Algo extenso, pero merece ser leído, por aquellos que buscan la verdad por encima de todo.
5 - La claudicación de Liberio, obispo de Roma.
Como veis la infalibilidad papat BRILLA pero por su ausencia.
5 - La claudicación de Liberio, obispo de Roma.
- Las molestias del exilio sentaron mal a Liberio. La firme<WBR>za de sus primeros momentos se desvaneció y consintió en fir<WBR>mar textos de muy dudosa ortodoxia. Hilario de Poitiers y otros exilados lo denunciaron como apóstata.
La doctrina católica-romana, tal como expuso el concilio Vaticano 1 da a entender que el obispo de Roma, como sucesor de San Pedro está exento de toda sospecha de error; no pue<WBR>de equivocarse en cuestiones de fe. La historia, sin embargo, desmiente tales pretensiones. Y el caso de Liberio es de los más significativos. Que no se diga que Liberio (352-366) erró en una cuestión secundaria y que no intentó dar su opinión ex~cathedra. El problema que se ventilaba era uno de los más impor<WBR>tantes y trascendentales para la fe de la Cristiandad. Y, preci<WBR>samente en el momento más crítico de la controversia arria<WBR>na, cuando parecía que ésta iba a imponerse a todo el mundo, Liberio abandonó la causa de Atanasio y la verdad que éste defendía.
Las evidencias de esta apostasía son numerosas. Seguire<WBR>mos el orden de W. Shaw Kerr (12).
- Atanasio mismo da testimonio de esta apostasía de Liberio en dos de sus escritos (13). Al principio se mantuvo firme, pero el miedo acabó venciéndole.
3) San Hilario de Poitiers, en su obra Contra Constantium Imperatorem, se dirige al emperador con estas palabras: «¡Oh, hombre inicuo! No se cuando fue mayor tu impiedad, si cuando lo depusiste (a Liberio) o cuando lo hiciste volver (a su sede romana, después de haber claudicado)» (15).
4) El cuarto testigo es Hermias Sozomeno, quien escri<WBR>bió su historia eclesiástica cuando todavía no habían transcu<WBR>rrido cien años. Cuenta Sozomeno que cuando Constancio esta<WBR>ba en Sirmium mandó que Liberio acudiera a su presencia. Venido de su lugar de destierro, Liberio fue invitado por los obis<WBR>pos allí reunidos a que firmara un documento en el que se en<WBR>señaba que el Hijo no es de la misma sustancia («hontusion>) que el Padre. Al mismo tiempo Liberio dio su consentimiento a una fórmula de fe semi-arriana. Y esto lo relata Sozomeno de fuentes de primera mano que se hallaban a su disposi<WBR>ción (16).
5) De otras fuentes llegan más testimonios: Faustino y Marcelino presentaron un Libellus Precum a los emperadores el año 383. En el prefacio leemos que dos años después del exilio de Liberio, Constancio visitó Roma y el pueblo le pre<WBR>guntó por Liberio. El emperador respondió: «Tendréis a Libe<WBR>rio y volverá mejor que cuando partió>. De esta manera alu<WBR>dió el emperador al consentimiento de Liberio mediante el cual estrechó las manos de la perfidia (manus perfidiae dederat)(17)
6) Pero, sobre todo, tenemos las cartas del mismo Li<WBR>berio escritas a los enemigos del credo niceno:
"Yo no defiendo a Atanasio... Habiendo sabido... que lo condenasteis justamente, inmediatamente - di mi con<WBR>formidad a vuestra sentencia... De manera que habiendo sido Atanasio expulsado de La comunión de todos nosc<WBR>tros... Os ruego que obráis conjuntamente para que pue<WBR>da ser librado de este exilio y pueda volver a la sede que me fue confiada por Dios" (18).
En otra carta, dirigida a los herejes e intrigantes Ursacio y Valens, dice claramente:
"Atanasio, quien fue obispo de la ciudad de Alejandría, fue condenado por mí y separado de la comunión de la Iglesia de Roma" (19).
Al citar estas cartas, Hilario de Poitiers no puede conte<WBR>ner su indignación:
"Esta es la perfidia arriana... A ti Liberio, digo; ana<WBR>tema. Y a todos tus cómplices" (20>.
6, La reacción pagana.
A Constancio sucedió Juliano, el apóstata (361-363) el cual soñaba en una restauración del paganismo. Por consiguiente, trató de debilitar el cristianismo en todos los campos. No per<WBR>siguió a los cristianos, pero buscó ridiculizarlos por todos los medios; separarlos de la vida pública, el gobierno o la ense<WBR>ñanza. No, a quien perjudicaron más las medidas del nuevo emperador fue a los arrianos, los únicos que ocupaban pues<WBR>tos importantes desde el mandato de Constancio. La cristiandad ortodoxa hacia bastante tiempo que se había habituado al exilio; el golpe de Juliano no fue, pues, tan duro. Y en un sen<WBR>tido favoreció a la misma verdad del Evangelio. La reacción que provocó en contra de los nuevos postulados paganos puso to<WBR>davía más de manifiesto las afinidades del arrianismo con el paganismo. En todos sentidos, ayudó a la causa de Nicea. Mu<WBR>chos acabaron de aprender entonces que el Evangelio es revelación, no filosofia .
La política de Juliano estableció plena tolerancia para todas las religiones y sectas. Hizo volver a los obispos exilados, pero como la mayoría de sus iglesias habian sido ocupadas por otros, la confusión episcopal aumentó. Esto, precisamente,era lo que buscaba Juliano. Dijo que no era asunto suyo meterse en las cuestiones eclesiásticas. Tal principio que en cual<WBR>quier otro hubiera revelado un justo sentido de la tolerancia, supremacía romana. Oriente fue traído gradualmente a la or<WBR>todoxia graciás a los trabajos de Atanasio y, sobre todo, del sínodo de Alejandría del 362. ¡Mal podía la sede romana vindi<WBR>car derechos o imponer criterios después de la apostasía de Liberio! El que Julio y el sínodo romano que vio la causa de Atanasio dictaminaran correctamente años atrás no disminuye el hecho de la posterior claudicación de Liberio. En el siglo IV, por otra parte, esto no extrañaba a nadie.
¿Dónde se hallaba la verdadera Iglesia en estos años? Mayormente en el exilio- Cuando la tierra pareció que iba a volverse arriana, como comentó Jerónimo, y cuando el obispo de Roma no supo mantener la fe como otros obispos más va<WBR>lientes la mantuvieron, la verdad del Evangelio se encontraba entre éstos, dispersados por las fronteras limítrofes del Impe<WBR>rio, en los desiertos, en el exilio, pero no en la corte imperial ni en las grandes sedes de Roma o de Oriente. Significativa lección que no debiera olvidarse.
7. Atanasio y Roma.
Atanasio fue un escritor prolífico; esto se debió en parte a la lucha que sostuvo toda su vida en contra de la herejía arriana. Mas, en ninguno de sus escritos aparece ni una sqla vez ninguna referencia a Roma como sede infalible de la verdad. Pasó algunos de sus muchos años de exilio en Roma. Sin embargo, será en vano que busquemos en sus cartas, sus trata<WBR>dos teológicos, sus sermones, étc., cualquier alusión a ningu<WBR>na autoridad constituida divinamente para definir con criterio supremo las controversias religiosas. Atanasio apela a la Escri<WBR>tura, a los antiguos padres, a los concilios y, sobre todo, a Nicea, pero nunca al juicio infalible del obispo de Roma. Es imposible que no hubiese utilizado el argumento del Papado infalible, si en su tiempo tal institución -con su dogma corres<WBR>pondiente- hubiese existido. Y máxime, teniendo en cuenta que Julio y el sínodo romano que éste convocó fallaron en su favor.
La actitud de Atanasio con respecto a Roma puede ser es<WBR>tudiada con claridad diáfana en el momento en que Liberio apostató y cesó de apoyarlo. Fue lamentable, y Atanasio lo sintió mucho, pero, en el fondo, no fue más que la deserción cobarde de uno de los obispos más importantes de la Cristian<WBR>dad. No le cogió por sorpresa. De la misma manera que todos los prelados estaban expuestos al error y a la herejía, el obis<WBR>po podía caer también; no era ninguna excepción.
Para Atanasio “Liberio era uno de los obispos de las ilustres ciudades cabezas de las grandes Iglesias”(22) . Pero no sabia que uno de estos obispos fuese Vicario de Cristo en la tierra. ¿Puede justificarse esta ignorancia en el más grande hombre de Iglesia de su tiempo? Si, se justifica por el simple hecho de que nadie entonces sabía nada de ningún vicario de esta clase.
Respecto a Liberio, dice Atanasio: «No soporté hasta el fin los sufrimientos del exilio, siendo consciente de la conspiración que se fraguaba en mi contra» (23). «Después de estar arrestado dos años> Liberio cedió y por temor a las amenazas de muerte fue inducido a suscribir» (24). Su caída se debió al miedo y contrasta con los fieles «que han evitado la herejía como si se tratara de una serpiente» (25).
Atanasio no sólo era ignorante del magisterio infalible del obispo romano, sino también de su supremacía y jurisdic<WBR>ción. Ni cuando fue condenado por el sínodo arriano de Tiro, ni en sus sucesivos destierros, apeló nunca a la soberana ju<WBR>risdicción de Roma. En contra del sínodo de Tiro recurrió al emperador. El concilio de obispos egipcios que se reunieron en Alejandría en 339, proclamó inocente a Atanasio sin aludir para nada a la opinión del obispo de Roma. Pudo, con todo, haberse dicho que el obispo de la que entonces era la segunda de las Iglesias no debía ser depuesto sin consultar con el obis<WBR>po de la primera sede. Tal fue la protesta de Julio. Pero los padres de Alejandría del 339 ni siquiera mencionan este pequeño detalle en su larga carta sinodal remitida a los «obispos de la Iglesia Católica en todas partes». El comentario de Atanasio al concilio de Roma que vindicó su ortodoxia es significativo:
"Así escribió el concilio de Roma por medio de Julio, obispo de Roma>' (26).
La decisión de Roma no zanjó la cuestión. Por esto, los emperadores convocaron el concilio de Sárdica en 344, presi<WBR>dido por Osio de Córdoba (27>. El concilio se puso del lado de Atanasio y confirmó «la decisión de nuestro hermano y colega Julio como justa> (28). Aquí, el concilio obró con toda autori<WBR>dad, exaltando a Atanasio y excomulgando a otros. Julio es<WBR>cribió a Alejandría, congratulándose por la restauración de su obispo, el cual «fue declarado inocente, no sólo por ini sino por la voz de todo el concilio» (29).
Se deduce de estos datos que Atanasio, al defender su postura ante la Iglesia universal apeló a la Escritura y al dic<WBR>tamen de las asambleas episcopales, pero nunca a ningún obispo particular como si fuera el supremo Juez de los cristianos. Nos explica que su causa fue vindicada primero «en mi propio país por una asamblea de casi cien obispos; por segunda vez en Roma cuando, como consecuencia de las cartas de Eusebio (de Nicomedia) tanto ellos como nosotros fuimos convocados y más de cincuenta obispos se reunieron; y una tercera vez en el gran concilio de Sárdica celebrado por orden de los empe<WBR>radores Constancio y Constante». Prosigue explicándonos como el veredicto en su favor fue dado por trescientos obispos pro<WBR>cedentes de muchos países que él enumera. Los obispos de Italia, en esta lista, ocupan el veinticuatro lugar, la lista toda<WBR>vía enumera hasta treinta y seis, siendo los británicos los últi<WBR>mos (30). Una y otra vez ésta es su defensa: «Las decisiones de tan emtnentes obispos", "obispos de las ilustres ciudades cabezas de las grandes Iglesias", "Si alguno desea informarse de mi caso y la falsedad de los partídarios de Eusebio, que lea lo que está escrito sobre mí, y que oiga los testimonios, no de uno o dos o tres, sino ese gran número de obispos" (31).
Para Atanasio, los rumores de la apostasía de Osio cons<WBR>tituían una calamidad más grande que la de Liberio. Acusa alos arrianos de «no haber perdonado ni al gran confesor Osio, ni al obispo de Roma» (32). En tanto Osio estuvo firme, lo de<WBR>más no importaba, pues el prelado español era considerado « el padre de los obispos... presidente de los concilios cuyas cartas son esperadas en todas partes (33). Así hablaba Atanasio, no del obispo de Roma, sino del de Córdoba.
Según Gregorio Nacianceno, Atanasio es aquél a quien le fue confiada «la dirección de todo el mundo» (34). Si estos tí<WBR>tulos comenta W. Shaw Kerr- hubieran sido dados al obispo de Roma, ¡qué deducciones más equivocadas hubiesen sacado de los mismos los posteriores creadores de la idea papal! (35).
(12)W.Shaw K. Op. Cit p 126
(13) Apología contra los arrianos, 89; Historia de los arrianos. 41
(14) Ch ron. A. U., 354. P.L. 27:501: «In haeretican pTavitatem aub£<WBR>criben,». De Viris IUustribus, e. 97. P.L. 23:735.
(15) C. XL P.L. 10:589.
(16) HiatoTia Eclesiástica. IV, 15. P.C. 67:1152.
Puller, Primitive Saints and the See of the Rome, p. 276.
(17) PL. 13:81.
<18) St. Hilar. Fragmenta, VI. PL- 10:689, 690.
<19) Ibid. PL. 10:693.
(20) Ibid, P.L. 10:691.
Resulta pueril querer discutir la autenticidad de estas Cartas. Eminen<WBR>tes historiadores católicorromanos las han aceptado siempre: eruditos Como Natalia, Alexander, Tillemont, Fleurv, Flupin, Moblar, Newman, etc.
El mismo Hefele admite que Liherio renuncié al término ahomusiosa y que firmó la confesión de Sinnium (History of the Councils, vol II, p. 245), Este es, a fin de cuentas, el punto central. Y esta' históricamente demostrado.
Los escritores católico-romanos del pasado no vacilaban en sacar a luz el pacado de Liberio. «Hasta el si<SUB>2</SUB>1<SUB>0</SUB> XVI, la caída dc Liberio fue un hecho aceptado como evento histórico indiscutido... En el martirologio de Ado, (14 de agosto) se pone en boca de Eusebio que «Liberio, Papa, había expresado su conformidad con la perfidia arrianaa, palabras que se re<WBR>piten en otros martirologios medievales y que estaban antiguamente en los Breviarios romanos, de donde fueron sacadas en el siglo XVI» (Denny, Papa-liam, p. 390)
Baronio explica que el pueblo de Roma se enojo porque babia tan torpemente (turpiter) consentido a Constancio... Se sostenía que Liberio, por causa de su comunión con los herejes -manifestada por las cartas ca-critas por ¿1 mismo referente al compromiso contraído con los arrianos fue enteramente excluido de la comunión católica,.. Por esta razón fue en<WBR>teramente excluido del oficio pontificio... El execrable contagio de su loca comuni6n con los arrianos> (A nalca, A.D., 357, 56:57).
El cardenal Newman. en un libro publicado en 1895, escribe sobre «la escandalosa caída de Liberio... «esta miserable apostasía.,, El papa un renegado (The Arians<SUB></SUB><SUB></SUB> 1895, PP. 319, 332, 352)
(22) Atanasio “Apología contra los arrianos”, 89
(23) Ibid.
(24) Atanasio, Historia de los arrianos, 4.
(25) Ibid.
(26) Atanasio. Apología, 36. W. Shaw Kerr. comenta: «Monseñor Ba<WBR>tiffol encuentra la actitud de Atanasio con respecto a Roma y esta carta de Julio difícil de explicar. Cita las palabras de Ituchesne: «Atanasio, depuesto por el Concilio de Tiro, no parece ten«r idea de que una apelaci<SUP>ó</SUP>n a Roma hubiese podido ayudarle». Eacribe que la verdad es que en esa fecha no había precedente conocido de ningún obispo oriental, condenado por un sínodo oriental, que hubiera recurrido a Roma (Cathedro Pethr£ PP. ~7> 218, 223, 224). Batiffol escribe: «Es de notar que el papa Julio no vindica abiertamente el privilegio de una pnmacía peculiar a su sede... La ocasión era favorable para exaltar la autoridad excepcional del obispo que presidía la Iglesia de Roma, pero el papa Julio no se aprovechó de aquella ocasión. Incluso puso alguna insistencia en el hecho de que, aunque escribía él, la respuesta era la de su concilio» (Ibid., p. 225). W. Shaw Kerr. op. cit. PP. 123, 124.
Julio no podía adelantarse a su época. Sin embargo, aprovechó la ocasión para exaltar no su rango episcopal, pero sí su sede. aunque dentro da los límites y las circunstancias de su tiempo. Lo cierto es que. tampoco éL aunque era obispo de Roma, tenía la menor idea de la infalibilidad y jurisdicción universal que los modernos defensores del Papado dicen haber po<WBR>seido todos los pontífices romanos.
<27> Atanasio, Historio de los arrianos,
<28) Atanasio, Apología, 37.
(29) Ibid., 52.
(30)Ibid., 1.
(31)Ibid., 89,90.
(32)Atanasio, Apoloar for flight, 9.
(33)Atanasio. Historio de los arrianos, 42.
(34)Oratio XXI. 7. P.G. 35:1088.
- W, Shaw Kerr, op. cit. PP. 124-125.
- Atanasio mismo da testimonio de esta apostasía de Liberio en dos de sus escritos (13). Al principio se mantuvo firme, pero el miedo acabó venciéndole.
- Las molestias del exilio sentaron mal a Liberio. La firme<WBR>za de sus primeros momentos se desvaneció y consintió en fir<WBR>mar textos de muy dudosa ortodoxia. Hilario de Poitiers y otros exilados lo denunciaron como apóstata.
Como veis la infalibilidad papat BRILLA pero por su ausencia.