Re: ¿JESUS DIJO QUE ERA DIOS?
Error típico de católico romano,quizás piensas que Jesús su madre y los apóstoles eran mexicanos??
la salvación viene de los Judíos.
Jejeje, ni soy católico, ni soy mexicano ... Y ten cuidado eh!, tu comentario suena racista.
La salvación viene de los judíos, pero no de los fariseos inconversos.
Los judíos fueron tan inicuos, que según Justino Mártir (cristiano del siglo II) escribió en su "Diálogo con Trifón" lo siguiente:
“Ustedes [los judíos] han enviado por todo el mundo a hombres escogidos y ordenados para proclamar que una herejía impía y desaforada había procedido de cierto Jesús, un engañador galileo, a quien crucificamos, pero a quien por la noche sus discípulos robaron de la tumba donde había sido puesto”
... así que fíjate hasta dónde. Pilato hizo seis intentos de liberar a Jesús, y qué hicieron ellos? Escogieron mejor que liberara a un criminal en vez de a él.
Levantaron decenas de acusaciones contra Jesús mientras todavía predicaba y trataban todo el tiempo de acusarlo de cualquier cosa: que si violaba el sábado, que si se hacía igual a Dios, que si sus discípulos no se lavaban las manos ... En fin. Eran como dijo Jesucristo: hijos de Satanás, su prole.
Pero los religiosos falsos de estos días son iguales, porque los espíritus detrás de aquellos todavía están vivos y haciendo la única cosa que saben hacer: engañar, confundir, asesinar, y tratar de destruir a los ungidos de Dios y los que los siguen.
Así que confirmo:
Pero qué dices, Oso? Acaso la acusación de que violaba el reposo sabático era también cierta?
Bueno, ahí te dejo analizando ese punto, porque parece que tú no sabes hasta dónde llegó la hipocrecía y maldad de los judíos, que hasta le hicieron un juicio nocturno a Jesús, lo cual era ilegal.
En fin ... hasta mañana, si Dios quiere. Buenas noches a todos.
Mira la historia de su juicio, para que veas detalles en los que quizás nunca habías enfocado tu atención, sobre la maldad de los judíos de líderes de los días de Jesús (Partes escogidas del libro: "El hombre más grande de todos los tiempos"):
Llevado a Anás y después a Caifás
ATADO como un delincuente común, Jesús es llevado a donde Anás, un hombre de influencia que en otro tiempo fue sumo sacerdote. Anás era sumo sacerdote cuando Jesús, como jovencito de 12 años de edad, dejó sorprendidos a los maestros rabínicos del templo. Después, varios hijos de Anás fueron sumos sacerdotes, y ahora su yerno Caifás ocupa ese puesto.
Puede que se haya llevado primero a Jesús a la casa de Anás debido a la prominencia que por mucho tiempo ha tenido aquel sacerdote principal en la vida religiosa judía. El que se lleve a Jesús a ver a Anás da tiempo para que Caifás, el sumo sacerdote, convoque al Sanedrín, el tribunal supremo judío de 71 miembros, y también para reunir testigos falsos.
El sacerdote principal Anás ahora interroga a Jesús en cuanto a sus discípulos y su enseñanza. Sin embargo, Jesús contesta: “Yo he hablado públicamente al mundo. Siempre enseñé en una sinagoga y en el templo, donde concurren todos los judíos; y no hablé nada en secreto. ¿Por qué me interrogas? Interroga a los que han oído lo que les hablé. ¡Mira! Estos saben lo que dije”.
Al oír esto, uno de los oficiales que está cerca de Jesús le da una bofetada y dice: “¿Así contestas al sacerdote principal?”.
“Si hablé mal —contesta Jesús—, da testimonio respecto al mal; pero si bien, ¿por qué me pegas?” Después de este intercambio de palabras, Anás envía a Jesús atado a Caifás.
Para este tiempo todos los sacerdotes principales y los ancianos y los escribas, sí, todo el Sanedrín, están empezando a reunirse. Parece que se reúnen en el hogar de Caifás. El celebrar un juicio como aquel en la noche de una Pascua es una violación clara de la ley judía. Pero esto no impide que los líderes religiosos sigan adelante con su inicuo propósito.
Semanas antes, cuando Jesús había resucitado a Lázaro, los miembros del Sanedrín ya habían resuelto entre sí darle muerte. Y hace solo dos días, el miércoles, las autoridades religiosas habían consultado entre sí para apoderarse de Jesús mediante alguna treta para matarlo. Imagínese, ¡en verdad lo habían condenado antes de haberlo sometido a juicio!
Ahora se hacen esfuerzos para hallar testigos que suministren pruebas falsas para preparar un caso contra Jesús. Sin embargo, no pueden hallar testigos que concuerden en su testimonio. Con el tiempo, dos se presentan y aseguran: “Nosotros le oímos decir: ‘Yo derribaré este templo que fue hecho de manos y en tres días edificaré otro, no hecho de manos’”.
“¿No respondes nada?”, pregunta Caifás. “¿Qué es lo que estos testifican contra ti?” Pero Jesús no contesta. Hasta con relación a esta acusación falsa, para humillación del Sanedrín, los testigos no pueden hacer que sus relatos concuerden. Por eso el sumo sacerdote decide emplear una táctica diferente.
Caifás sabe cuánto se irritan los judíos cuando alguien afirma que es el mismísimo Hijo de Dios. En dos ocasiones anteriores los judíos se habían apresurado a tildar a Jesús de blasfemador que merecía la muerte, y una vez se imaginaron, erróneamente, que él afirmaba que era igual a Dios. Arteramente, Caifás ahora exige que se le responda a esto: “¡Por el Dios vivo te pongo bajo juramento de que nos digas si tú eres el Cristo el Hijo de Dios!”.
Prescindiendo de lo que los judíos piensen, Jesús realmente es el Hijo de Dios. Y el que él guardara silencio podría interpretarse como que negaba que fuera el Cristo. Por eso, valerosamente Jesús contesta: “Lo soy; y ustedes verán al Hijo del hombre sentado a la diestra del poder y viniendo con las nubes del cielo”.
Al oír esto, Caifás, con ademán dramático, se rasga las prendas de vestir exteriores y exclama: “¡Ha blasfemado! ¿Qué más necesidad tenemos de testigos? ¡Miren! Ahora han oído la blasfemia. ¿Qué opinan?”.
“Expuesto está a muerte”, proclama el Sanedrín. Entonces empiezan a burlarse de él, y dicen muchas cosas en blasfemia contra él. Lo abofetean y le escupen en la cara. Otros le cubren todo el rostro y le dan puñetazos y dicen con sarcasmo: “Profetízanos, Cristo. ¿Quién es el que te hirió?”. Este comportamiento abusivo e ilegal ocurre durante el juicio nocturno. (Mateo 26:57-68; 26:3, 4; Marcos 14:53-65; Lucas 22:54, 63-65; Juan 18:13-24; 11:45-53; 10:31-39; 5:16-18.)
Ante el Sanedrín; luego ante Pilato
LA NOCHE va pasando. Pedro ha negado por tercera vez a Jesús, y los miembros del Sanedrín, concluido su juicio falso, se han dispersado. Sin embargo, tan pronto como amanece el viernes por la mañana se reúnen de nuevo, esta vez en su sala del Sanedrín. Parece que hacen esto para dar apariencia legal al juicio nocturno. Cuando tienen a Jesús ante sí, dicen, como dijeron durante la noche: “Si eres el Cristo, dínoslo”.
“Aunque se lo dijera, de ningún modo lo creerían —contesta Jesús—. Además, si los interrogara, de ningún modo contestarían.” Con todo, Jesús se identifica valerosamente cuando dice: “Desde ahora en adelante el Hijo del hombre estará sentado a la poderosa diestra de Dios”.
“¿Eres tú, por lo tanto, el Hijo de Dios?”, quieren saber todos.
“Ustedes mismos dicen que lo soy”, contesta Jesús.
Para estos hombres resueltos a asesinarlo, esa respuesta basta. La consideran una blasfemia. “¿Por qué necesitamos más testimonio?”, preguntan. “Pues nosotros mismos lo hemos oído de su propia boca.” Entonces atan a Jesús, se lo llevan y lo entregan al gobernador romano, Poncio Pilato.
Judas, el que traicionó a Jesús, ha estado observando el proceso. Cuando ve que Jesús ha sido condenado, siente remordimiento. Por eso va a los sacerdotes principales y a los ancianos para devolver las 30 piezas de plata, y explica: “Pequé cuando traicioné sangre justa”.
“¿Qué nos importa? ¡Tú tienes que atender a eso!”, le contestan despiadadamente. De modo que Judas tira las piezas de plata en el templo y va y trata de ahorcarse. Pero parece que la rama a la que Judas ata la soga se quiebra, y su cuerpo cae y se revienta en las rocas abajo.
Los sacerdotes principales no están seguros de qué hacer con las piezas de plata. “No es lícito echarlas en la tesorería sagrada —concluyen—, porque son el precio de sangre.” Así que, después de consultar entre sí, compran con el dinero el campo del alfarero para sepultar a los extraños. Por eso ese campo llega a conocerse como “Campo de Sangre”.
Todavía es temprano por la mañana cuando llevan a Jesús al palacio del gobernador. Pero los judíos que lo acompañan rehúsan entrar allí porque creen que tal intimidad con los gentiles los contamina. Así que, para complacerlos, Pilato sale a ellos. “¿Qué acusación traen contra este hombre?”, pregunta.
“Si este hombre no fuera delincuente, no te lo habríamos entregado”, contestan.
Pilato no quiere implicarse en este asunto, y por eso responde: “Tómenlo ustedes mismos y júzguenlo según su ley”.
Los judíos revelan sus fines de asesinato, pues afirman: “A nosotros no nos es lícito matar a nadie”. En efecto, el que ellos mataran a Jesús durante la fiesta de la Pascua podría causar un motín, pues muchos tienen en gran estima a Jesús. Pero si logran que los romanos lo ejecuten por alguna acusación de índole política, eso tenderá a absolverlos de responsabilidad ante el pueblo.
Por eso los líderes religiosos, sin mencionar el juicio anterior en que han condenado a Jesús por blasfemia, ahora inventan cargos diferentes contra él. Presentan la siguiente acusación de tres partes: “A este hombre lo hallamos [1] subvirtiendo a nuestra nación, y [2] prohibiendo pagar impuestos a César, y [3] diciendo que él mismo es Cristo, un rey”.
La acusación que preocupa a Pilato es la de que Jesús afirme ser rey. De modo que Pilato entra de nuevo en el palacio y llama a Jesús y le pregunta: “¿Eres tú el rey de los judíos?”. En otras palabras, ¿has violado la ley declarándote rey en oposición a César?
Jesús quiere saber cuánto ha oído Pilato acerca de él, y por eso pregunta: “¿Es por ti mismo que dices esto, o te hablaron otros acerca de mí?”.
Pilato afirma que no sabe nada de él, y manifiesta interés en averiguar los hechos. “Yo no soy judío, ¿verdad?”, responde. “Tu propia nación y los sacerdotes principales te entregaron a mí. ¿Qué hiciste?”
Jesús de ninguna manera trata de evadir la cuestión, que se relaciona con la gobernación real. Sin duda, la respuesta que Jesús da ahora sorprende a Pilato. (Lucas 22:66-23:3; Mateo 27:1-11; Marcos 15:1; Juan 18:28-35; Hechos 1:16-20.)
De Pilato a Herodes, y de vuelta a Pilato
AUNQUE Jesús no trata de ocultar de Pilato que es rey, explica que su Reino no le presenta ninguna amenaza a Roma. “Mi reino no es parte de este mundo —dice Jesús—. Si mi reino fuera parte de este mundo, mis servidores habrían peleado para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero, como es el caso, mi reino no es de esta fuente.” Así Jesús admite tres veces que tiene un Reino, aunque no es de fuente terrestre.
Sin embargo, Pilato sigue presionándolo: “Bueno, pues, ¿eres tú rey?”. Es decir, ¿eres rey aunque tu Reino no sea parte de este mundo?
Jesús le hace saber a Pilato que ha llegado a la conclusión correcta, pues contesta: “Tú mismo dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio acerca de la verdad. Todo el que está de parte de la verdad escucha mi voz”.
Sí, el propósito mismo de la existencia de Jesús en la Tierra es dar testimonio acerca de “la verdad”, específicamente la verdad acerca de su Reino. Jesús está dispuesto a ser fiel a esa verdad aunque le cueste la vida. Aunque Pilato pregunta: “¿Qué es la verdad?”, no espera más explicación. Ha oído suficiente para rendir juicio.
Pilato regresa a la muchedumbre que espera fuera del palacio. Evidentemente con Jesús a su lado, dice a los sacerdotes principales y a sus acompañantes: “No hallo ningún delito en este hombre”.
Encolerizados por la decisión, las muchedumbres empiezan a insistir: “Alborota al pueblo enseñando por toda Judea, sí, comenzando desde Galilea hasta aquí”.
El fanatismo irracional de los judíos tiene que asombrar a Pilato. Por eso, mientras los sacerdotes principales y los ancianos siguen gritando, Pilato se vuelve hacia Jesús y pregunta: “¿No oyes cuántas cosas testifican contra ti?”. Con todo, Jesús no trata de contestar. La tranquilidad que despliega frente a las absurdas acusaciones maravilla a Pilato.
Cuando Pilato se entera de que Jesús es galileo, ve la oportunidad de librarse de llevar responsabilidad por él. El gobernante de Galilea, Herodes Antipas (hijo de Herodes el Grande), está en Jerusalén para la Pascua, de modo que Pilato hace que lleven ante él a Jesús. Algún tiempo atrás Herodes Antipas había ordenado la decapitación de Juan el Bautizante, y después Herodes se había asustado al oír acerca de las obras milagrosas que ejecutaba Jesús, pues temía que Jesús fuera en realidad Juan levantado de entre los muertos.
Ahora Herodes se regocija mucho ante la posibilidad de ver a Jesús. Esto no se debe a que se interese en el bienestar de Jesús ni a que realmente quiera saber si lo que se dice contra él es cierto o no. Lo que sucede es que sencillamente tiene curiosidad y espera ver a Jesús ejecutar algún milagro.
Sin embargo, Jesús rehúsa satisfacer la curiosidad de Herodes. De hecho, cuando Herodes lo interroga Jesús no dice ni una sola palabra. Frustrados, Herodes y los soldados de su guardia se burlan de Jesús. Lo visten con una prenda vistosa y se mofan de él. Entonces lo devuelven a Pilato. El resultado de esto es que Herodes y Pilato, que antes eran enemigos, se hacen buenos amigos.
Cuando Jesús vuelve, Pilato convoca a los sacerdotes principales, a los gobernantes judíos y al pueblo, y les dice: “Ustedes me trajeron a este hombre como amotinador del pueblo, y, ¡miren!, lo examiné delante de ustedes, pero no hallé en este hombre base alguna para las acusaciones que hacen contra él. De hecho, ni Herodes tampoco, porque nos lo devolvió; y, ¡miren!, nada que merezca la muerte ha sido cometido por él. Por tanto, lo castigaré y lo pondré en libertad”.
Así, dos veces Pilato ha declarado inocente a Jesús. Tiene muchos deseos de ponerlo en libertad, pues se da cuenta de que los sacerdotes lo han entregado solo por envidia. Mientras Pilato sigue tratando de poner en libertad a Jesús, recibe un motivo de más peso aún para hacerlo. Mientras está sentado en el tribunal, su esposa le envía un mensaje en que le dice con instancia: “No tengas nada que ver con ese hombre justo, porque sufrí mucho hoy en un sueño [evidentemente de origen divino] a causa de él”.
Pero ¿cómo puede Pilato poner en libertad a este hombre inocente, como sabe que debe hacerlo? (Juan 18:36-38; Lucas 23:4-16; Mateo 27:12-14, 18, 19; 14:1, 2; Marcos 15:2-5.)
“¡Miren! ¡El hombre!”
IMPRESIONADO por la conducta de Jesús, y reconociendo que es inocente, Pilato busca otra manera de ponerlo en libertad. “Ustedes tienen por costumbre —dice a las muchedumbres— que les ponga en libertad a un hombre en la pascua.”
Puesto que Barrabás, un asesino notorio, también está en prisión, Pilato pregunta: “¿A cuál quieren que les ponga en libertad?: ¿a Barrabás, o a Jesús, el llamado Cristo?”.
El pueblo, persuadido y excitado por los sacerdotes principales, pide que ponga en libertad a Barrabás, pero que se dé muerte a Jesús. Pilato no se da por vencido, y pregunta de nuevo: “¿A cuál de los dos quieren que les ponga en libertad?”.
“A Barrabás”, gritan.
“Entonces, ¿qué haré con Jesús, el llamado Cristo?”, pregunta Pilato desalentado.
Con un clamor ensordecedor, contestan: “¡Al madero con él!”. “¡Al madero! ¡Al madero con él!”
Porque sabe que exigen la muerte de un inocente, Pilato suplica: “Pues, ¿qué mal ha hecho este hombre? Yo no he hallado en él nada que merezca la muerte; por lo tanto lo castigaré y lo pondré en libertad”.
A pesar de los esfuerzos de Pilato, la muchedumbre encolerizada, incitada por sus líderes religiosos, sigue gritando: “¡Al madero con él!”. Agitada hasta el frenesí por los sacerdotes, la muchedumbre quiere ver sangre. Imagínese: ¡solo cinco días atrás algunas de aquellas personas probablemente estuvieron entre las que acogieron como Rey a Jesús en Jerusalén! Mientras tanto, los discípulos de Jesús, si están presentes, permanecen en silencio y sin atraerse atención.
Cuando Pilato ve que no logra nada con sus súplicas, y que más bien se levanta un alboroto, se lava las manos con agua delante de la muchedumbre y dice: “Soy inocente de la sangre de este hombre. Ustedes mismos tienen que atender a ello”. Al oír aquello, la gente responde: “Venga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos”.
Por eso, según lo que exigen, y con más deseo de complacer a la muchedumbre que de hacer lo que sabe que es correcto, Pilato pone en libertad a Barrabás. Toma a Jesús y hace que le quiten la ropa y lo azoten. No se trata de una flagelación ordinaria. Una revista de la Asociación Médica Estadounidense, The Journal of the American Medical Association describe así la práctica romana de azotar:
“Por lo general el instrumento que se usaba era un látigo corto (flagelo) con varias tiras de cuero sueltas o trenzadas, de largo diferente, que tenían atadas a intervalos bolitas de hierro o pedazos afilados de hueso de oveja. [...] Cuando los soldados romanos azotaban vigorosamente vez tras vez la espalda de la víctima, las bolas de hierro causaban contusiones profundas, y las tiras de cuero con huesos de oveja cortaban la piel y los tejidos subcutáneos. Entonces, a medida que se seguía azotando a la víctima, las heridas llegaban hasta los músculos esqueléticos subyacentes y producían tiras temblorosas de carne que sangraba”.
Después de esta tortura llevan a Jesús al palacio del gobernador, y se convoca a todo el grupo de los soldados. Allí los soldados siguen insultándolo mediante entretejer una corona de espinas y ajustársela con fuerza en la cabeza. Le ponen una caña en la mano derecha y lo visten con una prenda de vestir de púrpura, como la usada por la realeza. Entonces se burlan de él y dicen: “¡Buenos días, rey de los judíos!”. Además, escupen contra él y le dan bofetadas. Le quitan la gruesa caña que le han puesto en la mano y la usan para pegarle en la cabeza, lo cual hunde más aún en su cuero cabelludo los espinos afilados de su humillante “corona”.
La extraordinaria dignidad y fortaleza de Jesús ante aquel maltrato impresiona tanto a Pilato que una vez más trata de ponerlo en libertad. Dice a las muchedumbres: “¡Vean! Se lo traigo fuera para que sepan que no hallo en él ninguna falta”. Puede que él piense que se les ablandará el corazón al ver la condición de Jesús después de la tortura. Mientras Jesús está de pie ante la chusma despiadada, coronado de espinas, teniendo sobre sí la prenda de vestir exterior de púrpura y con el rostro adolorido ensangrentado, Pilato proclama: “¡Miren! ¡El hombre!”.
Aunque herido y golpeado, aquí está de pie el personaje más sobresaliente de toda la historia, ¡ciertamente el hombre más grande de todos los tiempos! Sí, Jesús muestra una dignidad y serenidad que revela una grandeza que hasta Pilato se ve obligado a reconocer, pues parece que sus palabras reflejan una mezcla de respeto y lástima. (Juan 18:39-19:5; Mateo 27:15-17, 20-30; Marcos 15:6-19; Lucas 23:18-25.)
Lo entregan y se lo llevan
CUANDO Pilato, conmovido por la apacible dignidad que manifiesta Jesús después de haber sido torturado, de nuevo trata de ponerlo en libertad, los sacerdotes principales se enfurecen más. Están resueltos a no permitir que nada les impida realizar su propósito inicuo. Por eso gritan de nuevo: “¡Al madero con él! ¡Al madero con él!”.
Pilato, disgustado, les responde: “Tómenlo ustedes mismos y fíjenlo en el madero”. (Contrario a lo que habían afirmado antes, puede ser que los judíos tengan autoridad para ejecutar a los que hayan cometido delitos religiosos de suficiente gravedad.) Entonces, por lo menos por quinta vez, Pilato declara inocente a Jesús al decir: “Yo no hallo en él falta alguna”.
Al ver que los cargos políticos que han presentado les fallan, los judíos recurren a la acusación religiosa de blasfemia que habían presentado contra Jesús solo unas horas antes en el juicio ante el Sanedrín. “Nosotros tenemos una ley —dicen—, y según la ley debe morir, porque se hizo hijo de Dios.”
Esta acusación es nueva para Pilato, y le causa mayor temor. Para este tiempo él se ha dado cuenta de que Jesús no es un hombre ordinario, como se lo han indicado el sueño de su esposa y el sobresaliente vigor de la personalidad de Jesús. Pero ¿“hijo de Dios”? Pilato sabe que Jesús es de Galilea. Sin embargo, ¿habrá alguna posibilidad de que haya vivido antes? De nuevo Pilato lleva consigo a Jesús al palacio y le pregunta: “¿De dónde eres tú?”.
Jesús no responde. Antes le había dicho a Pilato que era rey, pero que su Reino no era parte de este mundo. Ahora no tendría propósito útil el que diera más explicación. Sin embargo, el que Jesús se niegue a responderle ofende el orgullo de Pilato, y este estalla en cólera contra Jesús con las palabras: “¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para ponerte en libertad y tengo autoridad para fijarte en un madero?”.
Respetuosamente, Jesús responde: “No tendrías autoridad alguna contra mí a menos que te hubiera sido concedida de arriba”. Se refiere al hecho de que Dios concede autoridad a los gobernantes humanos para que administren los asuntos terrestres. Jesús añade: “Por eso, el hombre que me entregó a ti tiene mayor pecado”. Sí, el sumo sacerdote Caifás y sus cómplices, y Judas Iscariote, tienen mayor responsabilidad que Pilato por el trato injusto que se da a Jesús.
Impresionado más aún por Jesús, y con temor de que en realidad Jesús tenga origen divino, Pilato reanuda sus esfuerzos por ponerlo en libertad. Sin embargo, los judíos rechazan lo que hace Pilato. Repiten su acusación política, y con astucia presentan una amenaza: “Si pones en libertad a este, no eres amigo de César. Todo el que se hace rey habla contra César”.
A pesar de las posibles malas consecuencias, Pilato lleva afuera de nuevo a Jesús. “¡Miren! ¡Su rey!”, es el llamamiento que hace una vez más.
“¡Quítalo! ¡Quítalo! ¡Al madero con él!”, es la respuesta que le dan.
“¿A su rey fijo en un madero?”, pregunta Pilato desesperado.
A los judíos les ha irritado estar bajo la gobernación de los romanos. Sí, ¡detestan la dominación romana! No obstante, hipócritamente los sacerdotes principales dicen: “No tenemos más rey que César”.
Temiendo perder su puesto y su reputación políticos, Pilato al fin sucumbe a las exigencias incesantes de los judíos. Les entrega a Jesús. Los soldados le quitan a Jesús el manto púrpura y le ponen las prendas de vestir exteriores. Mientras llevan a Jesús para ejecutarlo en el madero, hacen que él cargue su propio madero de tormento.
Ha adelantado ya bastante la mañana del viernes 14 de Nisán; puede que sea casi el mediodía. Jesús ha estado despierto desde temprano el jueves por la mañana, y ha sufrido, una tras otra, experiencias angustiosas. Se entiende, pues, por qué le fallan las fuerzas pronto bajo el peso del madero. Entonces se hace que un transeúnte, cierto Simón de Cirene, de África, cargue el madero por él. Mientras siguen, muchas personas vienen tras ellos, entre ellas unas mujeres que se golpean en desconsuelo y plañen por Jesús.
Volviéndose hacia las mujeres, Jesús dice: “Hijas de Jerusalén, dejen de llorar por mí. Al contrario, lloren por ustedes mismas y por sus hijos; porque, ¡miren!, vienen días en que se dirá: ‘¡Felices son las estériles, y las matrices que no dieron a luz y los pechos que no dieron de mamar!’. [...] Porque si hacen estas cosas cuando el árbol está húmedo, ¿qué ocurrirá cuando esté marchito?”.
Jesús alude aquí al árbol de la nación judía, que todavía tiene un poco de humedad de vida porque Jesús está entre ellos y porque existe un resto que cree en él. Pero cuando estos sean sacados de la nación, solo quedará un árbol espiritualmente muerto, sí, una organización nacional marchita. Ay, ¡cuánta causa para llanto habrá cuando los ejércitos romanos, como ejecutores utilizados por Dios, devasten a la nación judía! (Juan 19:6-17; 18:31; Lucas 23:24-31; Mateo 27:31, 32; Marcos 15:20, 21.)