“Por medio de él recibimos la gracia y el apostolado para conducir a todas las naciones a la obediencia de la fe por amor de su nombre” Ro 1:5.
En tan breve versículo tenemos cuatro grandes palabras: gracia, obediencia, fe y amor.
Sin embargo, para muchas mega iglesias y ministerios internacionales son mucho más atractivas las otras tres: “apostolado”, “conducir” (liderazgos) y “naciones”.
En cuanto al inicial “por medio de él” (el Señor Jesucristo) y “su nombre” –al final- quedan como relegados ante el brillo de lo que habitualmente más se suele destacar.
Es gracioso advertir que Pablo prácticamente esperaba la conversión de todas las naciones a breve plazo, y eso, muy a pesar de lo limitado de las comunicaciones en aquellos tiempos.
¿Era ingenuo o demasiado optimista? ¡Nada de eso! Él mismo testifica: “todo lo he llenado del evangelio de Cristo” (Ro 15:19) con referencia a una región bastante extensa, por lo cual su pasión era llegar a los pueblos no alcanzados. Si los demás apóstoles y evangelistas hacían su parte en la obra, pronto todo el mundo habitado vería a los gentiles ser conducidos a la obediencia (v.18).
Y hablando de obediencia, ¿no es acaso la palabra menos simpática de aquellas cuatro de las que comenzamos hablando?
Nos encanta explayarnos hablando de la gracia, la fe y el amor. Pero la obediencia…
La intención de este epígrafe es mostrar cómo la actual inoperancia del evangelio “que es el poder de Dios para salvación” (Ro 1:16) no es porque haya perdido fuerza sino porque ha sido reemplazado por “otro evangelio”, que aunque no lo hay, se presenta como el genuino sin serlo.
La tesis propuesta, es que el factor “obediencia” ha sido quitado, pues se prefiere amoldarlo a las creencias y criterios particulares para hacerlo más potable, o sea, más fácilmente aceptable.
En tan breve versículo tenemos cuatro grandes palabras: gracia, obediencia, fe y amor.
Sin embargo, para muchas mega iglesias y ministerios internacionales son mucho más atractivas las otras tres: “apostolado”, “conducir” (liderazgos) y “naciones”.
En cuanto al inicial “por medio de él” (el Señor Jesucristo) y “su nombre” –al final- quedan como relegados ante el brillo de lo que habitualmente más se suele destacar.
Es gracioso advertir que Pablo prácticamente esperaba la conversión de todas las naciones a breve plazo, y eso, muy a pesar de lo limitado de las comunicaciones en aquellos tiempos.
¿Era ingenuo o demasiado optimista? ¡Nada de eso! Él mismo testifica: “todo lo he llenado del evangelio de Cristo” (Ro 15:19) con referencia a una región bastante extensa, por lo cual su pasión era llegar a los pueblos no alcanzados. Si los demás apóstoles y evangelistas hacían su parte en la obra, pronto todo el mundo habitado vería a los gentiles ser conducidos a la obediencia (v.18).
Y hablando de obediencia, ¿no es acaso la palabra menos simpática de aquellas cuatro de las que comenzamos hablando?
Nos encanta explayarnos hablando de la gracia, la fe y el amor. Pero la obediencia…
La intención de este epígrafe es mostrar cómo la actual inoperancia del evangelio “que es el poder de Dios para salvación” (Ro 1:16) no es porque haya perdido fuerza sino porque ha sido reemplazado por “otro evangelio”, que aunque no lo hay, se presenta como el genuino sin serlo.
La tesis propuesta, es que el factor “obediencia” ha sido quitado, pues se prefiere amoldarlo a las creencias y criterios particulares para hacerlo más potable, o sea, más fácilmente aceptable.