Astroteologia
Espero que esta información les interese:
Mes Signo Motivo (probable)
Tishrei Balanza La Creación es juzgada al comienzo de este mes (Iamim Noraim)
Jeshván Escorpión Tras el ardoroso verano, la región de Israel está sedienta del agua que comienza a caer por estas fechas (mes del Diluvio relatado en Bershit/Génesis)
Kislev Arco Recuerdo del Arco Iris que se manifiesta en este mes de lluvias
Tevet Cabrito Los rebaños salen a pastar a los campos
Shevat Balde Está escrito: "El agua correrá de sus baldes"
(Bemidbar / Números 24:7), alusión al florecimiento y la abundancia en la naturaleza
Adar Peces Que abundan en las aguas en esta época
Nisan Cordero En recuerdo al cordero sacrificado en el Pesaj de Egipto
Iyar Toro Que por estas fechas pasta hasta el hartazgo en los campos
Sivan Gemelos En conexión a las tablas gemelas entregadas en la Revelación de Sinai el primer Shavuot
Tamuz Cangrejo Que se reproduce en los días de intenso calor
Av León En el mes más oscuro del calendario se recuerda al rey de las bestias, pues es el impulso animal (en el humano) que no ha sido trabajado lo que genera dolor
Elul Virgen Es el mes del arrepentimiento, del retorno a la pureza, a lo intocado
En estos traslados, Téraj llevó consigo a su familia. En la mudanza a Jarán se vieron implicados Abram (que es como entonces se le llamaba), el primogénito de Téraj; un hijo llamado Najor; las esposas de los dos hijos, Saray (que posteriormente se llamaría Sara) y Mil ká; y el nieto de Téraj, Lot, hijo del hermano de Abraham, Harán, que había muerto en Ur. Vivieron allí, en Jarán, «muchos años» según la Biblia, y allí fue donde murió Téraj, cuanto tenía 205 años de edad.
Fue después de esto que Dios le dijo a Abram:
«Vete de tu tierra y de tu patria, y de la morada de tu padre, a la tierra que yo te mostraré... Allí haré de ti una gran nación, y te bendeciré y haré grande tu nombre.»
Y Abram tomó a Saray, su esposa, y a Lot, su sobrino, y a toda la gente de su casa y todas sus pertenencias, y fue a la Tierra de Canaán, «y Abram tenía setenta y cinco años cuando partió de Jarán». Su hermano Najor quedó atrás, con su familia, en Jarán.
Siguiendo las instrucciones divinas, Abram se movió con rapidez en Canaán hasta establecer una base en el Négueb, la árida región de Canaán fronteriza con la península del Sinaí. En una visita a Egipto, fue recibido en la corte del faraón; de vuelta a Canaán, tuvo tratos con los soberanos de la zona. Después, representó un papel en un conflicto internacional, conocido en la Biblia (Génesis 14) como la Guerra de los Reyes. Fue después de esto que Dios le prometió a Abram que su «simiente» heredaría y gobernaría las tierras entre el Arroyo de Egipto y el río Éufrates. Dudando de la promesa, Abram señaló que él y su esposa no tenían hijos. Dios le dijo a Abram que no se preocupara.
«Mira a los cielos -le dijo- y cuenta las estrellas si puedes... así de numerosa será tu simiente.»
Pero Saray siguió estéril aún después de eso.
Así, por sugerencia de ella, Abram durmió con su sirvienta Agar, que le dio un hijo, Ismael. Y luego, milagrosamente (después de la destrucción de Sodoma y Gomorra, cuando los nombres de la pareja se cambiaron por los de Abraham y Sara), Abraham, a la edad de cien años, tuvo un hijo con su mujer Sara, de noventa. Aunque no era el primogénito, el hijo de Sara, Isaac, era el heredero legítimo según las normas sumerias de sucesión que seguía el patriarca, pues era hijo de la hermanastra de su padre:
«La hija de mi padre, pero no de mi madre», dijo Abraham de Sara (Génesis 20,12).
Sucedió después de la muerte de Sara, su compañera de toda la vida, que Abraham, «viejo y avanzado en años» (137 años, según nuestros cálculos) comenzó a preocuparse por su soltero hijo Isaac. Temiendo que Isaac terminara casándose con una cananea, envió a su mayordomo a Jarán, para que encontrara una novia para Isaac de entre los familiares que habían quedado allí. Al llegar al pueblo donde vivía Najor, se encontró con Rebeca en el pozo, que resultó ser la nieta de Najor y terminó yendo a Canaán para convertirse en la esposa de Isaac.
Veinte años después de casados, Rebeca tuvo gemelos, Esaú y Jacob. Esaú fue el primero en casarse, tomando dos esposas, dos muchachas hititas que «fueron una fuente de pesares para Isaac y para Rebeca». No se detallan los problemas en la Biblia, pero la relación entre la madre y las nueras era tan mala que Rebeca le dijo a Isaac:
«Estoy disgustada con la vida a causa de las mujeres hititas; si Jacob se casara también con una mujer hitita, de entre las mujeres de la región, ¿qué tendría de bueno la vida para mí?»
De modo que Isaac llamó a Jacob y le dio instrucciones para que fuera a Jarán, a la familia de su madre, a encontrar allí una novia. Siguiendo las palabras de su padre, «Jacob dejó Beersheba y partió hacia Jarán». Del viaje de Jacob desde el sur de Canaán hasta la distante Jarán, la Biblia sólo da cuenta de un episodio, aunque muy significativo. Fue la visión que tuvo Jacob en la noche, «cuando llegó a cierto lugar», de una escalera hasta el cielo sobre la cual ascendían y descendían los Ángeles del Señor. Al despertar, Jacob se dio cuenta de que había llegado a «un lugar de los Elohim y un pórtico al cielo». Marcó el lugar, levantando allí una piedra conmemorativa, y lo llamó Beth-El -«La Casa de El»-, el Señor. Y después, por una ruta que no se especifica, continuó hasta Jarán.
En las inmediaciones de la ciudad, vio a los pastores reunir los rebaños en un pozo, en el campo. Se dirigió a ellos y les preguntó si conocían a Labán, el hermano de su madre. Los pastores le dijeron que sí, que le conocían, y he aquí que dio en llegar su hija Raquel, con su rebaño. Rompiendo a llorar, Jacob se presentó como el hijo de Rebeca, tía de ella. En cuanto Labán se enteró de las noticias, también él llegó corriendo, abrazó y besó a su sobrino, y lo invitó a quedarse con él y a que conociera a su otra hija, Lía, la mayor. Claro está que el padre tenía en mente el matrimonio de la hija, pero Jacob se había enamorado de Raquel, y se ofreció para trabajar para Labán durante siete años como dote. Pero en la noche de bodas, después del banquete, Labán sustituyó a Lía por Raquel en el lecho nupcial...
Cuando, a la mañana siguiente, Jacob descubrió la identidad de la novia, Labán se mostró confundido. Aquí, le dijo, no casamos a la hija más joven antes que a la mayor; ¿por qué no trabajas otros siete años y te casas también con Raquel? Enamorado aún de Raquel, Jacob aceptó. Pasados siete años, se casó con Raquel; pero el astuto Labán retendría al buen trabajador y mejor pastor que era Jacob y no le dejaría ir. Para impedir que Jacob se fuera, le dejó que tuviera sus propios rebaños; pero cuanto mejor le iba a Jacob, más se quejaban de envidia los hijos de Labán.
Y así, en una ocasión en que Labán y sus hijos habían salido para esquilar sus rebaños de ovejas, Jacob reunió a sus mujeres, a sus hijos y a sus rebaños y huyó de Jarán.
«Y cruzó el río -el Éufrates- y se encaminó hacia el monte de Gilead.» «Al tercer día, le dijeron a Labán que Jacob había escapado; demodo que tomó a sus parientes consigo y salió en persecución deJacob; y siete días después le dio alcance en la montaña de Gilead.»
Gilad -«El Montón de Piedras Imperecedero», en hebreo- ¡el emplazamiento del observatorio circular en el Golán!
El encuentro comenzó con un amargo intercambio de acusaciones recíprocas, pero terminó con un tratado de paz. A la manera de los tratados fronterizos de la época, Jacob eligió una piedra y la erigió para que fuera un Pilar Testimonial, para marcar los límites más allá de los cuales Labán no cruzaría a los dominios de Jacob, ni Jacob cruzaría a los dominios de Labán. Estas piedras limítrofes, llamadas Kudurru en acadio debido a sus cimas redondeadas, se han descubierto en diversos emplazamientos de Oriente Próximo. Como norma, se inscribían en ellas los detalles del tratado, y se incluía la invocación de los Dioses de cada lado como testigos y garantes. Respetando la costumbre, Labán invocó a «el Dios de Abraham y los Dioses de Najor» para garantizar el tratado. Con aprensión, Jacob «juró por el temor de su padre Isaac».
Después, le dio su propio toque a la ocasión y al lugar:
Y Jacob dijo a sus hijos: Reunid piedras; y ellos reunieron piedras y las dispusieron en un montón...Y Jacob llamó al montón de piedras Gal’ed.
Por un mero cambio de pronunciación, de Gilad a Gal-Ed, Jacob cambió el significado del nombre, de su antiguo «El Montón de Piedras Imperecedero» a «El Montón de Piedras del Testimonio».
¿Hasta qué punto podemos estar seguros de que ese lugar era el de los círculos del Golán? Creemos que aquí se encuentra la convincente pista final: ¡en su juramento del tratado, Jacob describe el lugar también como Ha-Mitzpeh -el Observatorio!
El Libro de los Jubileos, un libro extrabíblico que recontaba los relatos bíblicos a partir de diversas fuentes antiguas, añadía una nota final al acontecimiento relatado: «Y Jacob hizo allí un montón para un testigo, de ahí que el nombre del lugar fuera:
“El Montón del Testigo”; pero con anterioridad solían llamar al país de Gilead el País de los Repha’im».
Y así volvemos al enigmático emplazamiento del Golán y a su apodo de Gilgal Repha’im.
Las piedras limítrofes Kudurru que se han encontrado en Oriente Próximo llevan, como norma, no sólo los términos del acuerdo y los nombres de los Dioses invocados como garantes, sino también los símbolos celestiales de los Dioses, a veces del Sol, la Luna y los planetas, a veces de las constelaciones zodiacales (como en la Fig. 13), las doce. Pues ésa, desde los primitivos tiempos de Sumer, era la cuenta (doce) de las constelaciones zodiacales, tal como evidencian sus nombres:
GUD.ANNA Toro Celestial (Tauro)
MASH.TAB.BA Gemelos (Géminis)
DUB Pinzas, Tenazas (Cáncer)
UR.GULA León (Leo)
AB.SIN Cuyo Padre Era Sin («la Doncella» = Virgo)
ZI.BA.AN.NA Hado Celestial («la Balanza» = Libra)
GIR.TAB Lo Que Clava y Corta (Escorpión)
PA.BIL el Defensor («el Arquero» = Sagitario)
SUHUR.MASH Cabra-Pez (Capricornio)
GU Señor de las Aguas (Acuario)
SIM.MAH Peces (Piscis)
KU.MAL Morador del Campo (el Carnero = Aries)
Aunque no todos los símbolos que representan las doce constelaciones zodiacales han sobrevivido desde tiempos sumerios, ni siquiera babilónicos, sí que se han encontrado en monumentos egipcios, con idénticos nombres y representaciones.
¿Dudaría alguien de que Abraham, hijo del sacerdote-astrónomo Téraj, estuviera al corriente de las doce casas zodiacales cuando Dios le dijo que observara los cielos y viera en ellos el futuro? Como las estrellas que observas en los cielos, así será tu descendencia, le dijo Dios a Abraham; y cuando nació su primer hijo, el que tuviera con la sirvienta Agar, Dios bendijo al muchacho, Ismael («Por Dios Oído»), con esta profecía:
En cuanto a Ismael: También le he escuchado. Con esto lo bendigo: Le haré fecundo y lo multiplicaré sobremanera; de él nacerán doce jefes, la suya será una gran nación.
Génesis 17,20
Con esa bendición profética, relacionada con los cielos estrellados, tal como los observaba Abraham, aparece en la Biblia por vez primera el número doce y su trascendencia. Después, se cuenta (Génesis 25) que los hijos de Ismael, cada uno de ellos jefe de un estado tribal, fueron doce; y, haciendo una relación de ellos por sus nombres, la Biblia resalta:
«Esos fueron los hijos de Ismael, según sus cortes y fortalezas; doce jefes de otras tantas naciones.»
Sus dominios se extendían por toda Arabia y las tierras desérticas del norte.
La siguiente ocasión en la que la Biblia emplea el número doce es en la relación de los doce hijos de Jacob, en el momento en que vuelve al estado de su padre en Hebrón. «Y el número de los hijos de Jacob era doce», afirma la Biblia en el Génesis 35, haciendo una lista por los nombres con los que luego nos familiarizaríamos como nombres de las Doce Tribus de Israel:
Seis de Lía: Rubén, Simeón, Leví, Judá, Isacar, Zebulón
Dos de Raquel: José y Benjamín
Dos de Bilhá, la sirvienta de Raquel: Dan y Neftalí.
Y dos de Zilpá, la sirvienta de Lía:Gad y Aser.
Sin embargo, hay un tejemaneje en esta lista, pues no era ésta la relación original de los doce hijos que volvieron con Jacob a Canaán: Benjamín, el más joven, nació de Raquel cuando ya la familia había vuelto a Canaán, en Belén, donde murió mientras daba a luz. Sin embargo, el número de los hijos de Jacob era doce antes de esto, dado que el último vástago, nacido de Lía, fue una hija, Dina. La lista, quizás por algo más que una coincidencia, estaba compuesta así de once varones y una hembra, hecho que se corresponde con la lista de las constelaciones zodiacales, que está compuesta por una hembra (Virgo, la Virgen) y once «varones».
Las implicaciones zodiacales de los doce hijos de Jacob (renombrado Israel después de haber luchado con un ser divino cuando cruzaba el río Jordán) se pueden discernir en dos ocasiones en la posterior narración bíblica. La primera, cuando José, un maestro en tener e interpretar sueños-augurios, alardeaba ante sus hermanos de que había soñado que el Sol, la Luna (el anciano Jacob y Lía) y once Kokhavim se postraban ante él. Esta palabra se traduce normalmente como «estrellas», pero el término (proveniente del acadio) servía igualmente para designar a las constelaciones. Con José, el total sumaba doce. La implicación de que la suya era una constelación superior fastidiaba enormemente a sus hermanos.
La segunda vez fue cuando Jacob, viejo y moribundo, llamó a sus doce hijos para bendecirles y predecirles el futuro. Conocidas como la Profecía de Jacob, las últimas palabras del patriarca comienzan relacionando al hijo mayor, Rubén, con Az, la constelación zodiacal de Aries (que, por entonces, era la constelación del equinoccio de primavera, en lugar de la de Tauro). Simeón y Leví fueron agrupados como los Gemelos, Géminis. Dado que habían matado a muchos hombres cuando vengaron la violación de su hermana, Jacob profetizó que se dispersarían entre las otras tribus y que perderían sus propios dominios. Judá fue comparado con un León (Leo) y visto como el poseedor del cetro real, una predicción de la realeza de Judea.
Zabulón fue visto como el Morador de los Mares (Acuario), en lo cual se convirtió de hecho. Las predicciones del futuro tribal de los hijos prosiguieron, vinculando nombre y símbolo con las constelaciones zodiacales. Los últimos fueron los hijos de Raquel: a José se le representó como al Arquero (Sagitario); y al último, Benjamín, por haber sustituido a su hermana Dina (Virgo), se le describió como un depredador que se alimenta de los demás.
La estricta adhesión al número doce, emulando las doce casas del zodiaco, supuso otro tejemaneje que normalmente pasa desapercibido. Después del Éxodo y de la división de la Tierra Prometida entre las Doce Tribus, volvieron a hacerse algunas redisposiciones. De repente, la relación de las Doce Tribus que compartían territorios incluye a los dos hijos de José (que habían nacido en Egipto), Manasés y Efraím. No obstante, la lista sigue siendo de doce; pues, como había profetizado Jacob, las tribus de Simeón y de Leví no tuvieron parte en las distribuciones territoriales y, como se había predicho, se dispersaron entre las otras tribus.
El requisito (la santidad) de los Doce Celestiales se había preservado de nuevo.
Los arqueólogos que excavan en las ruinas de las sinagogas judías de Tierra Santa se quedan a veces estupefactos al encontrarse con los suelos de las sinagogas decorados con un círculo zodiacal de las doce constelaciones, representado con sus símbolos tradicionales (Fig. 15). Tienden a ver los hallazgos como aberraciones resultantes de las influencias griegas y romanas de los siglos previos al cristianismo. Esta actitud, que surge de la creencia de que esa práctica estaba prohibida por el Antiguo Testamento, ignora los hechos históricos: la familiaridad de los hebreos con las constelaciones zodiacales y su vinculación con las predicciones de futuro, con el Hado.
Durante muchas generaciones, hasta nuestros días, en las bodas judías, o cuando un niño es circuncidado, se han podido escuchar los gritos de ¡Mazal-tov! ¡Mazal-tov!. Pregúntele a cualquiera lo que significa, y la respuesta será: significa «buena Suerte», que la pareja o el niño tengan buena suerte.
Sin embargo, pocos se percatan de que, si bien es lo que se pretende con ello, no es lo que la frase significa. Mazal-tov significa, literalmente, «una buena/favorable constelación zodiacal». Este término proviene del acadio (la primera lengua semita o lengua madre), en el cual Manzalu significa «estación»: la estación zodiacal en la cual se veía «estacionarse» al Sol en el día de la boda o del nacimiento.
La relación de una casa zodiacal con el Hado de uno está en boga con la astrología horoscópica, que comienza por establecer (a través de la fecha de nacimiento) cuál es el signo de uno: un Piscis, un Cáncer o cualquier otra de las doce constelaciones zodiacales. Volviendo atrás, podríamos decir que, de acuerdo con la Profecía de Jacob, Judá era un Leo, Gad un Escorpión y Neftalí un Capricornio.
La observación de los cielos en busca de indicaciones de los hados, trabajo llevado a cabo por todo un ejército de sacerdotes-astrónomos, asumió un papel crucial en las decisiones reales durante los tiempos de Babilonia. El hado del rey, el hado de la tierra y de las naciones se adivinaba por la posición de los planetas en una constelación zodiacal concreta.
Las decisiones reales esperaban la palabra de los sacerdotes-astrónomos. ¿Estaba la Luna, esperada en Sagitario, oscurecida por las nubes? ¿El cometa visto en Tauro se había trasladado a otra constelación? ¿Cuál era el significado para el rey o para el país de la observación de que, en la misma noche, Júpiter se elevara en Sagitario, Mercurio en Géminis y Saturno en Escorpión?
Anotaciones que requirieron literalmente centenares de tablillas revelan que aquellos fenómenos celestes se interpretaban para predecir invasiones, hambrunas, inundaciones, inquietudes civiles o, por otra parte, una larga vida para el rey, una dinastía estable, la victoria en la guerra o la prosperidad. La mayoría de las anotaciones de estas observaciones se escribieron en prosa simple sobre tablillas de arcilla; en ocasiones, los almanaques astrológicos, a modo de manuales horoscópicos, se ilustraban con los símbolos de las constelaciones zodiacales relevantes. En todos los casos, se consideraba que el Hado venía indicado por los cielos.
La astrología horoscópica de hoy se remonta hasta más allá de los babilonios, los «caldeos» de los informes griegos. A la par del calendario de doce meses, la noción de que el Hado y el Zodiaco son dos aspectos del mismo curso de acontecimientos comenzó, indudablemente, al menos cuando comenzó el calendario, en Nippur, en el 3760 a.C. (que es cuando comienza la cuenta del calendario judío). Según nuestra opinión, se puede constatar la antigüedad de esta vinculación por uno de los nombres sumerios de las constelaciones, el de ZI.BA.AN.NA.
Este término, que se entiende que significa «Hado Celestial», significa literalmente «Decisión-Vida en los cielos», así como «Balanza Celestial de la Vida». Fue éste un concepto que se registró en Egipto en El Libro de los Muertos; se creía que la esperanza de uno en la otra vida eterna dependía del peso de su corazón en el Día del Juicio. La escena quedó magníficamente reflejada en el Papiro de Ani, donde se muestra al Dios Anubis pesando el corazón en una balanza, y al Dios Thot, el Escriba Divino, tomando nota del resultado.
En la tradición judía, hay un enigma sin resolver: ¿por qué el Señor bíblico eligió el séptimo mes, Tishrei, como el mes en el cual comenzar el Año Nuevo hebreo, en vez de comenzarlo en el mes que se contaba en Mesopotamia como primer mes, Nissan? Si se debió, como se ha sugerido para explicarlo, al deseo de marcar una clara ruptura con la veneración mesopotámica a las estrellas y los planetas, ¿por qué le siguen llamando el séptimo mes y no lo renumeran como el primer mes que es?
Nos da la impresión de que la verdad es la opuesta, y de que la respuesta se encuentra en el nombre de la constelación ZI.BA.AN.NA y en su connotación de la Balanza del Hado. Creemos que la pista crucial es el vínculo calendárico con el zodiaco. En la época del Éxodo (a mediados del segundo milenio a.C), la primera constelación, la del equinoccio de primavera, era Aries, ya no era Tauro.
Y comenzando por Aries, la constelación de la Balanza Celestial de la Vida era, de hecho, la séptima. El mes en el cual el Año Nuevo judío tenía que comenzar, el mes en el cual se decidiría en el cielo quién tenía que vivir y quién morir, quién tenía que estar sano y quién enfermo, ser rico o pobre, feliz o desdichado, era el mes correspondiente al mes zodiacal de la Balanza Celestial.
Y en los cielos, el Hado tenía doce estaciones.
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