¿HAY TODAVIA PROFETAS?
Podemos hablar horas y horas sobre las profecías, de su contenido, de cómo era antes y cómo debe ser ahora, ¿pero quién somos nosotros?
La línea histórica de la iglesia
Que solo la Escritura es la fuente y la norma de fe y vida, lo ha dejado claro la Reforma frente a Roma (con su añadir las tradiciones humanas) y frente a todos aquellos que quieren añadir nuevas revelaciones.
Los profetas conocen la necesidad concreta de la iglesia y saben decir la palabra oportuna para esa situación. Un profeta tiene la sabiduría para descubrir e iluminar con su explicación de la Escritura la necesidad del momento. Y en esa situación se da a conocer la voluntad de Dios basada en las Escrituras. El maestro enseña la sana doctrina y el profeta es apto y experto para dar a conocer la voluntad de Dios. Jóvenes amigos, qué necesidad tenemos en nuestras iglesias de profetas que tengan el valor con estilo profético de desenmascarar con las Escrituras dónde está el fallo e indicar el camino para llevar a buen puerto. Gente, que con una total crispación llena de miedo y temblor, que no sabe hacer más que hablar con una autoridad determinante, tenemos demás. Tenemos necesidad de maestros y profetas que enseñen la doctrina sana e indiquen el camino bíblico de la vida según Dios.
El estudio bíblico
Durante las reuniones de estudio bíblico, por ejemplo, puede comprobarse que sencillos miembros de la iglesia, tanto hombres como mujeres, están dotados del don de profecía. Eso se ve por la sorprendente comprensión que tienen del significado de los textos bíblicos para la aplicación concreta en la vida y en la situación actual. Algunos tienen una sorprendente y profunda comprensión de la Escritura, y saben al mismo tiempo aplicarla muy concretamente.
Dentro de la comunión de los santos (los santificados por la fe en Cristo), es donde los dones de los creyentes se pueden ejercer mejor. Los dones que recibimos de Cristo podemos emplearlos en el amor a los demás y en el servicio al prójimo. La iglesia no es una institución despótica, sino una comunidad donde mora el amor y donde Cristo es servido, y en Él también los otros creyentes. Sin olvidar que el Espíritu Santo es el Dador de los dones.
Los miembros de la iglesia no sólo se tienen que servir unos a los otros, sino hablar también la Palabra a los demás.
¿Cómo sobrellevamos nuestra misión profética?
Podemos pasarnos horas hablando de cómo era antes y cómo debe ser ahora, ¿pero qué somos nosotros?
¿Por qué te llamas cristiano? ¿Por qué estás bautizado? El catecismo de Heidelberg responde: "Porque por la fe soy un miembro de Jesucristo y participo de su unción" (Dom. 13). Solo por eso nos llamamos "cristianos". El Espíritu Santo nos ha unido a Cristo, mediante el vínculo de la fe.
La unción del Espíritu Santo, con la que Cristo fue ungido, baja desde Su cabeza hasta Su cuerpo (que es Su Iglesia). Y por la fe soy yo también un miembro vivo de ese cuerpo. Y así soy uno con Él, lleno de Él y de Su Espíritu, y ungido con Él. Así vivo por la gracia de Su servicio ministerial, de Su plenitud. Entonces Cristo se hace visible en mí. En ese momento me voy a parecer a Él con total mesura. Así mi vida también tiene algo de profético, algo de sacerdotal y algo de regio.
Como profetas vamos a dar testimonio de Su nombre. Y eso también puede llevar consigo que nos injurien. Eso se ve ya al principio, en Antioquia, donde el nombre de cristiano era un mote. Nosotros vamos a proclamar Su nombre, en todas las circunstancias de la vida, de palabra y obra.
¿Sabes lo que en un principio era un profeta? Eso lo puedes leer en el libro de Samuel. Para eso se utilizaba la palabra "vidente". Un vidente. Eso son las personas que han visto a Dios: Su gloria, Su majestad, Su amor profundo a los pecadores. Ver a Dios y todas las cosas de esta vida, también tu propia vida, verlas en la luz de Dios. Para eso también necesitas la revelación. ¡Que descubrimiento! Que tus ojos se abran para que veas lo que no ves de ti mismo. ¿Y qué ves tú con todo eso? Lo pecador que eres a la luz de la santidad de Dios y qué buenos y salutíferos son los mandamientos de Dios. Qué maravilloso es saberte reconciliado con este Dios. Ver a Dios, -eso sólo es posible en Cristo. Dios se revela sólo en Cristo: "El que me ha visto a Mí, ha visto al Padre" (Jn. 14:9). Ver al Salvador crucificado en Su buena voluntad y amor a los pecadores. ¡Así es Dios! Si puedes abrir tus ojos para ver a Dios en Cristo, entonces correrás con toda tu perdida vida hacia Él. Confesarás tus pecados. Y allí, a la sombra de la cruz, se le hace sitio a la gente culpable. Si tú has visto a Dios, todo cambia en tu vida. Todo se sitúa en la luz de la eternidad. El amor a Dios va a inflamarse, pero también el anhelar que otros se salven. Tú vas a dar testimonio del amor y de la gracia de Dios.
Todos los creyentes reciben la inspiración profética
La profecía de Joel va a cumplirse en los últimos días: "Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones" (Joel 2:28). Aquí se anuncia nada menos que el Espíritu tomará a su servicio jóvenes y ancianos como profetas. Recibirán la inspiración profética. El Espíritu, que en Israel reposaba sobre algunos profetas, es derramado en buena medida sobre toda clase de gente. De ahora en adelante pueden comprender el lenguaje de la revelación divina sin mediación e interpretación de otros. En el nuevo pacto, pues, la profecía no desaparecerá, sino que precisamente se hace más universal. En Pentecostés ya lo podemos ver.
Sin embargo es realmente sorprendente que Joel nombra en primer lugar a la juventud cuando se trata de conocer al Señor y de testimoniar de Él. Sobre vuestros hijos e hijas quiere venir el Espíritu y llenarlos de fe, esperanza y amor. La alegría de la fe, la fuerza de la esperanza y disponibilidad del amor. En medio de tanta apostasía vemos que los jóvenes se ocupan del estudio bíblico y de la oración. Que ellos buscan y sirven al Señor. Profecía, visiones y sueños fueron desde siempre conocidos medios de la revelación divina. Significa que ellos conocerán al Señor y confesarán Su nombre. Dios se revela a ellos. Vivirán dependiendo de Él y por Su gracia llevarán fruto.
El Espíritu Santo procurará siempre de nuevo formar una generación que siga llevando el estandarte de la cruz hasta el final. Eso no significa que los mayores ya no cuentan. Claro que sí cuentan. Ellos precisamente pueden ser maduros en la fe y entrenados en llevar fruto.
Esa profecía, visiones y sueños son validos también para los mayores. Ellos conocerán a Dios. Son profetas, "videntes", gente que ve a Dios y que todo lo ve con la luz de Dios y que lo transmite a los otros.
Recibes comprensión de la Palabra y desenvoltura para hablar sobre ella. Nadie está viejo para una vida de Pentecostés. Los ancianos soñarán "el sueño del reino de Dios". Sobre la última etapa de su vida cae un fulgor celestial. Vuelven la mirada hacia la fidelidad de Dios y Su amor. Miran en esperanza también a la gloria. Sus ojos comienzan a brillar y el fuego en su corazón se va a inflamar cuando la tierra del Emmanuel está a la vista. Viven por el Espíritu.
Y cuando el Espíritu de Dios te llena, llegas a la admiración y entrega de este Dios maravilloso y a la oración personal del profeta Samuel: "Habla, Señor, porque tu siervo oye" (1 Samuel 3:10). Y así puedo responder a la pregunta sobre la que trata este artículo, "¿hay todavía profetas?", sin reservas digo: Sí.
C.G. Vreugdenhil
http://www.epos.nl/ecr/
Podemos hablar horas y horas sobre las profecías, de su contenido, de cómo era antes y cómo debe ser ahora, ¿pero quién somos nosotros?
La línea histórica de la iglesia
Que solo la Escritura es la fuente y la norma de fe y vida, lo ha dejado claro la Reforma frente a Roma (con su añadir las tradiciones humanas) y frente a todos aquellos que quieren añadir nuevas revelaciones.
Los profetas conocen la necesidad concreta de la iglesia y saben decir la palabra oportuna para esa situación. Un profeta tiene la sabiduría para descubrir e iluminar con su explicación de la Escritura la necesidad del momento. Y en esa situación se da a conocer la voluntad de Dios basada en las Escrituras. El maestro enseña la sana doctrina y el profeta es apto y experto para dar a conocer la voluntad de Dios. Jóvenes amigos, qué necesidad tenemos en nuestras iglesias de profetas que tengan el valor con estilo profético de desenmascarar con las Escrituras dónde está el fallo e indicar el camino para llevar a buen puerto. Gente, que con una total crispación llena de miedo y temblor, que no sabe hacer más que hablar con una autoridad determinante, tenemos demás. Tenemos necesidad de maestros y profetas que enseñen la doctrina sana e indiquen el camino bíblico de la vida según Dios.
El estudio bíblico
Durante las reuniones de estudio bíblico, por ejemplo, puede comprobarse que sencillos miembros de la iglesia, tanto hombres como mujeres, están dotados del don de profecía. Eso se ve por la sorprendente comprensión que tienen del significado de los textos bíblicos para la aplicación concreta en la vida y en la situación actual. Algunos tienen una sorprendente y profunda comprensión de la Escritura, y saben al mismo tiempo aplicarla muy concretamente.
Dentro de la comunión de los santos (los santificados por la fe en Cristo), es donde los dones de los creyentes se pueden ejercer mejor. Los dones que recibimos de Cristo podemos emplearlos en el amor a los demás y en el servicio al prójimo. La iglesia no es una institución despótica, sino una comunidad donde mora el amor y donde Cristo es servido, y en Él también los otros creyentes. Sin olvidar que el Espíritu Santo es el Dador de los dones.
Los miembros de la iglesia no sólo se tienen que servir unos a los otros, sino hablar también la Palabra a los demás.
¿Cómo sobrellevamos nuestra misión profética?
Podemos pasarnos horas hablando de cómo era antes y cómo debe ser ahora, ¿pero qué somos nosotros?
¿Por qué te llamas cristiano? ¿Por qué estás bautizado? El catecismo de Heidelberg responde: "Porque por la fe soy un miembro de Jesucristo y participo de su unción" (Dom. 13). Solo por eso nos llamamos "cristianos". El Espíritu Santo nos ha unido a Cristo, mediante el vínculo de la fe.
La unción del Espíritu Santo, con la que Cristo fue ungido, baja desde Su cabeza hasta Su cuerpo (que es Su Iglesia). Y por la fe soy yo también un miembro vivo de ese cuerpo. Y así soy uno con Él, lleno de Él y de Su Espíritu, y ungido con Él. Así vivo por la gracia de Su servicio ministerial, de Su plenitud. Entonces Cristo se hace visible en mí. En ese momento me voy a parecer a Él con total mesura. Así mi vida también tiene algo de profético, algo de sacerdotal y algo de regio.
Como profetas vamos a dar testimonio de Su nombre. Y eso también puede llevar consigo que nos injurien. Eso se ve ya al principio, en Antioquia, donde el nombre de cristiano era un mote. Nosotros vamos a proclamar Su nombre, en todas las circunstancias de la vida, de palabra y obra.
¿Sabes lo que en un principio era un profeta? Eso lo puedes leer en el libro de Samuel. Para eso se utilizaba la palabra "vidente". Un vidente. Eso son las personas que han visto a Dios: Su gloria, Su majestad, Su amor profundo a los pecadores. Ver a Dios y todas las cosas de esta vida, también tu propia vida, verlas en la luz de Dios. Para eso también necesitas la revelación. ¡Que descubrimiento! Que tus ojos se abran para que veas lo que no ves de ti mismo. ¿Y qué ves tú con todo eso? Lo pecador que eres a la luz de la santidad de Dios y qué buenos y salutíferos son los mandamientos de Dios. Qué maravilloso es saberte reconciliado con este Dios. Ver a Dios, -eso sólo es posible en Cristo. Dios se revela sólo en Cristo: "El que me ha visto a Mí, ha visto al Padre" (Jn. 14:9). Ver al Salvador crucificado en Su buena voluntad y amor a los pecadores. ¡Así es Dios! Si puedes abrir tus ojos para ver a Dios en Cristo, entonces correrás con toda tu perdida vida hacia Él. Confesarás tus pecados. Y allí, a la sombra de la cruz, se le hace sitio a la gente culpable. Si tú has visto a Dios, todo cambia en tu vida. Todo se sitúa en la luz de la eternidad. El amor a Dios va a inflamarse, pero también el anhelar que otros se salven. Tú vas a dar testimonio del amor y de la gracia de Dios.
Todos los creyentes reciben la inspiración profética
La profecía de Joel va a cumplirse en los últimos días: "Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones" (Joel 2:28). Aquí se anuncia nada menos que el Espíritu tomará a su servicio jóvenes y ancianos como profetas. Recibirán la inspiración profética. El Espíritu, que en Israel reposaba sobre algunos profetas, es derramado en buena medida sobre toda clase de gente. De ahora en adelante pueden comprender el lenguaje de la revelación divina sin mediación e interpretación de otros. En el nuevo pacto, pues, la profecía no desaparecerá, sino que precisamente se hace más universal. En Pentecostés ya lo podemos ver.
Sin embargo es realmente sorprendente que Joel nombra en primer lugar a la juventud cuando se trata de conocer al Señor y de testimoniar de Él. Sobre vuestros hijos e hijas quiere venir el Espíritu y llenarlos de fe, esperanza y amor. La alegría de la fe, la fuerza de la esperanza y disponibilidad del amor. En medio de tanta apostasía vemos que los jóvenes se ocupan del estudio bíblico y de la oración. Que ellos buscan y sirven al Señor. Profecía, visiones y sueños fueron desde siempre conocidos medios de la revelación divina. Significa que ellos conocerán al Señor y confesarán Su nombre. Dios se revela a ellos. Vivirán dependiendo de Él y por Su gracia llevarán fruto.
El Espíritu Santo procurará siempre de nuevo formar una generación que siga llevando el estandarte de la cruz hasta el final. Eso no significa que los mayores ya no cuentan. Claro que sí cuentan. Ellos precisamente pueden ser maduros en la fe y entrenados en llevar fruto.
Esa profecía, visiones y sueños son validos también para los mayores. Ellos conocerán a Dios. Son profetas, "videntes", gente que ve a Dios y que todo lo ve con la luz de Dios y que lo transmite a los otros.
Recibes comprensión de la Palabra y desenvoltura para hablar sobre ella. Nadie está viejo para una vida de Pentecostés. Los ancianos soñarán "el sueño del reino de Dios". Sobre la última etapa de su vida cae un fulgor celestial. Vuelven la mirada hacia la fidelidad de Dios y Su amor. Miran en esperanza también a la gloria. Sus ojos comienzan a brillar y el fuego en su corazón se va a inflamar cuando la tierra del Emmanuel está a la vista. Viven por el Espíritu.
Y cuando el Espíritu de Dios te llena, llegas a la admiración y entrega de este Dios maravilloso y a la oración personal del profeta Samuel: "Habla, Señor, porque tu siervo oye" (1 Samuel 3:10). Y así puedo responder a la pregunta sobre la que trata este artículo, "¿hay todavía profetas?", sin reservas digo: Sí.
C.G. Vreugdenhil
http://www.epos.nl/ecr/