Doy una respuesta anglicana, aunque podría ser también luterana, etc... (aviso, porque luego me dicen que los evangélicos...)
La presencia real es difícil de discutir. El peso de la Tradición que siempre la ha entendido así es grande, la Biblia no la niega en ningún momento y es más da a pensar que es presencia real. Y real en Cristo significa cuerpo, sangre, alma y divinidad.
Ahora bien meter filosofía en estas cosas, en especial a Aristóteles (de forma tan burda) es un error.
1. Lo del cambio de sustancias sin que los accidentes varíen puede ser una buena explicación para afirmar que Cristo está escondido... pero yo me pregunto ¿Porqué no vemos los accidentes de la sustancia del cuerpo y la sangre de un hombre? ¿Es que esos accidentes no son importantes? Entonces tenemos el absurdo de que los católicos se comen a medio Cristio, o a un Cristo sustancial... Y si fuésemos empiristas o racionalistas entonces diríamos que se comen la idea de cristo... un despropósito. Pero es aún mayor la locura de creer que se comen los accidentes de algo que dejó de existir. En definitiva. ¿La sustancia de Cristo debe tomar accidentes de pan y vino, no? ¿No es eso hacer un monstruo?
Pero aquí no acaban los despropósitos. Tenemos también la repitición incruenta del sacrificio de Cristo. Yo lo primero que consideraría es que si tal repetición es incruenta ¿Entonces que clase de sacrificio es ese? O si tiene tantos y hermosos méritos la misa... ¿Porque tuvo que ser cruenta la primera? ¿Es que habéis cambiado los accidentes de la crueldad? Jajaja. Pero lo peor de esta creencia es creer que repiten en sus altares una y otra vez el sacrificio de Cristo... hombres de poquísima fe se revelan, haciendo lo que los judíos pero alucinados por una fantasía.
Y tenemos también el despropósito de la presencia más allá de la Cena del Señor. Sin fundamento bíblico y haciendo extraño el propio sacremento y su celebración se convierte más bien en una fuente sin freno para la superchería... Atrofia el sacramento eucarístico envolviéndolo de bendiciones, exposiciones del santísimo y otras cosas similares que no vienen a cuento.
2. Una solución: El pan sigue siendo pan y el vino vino, no hay accidentes sin substancia que los necesite. Los apóstoles y nosotros comemos pan y bebemos vino. Pero tal cosa no impide que Cristo esté realmente presente, de forma espiritual o sacramental (pues obviamente no lo vemos) en relación a la celebración del sacramento, en especial al pan y al vino, que lo representan. Incluso podríamos conceder que por el "esto es" estamos hablando de que su presencia se localiza en el pan y en el vino; pero habría que entender que esa localización no es una especie de empanación, sino que se refiere a una localizacción relacionada a la comunión posterior, es decir, por el hecho de que comemos el pan y el vino, por esa razón, recibimos a Cristo en nosotros. Y por último hay que recordar a los católicos, amigos de milagros eucarísticos y físicas presencias; que Cristo es hombre verdadero y Dios verdadero, y que su humanidad está resucitada y glorificada. No es la carne y la sangre como vivieron antes de la pasión, sino como viven después de la resurrección (la misma, pero diferente en algunas cualidades) y también hay que recortarles a los papistas que la Iglesia nunca quiso meterse en estos asuntos, simplemente reverenció el sacramento como un misterio... (y así siguen haciéndolo los ortodoxos) pero por culpa de sus sofistas ahora nos encontramos con explicaciones filosóficas vanas y confusas... y por culpa de estos nosotros nos vemos en el aprieto de dar otras, pero tranquilos: no las elevaremos a rango de dogma.
Y por último, ya que nos acusan de literalistas... si tanto os gozáis en ser literarios a la hora de entender las palabras del Señor en la Santa Cena, a qué esperáis a dar a vuestras ovejas el vino y no sólo el pan en la Cena del Señor. Pero aún así, ya os aviso, tened cuidado con los literalismos, no vaya ser que algún día os creáis que "Cristo es una puerta" o "agua"... y vuestros sofistas se pongan manos a la obra para arreglarlo.
Un abrazo. Con acritud os escribo, porque sois mis hermanos.
Que Dios os bendiga.