¡Què cantidad de vidas salvaron ciertas embajadas de la furia de sangre de los militares chilenos, dirigidos por Pinochet!
Habrìan sido ejecutados y despedazados sin misericordia, tal como ocurriò con las vìctimas del monstruoso crimen de la “Caravana de la muerte”.
Esto hicieron los mandos de Pinochet con las vìctimas de la Caravana de la muerte, según lo denunciò personalmente el General Joaquín Lagos Osorio:
“A los 56 prisioneros les sacaron los ojos con cuchillos, les quebraron las mandíbulas y les tirotearon las piernas. Los mataron a pedacitos y, al final, a los trozos de sus cuerpos les dieron el tiro de gracia. Se ensañaron. Murieron por partes” Dijo el General Lagos.
Pocas veces en la Historia de la humanidad se viò un crimen tan monstruoso.
El General Lagos le presentò al propio Pinochet el informe escrito que habìa recibido sobre el hecho, y èl se limitò a escribir de su puño y letra “rehágase”, es decir, que presentaran el informe de otra manera, sin tanto detalle, para salvar la responsabilidad personal de su subalterno directo y delegado especial en esos crímenes, el General Sergio Arellano Stark.
Por eso el General Lagos le dijo a Pinochet “tarde o temprano nos van a juzgar”.
Ese documento, con las instrucciones de Pinochet, que probaba por sì solo su responsabilidad en el monstruoso episodio criminal, lo entregò el General Lagos OsorIo al Juez Juan Guzmán.
Es plena prueba escrita de la responsabilidad de Pinochet en los crímenes de la “Caravana de la muerte”.
El Juez Guzmán sòlo necesitò 31 minutos para la diligencia de indagatoria de Pinochet y preguntarle con el papel a la vista: “¿Esta letra y firma son de usted?”. “Sì”, respondió Pinochet. “Ha terminado la diligencia”, dijo el Juez Guzmán.
Con esa confesión lo llamò a juicio y lo tiene preso.
Por supuesto, estos son una mínima parte de los crímenes que cometieron los militares chilenos en esos dìas.
Tambièn estàn los bombardeos humanos de prisioneros que eran lanzados vivos desde aviones o avionetas en pleno vuelo a 10.000 pies de altura.
Las torturas a prisioneros “esposados” que mientras eran colgados de sus “esposas”, les daban culatazos en el vientre, los quemaban con cigarrillos, les aplicaban descargas eléctricas en sus testículos y les echaban baldados de agua fría para reanimarlos, después los sentaban desnudos en bloques de hielo.
Mientras Pinochet y sus militares cometìan tan atroz sadismo, eran fotografiados en la Catedral comiendo hostias de manos de su amigo el Arzobispo.
Todavía la derecha católico-romana sigue apoyándolos, agradecidos de que hubieran asesinado a los ateos izquierdistas que fueron elegidos para gobernar en aquella època en Chile.
Habrìan sido ejecutados y despedazados sin misericordia, tal como ocurriò con las vìctimas del monstruoso crimen de la “Caravana de la muerte”.
Esto hicieron los mandos de Pinochet con las vìctimas de la Caravana de la muerte, según lo denunciò personalmente el General Joaquín Lagos Osorio:
“A los 56 prisioneros les sacaron los ojos con cuchillos, les quebraron las mandíbulas y les tirotearon las piernas. Los mataron a pedacitos y, al final, a los trozos de sus cuerpos les dieron el tiro de gracia. Se ensañaron. Murieron por partes” Dijo el General Lagos.
Pocas veces en la Historia de la humanidad se viò un crimen tan monstruoso.
El General Lagos le presentò al propio Pinochet el informe escrito que habìa recibido sobre el hecho, y èl se limitò a escribir de su puño y letra “rehágase”, es decir, que presentaran el informe de otra manera, sin tanto detalle, para salvar la responsabilidad personal de su subalterno directo y delegado especial en esos crímenes, el General Sergio Arellano Stark.
Por eso el General Lagos le dijo a Pinochet “tarde o temprano nos van a juzgar”.
Ese documento, con las instrucciones de Pinochet, que probaba por sì solo su responsabilidad en el monstruoso episodio criminal, lo entregò el General Lagos OsorIo al Juez Juan Guzmán.
Es plena prueba escrita de la responsabilidad de Pinochet en los crímenes de la “Caravana de la muerte”.
El Juez Guzmán sòlo necesitò 31 minutos para la diligencia de indagatoria de Pinochet y preguntarle con el papel a la vista: “¿Esta letra y firma son de usted?”. “Sì”, respondió Pinochet. “Ha terminado la diligencia”, dijo el Juez Guzmán.
Con esa confesión lo llamò a juicio y lo tiene preso.
Por supuesto, estos son una mínima parte de los crímenes que cometieron los militares chilenos en esos dìas.
Tambièn estàn los bombardeos humanos de prisioneros que eran lanzados vivos desde aviones o avionetas en pleno vuelo a 10.000 pies de altura.
Las torturas a prisioneros “esposados” que mientras eran colgados de sus “esposas”, les daban culatazos en el vientre, los quemaban con cigarrillos, les aplicaban descargas eléctricas en sus testículos y les echaban baldados de agua fría para reanimarlos, después los sentaban desnudos en bloques de hielo.
Mientras Pinochet y sus militares cometìan tan atroz sadismo, eran fotografiados en la Catedral comiendo hostias de manos de su amigo el Arzobispo.
Todavía la derecha católico-romana sigue apoyándolos, agradecidos de que hubieran asesinado a los ateos izquierdistas que fueron elegidos para gobernar en aquella època en Chile.