El que la Iglesia del Nuevo Testamento sea relacional está lejos de ser controversial. Mas para mucha gente, libros como el de Frank se reciben con sorpresa. Las iglesias a las que nosotros asistimos tienen muy poco o nada en común con la forma de vida que marcaba la Iglesia del Nuevo Testamento. Lejos de ser una familia o un cuerpo, la iglesia de la cual formamos parte es una organización o una institución. El contraste entre la forma institucional de la iglesia contemporánea y la forma relacional de la Iglesia del Nuevo Testamento, no puede ser más chocante.
La iglesia institucional a menudo conoce, por lo menos vagamente, que la Iglesia del Nuevo Testamento era algo completamente diferente, pero sigue su camino en un abierto desprecio sobre la forma de pensar de los primeros creyentes. Podrá llegar a declarar que la Biblia es la única autoridad en “fe y práctica” pero ignorará su autoridad práctica con respecto a las prácticas de la Iglesia. Puede que esta sea su elección. Pero la mayor parte de las veces es ignorancia debido al momento de inercia, ya que las iglesias institucionales son como trenes. Van en una cierta dirección, y por mucho tiempo continuarán en esa dirección aunque todos en el tren traten de hacerlo parar.
Y al igual que los trenes, las opciones para cambiar de rumbo en las iglesias institucionales están bastante limitadas. Si se presenta un cambio de vías el tren podrá desviarse un poco, pero siempre seguirá los rieles. Por tanto todos los pasajeros abrazan la esperanza de que están viajando en el verdadero tren que les conduce al verdadero destino.
Las iglesias relacionales, como aquellas del Nuevo Testamento, eran diferentes. No eran trenes, sino grupos de personas saliendo de paseo. Se movían mucho más despacio que los trenes – algunos kilómetros por hora como mucho – pero podían cambiar de dirección en un segundo. Y lo que era más importante, podían estar mucho más atentas a la palabra, a su Señor y los unos a los otros.
Como los trenes, las iglesias institucionales son muy fáciles de encontrar. El humo y el ruido las hace inconfundibles. Las iglesias relacionales son más calladas pues no anuncian su presencia con luces intermitentes en todos los cruces. Muchos piensan que iglesias como esas murieron hace mucho tiempo. Pero nada puede ser más equivocado. Las Iglesias relacionales se encuentran por doquier.
El tema de la “renovación de la iglesia” es expresado en numerosas ocasiones por los Cristianos de hoy día. No puede uno ir muy lejos en el mundo Cristiano sin escuchar exhortaciones acerca de la necesidad de una mayor unión en el Cuerpo de Cristo, la importancia del sacerdocio de todos los creyentes, la urgente necesidad de destruir todas la barreras presentes levantadas por los hombres, la incesante demanda por un poder espiritual más poderoso y el llamado radical hacia un evangelismo mundial. Y a pesar de que ninguno de esos postulados es original, en estos momentos se encuentran capturando la atención de la mayoría del Cristianismo moderno.
Estas actuales corrientes de renovación espiritual no emanan exclusivamente de una de las corrientes del Cuerpo de Cristo, sino que se enarbolan a través de todo el espectro denominacional de las líneas tradicionales. En efecto, esos acentos bíblicos de renovación espiritual, reflejan el genuino estremecimiento del Espíritu de Dios entremedio de su pueblo. Son los ríos del vino, hasta del vino nuevo, que representa la vida y el ministerio del Espíritu Santo en el mundo de Hoy.
Y también el testimonio del Espíritu está registrando algo más – algo que hace sonar una nota más profunda. Por medio de una voz mas queda, mas no menos fervorosa, Dios está desafiando a su ferviente Novia a re-examinar el contexto en el que ella asume se está llevando a cabo ésta la renovación espiritual. Y así, apareciendo por el lejano horizonte religioso, se puede detectar el por tanto tiempo escondido, mas ahora creciente torrente de cristianos ordinarios por quien Dios está convocando a su Iglesia a regresar a la simplicidad de comportamiento del Nuevo Testamento que una vez él estableció para ella.
La misión presente del Espíritu, por tanto, se afirma en asegurar a unas gentes que arrojen de sí sus tradiciones terrenales, hechas por el hombre, de política eclesiástica, prácticas y organizaciones religiosas y devuelvan y coloquen la Iglesia bajo la absoluta dirección y mayorazgo de Jesucristo. En otras palabras, el Espíritu de Dios no solo nos está hablando del vino, sino de los odres que lo van a contener.