Re: Iglesia Primitiva-
Uf... pues si yo hubiera estado allí, por seguro también hubiera perseguido a los "come-niños".
No sé si será pedirte mucho, pero tienes una fuente bibliográfica más o menos imparcial con respecto a esto de las causas de las persecuciones a los cristianos?
Si, una vez en una conferencia de un "Experto en Paleocristianismo" (?) escuché eso de:
- Comer niños.
- Orgías.
- Negarse a servir en el ejército.
- No adorar al Emperador (es entendible).
- No participar en cargos públicos.
Mmmmmmm... esto me huele a quemado... Me puedes conseguir una o dos fuentes bibliográficas, si las tienes, gracias. Aclaro que no dudo en absoluto de tu opinión. Eres la voz autoritativa en Historia en el foro, solo que estoy escribiendo unas cuantas ideas.
Qué raro esos cristianos primitivos, eh?
3. Persecución de los cristianos y polémica sobre la fe
En el imperio romano, cien años después del ajusticiamiento del NaE¬reno bajo Poncio Pilato, ¿quién hubiera dado al cristianismo una opor¬tunidad de abrirse paso en el mundo greco-romano con sus numerosas religiones y filosofías, con sus miles y miles de templos y teatros, con sus arenas y gimnasios?.
Una minoría perseguida
El ilustrado historiador británico Edward Gibbon, en la introducción "su famosa Historia del declive y ocaso del Imperio Romano, de siete volúmenes, escribe (no sin un cierto exceso de optimismo) sobre la época posterior a Nerón y a Domiciano: «En el sigloII de la era cristiana, el imperio romano abarcaba la mayor parte de la tierra y la parte, más civilizada de la humanidad. Las fronteras de esta expandida monarquía fueron garantizadas mediante antiquísimo prestigio y disciplinada valentía. La suave pero poderosa influencia de las leyes y costumbres había consolidado de forma paulatina la unión de las provincias. Sus pacíficos habitantes disfrutaban y abusaban de las ventajas de la riqueza y del lujo. La imagen de una constitución libre fue conservada con el conveniente respeto. El senado romano parecía detentar la autoridad suprema y había transferido a los emperadores todo el poder ejecutivo del gobierno. Durante un período tranquilo de más de ochenta años, la administración pública fue dirigida mediante la virtud habilidades de un Nerva, Trajano, Adriano y los dos Antoninos».
De ese tiempo (en concreto del año 112) proviene el primer informe oficial romano sobre los cristianos, la ya citada carta de Plinio el Joven gobernador de la provincia de Bitinia en el mar Negro, donde había ya muchos cristianos incluso en el campo, al ya citado emperador Trajano: bastantes templos estaban vacíos y la carne del sacrificio era prácticamente invendible. De hecho, los cristianos recusaban el culto a los dioses del Estado y al emperador. Pero la negativa a dar culto al Estado y a sentir con el Estado era un crimen de Estado (crimen laesae Romanae religionis); por eso, ningún cristiano estaba seguro de no ser objeto de acusación y castigo. Él habría mandado ejecutar a algunos cristianos que no eran ciudadanos romanos, escribe Plinio sin la menor condolencia pero a otros envió a Roma para que se les procesara.
Pero por lo demás y de ahí su petición de pauta de conducta, no había podido constatar ningún otro de los crímenes de los que se les inculpaba. Circulaban entonces numerosos rumores sobre ateísmo y traición de Estado, aún más, incesto (¿en conexión con el ágape?) y canibalismo (¿en conexión eucaristía?) en sus reuniones nocturnas. Seguía diciendo Plinio esas gentes se reunían sólo en un día determinado (de seguro que en domingo) antes del alba, cantaban de forma alternativa un canto (¿salmo?) a «Cristo como Dios» y que habían jurado (¿el voto del bautismo?)abstenerse de robo, rapiña, adulterio, abuso de confianza y engaño,
La famosa respuesta («Rescripto») del emperador Trajano es, que sepamos, la primera reglamentación fundada en el derecho público para los procesos de cristianos, y, en principio, fue hasta mediados del siglo III el faro que guió la política de los emperadores siguientes: no entrar en ninguna denuncia anónima, no llevar a cabo ninguna campaña de apresamientos e investigación, pero actuar a instancias de una acusación individual ajustada a derecho, para luego dejar en libertad a los que abjuran, a los que ofrecen oraciones a los dioses, y castigar sólo a los contumaces. Los emperadores consideraron en un primer momento que los cristianos -poco numerosos aún- no eran tan peligrosos para el Estado como para tener que ordenar una persecución general.
Las persecuciones de cristianos -la primera bajo Neron en el año 64 (numerosos cristianos fueron ejecutados de forma cruel como chivos expiatorios por el gran incendio de Roma escenificado por el emperador mismo) y la segunda bajo Domiciano (81-96, él había declarado obligatorio el «juramento» en el genio del emperador) no fueron sistemáticas ni ininterrumpidas hasta el año 250, sino que tuvieron carácter local, discontinuo y esporádico. Por consiguiente, la Iglesia no fue empujada por doquier a las catacumbas; esto es una idea «romántica» posterior. Así y todo se celebraba la eucaristía en casas privadas. Pero la persecución neroniana sentó un precedente fatal: Uno -fuera hombre o mujer, libre o esclavo- podía ser condenado sólo por ser cristiano. Está claro, hacerse cristiano significaba ahora un riesgo porque la fe cristiana exigía tomar una opción. Ser cristiano significaba, en determinadas circunstancias, estar dispuesto a
martyrein, a «dar testimonio» en favor de la fe cristiana mediante padecimiento, tortura (para las mujeres, entrega a la prostitución) y, por último, mediante la muerte. Pero también aquí hay que guardarse de idealizaciones. Sin duda, hubo numerosos procesos de cristianos, pero el número de mártires de ambos sexos, tales como Ignacio, Policarpo y Justino, Blandina, Perpetua y Felicidad -el término mártir se utilizó cada vez más en sentido estricto como «testigo con su sangre»- siguió siendo bastante limitado. Además, las persecuciones se convertían en un gran clamor publicitario en favor del cristianismo. De alta estima gozaron también aquellos «confesores» y «confesoras» que sobrevivían a la persecución. El cristiano debía superar el caso grave del martirio, pero -ésa fue de hecho la pauta de conducta- no provocado.
Cristianismo, esencia e historia. Hans Küng. Ed Trotta. Pgs. 146-148