EL ANZUELO Y SU CARNADA
-"Nací y crecí en un devoto hogar católico, desde pequeña mi vida estuvo rodeada de artículos religiosos, como los que hay en las casas de los foristas católicos que postean en este foro de Iglesia.net. Y en mi casa, jamás tuvimos una biblia, lo que significa que crecí sin conocer el maravilloso plan de Salvación a través de mi fe en Cristo.
Nunca nadie me explicó que solo debía mirar a la Cruz donde Cristo pagó la sentencia que mis pecados merecían, nunca nadie me dijo que había resucitado y que estaba al alcance de mi oración, porque el que hizo el ojo, me ve y el que hizo el oído, me escucha.
Lo único que sabía fue todo aquello que me había sido enseñado en el catecismo y en la escuela de la parroquia, a la que asistíamos fielmente.
Mi amor por Dios era profundo, pero no lo conocía personalmente, sintiendo un deseo profundo de entregar mi vida completamente a él.
Me enseñaron que la mejor manera de hacerlo era entrando a un convento y convirtiéndome en monja.
El cura párroco y las monjas constantemente me lanzaban este anzuelo hasta que me lo tragué por completo.
Recuerdo el día en el cual, dos monjas de mi colegio se reunieron con el cura y me acompañaron a casa.
En esa época, los niños no interrumpían la conversación de los mayores, pero aquel día, con permiso, les dije a mis padres delante de las monjas y el cura párroco:
- ¡Mamá, Papá! quiero entrar al convento!
Ambos lloraron de alegría.
Estaban persuadidos que entregar una hija al convento, era un gran servicio a Dios, y se emocionaron al saber que una de sus hijas había decidido orar por la humanidad perdida.
Todo parecía tan emocionante y religioso, pero ninguno de nosotros tenía la más remota idea de lo que realmente implicaba.
Trágicamente, tanto mis padres como yo, fuimos manipulados por representantes del catolicismo romano, en quienes confiábamos ciegamente.
Nunca sospechamos las mentiras y el horror que se escondían detrás de las puertas del convento.
Así, después de meses de preparación llegó el momento de mi despedida del hogar para siempre, a los casi 13 años.
Mi madre y yo nos encargamos de los preparativos y el sacerdote nos informó que, al no haber conventos cercanos, debíamos viajar una gran distancia a un internado.
Por mi parte, nunca había estado lejos de mis padres y al despedirme de ellos me sentí terriblemente sola. En aquel momento no comprendía que esa despedida sería definitiva; estaba completamente desorientada.
Durante siglos, los sacerdotes católicos habían comenzado a seleccionar niños, especialmente en el confesionario, para lanzarles el anzuelo de unirse al sacerdocio o al convento.
Y yo me había tragado ese anzuelo y ya estaba atrapada.
-"Nací y crecí en un devoto hogar católico, desde pequeña mi vida estuvo rodeada de artículos religiosos, como los que hay en las casas de los foristas católicos que postean en este foro de Iglesia.net. Y en mi casa, jamás tuvimos una biblia, lo que significa que crecí sin conocer el maravilloso plan de Salvación a través de mi fe en Cristo.
Nunca nadie me explicó que solo debía mirar a la Cruz donde Cristo pagó la sentencia que mis pecados merecían, nunca nadie me dijo que había resucitado y que estaba al alcance de mi oración, porque el que hizo el ojo, me ve y el que hizo el oído, me escucha.
Lo único que sabía fue todo aquello que me había sido enseñado en el catecismo y en la escuela de la parroquia, a la que asistíamos fielmente.
Mi amor por Dios era profundo, pero no lo conocía personalmente, sintiendo un deseo profundo de entregar mi vida completamente a él.
Me enseñaron que la mejor manera de hacerlo era entrando a un convento y convirtiéndome en monja.
El cura párroco y las monjas constantemente me lanzaban este anzuelo hasta que me lo tragué por completo.
Recuerdo el día en el cual, dos monjas de mi colegio se reunieron con el cura y me acompañaron a casa.
En esa época, los niños no interrumpían la conversación de los mayores, pero aquel día, con permiso, les dije a mis padres delante de las monjas y el cura párroco:
- ¡Mamá, Papá! quiero entrar al convento!
Ambos lloraron de alegría.
Estaban persuadidos que entregar una hija al convento, era un gran servicio a Dios, y se emocionaron al saber que una de sus hijas había decidido orar por la humanidad perdida.
Todo parecía tan emocionante y religioso, pero ninguno de nosotros tenía la más remota idea de lo que realmente implicaba.
Trágicamente, tanto mis padres como yo, fuimos manipulados por representantes del catolicismo romano, en quienes confiábamos ciegamente.
Nunca sospechamos las mentiras y el horror que se escondían detrás de las puertas del convento.
Así, después de meses de preparación llegó el momento de mi despedida del hogar para siempre, a los casi 13 años.
Mi madre y yo nos encargamos de los preparativos y el sacerdote nos informó que, al no haber conventos cercanos, debíamos viajar una gran distancia a un internado.
Por mi parte, nunca había estado lejos de mis padres y al despedirme de ellos me sentí terriblemente sola. En aquel momento no comprendía que esa despedida sería definitiva; estaba completamente desorientada.
Durante siglos, los sacerdotes católicos habían comenzado a seleccionar niños, especialmente en el confesionario, para lanzarles el anzuelo de unirse al sacerdocio o al convento.
Y yo me había tragado ese anzuelo y ya estaba atrapada.