Santo Tomas explica los motivos cuando dice:
La naturaleza humana, por su misma condición, tiene respecto de Dios una triple sumisión: primero, en cuanto al grado de bondad, dado que la naturaleza divina es la misma bondad por esencia, como queda patente por lo que dice Dionisio en el c.l del De Div. Nom.; mientras que la naturaleza creada posee una cierta participación de la bondad divina, estando como sujeta a los rayos de aquella bondad. Segundo, en cuanto al poder de Dios, puesto que la naturaleza humana, como cualquier otra criatura, está sometida a las disposiciones de la providencia divina. Tercero, y de modo especial, la naturaleza humana está sujeta a Dios por un acto propio, a saber: en cuanto que, por propia voluntad, obedece los mandatos divinos. Y el propio Cristo declara tener esa triple sumisión respecto del Padre. La primera, en Mt 19,17, cuando dice: ¿Por qué me preguntas sobre lo bueno? Uno solo es bueno, Dios. Por lo que comenta Jerónimo: Por haberle llamado maestro bueno, y no haberle proclamado Dios o Hijo de Dios, le dijo que, a pesar de ser un hombre santo, en comparación con Dios no era bueno. Con ello dio a entender que él mismo, considerado en su naturaleza humana, no alcanzaba el grado de la bondad divina. Y porque, en las cosas que no son materialmente grandes, lo mismo es ser mayor que ser mejor, como dice Agustín en el libro VI De Trin., de ahí que se diga que el Padre es mayor que Cristo, considerado éste en cuanto a su naturaleza humana. La segunda sumisión se atribuye a Cristo en cuanto que todo lo acaecido en torno a su humanidad se produjo por disposición divina. Por eso escribe Dionisio, en el c.4 del De Div. Nom., que Cristo está sometido a las disposiciones de Dios Padre. Y ésta es la sumisión de servidumbre, porque toda criatura sirve a Dios (Jdt 16,17), sujeta a sus disposiciones, según las palabras de Sab 16,24: La creación te sirve a ti, su Creador. Y en este sentido se dice en Flp 2,7 que el Hijo de Dios tomó la forma de siervo. La tercera sumisión se la atribuye Cristo a sí mismo cuando, en Jn 8,29, dice: Yo hago siempre lo que es de su agrado. Y ésta es la sumisión de obediencia. Por ello se dice en Flp 2,8 que se hizo obediente al Padre hasta la muerte.