Re: Introducción al Cristianismo de Joseph Ratzinger
| [FONT=Verdana, Geneva, sans-serif]La Reedición del libro Introducción al cristianismo, del cardenal Ratzinger[/FONT][FONT=Verdana, Geneva, sans-serif]
«La fe abraza
la existencia entera»[/FONT] |
[FONT=Verdana, Geneva, sans-serif]Han pasado treinta y siete años desde que se publicó por primera vez Introducción al cristianismo, del cardenal Joseph Ratzinger. Ahora acaba de reeditarse en Italia con una introducción nueva, de la que ofrecemos un extracto:[/FONT]
[FONT=Verdana, Geneva, sans-serif]Dos años parecen haber marcado los últimos decenios del siglo apenas transcurrido: 1968 y 1989. En 1968 emergió una nueva generación que, para conseguir un mundo de libertad, igualdad y justicia, se convenció de haber encontrado la solución mejor en las grandes corrientes de pensamiento marxista. El año 1989 selló el sorprendente derrumbamiento de los regímenes socialistas en Europa. Hoy nadie cree en las grandes promesas morales; el marxismo auspiciaba justicia para todos, el advenimiento de la paz, la abolición de los injustificables abusos del hombre por el hombre. Por estos nobles objetivos se pensó en renunciar a los principios éticos, y así poder utilizar el terror como instrumento para el bien. Cuando, aunque sea por un breve momento, aflora a la superficie la decadencia humana propiciada por esta idea, la gente prefiere refugiarse en la pragmática o profesar públicamente su desprecio por la ética.
En 1967, el año en que se publicó por primera vez este libro, todavía bullían los fermentos del primer período post-conciliar. El Concilio Vaticano II se propuso renovar el papel del cristianismo como motor de la Historia. En el siglo XIX, de hecho, se difundió la opinión de que la religión pertenecía a la esfera subjetiva y privada; terminados los trabajos del Concilio, debía quedar de nuevo claro que la fe de los cristianos abraza la existencia entera, sin limitar su influencia a la sola subjetividad.[/FONT]
| |
<tbody>
</tbody>
[FONT=Verdana, Geneva, sans-serif]La teología de la liberación pareció indicar a la fe la nueva dirección que debía tomar para ser de nuevo incisiva en el mundo. Como los países iberoamericanos eran en su mayor parte católicos, no cabía duda sobre la responsabilidad de la Iglesia de afirmarse como instrumento de justicia. Pero, ¿de qué modo? Parecía que el único camino a recorrer era el marxismo. El primado de la praxis y de la política significaba, ante todo, la imposibilidad de incluir a Dios en la categoría de lo práctico: la realidad que era necesario reconocer era precisamente la materialidad del acaecer histórico. Según esta óptica, se hacía necesario arrinconar el discurso sobre Dios. Quedaba la imagen de Jesús, que ya no era conocido como el Cristo, sino que se consideró como la imagen de todos los oprimidos y los que sufren. La novedad era que el proyecto de reforma del mundo -que Marx pensó en sentido no sólo ateo, sino antirreligioso- se llenaba ahora de entusiasmo religioso: una Biblia releída en una nueva clave y una liturgia celebrada como el precumplimiento simbólico de la revolución y como preparación a la misma. No sorprende que los países socialistas simpatizaran con este movimiento; más sorprendente es, en cambio, el hecho de que en los países considerados capitalistas la opinión pública mostrase su debilidad por la teología de la liberación.
No se puede negar, de todas maneras, que en las distintas teologías de la liberación se pueden encontrar ideas verdaderamente dignas de consideración. En mi opinión, el problema más real y profundo de la teología de la liberación es la pérdida efectiva de la idea de Dios, que, obviamente, ha determinado un cambio fundamental en la imagen de Cristo. No es que se niegue la existencia de Dios. Simplemente, se ha cesado de referirse a Dios como la realidad a la que se deba acudir. En este punto cabe preguntarse con cierto estupor: ¿la conciencia cristiana no se ha resignado quizás, sin darse cuenta, a la idea de que Dios fuese un hecho subjetivo, reducido a la esfera de lo privado y no extensible a las actividades comunes de la vida diaria, etsi Deus non daretur (como si Dios no existiese)? La fe saldría verdaderamente del gueto solamente mientras llevase a la esfera pública aquello que le es propio: el Dios que juzga y sufre, el Dios que pone al hombre límites y criterios, el Dios del que depende la vida y a quien retorna cada uno de nosotros. En su lugar, Dios queda así relegado al gueto de lo inservible. También los católicos creyentes y formados en la tradición teológica, que quieren compartir la vida de la Iglesia, preguntan con mucha espontaneidad: ¿importa de veras pensar a Dios como persona, o pensarlo de modo impersonal?
Si separamos a Cristo de Dios, resulta lícito dudar de que Dios pueda ser cercano e inclinarse tanto hacia nosotros. Romano Guardini ha llamado la atención sobre el hecho de que la forma más alta de humildad consiste en dejar a Dios la libertad de hacer lo que al hombre se le aparenta inoportuno. Si Dios no está en Cristo, entonces vuelve a habitar en una lejanía inconmensurable; y si Dios deja de ser un Dios en medio de los hombres, se convierte en un Dios ausente y, por tanto, en un no-Dios: un Dios privado de su capacidad de actuar no es Dios. Si, al contrario, realmente Dios se ha hecho hombre y, consecuentemente, Jesucristo es al mismo tiempo verdadero hombre y verdadero Dios, Jesús participa como hombre del presente de Dios, que abraza todos los tiempos. Entonces, y solamente entonces, Dios no es mero pasado, sino que está presente entre los hombres; nuestro coetáneo en nuestro hoy.
Joseph Ratzinger[/FONT]