Hablemos del amor en San Valentín.
El amor es lo que nos hace seres humanos. Y el amor es lo que llevó a Dios a hacerse humano. Se hizo de nuestra naturaleza para que nosotros pudiéramos ser participantes de la suya (2ª Pe 1,4). Hoy más que nunca necesitamos recordar cuál es el verdadero amor, tal y como nos lo describe San Pablo en su primera epístola a los corintios (1ª Cor 13). Y como también nos dice Pedro, el amor cubre multitud de pecados (1ª Pe 4,8). Por tanto, sólo el amor salvará al mundo. Por tanto, en la medida que los cristianos seamos espejo del amor de Dios y fuente del amor entre los hombres, contribuiremos a la salvación del resto de los hijos de Adán.
El que ha tenido la dicha de estar enamorado y ha sido correspondido, disfruta de esa sensación irrepetible que provoca un cosquilleo en el estómago, un sentimiento de felicidad que parece desbordar el alma por completo. Qué diferente sería el mundo si todos estuviéramos enamorados. Mas la fase del enamoramiento no es el final del camino sino su principio. El amor verdadero ha de pasar por el fuego de la prueba, ha de sobrevivir a la tentación de la infidelidad, ha de arroparse ante la llegada del invierno. Pasa de ser fuego consumidor a brasa que calienta y permanece para siempre. La pasión desbordante de los enamorados es preludio del amor maduro de los esposos, de la misma manera que el río que nace entre rápidos y cascadas es preludio del río que transcurre lenta y plácidamente hacia su destino final. Y sólo Dios, que es amor, puede alimentar ese río con la lluvia de su gracia.
Es maravilloso amar a una persona, pero lo es más amar a Dios. Él es a la vez el fuego y la brasa, la catarata y el delta o estuario. Y es también el mar infinito que espera acogernos al final de nuestras vidas. Un mar de agua dulce, como dulce es el amor de Cristo por su Iglesia, con la que se desposará en las Bodas del Cordero. Será entonces cuando de verdad seamos uno con Dios. Seremos uno con el amor y el amor colmará todos nuestros anhelos. Mas ya estamos sellados para ese día. Ya hemos recibido las arras del Espíritu Santo en nuestro corazón (2ª Cor 1,22).
Feliz día a todos los enamorados. Feliz día a todos los cristianos que no habéis dejado que se apague vuestro primer amor por Cristo (Ap 2,4). Y felicidades, sobre todo, a los que habéis cultivado y alimentado el amor, para que sea la guía segura de vuestra vida terrenal y la puerta hacia vuestra felicidad eterna.
Luis Fernando Pérez Bustamante.
Fuente: Blog Cor ad cor loquitur
El amor es lo que nos hace seres humanos. Y el amor es lo que llevó a Dios a hacerse humano. Se hizo de nuestra naturaleza para que nosotros pudiéramos ser participantes de la suya (2ª Pe 1,4). Hoy más que nunca necesitamos recordar cuál es el verdadero amor, tal y como nos lo describe San Pablo en su primera epístola a los corintios (1ª Cor 13). Y como también nos dice Pedro, el amor cubre multitud de pecados (1ª Pe 4,8). Por tanto, sólo el amor salvará al mundo. Por tanto, en la medida que los cristianos seamos espejo del amor de Dios y fuente del amor entre los hombres, contribuiremos a la salvación del resto de los hijos de Adán.
El que ha tenido la dicha de estar enamorado y ha sido correspondido, disfruta de esa sensación irrepetible que provoca un cosquilleo en el estómago, un sentimiento de felicidad que parece desbordar el alma por completo. Qué diferente sería el mundo si todos estuviéramos enamorados. Mas la fase del enamoramiento no es el final del camino sino su principio. El amor verdadero ha de pasar por el fuego de la prueba, ha de sobrevivir a la tentación de la infidelidad, ha de arroparse ante la llegada del invierno. Pasa de ser fuego consumidor a brasa que calienta y permanece para siempre. La pasión desbordante de los enamorados es preludio del amor maduro de los esposos, de la misma manera que el río que nace entre rápidos y cascadas es preludio del río que transcurre lenta y plácidamente hacia su destino final. Y sólo Dios, que es amor, puede alimentar ese río con la lluvia de su gracia.
Es maravilloso amar a una persona, pero lo es más amar a Dios. Él es a la vez el fuego y la brasa, la catarata y el delta o estuario. Y es también el mar infinito que espera acogernos al final de nuestras vidas. Un mar de agua dulce, como dulce es el amor de Cristo por su Iglesia, con la que se desposará en las Bodas del Cordero. Será entonces cuando de verdad seamos uno con Dios. Seremos uno con el amor y el amor colmará todos nuestros anhelos. Mas ya estamos sellados para ese día. Ya hemos recibido las arras del Espíritu Santo en nuestro corazón (2ª Cor 1,22).
Feliz día a todos los enamorados. Feliz día a todos los cristianos que no habéis dejado que se apague vuestro primer amor por Cristo (Ap 2,4). Y felicidades, sobre todo, a los que habéis cultivado y alimentado el amor, para que sea la guía segura de vuestra vida terrenal y la puerta hacia vuestra felicidad eterna.
Luis Fernando Pérez Bustamante.
Fuente: Blog Cor ad cor loquitur