¡La celebración ya pasó!
¡La celebración ya pasó!
Abrí este epígrafe sin otra expectativa de que apenas durara un día; sin intenciones de perpetuar acá un debate de siglos entre católicos y protestantes.
Al refrescar mis recuerdos sobre lo que pasó aquel 31 de Octubre de 1517 me vuelvo un jovencito casi adolescente, como aquellos estudiantes sajones que en cuanto Lutero fijó sus tesis a la puerta se acercaron a leerlas.
Mientras tal hago, resuenan en mis oídos los marciales sones de la sinfonía La Reforma de Mendelssohn, con nostalgias del “Castillo Fuerte” compuesto probablemente en el laúd de Lutero.
Veo a los campesinos alemanes aprendiendo a leer llevados por su entusiasmo de acceder a la Biblia que Lutero les había traducido.
Y son generaciones de germanos, británicos y nórdicos que nacen y se crían a la luz de la Palabra de Dios, gozando de una libertad nunca antes siquiera imaginada.
Luego veo aquellos grandes veleros surcando todos los océanos del mundo, cargados con Biblias y transportando misioneros con el evangelio de la gracia de Dios.
Si bien los mártires fueron muchos, ¡cuántos hombres de toda raza, color y lengua conocieron al Señor Jesucristo como su Salvador!
Sí, a casi cinco siglos de aquel evento, nos hallamos ahora, más que necesitados de una Reforma, de un soplo poderoso del Espíritu Santo que avive la obra de Dios en medio de estos tiempos de incredulidad y apostasía.
El avivamiento comienza en nosotros mismos. Yo y tú, podemos y debemos meternos en esta corriente del Espíritu que a través de los siglos ha tomado hombres y mujeres para exhibir por todas partes, en sus personas y sus vidas, al Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, el que pronto viene.
