juan: El espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida. De estas palabras, algunos protestantes han querido concluir que Jesucristo no habla aquí de otra cosa que de la fe y no de dar su cuerpo y sangre como comida. Estas palabras son, como dice un protestante, una atenuación y rectificación de lo dicho anteriormente en el mismo discurso. ¿Es así? No, no lo es, por varias razones que enumeramos a continuación11:
(a) Si hubiera que interpretar este versículo de la forma propuesta, vendría a decir que la carne de Cristo –ya que de ésta se venía tratando– nada aprovecha. Pero esto es absurdo, puesto que no sería una “atenuación” de las palabras antes referidas por Cristo sino una contradicción, ya que poco antes Juan pone en boca de Jesús: El pan que yo daré es mi carne, por la vida del mundo (6,51); ¿cómo podría decir ahora que su carne nada aprovecha, sino tan sólo la fe? Menos todavía con estas otras: Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, no tendréis vida en vosotros. ¿Qué sentido tiene añadir a continuación (si interpretáramos este texto como es propuesto por el protestantismo): porque “la carne” nada aprovecha? Es más, si el “comer la carne de Cristo” significa creer en Él, ¿qué significa “beber su sangre”? El protestante dirá: significa lo mismo. Pero entonces, ¿por qué este afán de Cristo de subrayar esta fórmula doble? Sería algo ilógico e inútil porque vendría como a decir: “si no creéis (= coméis mi carne) en mí y no creéis (= bebéis mi sangre) en mí...”.
(b) ¿Cuál es, entonces, el sentido del versículo? Jesús opone, sin ninguna duda, dos realidades: la carne (que nada aprovecha) y el espíritu (que da vida). ¿Es la carne de la que hablaba antes, es decir, la carne que Él ofrece como comida, o sea su cuerpo? No; Jesús aquí vuelve a usar una fórmula que aparece en otros lugares de los evangelios: la “carne” entendida como la actitud humana, racionalista, que juzga por lo externo. Jesús responde con estas palabras a la actitud de los judíos que murmuraban... y decían: ¿No es éste Jesús, el hijo de José, cuyo padre y cuya madre conocemos? ¿Cómo dice
ahora: “He bajado del cielo”? (6,41-42). Es la carne en el sentido que dice a Pedro: No es la carne ni la sangre la que te lo ha revelado sino mi Padre que está en los cielos (Mt 16,17), es decir, en el sentido de “sabiduría humana”, “deducción humana y racional”. En el mismo Evangelio de San Juan se dice, discutiendo con los fariseos: Vosotros juzgáis según la carne (8,15). Se trata de lo que San Pablo llama las cosas de la carne (cf. Ro 8,4-6). El mismo Juan da a entender esto cuando añade a continuación que había entre sus discípulos algunos que no creían, es decir que sólo entendían la materialidad de las palabras. El espíritu, por contraposición, es la moción y la luz interior de Dios, que hace comprender el sentido profundo de las palabras de Cristo. Por tanto, ciertamente que se subraya el valor de la fe (que viene del Espíritu) para comprender las palabras de Cristo, pero sin negar las palabras ya reveladas anteriormente sobre la entrega como comida de su propia carne y como bebida de su propia sangre, sino haciéndoles percibir la verdad de estas afirmaciones tan categóricas.
Lo que entendieron los primeros cristianos
Ya he insistido mucho en el valor que tiene la tradición cristiana, es decir, la interpretación que dieron desde los primeros tiempos (en contacto con los apóstoles) los primeros cristianos, de las palabras de Cristo. Sobre este punto, los testimonios de la más antigua tradición son admirables. Sin necesidad de recurrir a fatigosas investigaciones, podemos (es decir, puede el que quiera conocer la verdad del tema) espigar en la valiosa obra que publicó el P. Jesús Solano, S.J., en 1952, con ocasión del Congreso Eucarístico de Barcelona, en dos volúmenes titulados “Textos eucarísticos primitivos”, en donde recoge cerca de dos mil quinientos (2500) trozos de todos los escritores cristianos desde el siglo I al VIII, en edición bilingüe castellano y lengua original (griego o latín), para que pueda corroborarse el sentido original de las palabras12. Citemos sólo algunos como muestra:
De la Didajé (hacia el año 60): “En los Domingos del Señor, reuníos y partid el pan y hacer gracias (eujaristésate = hacer la Eucaristía), pero antes confesad vuestros pecados, para que vuestro sacrificio sea puro”13. “Pero que nadie coma ni beba de vuestra Eucaristía, sino los que han sido bautizados en el nombre del Señor, porque de esto dijo el Señor: ‘No deis lo santo a los perros’”14.
San Ignacio de Antioquía (muerto en el 107, contemporáneo de san Juan apóstol): “Esforzaos, por tanto, por usar de una misma Eucaristía; pues una sola es la carne de nuestro Señor Jesucristo y uno solo es el cáliz para unirnos con su sangre, un solo altar de sacrificio como un solo obispo junto con el colegio sacerdotal y con los diáconos consiervos míos, a fin de que cuanto hagáis lo hagáis según Dios”15. “El pan de Dios quiero, que es la carne de Jesucristo, el del linaje de David, y por bebida quiero la sangre de Él, la cual es amor incorruptible”16. “Los docetas [una de las primeras herejías antiguas] se apartan de la Eucaristía y de la oración porque ellos no reconocen que la Eucaristía es la carne de nuestro Salvador Jesucristo, la que padeció por nuestros pecados, la misma que el Padre en su bondad resucitó”17.
San Justino Mártir (muerto en el 165): “Así también se nos ha enseñado que el alimento eucaristizado mediante la palabra de oración procedente de Él, es la carne y la sangre del mismo Jesús encarnado con que nuestra carne y nuestra sangre se alimentan en orden a nuestra transformación”18.
San Ireneo (muerto en el 202): “¿Cómo pueden decir que la carne se corrompe y no participa de la vida, siendo así que es alimentada por el cuerpo y la sangre del Señor?... Porque vuestros cuerpos, recibiendo la Eucaristía, no son ya corruptibles, sino que poseen la esperanza de la eterna resurrección”19.
San Hilario de Poitiers escribía algunos años más tarde (fue obispo desde el 350 al 367): “Si es verdad que la Palabra se hizo carne, también lo es que en el sagrado alimento recibimos a la Palabra hecha carne; por eso debemos estar convencidos que permanece en nosotros de un modo connatural aquel que (...) también mezcló en el sacramento que nos comunica su carne, la naturaleza de esa carne con la naturaleza de la eternidad (...) Por su carne, está él en nosotros, y nosotros en él (...) Él mismo atestigua en qué alto grado estamos en él, por el sacramento en que nos comunica su carne y su sangre (...) Ésta es, por tanto, la fuente de nuestra vida: la presencia de Cristo por su carne en nosotros, carnales”20
Y pueden verse los demás testimonios en la obra citada. Después de eso alguien podrá, ciertamente, seguir sin aceptar la realidad de la Eucaristía como presencia del cuerpo y sangre de Cristo bajo las apariencias de pan y vino, pero no podrá negar con honestidad que tal ha sido la fe de los primeros cristianos y de los mártires y no una invención tardía de la Iglesia católica.