Intolerancia bíblica
Escribe: Dr. D.M. Lloyd-Jones
Quisiera enfatizar esta verdad afirmando que hay un aspecto intolerante en la fe cristiana: y voy más allá y afirmo que si no hemos visto el aspecto intolerante de la fe, nunca la hemos visto verdaderamente. Hay muchas declaraciones en la Escritura que apoyan la afirmación de que colocar a alguien aliado de Jesucristo, o hablar de la salvación aparte de Él, o sin El en el centro, es una traición y una negación de la verdad. El apóstol Pedro, dirigiéndose al Sanedrín en Jerusalén, dijo: "no hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres, en el cual podamos ser salvos" (Hch. 4:12).
Toda falsa enseñanza debe ser odiada y resistida. Se nos dice en el Nuevo Testamento que era odiada por nuestro Señor y todos los apóstoles, y que se opusieron a ella y advirtieron a la gente en contra de ella. Pero pregunto de nuevo: ¿se está haciendo esto hoy? ¿Cuál es tu actitud personal en ese sentido? ¿Eres tú uno de los que dicen que no hay necesidad de esas cosas negativas y que debiéramos contentamos con una presentación positiva de la verdad? ¿Apoyamos la enseñanza predominante que tiene aversión a las advertencias contra las falsas enseñanzas y la crítica contra ella? ¿Estás de acuerdo con los que dicen que un espíritu de amor es incompatible con la denuncia negativa y crítica del error descarado y. que debemos ser siempre positivos? La respuesta a tal actitud es ni más ni menos que el Señor Jesucristo denunció la maldad y denunció a los falsos maestros. Repito que los denunció como "lobos rapaces" y "sepulcros blanqueados" y "guías ciegos". El apóstol Pablo dijo de algunos de ellos: "cuyo dios es su apetito y cuya gloria está -en su vergüenza". Ése es el lenguaje de las Escrituras. Es indudable que la Iglesia está como está hoy porque no seguimos la enseñanza neotestamentaria y sus exhortaciones, y nos limitamos a lo positivo y al así llamado "Evangelio sencillo", y no enfatizamos lo negativo y las críticas. El resultado es que la gente no reconoce el error cuando se encuentra con él. Aceptan lo que parece ser simpático, y se dejan impresionar por los que llaman a sus puertas hablando de la Biblia y la profecía, etc. En su condición ignorante e infantil, a menudo ayudan a propagar la falsa enseñanza porque no ven nada erróneo en ella. Además, no se dan cuenta de que el error debe ser odiado y denunciado. Imaginándose estar llenos de un espíritu de amor, son engañados por Satanás, la bestia depredadora que les estaba siguiendo el rastro y que repentinamente los capturó y los atacó súbitamente con su astucia y sutileza.
No es agradable ser negativo; no se disfruta teniendo que denunciar y desenmascarar el error. Pero cualquier pastor que sienta en alguna medida, y con humildad, la responsabilidad que el apóstol Pablo conoció en un grado infinitamente mayor por las almas y el bienestar espiritual de su gente, es compelido a expresar estas advertencias. Esto no gusta ni se aprecia en esta generación blanducha. Con demasiada frecuencia los bancos han controlado el púlpito, y se ha hecho un gran daño a la Iglesia. El apóstol advierte a Timoteo que viene un tiempo cuando "no soportarán la sana doctrina" (2 Ti. 4:3). Esto es lo que ocurre frecuentemente hoy y lo que ha ocurrido durante este siglo. Es importante, pues, que cada miembro de la Iglesia tenga un verdadero concepto de la Iglesia y el oficio del ministerio en particular.
Hay iglesias hoy en el mundo que parecen florecientes en la superficie. Están abarrotadas de gente y manifiestan mucho celo y entusiasmo. Pero si las examinas más detenidamente, encontrarás que la mayor parte del tiempo es ocupado con música de varios tipos y con clubes y sociedades y actividades sociales. El culto comienza a las 11 de la mañana y debe terminar rápidamente a las 12 del mediodía. ¡Habrá un verdadero problema si no es así! Hay un "discurso" breve de un cuarto de hora aproximadamente, o veinte minutos como máximo. El infeliz ministro, si no ve estas cosas claramente, tiene miedo de ir en contra le los deseos de la mayoría; su sostenimiento depende de los miembros de la iglesia, y el resultado es que todo se hace conforme a los deseos apetencias de la congregación.
Pero permítase me añadir que el ministro no debe ser un dictador. Es el Señor mismo quien determina las cosas, el que está sentado a la diestra de Dios y que a dado "a algunos el ser apóstoles, a otros profetas, a otros evangelistas, a otros pastores y maestros" (Ef. 4: 11). El los ha dado para la edificación de los miembros de la Iglesia, y es su mensaje el que ha de ser predicado sin temor o favor. Necesitamos recuperar algo del espíritu de John Knox, cuya predicación hacía temblar a María, la reina de los escoceses.
La obra del ministerio es la edificación del cuerpo de Cristo. Es responsabilidad de los ministros edificar la Iglesia, ¡no edificarse a sí mismos! Por desgracia, con demasiada frecuencia se han edificados a sí mismos, y leemos acerca de príncipes de la Iglesia que viven en posiciones de gran afluencia y pompa. ¡Qué parodia de la enseñanza de Pablo! Notemos también que los ministros son llamados a edificar, no a agradar y divertir. La manera en que han de hacer esto se resume perfectamente en aquel pasaje tan lírico de Hechos 20. El apóstol Pablo se estaba despidiendo de los ancianos de la iglesia en Efeso, a la orilla del mar, y esto es lo que dijo: "Y ahora os encomiendo a Dios y a la palabra de su gracia, que es poderosa para edificaros y daros la herencia entre todos los santificados" (v. 32). ¡"La palabra de su gracia, que es poderosa para edificaros"! No es de sorprender que la Iglesia esté como está hoy; se le ha dado filosofía y diversión. Por esos medios, un ministro puede atraer y conservar una multitud por un tiempo; pero no puede "edificar"; y la responsabilidad de los predicadores es edificar, no atraer una multitud.
Nada edifica sino la pura Palabra de Dios. No hay autoridad aparte de ella; y no debe ser modificada o recortada para acomodarse a la moda de la ciencia moderna, o algunos supuestos "resultados seguros de la crítica" que está siempre cambiando. Es el "Evangelio eterno", es la "Palabra eterna", la misma Palabra que Pablo y los demás apóstoles predicaron, la misma Palabra que los reformadores protestantes predicaron, y los puritanos, y los grandes predicadores de hace 200 años, y asimismo Spurgeon el siglo pasado, sin ninguna modificación en absoluto. Es porque esto ha sido tan generalmente olvidado en los últimos 100 años por lo que las cosas están como están hoy.
REVISTA NUEVA REFORMA 1995
Escribe: Dr. D.M. Lloyd-Jones
Quisiera enfatizar esta verdad afirmando que hay un aspecto intolerante en la fe cristiana: y voy más allá y afirmo que si no hemos visto el aspecto intolerante de la fe, nunca la hemos visto verdaderamente. Hay muchas declaraciones en la Escritura que apoyan la afirmación de que colocar a alguien aliado de Jesucristo, o hablar de la salvación aparte de Él, o sin El en el centro, es una traición y una negación de la verdad. El apóstol Pedro, dirigiéndose al Sanedrín en Jerusalén, dijo: "no hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres, en el cual podamos ser salvos" (Hch. 4:12).
Toda falsa enseñanza debe ser odiada y resistida. Se nos dice en el Nuevo Testamento que era odiada por nuestro Señor y todos los apóstoles, y que se opusieron a ella y advirtieron a la gente en contra de ella. Pero pregunto de nuevo: ¿se está haciendo esto hoy? ¿Cuál es tu actitud personal en ese sentido? ¿Eres tú uno de los que dicen que no hay necesidad de esas cosas negativas y que debiéramos contentamos con una presentación positiva de la verdad? ¿Apoyamos la enseñanza predominante que tiene aversión a las advertencias contra las falsas enseñanzas y la crítica contra ella? ¿Estás de acuerdo con los que dicen que un espíritu de amor es incompatible con la denuncia negativa y crítica del error descarado y. que debemos ser siempre positivos? La respuesta a tal actitud es ni más ni menos que el Señor Jesucristo denunció la maldad y denunció a los falsos maestros. Repito que los denunció como "lobos rapaces" y "sepulcros blanqueados" y "guías ciegos". El apóstol Pablo dijo de algunos de ellos: "cuyo dios es su apetito y cuya gloria está -en su vergüenza". Ése es el lenguaje de las Escrituras. Es indudable que la Iglesia está como está hoy porque no seguimos la enseñanza neotestamentaria y sus exhortaciones, y nos limitamos a lo positivo y al así llamado "Evangelio sencillo", y no enfatizamos lo negativo y las críticas. El resultado es que la gente no reconoce el error cuando se encuentra con él. Aceptan lo que parece ser simpático, y se dejan impresionar por los que llaman a sus puertas hablando de la Biblia y la profecía, etc. En su condición ignorante e infantil, a menudo ayudan a propagar la falsa enseñanza porque no ven nada erróneo en ella. Además, no se dan cuenta de que el error debe ser odiado y denunciado. Imaginándose estar llenos de un espíritu de amor, son engañados por Satanás, la bestia depredadora que les estaba siguiendo el rastro y que repentinamente los capturó y los atacó súbitamente con su astucia y sutileza.
No es agradable ser negativo; no se disfruta teniendo que denunciar y desenmascarar el error. Pero cualquier pastor que sienta en alguna medida, y con humildad, la responsabilidad que el apóstol Pablo conoció en un grado infinitamente mayor por las almas y el bienestar espiritual de su gente, es compelido a expresar estas advertencias. Esto no gusta ni se aprecia en esta generación blanducha. Con demasiada frecuencia los bancos han controlado el púlpito, y se ha hecho un gran daño a la Iglesia. El apóstol advierte a Timoteo que viene un tiempo cuando "no soportarán la sana doctrina" (2 Ti. 4:3). Esto es lo que ocurre frecuentemente hoy y lo que ha ocurrido durante este siglo. Es importante, pues, que cada miembro de la Iglesia tenga un verdadero concepto de la Iglesia y el oficio del ministerio en particular.
Hay iglesias hoy en el mundo que parecen florecientes en la superficie. Están abarrotadas de gente y manifiestan mucho celo y entusiasmo. Pero si las examinas más detenidamente, encontrarás que la mayor parte del tiempo es ocupado con música de varios tipos y con clubes y sociedades y actividades sociales. El culto comienza a las 11 de la mañana y debe terminar rápidamente a las 12 del mediodía. ¡Habrá un verdadero problema si no es así! Hay un "discurso" breve de un cuarto de hora aproximadamente, o veinte minutos como máximo. El infeliz ministro, si no ve estas cosas claramente, tiene miedo de ir en contra le los deseos de la mayoría; su sostenimiento depende de los miembros de la iglesia, y el resultado es que todo se hace conforme a los deseos apetencias de la congregación.
Pero permítase me añadir que el ministro no debe ser un dictador. Es el Señor mismo quien determina las cosas, el que está sentado a la diestra de Dios y que a dado "a algunos el ser apóstoles, a otros profetas, a otros evangelistas, a otros pastores y maestros" (Ef. 4: 11). El los ha dado para la edificación de los miembros de la Iglesia, y es su mensaje el que ha de ser predicado sin temor o favor. Necesitamos recuperar algo del espíritu de John Knox, cuya predicación hacía temblar a María, la reina de los escoceses.
La obra del ministerio es la edificación del cuerpo de Cristo. Es responsabilidad de los ministros edificar la Iglesia, ¡no edificarse a sí mismos! Por desgracia, con demasiada frecuencia se han edificados a sí mismos, y leemos acerca de príncipes de la Iglesia que viven en posiciones de gran afluencia y pompa. ¡Qué parodia de la enseñanza de Pablo! Notemos también que los ministros son llamados a edificar, no a agradar y divertir. La manera en que han de hacer esto se resume perfectamente en aquel pasaje tan lírico de Hechos 20. El apóstol Pablo se estaba despidiendo de los ancianos de la iglesia en Efeso, a la orilla del mar, y esto es lo que dijo: "Y ahora os encomiendo a Dios y a la palabra de su gracia, que es poderosa para edificaros y daros la herencia entre todos los santificados" (v. 32). ¡"La palabra de su gracia, que es poderosa para edificaros"! No es de sorprender que la Iglesia esté como está hoy; se le ha dado filosofía y diversión. Por esos medios, un ministro puede atraer y conservar una multitud por un tiempo; pero no puede "edificar"; y la responsabilidad de los predicadores es edificar, no atraer una multitud.
Nada edifica sino la pura Palabra de Dios. No hay autoridad aparte de ella; y no debe ser modificada o recortada para acomodarse a la moda de la ciencia moderna, o algunos supuestos "resultados seguros de la crítica" que está siempre cambiando. Es el "Evangelio eterno", es la "Palabra eterna", la misma Palabra que Pablo y los demás apóstoles predicaron, la misma Palabra que los reformadores protestantes predicaron, y los puritanos, y los grandes predicadores de hace 200 años, y asimismo Spurgeon el siglo pasado, sin ninguna modificación en absoluto. Es porque esto ha sido tan generalmente olvidado en los últimos 100 años por lo que las cosas están como están hoy.
REVISTA NUEVA REFORMA 1995