En efecto, un análisis, aun somero, de los pasajes que nos hablan de la resurrección de Jesús comienza a sembrar las dudas sobre su fiabilidad. Es extraño, por de pronto, visto con los ojos de un historiador que examina los textos desde fuera, que el Nuevo Testamento no intente en ninguna parte discutir el tema de cómo es la naturaleza de esta resurrección, ni describa tampoco el hecho en ninguna parte, a pesar de que sí se pinta la ascensión a los cielos, la transfiguración sobre el monte Tabor e incluso otras resurrecciones, como la de la hija de Jairo (en Mc 5,36 ss), la del hijo de la viuda de Nain (Lc 7,11-17) o la más famosa de Lázaro en Jn 11.
A estas extrañezas se añaden otras.
Detengámonos brevemente, sin ser exhaustivos ni siquiera aquí, en el comienzo de las narraciones en el evangelista más antiguo, para observar tan sólo el inicio de un desarrollo que lleva a múltiples senderos divergentes. Marcos comienza mencionando la visita a la tumba de tres mujeres, de las que ofrece explícitamente sus nombres, que se trasladan allí para ungir el cuerpo de Jesús. Este motivo es en sí ya absolutamente inverosímil en un contexto judío, dada la repugnancia judía por tumbas y muertos que hacen impuro a quien los toca. Y más extraña se hace aún esta historia si recordamos que sólo dos capítulos antes (14,3-9) Marcos ha relatado la anécdota de la unción en Betania. El evangelista nos dice que Jesús interpreta este hecho como una unción anticipatoria para el caso de su muerte (María, "se adelantó a perfumar mi cuerpo para el embalsamamiento", dice). Por tanto, toda unción posterior es superflua. Mateo, que tiene como una de sus fuentes al evangelio de Marcos, cae en la cuenta de ello y evita el problema haciendo que las mujeres (por cierto sólo dos, no tres) vayan a la tumba sin ningún propósito de unción, sólo por una mera visita, para recordar al difunto, y Juan evita todo problema haciendo que la unción de Jesús fuera ejecutada por Nicodemo en el momento de su muerte.
En cuanto al tema de la tumba vacía, mientras Marcos nos pinta a las tres mujeres cavilando sobre quién les abrirá la tumba (¡extraño problema: si iban con propósitos verdaderos de unción debían tener resuelto esa cuestión previamente!), tumba que de hecho al llegar se encuentran abierta. Mateo, por el contrario, nos dice que la tumba se abre milagrosamente delante de ellas. El motivo del cambio parece claro, si la tumba se abre ante ojos de las mujeres, no antes, ningún enemigo podrá decir que el cuerpo de Jesús ha sido robado por sus discípulos. Según Mateo, un ángel proclama la resurrección de Jesús y éste, resucitado, en 28,9-10 simplemente repite, en una aparición en Galilea, el mensaje del ángel. Mateo parece desconocer por completo otras apariciones. En Juan, por el contrario, el ángel de la tumba aparece duplicado y mudo: es Jesús quien se dedica por sí mismo a ofrecer pruebas de su resurrección. Lo mismo en Lucas, quien también aumenta sobre Mateo la actividad y las palabras de Jesús tras su resurrección (recordemos, por ejemplo, la aparición a los discípulos de Emaús en 245, 3-35).
Si dirigimos nuestros ojos al relato de Lucas, observamos que éste sigue a Marcos en el tema de la visita de las mujeres a la tumba, pero las féminas son ya bastante más de tres. Lucas está de acuerdo con Juan en que son dos ángeles, y no uno como en Mateo, los que se hallan al lado de la tumba. Pero en 24, 22 Lucas lleva la contraria a Juan, y a Mateo, afirmando que ninguna de esas mujeres vio al Maestro resucitado al lado de la tumba (cf. 24,1-12). Quizás lo más llamativo en Lucas sea el que, según su relato, todas las apariciones del Resucitado tienen lugar en Jerusalén y ninguna en Galilea, mientras que si leemos a Marcos, esas apariciones son todas en Galilea y ninguna en Jerusalén, etc., etc. No es necesario seguir. Con lo dicho ya ven en qué se basan las críticas antiguas y modernas sobre los relatos de la resurrección de Jesús. Yo les recomiendo que tomen un lápiz y se construyan una sinopsis de los hechos en torno a la resurrección leyendo cuidadosamente los relatos de los cuatro evangelios, el comienzo de los Hechos de los apóstoles y el cap. 15 de la 1ª Epístola a los corintios. Verán cómo es absolutamente imposible trazar un cuadro en el que las piezas casen entre sí. Incluso caerán en la cuenta de que la fecha y circunstancias de algo tan conexo con la resurrección como la ascensión a los cielos es oscura. Según el final del Evangelio de Lucas, la ascensión tiene lugar en Betania, como ya dije, el mismo día de la resurrección (24, 50 y ss). Por el contrario, según los Hechos de los Apóstoles, tiene lugar en Jerusalén cuarenta días después (1,9).
Es claro, por tanto, que los fundamentos en los que se basa la doctrina sobre la resurrección en cada evangelio son diferentes, y que la creencia de la Iglesia primitiva sobre el hecho de la resurrección no dependía de una doctrina o de unos hechos uniformes. Lo que importa es que creían firmemente en ella y sobre ella fundamentaban toda su fe. Esto es lo único que se puede obtener desde el punto de vista del análisis externo de los textos que hasta hoy nos ofrece la tradición.
A estas extrañezas se añaden otras.
Detengámonos brevemente, sin ser exhaustivos ni siquiera aquí, en el comienzo de las narraciones en el evangelista más antiguo, para observar tan sólo el inicio de un desarrollo que lleva a múltiples senderos divergentes. Marcos comienza mencionando la visita a la tumba de tres mujeres, de las que ofrece explícitamente sus nombres, que se trasladan allí para ungir el cuerpo de Jesús. Este motivo es en sí ya absolutamente inverosímil en un contexto judío, dada la repugnancia judía por tumbas y muertos que hacen impuro a quien los toca. Y más extraña se hace aún esta historia si recordamos que sólo dos capítulos antes (14,3-9) Marcos ha relatado la anécdota de la unción en Betania. El evangelista nos dice que Jesús interpreta este hecho como una unción anticipatoria para el caso de su muerte (María, "se adelantó a perfumar mi cuerpo para el embalsamamiento", dice). Por tanto, toda unción posterior es superflua. Mateo, que tiene como una de sus fuentes al evangelio de Marcos, cae en la cuenta de ello y evita el problema haciendo que las mujeres (por cierto sólo dos, no tres) vayan a la tumba sin ningún propósito de unción, sólo por una mera visita, para recordar al difunto, y Juan evita todo problema haciendo que la unción de Jesús fuera ejecutada por Nicodemo en el momento de su muerte.
En cuanto al tema de la tumba vacía, mientras Marcos nos pinta a las tres mujeres cavilando sobre quién les abrirá la tumba (¡extraño problema: si iban con propósitos verdaderos de unción debían tener resuelto esa cuestión previamente!), tumba que de hecho al llegar se encuentran abierta. Mateo, por el contrario, nos dice que la tumba se abre milagrosamente delante de ellas. El motivo del cambio parece claro, si la tumba se abre ante ojos de las mujeres, no antes, ningún enemigo podrá decir que el cuerpo de Jesús ha sido robado por sus discípulos. Según Mateo, un ángel proclama la resurrección de Jesús y éste, resucitado, en 28,9-10 simplemente repite, en una aparición en Galilea, el mensaje del ángel. Mateo parece desconocer por completo otras apariciones. En Juan, por el contrario, el ángel de la tumba aparece duplicado y mudo: es Jesús quien se dedica por sí mismo a ofrecer pruebas de su resurrección. Lo mismo en Lucas, quien también aumenta sobre Mateo la actividad y las palabras de Jesús tras su resurrección (recordemos, por ejemplo, la aparición a los discípulos de Emaús en 245, 3-35).
Si dirigimos nuestros ojos al relato de Lucas, observamos que éste sigue a Marcos en el tema de la visita de las mujeres a la tumba, pero las féminas son ya bastante más de tres. Lucas está de acuerdo con Juan en que son dos ángeles, y no uno como en Mateo, los que se hallan al lado de la tumba. Pero en 24, 22 Lucas lleva la contraria a Juan, y a Mateo, afirmando que ninguna de esas mujeres vio al Maestro resucitado al lado de la tumba (cf. 24,1-12). Quizás lo más llamativo en Lucas sea el que, según su relato, todas las apariciones del Resucitado tienen lugar en Jerusalén y ninguna en Galilea, mientras que si leemos a Marcos, esas apariciones son todas en Galilea y ninguna en Jerusalén, etc., etc. No es necesario seguir. Con lo dicho ya ven en qué se basan las críticas antiguas y modernas sobre los relatos de la resurrección de Jesús. Yo les recomiendo que tomen un lápiz y se construyan una sinopsis de los hechos en torno a la resurrección leyendo cuidadosamente los relatos de los cuatro evangelios, el comienzo de los Hechos de los apóstoles y el cap. 15 de la 1ª Epístola a los corintios. Verán cómo es absolutamente imposible trazar un cuadro en el que las piezas casen entre sí. Incluso caerán en la cuenta de que la fecha y circunstancias de algo tan conexo con la resurrección como la ascensión a los cielos es oscura. Según el final del Evangelio de Lucas, la ascensión tiene lugar en Betania, como ya dije, el mismo día de la resurrección (24, 50 y ss). Por el contrario, según los Hechos de los Apóstoles, tiene lugar en Jerusalén cuarenta días después (1,9).
Es claro, por tanto, que los fundamentos en los que se basa la doctrina sobre la resurrección en cada evangelio son diferentes, y que la creencia de la Iglesia primitiva sobre el hecho de la resurrección no dependía de una doctrina o de unos hechos uniformes. Lo que importa es que creían firmemente en ella y sobre ella fundamentaban toda su fe. Esto es lo único que se puede obtener desde el punto de vista del análisis externo de los textos que hasta hoy nos ofrece la tradición.