Re: ¿Existe el Infierno?
Hola hermanos. Ustedes son muy preparados en la biblia, para poder contestarles, me toca estudiar mucho, por esto, mientras le puedo contestar a Cajiga, les envío un dictado de Jesús a Maria valtorta sobre el infierno. Valtorta fue una religiosa, que tuvo por 7 años las visiones de los 3 años de vida pública de Jesús y de esto escribió 150.000 hojas de corrido. Son impresionantes los discursos del Señor, es la Inteligencia hablando y es mi tesoro. La primera parte es lo que dice sobre el infierno que es el tema que estamos debatiendo y en la última parte les envio los primeros mandamientos explicados, para que lean los que quieran, porque les apuesto que nunca han oido una explicacion mas completa, NUNCA, porque una explicación humana, no tiene comparación a estas!.
- Yo soy el señor Dios tuyo
- No invocarás mi nombre en vano
- No te harás dioses en mi presencia
- Santifica las fiestas
- Honrar a Padre y Madre
A esto llamo Inteligencia y mi corazón late cuando lo leo. Un abrazo grande.
Jesús le dice a Maria Valtorta:
Una vez te hice ver el monstruo del abismo. Ahora te hablare de su reino. No te puedo tener en el paraíso siempre, recuerda que tienes la misión de volver a llamar a la verdad a tus hermanos, quienes la han olvidado demasiado, olvido que en realidad es desprecio por las verdades eternas, por lo cual vienen tantos males a la humanidad. En estos tiempos, mucha gente ya no cree en la existencia del infierno, están aferrados a un más allá hecho a su gusto, de tal manera que siendo merecedores de grandes castigos, al negar la existencia del infierno, estén menos atemorizados en su conciencia, son discípulos más o menos fieles del espíritu del mal, saben que su conciencia retrocedería a ciertos delitos si realmente creyesen en el infierno, tal como la fe lo enseña que es, saben que su conciencia al cometer el delito, tendría que volver en sí misma y con el temor y el remordimiento, vendría el arrepentimiento y con el arrepentimiento el camino para venir a Mi. Pero su malicia según su apego y a las sugestiones del Maligno, adiestrada por Satanás, no quiere estos retrocesos, ni estos retornos, por esto anula a la fe en el infierno tal como es realmente y se inventa otra, sí tambien se lo inventa. Yo Dios Uno y Trino, dije que los que están condenados al infierno, duraran en el por toda la eternidad, porque de esa muerte no se sale a una nueva resurrección. Dije que ese fuego es eterno y que en el estarán reunidos todos los operarios del escándalo y de la maldad. No creáis que esto sea hasta el momento del fin del mundo, No!. Más bien, después del tremendo juicio final, más despiadada se hará esa morada de llanto y tormentos, porque lo que todavía se concede tener a sus habitantes para su infernal entretenimiento, poder dañar a los vivientes y ver a los nuevos condenados precipitarse a su abismo, ya no se les concederá, pues después la puerta del infierno maldito de Satanás, será clavada y remachada por mis santos ángeles para siempre, para siempre, para siempre. Un para siempre cuyo número de años no tiene número, a tal grado que si los años se convirtieran en granos de arena, de todos los océanos de la tierra, seria menos que un día de esta eternidad sin medida, hecha por una parte de luz y gloria en la otra para los benditos, para la otra hecha de tinieblas y horror para los malditos en lo profundo. El purgatorio es fuego de amor, en cambio el infierno es fuego de rigor. Es muy diferente. En el purgatorio, es donde vosotros pensando en Dios, expiáis la falta de amor a vuestro Señor Dios, cuya esencia se os ilumina en el día del juicio particular y os llena del deseo de poseerla. Por medio del amor, conquistan el amor y por grados de caridad cada vez más encendida, limpiáis vuestra vestimenta hasta hacerla blanca y brillante para entrar en el reino de la luz, cuyos fulgores te mostré hace días.
El infierno, es el lugar en el cual el pensamiento de Dios, el recuerdo de Dios, vislumbrado en el juicio particular, no es como para los purgantes santo deseo, nostalgia afligida, pero llena de esperanza y esperanza llena de tranquila espera, de segura paz que alcanzará la perfección, cuando vuelva a la conquista de Dios, pero ya da al espíritu purgante una alegre actividad purgativa, porque cada pena, cada momento de pena los acerca más a Dios. Por el contrario, el infierno es remordimiento, cólera, es condenación, odio, odio contra Satanás, odio contra los hombres, odio contra sí mismos, odio contra Dios, odio contra los demás. Después de haber adorado a Satanás durante su vida, en lugar de adorar al Altísimo Señor, cuando están en el infierno, ven su verdadero aspecto, porque ya no esta oculto bajo el hechizo atractivo de la carne, ni bajo el reluciente brillo del oro, ni bajo el seductor signo del poder, entonces odian porque es la causa de su tormento. Después de haber olvidado su dignidad de hijos de Dios, adorado a los hombres hasta hacerse asesinos, ladrones, estafadores, mercaderes de inmundicias para ellos, ahora que vuelven a encontrar a sus patrones por los cuales han matado, robado, estafado, vendido el propio honor y el honor de tantas criaturas infelices, débiles e indefensas, haciéndose instrumentos del vicio que ni siquiera los animales conocen, la lujuria tributo del ser humano envenenado por Satanás, ahora odian a esos patrones porque son las causas de su tormento. Después de haberse adorado a sí mismos, dando a la carne, a la sangre, los siete apetitos de su carne, de su sangre todas las satisfacciones, habiendo pisoteado la ley de Dios, la ley de la moralidad, ahora se odian, porque se reconocen como la causa de su tormento. La palabra odio tapiza ese reino descomunal, ruge en esas llamas, aúlla en los chillidos de los demonios, solloza y gruñe en los lamentos de los condenados, suena y suena como una eterna campaña golpeada por un martillo. Resuena como una eterna bocina de muerte, llena de si los rincones de esa cárcel tétrica, es un tormento porque repite en cada sonido, el recuerdo del amor para siempre perdido, el remordimiento de haberlo querido perder, la rabia de no volverlo a ver jamás. el alma muerta entre esas llamas, es como un cuerpo arrojado en un horno crematorio, se contorsiona, ruge como animada por un nuevo movimiento vital y se despierta al comprender su error. Muere y renace a cada momento con sufrimientos atroces, porque el remordimiento la mata en una blasfemia. Esa muerte la vuelve a revivir para un nuevo tormento. Todo el pecado de haber traicionado a Dios en el tiempo, esta presente en la eternidad. En ella para su tormento y por toda la eternidad, por el error de haber rechazado a Dios en el tiempo, está para atormentar eternamente. En el fuego, las llamas forman sombras de lo que esa alma adoró en la vida, las pasiones se dibujan incandescentes pinceladas, con más excitantes aspectos y rechinan y rechinan a cada recuerdo. Prefirió el fuego de las pasiones, ahora tiene el fuego quemante de Dios, ese santo fuego del cual se burló. El fuego responde al fuego. En el paraíso es fuego de amor perfecto. En el purgatorio es fuego de amor purificador, en el infierno es fuego de amor ofendido. Puesto que los elegidos amaron con perfección y porque los purgantes amaron tibiamente, el amor se hace y llama para llevarlos a la perfección. Debido a que los malditos ardieron en todos los fuegos, menos en el fuego de Dios, en el fuego la ira de Dios los invade, los quema eternamente y en ese fuego también están congelados. En la quemadura insoportable se mezcla el fuego sideral, los condenados se quemaron en todos los fuegos humanos, teniendo únicamente hielo espiritual para el Señor su Dios. El hielo los espera para congelarlos, luego de que el fuego los haya tostado como pescados puestos a asar sobre una llama. Tormento en el tormento al pasar de la quemadura que hincha al fuego que aprieta. Oh! no es un lenguaje metafórico, porque Dios puede hacer que las almas cargadas de culpas cometidas, tengan sensibilidad igual a la de la carne, inclusive antes de que se revistan en el juicio final de esa carne. Vosotros no sabéis y no creéis, pero en verdad os digo que os convendría más sufrir todos los tormentos de mis mártires, antes que sufrir un momento las torturas infernales. La oscuridad será el tercer tormento. La oscuridad tanto material como espiritual. Estarán para siempre en las tinieblas, de luego de haber visto la luz del paraíso. Estarán rodeados por las tinieblas, después de haber visto la luz de Dios. Se revolcaran en ese horror tenebroso, el cual solamente se ilumina al temblar cada espíritu ardiente con el nombre del pecado por el cual estarán hundidos en ese horror. No encontrarán excusa. Esa masa de espíritus que se odian y dañan mutuamente, no encontrarán otra cosa que la desesperación que los enloquece y los hace cada vez más malditos. Se alimentarán con la desesperación, se apoyaran en ella, se matarán con ella. Dije que la muerte alimentaría la muerte. La desesperación es muerte y alimentará esos muertos por toda la eternidad. Yo os lo aseguro, Yo que también he creado ese lugar, cuando bajé para sacar del limbo a los que esperaban mi venida, he tenido horror, Yo Dios de ese lugar. Si no fuera algo hecho por Dios y por lo tanto inmutable y perfecto, habría querido hacerlo menos atroz, porque soy el Amor y ese lugar horroroso me causó aflicción y vosotros queréis ir allí. Meditad hijos esta verdad. Es conveniente darle a los enfermos medicina, aunque sea amarga. A los afectados de gangrena conviene cauterizarlos y cortar el mal. Para vosotros leprosos y cancerosos espirituales, esta medicina y cauterización de cirujano, no la rechacéis. Usadla para curaros. La vida no dura estos pocos días de la tierra. La vida comienza cuando parece que termina y ya no tiene fin. La vida comienza cuando vosotros la llamáis muerte.
<<Yo soy el Señor Dios tuyo”>>
Está escrito en el libro que el Señor se manifestó en el Sinaí con su terrible poder para decir con él: “Yo soy Dios. Esto es mi voluntad. Y estos son los rayos que tengo preparados para los que fueren rebeldes al querer de Dios”. Y antes de hablar, ordenó que ninguno del pueblo subiera a contemplarle a El “que Es”, y que también los sacerdotes se purificasen antes de llegar el límite de Dios, para no ser heridos. La razón de esto es porque era tiempo de justicia y de prueba. Los Cielos estaban cerrados como con un peñasco sobre el misterio del Cielo y sobre la ira de Dios, y sólo con las espadas de la justicia flechaban el Cielo sobre los hijos culpables. Pero ahora ya no. Ahora el Justo ha venido a cumplir toda justicia y ha venido el tiempo en que sin fulgores y sin límites, la Palabra divina habla al hombre para darle gracia y vida.
La primera palabra del Padre y Señor es esta: “Yo soy el Señor Dios tuyo”. No hay un solo instante del día en que no se oiga esta palabra y no la escriba la voz y el dedo de Dios. ¿Dónde?... Por todas partes...Todo lo esta continuamente diciendo. Desde la hierba a la estrella, desde el agua al fuego, desde la lana a la comida, desde la luz a las tinieblas, desde la salud a la enfermedad, desde la riqueza a la pobreza. Todo dice: “Yo soy el Señor”. Por mi tienes esto. ¡Un pensamiento mío te lo da y otro te lo quita, no hay fuerzas de ejércitos, ni defensas que te puedan preservar de mi voluntad!”. Se oye gritar en la voz del viento, cantar en el parlotear del agua, perfumar en la fragancia de la flor, se clava en los lomos de las montañas. Y susurra, charla, llama, grita en las conciencias: “Yo soy el Señor Dios Tuyo”.
No lo olvidéis jamás. No cerréis los ojos, las orejas; no estranguléis la conciencia para no oír esta palabra. El dedo del fuego de Dios la escribe en la pared del banquete, sobre las olas del mar tempestuoso; en el labio sonriente del niño, en la palidez del anciano que muere, en la rosa fragante, en el sepulcro. Llega siempre el momento que en medio de la ebriedad del vino y del placer, entre el ajetreo de los negocios, en el reposo de la noche, en un paseo solitario, se levanta esa voz y dice: “Yo soy el Señor Dios tuyo“ y no esta la carne que ávido besas y no esta comida que obeso engulles, y no este oro que avaro acumulas, y no este lecho en el que eres un ocioso; y no sirve el silencio, no estar solos, o durmiendo, para hacerla callar.
“Yo soy el Señor Dios tuyo” el compañero que no te abandona, el huésped que no puedes arrojar. ¿Eres bueno? He aquí que el huésped y compañero es el Amigo bueno. ¿obras mal? He aquí que el huésped y compañero es el Rey airado y no da paz. Y no deja, no deja, no deja.... Sólo los condenados pueden estar separados de Dios. Pero la separación es el tormento insaciable y eterno. “Yo soy el Señor Dios tuyo” y añade: “que te sacó de la tierra de Egipto, de la casa de la esclavitud”. ¡Ahora se cumple exactamente!. ¿De qué Egipto te saca a la tierra prometida, que no es este lugar, sino el Cielo! Es el Reino eterno del Señor en donde no habrá hambre ni sed, ni frío ni muerte, sino todo destilará alegría y placer, y todos los espíritus estarán llenos de paz y gozo.
Os saca ahora de la verdadera esclavitud. He aquí al libertador. Yo soy. Vengo a despedazar vuestras cadenas. Cualquier dominador humano puede gustar la muerte, y con su muerte verse libre de los pueblos de la esclavitud. Pero el mal no muere es eterno y él es el dominador que os ha puesto grillos para arrastraros a donde él quiere. El pecado está en vosotros y es la cadena con que os tiene el mal. Yo vengo a despedazar esa cadena. En el nombre del Padre, vengo y por deseo mío. Esta es la razón por la que se cumple la no comprendida promesa: “Te saqué de Egipto y de la esclavitud”.
Ahora esto se está cumpliendo espiritualmente. El Señor Dios vuestro os saca de la tierra del ídolo que sedujo a los primeros padres, os arrebata de la esclavitud de la culpa, os reviste con la gracia, os admite en su reino. En verdad os digo que quienes vinieren a mi podrán oír al Altísimo decir en su corazón con dulzura de voz paternal: “Yo soy el Señor Dios tuyo, quien te trae libre y feliz a Mi”. Venid. Volved al Señor el corazón y la cara, la plegaria y la voluntad. Ha llegado la hora de la Gracia.
<<No te harás dioses en mi presencia>>
Se dijo: “No te harás dioses en mi presencia. No te harás ninguna escultura ni representación de lo que está arriba en el cielo o abajo en la tierra o en las aguas o bajo la tierra. No adorarás tales cosas, ni les darás culto. Yo soy el Señor tuyo fuerte y celoso, que castigo la iniquidad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me odian y hago misericordia hasta la milésima generación con los que me aman y observan mis mandamientos”.
“No te harás dioses en mi presencia”. Habéis oído como Dios sea Omnipresente en su mirar y en su hablar. En verdad siempre estamos ante su presencia. Encerrados en lo interior de una habitación o en público en el Templo, siempre estamos ante su presencia. Bienhechores ocultos, que aún al que ayudamos ocultamos nuestra cara, y asesinos que asaltamos al viajero en un paso solitario y lo matamos, siempre estamos en su presencia. En su presencia está el Rey en medio de su corte, el soldado en el campo de batalla, el levita en el interior del Templo, el sabio inclinado sobre sus libros, el campesino en el surco, el mercader en su banco, la madre inclinada en la cuna, la recién casada en su habitación nupcial, la virgen en el secreto de la casa paterna, el niño que estudia en la escuela, el anciano que se extiende para morir. Todos están ante su presencia y todas las acciones del hombre igualmente.
¡Todas las acciones del hombre! ¡Palabra terrible y palabra consoladora! Terrible si las acciones son pecaminosas, consoladora si son santas. Saber que Dios ve es freno para hacer el mal y ayuda para hacer el bien. Dios ve que obro bien. Yo sé que El no olvida lo que ve. Yo creo que El premia las buenas acciones. Por lo cual estoy convencido que por estas recibiré un premio y en esta certeza, reposo. Esta me dará una vida serena y muerte placida, porque en vida y muerte mi alma será consolada con el rayo de la luz de la amistad de Dios. De este modo reflexiona el que obra bien. El que obra mal, ¿Por qué no piensa que entre las acciones prohibidas están los cultos idolátricos?... ¿Por qué él no dice: “Dios ve que mientras finjo un culto santo, adoro un dios o dioses falsos a los que he erigido un altar secreto que no conocen los hombres, pero El si los sabe”?.
Diréis: “¿Cuáles dioses, ni siquiera en el Templo hay una figura de Dios? ¿Que cara tienen esos dioses, si al verdadero Dios nos es imposible darle un rostro?” ¡Así lo es! Es imposible darle un rostro porque el Perfecto y el Purísimo no puede ser dignamente trazado por el hombre. Sólo el espíritu entreve su belleza incorpórea y sublime y oye su voz, gusta de sus caricias cuando El se derrama sobre un santo suyo merecedor de estos contactos divinos. Mas el ojo, el oído, la mano del hombre no lo pueden ver, oír... y por lo tanto repetir en la cítara del sonido, ni con martillo, ni cincel en el mármol, lo que es el
Señor.
¡Oh! ¡Felicidad eterna cuando, vosotros, espíritus de los justos, veréis a Dios! La primera mirada será aurora de la beatitud que por los siglos de los siglos os acompañará. Y sin embargo lo que no podemos hacer por un Dios verdadero el hombre sí lo hace por sus dioses falsos. Alguien erige un altar a una mujer; otro al oro; él de acá al poder; el de más allá a la ciencia; este a los triunfos militares; aquel adora al hombre que está en el poder, semejante suyo por naturaleza, tan sólo superior por la fuerza o por la suerte; hay quien se adora a si mismo y dice: “No hay otro igual a mí”. He aquí los dioses que tiene el pueblo de Dios.
Los Israelitas tienden a ver lo externo para no mirar en el interior de sus corazones. No os espantéis de los paganos que adoran animales, reptiles, astros. ¡Cuantos reptiles! ¡Cuantos animales! ¡Cuantos astros apagados adoráis en vuestros corazones! Los labios mentirosos pronuncian palabras mentirosas para adular, conseguir, corromper. Y ¿no son estas las plegarias de los idólatras secretos? Los corazones fomentan pensamientos de venganza, de contrabando, de prostitución. Y ¿no son estos los cultos que se dan a los dioses inmundos del placer, de la avaricia y del mal? Se dijo: “No adorarás nada de lo que no sea tu Dios verdadero, Único, Eterno”. Y se dijo: “Yo soy el Dios fuerte y celoso”.
Fuerte: Ninguna fuerza supera la suya. El hombre es libre de obrar, Satanás de tentar. Pero cuando Dios dice: “Basta” el hombre no puede continuar haciendo el mal ni Satanás tentando. Arrojado este a su infierno, inutilizado en su abuso de hacer mal. Porque hay límite en esto, más allá del cual Dios no permite se vaya.
Celoso:¿De que cosa? ¿Que cela?... ¿Los mezquinos celos de los hombrecillos? ¡No! Dios cela a sus hijos. Un justo celo. Un amoroso celo. Os creó. Os ama, os quiere. Sabe lo que os daña. Conoce lo que puede separaros de El. Es celoso de lo que se interpone entre el Padre y los hijos, y los desvía solo por amor que es salud y paz: Dios. Comprended este sublime celo que no es sucio, que no es cruel, que no es carcelero. Sino que es amor infinito, bondad infinita; que es libertad sin confines que se da a las criaturas limitadas para absorberlas en la eternidad para Sí y en Sí, y hacerlas partícipes de su infinitud. Un buen padre no quiere gozar solo de sus riquezas, sino que quiere que gocen de ellas también sus hijos. En realidad más que para sí, para los hijos fueron acumuladas. Igualmente Dios, que trae en este amor y deseo la perfección que hay en cada acción suya.
No desilusionéis al Señor. Amenaza con castigar a los culpables y a los hijos de los culpables. Y no miente en lo que dice. Pero no perdáis el valor, ¡oh, hijos del hombre y de Dios! Oíd la otra promesa y alegraos: “Hago misericordia hasta la milésima generación a quienes me aman y observan mis mandamientos”.
Hasta la milésima generación de los buenos y hasta la milésima generación de los pobres hijos del hombre, los cuales caen no por malicia sino por veleidad y por trampa de Satanás. Aún más. Yo os digo que El que abre sus brazos, si con corazón contrito y la cara lavada en llanto decís: “ ¡Padre! He pecado. Lo sé. Me humillo por esto y te confieso mi pecado. Perdóname. Tú serás mi fuerza para volver a “vivir” la verdadera vida.
No temáis. Antes de que hubieses pecado por debilidad, El sabía que lo haríais. Pero tan solo su corazón se cierra cuando persistís en el pecado, porque queréis pecar, haciendo de un cierto pecado o de muchos vuestros dioses horrorosos. Destruid todo ídolo, poned al Dios verdadero. El bajará con su gloria a consagrar vuestro corazón, cuando vea que es él solo entre vosotros.
Devolved a Dios su morada, que esta en el corazón de los hombres. Lavad el dintel, escombrad el interior de toda cosa inútil o aparato culpable. Dios solo. Sólo El. ¡El es todo! De ningún modo es inferior el corazón de un hombre en que Dios habita al Paraíso, el corazón de un hombre que canta su amor al Huésped Divino.
Haced de cada corazón un Cielo. Empezad a vivir con el Excelso que en vuestro eterno mañana, se perfeccionará en poder y alegría, y que será tan grande de poder sobrepujar el terrible estupor de Abraham, Jacob y Moisés. Porque no será más el encuentro resplandeciente y aterrorizador que desciende con el Poderoso sino el estar con el Padre y Amigo que desciende para deciros: “Mi alegría es estar entre los hijos de los hombres. Tú me haces feliz. Gracias”.
<<No invocarás en vano mi Nombre>>
La paz sea con todos vosotros y con la paz os venga la luz y santidad. Se dijo: “No proferirás en vano mi nombre”.
¿Cuando se le nombra en vano? ¿Solo cuando se blasfema? ¡No! También cuando se le nombra sin ser dignos de Dios. ¿Puede un hijo decir: “Amo a mi padre y lo honro” si luego hace todo lo contrario de lo que el padre desea de él? No es diciendo: “Padre, padre” como se ama al progenitor. No es diciendo: “Dios, Dios” como se ama al Señor.
En Israel, como ayer expliqué hay tatos ídolos en el secreto de los corazones y existen también la alabanza hipócrita a Dios, alabanza a la que no corresponden los que lo alaban. También hay en Israel una tendencia: la de encontrar pecados en las cosas exteriores, y no quererlos encontrar, donde existen realmente, en las cosas interiores. En Israel hay también una soberbia necia, una costumbre inhumana y no espiritual: la de tomar por blasfemia, que los labios de paganos pronuncien el nombre de nuestro Dios, y se ha llegado hasta prohibir a los gentiles que se acerquen al Dios verdadero porque se le tiene como sacrilegio.
Esto se ha hecho hasta el presente. De hoy en adelante no se hará así. El Dios de Israel es el mismo que creo a todos los hombres. ¿Por qué impedir que se sienta la atracción de su Creador? ¿Creéis que los paganos no sientan algo en el fondo del corazón, alguna insatisfacción que grita, que se mueve, que busca...? ¿A quien?... ¿Qué cosa?... Al Dios desconocido. Y ¿creéis que si un pagano busca por sí mismo el altar del Dios Desconocido, el altar incorpóreo que es el alma en donde siempre hay un recuerdo de su Creador, no sea el alma la que trata de ser poseída por la gloria de Dios, así como aconteció con el Tabernáculo que Moisés erigió según las ordenes recibidas, y que llora hasta que no se realiza el ser poseída? ¿Creéis que Dios rechazará su búsqueda como si rechazase una profanación? ...¿Y creéis que sea pecado este acto, que ha cobrado vida en un sincero deseo del alma que despertada con llamamientos celestiales, dice a Dios: “Voy”, el cual le contesta “Ven”, mientras sea santidad el culto corrupto de un Israel que ofrece al Templo lo que le sobra de sus goces y entra a la presencia de Dios e Invoca al Purísimo con un alma y cuerpo que es un gusanero de culpas?
¡No! En verdad os digo que el sacrilegio perfecto lo hace el israelita que con alma impura pronuncia en vano el nombre de Dios. Es en vano pronunciarlo cuando, y no seáis necios, cuando sabéis, por el estado de vuestra alma que lo pronunciáis inútilmente. ¡Oh! Yo veo que el rostro indignado de Dios se vuelve a otra parte con desagrado cuando un hipócrita lo invoca, cuando lo nombra un impenitente. Me da miedo aún a Mi, que no merezco ese airarse divino.
En más de uno de los corazones leo este pensamiento: “!Entonces, fuera de los niños, nadie podrá llamar a Dios, porque en el hombre no hay más que impureza y pecado!” No. No digáis así. Son los pecadores que invocan este nombre. Son ellos los que se sienten estrangulados por Satanás y quieren librarse del pecado y del seductor. Quieren. He aquí lo que hace que el sacrilegio se cambie en rito. Querer curarse, llamar al Todopoderoso para ser perdonados y para ser curados. Invocarlo para poner en fuga al seductor.
Se dice en el Génesis, que la serpiente tentó a Eva en la hora en que el Señor no paseaba por el Edén. Si Dios hubiese estado en el Edén, Satanás no hubiese estado allí. Si Eva hubiese invocado a Dios, Satanás hubiese huido. Tened en el corazón siempre este pensamiento. Y con sinceridad llamad al Señor. Su nombre es salvación. Muchos de vosotros queréis bajar a purificaos. Pero purificaos el corazón sin cesar, escribiendo amorosamente la palabra “Dios”. No más mentirosas plegarias. Con el corazón, pensamiento, acciones, con todo vuestro ser decid este nombre: “Dios”. Decidlo para no estar solos. Decidlo para que os sostenga. Decidlo para que se os perdone.
“En vano” significa, según la palabra del Dios del Sinaí, significa no cambiarlo por ningún bien, entonces sería pecado. “En vano” no se dice cuando a manera de pulsación de la sangre en el corazón, cada minuto del día y a cada acción honrada, a cada necesidad, a cada tentación o dolor os llega a los labios como palabra filial de amor: “Ven Dios mío”. Entonces en verdad no pecáis al pronunciar el Nombre Santo de Dios. Idos, la paz sea con vosotros.
<<Santifica las fiestas >>
Jesús toma en sus brazos a un niño enfermo, se sienta y comienza a hablar. <<Se dijo: “Ocúpate en un trabajo honesto y el séptimo día dedícalo al Señor y a tu espíritu”. El hombre no es más que Dios. Y sin embargo Dios llevó a cabo en seis días su creación y descansó el séptimo. ¿Cómo puede suceder que el hombre se permita no imitar al Padre y no obedecer sus órdenes? ¿Es una orden necia? No. En realidad es una orden útil tanto para bien del cuerpo como para lo moral y espiritual. El cuerpo fatigado tiene necesidad de descanso como lo tiene cualquier ser creado. El buey trabaja en el campo y descansa. Lo dejamos descansar para no perderlo; el borriquillo que nos carga, la oveja que nos da corderitos y leche, también descansan. Igualmente el campo laborable descansa y lo dejamos descansar, para que en los meses que no se les siembra, se nutra y se alimente de las sales que o le llueven del cielo o que brotan del suelo. Descansan bien aún sin pedir nuestro parecer, los animales y las plantas que obedecen a leyes eternas de una sapiente reproducción. ¿Por qué el hombre no quiere imitar ni a su Creador que descansó el séptimo día, ni a uno inferior que, vegetal o animal cualquiera que sea, sin tener otra orden que el instinto, según él, se regulan y la obedecen?
Existe un orden moral fuera del físico. Durante seis días el hombre fue de todo y de todos. A la manera de hilandero que en su telar tiene hilo que sube y baja todos los días, pero el séptimo se dice: “Ahora me ocupo de mi mismo, de mis seres más queridos. Soy padre, y hoy pertenezco a los hijos, soy esposo y hoy me dedico a mi esposa, soy hermano y me alegro con ellos, soy el hijo y cuido de la vejez de mis padres”.
Existe un orden espiritual. El trabajo es santo. Más santo es el amor. Dios es Santísimo. Entonces hay que acordarse por lo menos de dar un día de los siete a nuestro Bueno y Santo Padre, que nos ha dado la vida y nos la conserva. ¿Por qué tratarlo menos que a nuestros padres, que a nuestros hijos, hermanos, esposa, menos que a nuestro propio cuerpo?... El día de la venganza pertenezca a El. ¡Oh! Que dulce es, después de un día de trabajo, descansar por la noche en una casa donde hay solo cariño! ¡Que dulce volverla a ver después de un largo viaje! Y ¿Por qué no ser como el hijo que regresa después de un viaje de seis días y decir: “He venido a pasar contigo mi día de descanso”?
Escuchad, os dije: “Ocúpate de un trabajo honesto”. Sabéis que nuestra Ley ordena el amor del prójimo. La honradez del trabajo entra en el amor al prójimo. El honrado en el trabajo no roba en el comercio, no defrauda al obrero de su salario, no se aprovecha de él culpablemente, tiene ante la mente que el siervo y el trabajador son de un ser que tiene carne y alma como él y no los trata como a pedazos de piedra sin vida a los que se puede hacer pedazos y golpear con los pies o con el hierro. Quien obra de este modo no ama a su prójimo y peca a los ojos de Dios. Maldita es su ganancia, aún cuando de ella tome un diezmo para el Templo.
¡Oh! ¡Qué oferta mentirosa! Como puede atreverse a ponerla a los pies del altar cuando brotan lágrimas y sangre del súbdito de quien se aprovecha y tiene el nombre de “robo”, esto es, de traición hacia su prójimo. Creedme, la fiesta no es santificada si no se le emplea para examinarse a sí mismo y no se dedica a mejorarse uno mismo a reparar los pecados cometidos durante los seis días.
¡He aquí lo que significa la fiesta! En esto consiste y no en algo exterior que no cambia en lo mínimo vuestro modo de pensar. Dios quiere obras vivas y no máscaras de ellas. Es una máscara de ella el obedecer mentirosamente a su Ley. Es una máscara la santificación mentirosa del día del Señor, esto es, el descanso que se hace solo por mostrar a los ojos de los hombres que se obedece a la Ley, pero que se emplean luego aquellas horas de descanso en el vicio de la lujuria, embriaguez, en pensar calmadamente cómo aprovecharse del prójimo y como dañarlo en la semana que está por entrar. Es máscara la santificación del día del Señor, o sea, el reposo material que no se adapta al trabajo intimo, espiritual, santificador de un examen de conciencia de sí mismo, de humilde reconocimiento de la propia miseria, de un serio propósito de portarse mejor en la semana siguiente. Diréis: “Y si luego vuelve uno a caer en pecado?” ¿Qué dirías entonces de un niño, que porque cayó una vez, no quisiese más dar paso para no volver a caer? Que es un necio. Que no se debe avergonzar de no poder guardar el equilibrio en el caminar, porque todos así fuimos de pequeñuelos, y que nuestro padre no por eso dejó de amarnos. ¿Quién no recuerda como nuestras caídas hicieron llover sobre nosotros una lluvia de besos de parte de nuestra mamá y de caricias del papá?
Lo mismo hace el dulcísimo Padre que está en los Cielos. Se inclina sobre su pequeñuelo que llora en el suelo y le dice: “No llores. Te voy a levantar. Procurarás estar más atento otra vez. Ven ahora a mis brazos, en los que todo tu mal pasará y de los que saldrás robusto, curado y feliz”. Esto dice nuestro Padre que está en los Cielos. Esto os digo Yo. Si llegáis a tener fe en el Padre que está en los Cielos, todo lo podréis. Una fe, estad atentos, como la de un niño. El niño cree que todo es posible. No pregunta si puede ocurrir o como puede ocurrir. No mide su profundidad. Cree en quien le inspira confianza, y hace lo que él le dice. Ante el Altísimo sed como pequeñuelos. ¡Cómo ama El a estos pequeñuelos angelitos que son la hermosura de la tierra! De igual modo ama a las almas que se hacen sencillas, buenas, puras como es el niño.
¿Queréis ver la fe de un niño para aprender a tenerla? Todos habéis compadecido al niño que tengo conmigo y que contrario a todo lo que los médicos y su madre decían, no ha llorado, aún cuando está sentado en mis rodillas. ¿Veis? Hace mucho que no hacía otra cosa que llorar de día y de noche y sin encontrar alivio. No ha llorado y placidamente se ha dormido contra mi pecho. Le pregunté: “Quieres venir a mis brazos?” y respondió: “Si” sin reflexionar en su miserable estado, en el probable dolor que habría podido experimentar, en las consecuencias de moverse. En mi rostro descubrió amor y vino. Y no ha sufrido nada. Ha estado contento de estar aquí en alto, conmigo para ver. El que estuvo clavado en esa tabla se ha sentido contento de estar sobre mi blanda carne. Se ha reído, ha jugueteado y se ha dormido con un mechón de mis cabellos ente sus manitas. Ahora lo despertaré con un beso…>> y Jesús besa los castaños cabellitos. El niño se despierta con una sonrisa. ¿Cómo te llamas? Juan. Escucha, Juan ¿Quieres caminar? ¿Ir a tu mamá y decirle: “El Mesías te bendice por tu fe”? Sí, Sí!! El niño echa sus bracitos al cuello de Jesús lo besa y para besarlo mejor brinca de rodillas sobre las piernas de Jesús y una lluvia de besos inocentes cae sobre su frente, ojos y mejillas. La gente grita. El niño baja sin temor de las rodillas de
Jesús, de estas a la tierra y corre a su mamá, le brinca al cuello y le dice: “Jesús te bendice. ¿Por qué lloras ahora?. Cuando la gente esta un poco calmada, Jesús en voz alta dice: <<Haced como Juanito, vosotros caéis en pecado y os herís. Tened fe en el amor de Dios. La paz sea con vosotros>>
<<Honra a tu padre y a tu madre>>
<<La paz sea con todos vosotros. He pensado, pues que habéis venido a hora muy temprana y así es más fácil que podáis regresar para medio día, que hablaremos esta mañana de Dios. He pensado también alojar a los peregrinos que no puedan regresar a sus casas dentro de la misma tarde. Soy también Yo peregrino y no poseo sino lo esencialmente indispensable que me dio la piedad de un amigo. Juan todavía tiene menos que Yo. Pero a Juan van personas sanas o muy poco enfermas, contrahechos, ciegos, mudos; pero no agonizantes o apasionados como vienen a mi. Van a El para el bautismo de penitencia; vienen a Mi aún para que los cure en sus cuerpos. La Ley dice “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Pienso y digo: ¿Cómo enseñaría a mis hermanos que los amo, si cerrase mi corazón a sus necesidades aún físicas? Y concluyo, daré a ellos lo que me dieron. Extendiendo la mano a los ricos pediré pan para los pobres, quitándome de la cama, acogeré al cansado y al que sufre. Todos somos hermanos. El amor no se prueba con las palabras sino con hechos. El que cierra su corazón a sus semejantes, tiene corazón de Caín. El que no tiene amor es un rebelde al mandamiento de Dios. Todos somos hermanos. Y sin embargo Yo sé y vosotros sabéis que aún en el seno de las familias -allí donde igual sangre corre, y con la sangre y carne la fraternidad que nos viene de Adán- hay odios y rencores. Los hermanos están contra los hermanos, los hijos contra los padres y los esposos como si fuesen enemigos.
Para no ser siempre hermanos malvados, y esposos adúlteros algún día, es menester aprender desde la tierna edad, el respeto hacia la familia, organismo que es el más pequeño y el mayor en el mundo. El más pequeño en comparación a una ciudad, una región, una nación, un continente. El mayor por ser el más antiguo; porque lo puso Dios, cuando el concepto de patria y país no existía, pero ya estaba vivo y activo el núcleo de familia, fuente de la raza y de las razas, reino pequeño en donde el hombre es rey y la mujer reina y los hijos súbditos. ¿Puede alguna vez perdurar un reino que se divida dentro de si y en que sus habitantes sean mutuamente enemigos? No lo puede, y en verdad una familia no dura si no hay obediencia, respeto, economía, buena voluntad, diligencia y amor.
“Honra a tu padre y madre” dice el Decálogo. ¿Como se les honra? ¿Por qué se les debe honrar?
Se les honra con verdadera obediencia, con verdadero amor, con respeto, con temor reverencial que no excluye la confianza, pero al mismo tiempo no deja tratar a los mayores como si fuesen siervos e inferiores. Se les debe honrar porque, después de Dios, son los que han dado la vida y cuidado en todas las necesidades materiales de la misma; los primeros maestros, los primeros amigos del recién nacido. Se dice: “Dios te bendiga” y “Gracias” a quien nos recoge un objeto caído o nos da un pedazo de pan. ¿Y a estos que se matan en el trabajo por quitarnos el hambre, para tejernos vestidos y tenerlos limpios, para estos que se levantan a ver como dormimos y que no descansan hasta vernos sanos, que hacen lecho de su seno cuando estamos dolorosamente cansados, no les diremos con amor: “Dios te bendiga” y “Gracias”?
Son nuestros maestros. Al maestro se le teme y se le respeta. Esto se comprende cuando podemos ya estar derechos, alimentarnos y decir lo más esencial, y se nos deja cuando se nos debe enseñar la dureza de la vida, “el vivir”. Son el padre y la madre que nos preparan para la primera escuela y después para la vida.
Son nuestros amigos. Pero ¿qué amigo puede ser más amigo que el padre? Y que amiga más amiga que la madre? ¿Podéis temer de ellos? ¿Podéis decir: “Me traicionó él o ella? Y sin embargo ved que el joven necio y la aún más necia joven se hacen amigos de los extraños, cierran su corazón a su padre y madre, desperdician su inteligencia y corazón con contactos que son imprudentes, si no hasta culpables y que son causa de lagrimas que vierten el padre y la madre, que las riega como gotas de plomo fundido su corazón de progenitores. Pero yo os digo que estas lágrimas no caen en polvo y en el olvido. Dios las recoge y las cuenta. El martirio de un padre despreciado recibirá premio del Señor, y la acción de verdugo de su hijo, tampoco se olvidará, aún cuando el padre y la madre supliquen, llevados de su amor que sufre, piedad de Dios por el hijo culpable.
“Honra a tu padre y madre si quieres vivir largo tiempo sobre la tierra” se dijo, y Yo añado: “Y eternamente en el cielo” ¡Muy poco seria el castigo de vivir aquí poco tiempo por haber faltado a los padres!. En el más allá no se juega con chanzas, y en el más allá habrá premio o castigo conforme vivamos. Quien falta a su padre, falta a Dios, porque Dios ha ordenado que se ame al padre, y quien no lo ama, peca. Y con esto pierde más que la vida material, la verdadera vida, de que os he hablado, y va al encuentro de la muerte, mejor dicho, tiene ya en si la muerte pues que tiene el alma en desgracia de su Señor. Tiene en sí un crimen, porque hiere el amor más santo después del de Dios; tiene en su los gérmenes de los futuros adúlteros, porque siendo hijo malo, llegará a ser pérfido esposo; tiene en si los estímulos de la perversión social, porque siendo un hijo malo se convierte en futuro ladrón, en el cruel y violento asesino, en el duro usurero, en el libertino seductor, en el desvergonzado cínico, en el repugnante traidor de su patria, amigos, hijos, esposa, de todos. ¿Y podéis tener estima y confianza del que ha sabido traicionar el amor de una madre y burlarse de los plateados cabellos de un padre?
Oíd algo más. Al deber de los hijos corresponde el de los padres. Maldición al hijo culpable. Maldición también al padre culpable. Haced de modo que los hijos no os puedan criticar ni imitaros en el mal. Haceos amar con un amor que proporciona la justicia y misericordia. Dios es misericordioso. Los padres, que después de Dios ocupan el segundo lugar, sean misericordiosos. Sed ejemplo y consuelo de los hijos. Sed paz y guía. Sed el primer amor de vuestros hijos. Una madre es siempre la primera imagen de la esposa que querríamos. Un padre, para las hijas jóvenes tiene la cara del que sueñan por esposo. Haced que sobre todo, los hijos y las hijas elijan con mano inteligente sus respectivos consortes, pensando en la madre y el padre y deseando en el consorte lo que hay en el padre y en la madre: una virtud sincera.
Si tuviese que hablar hasta agotar el tema, no sería suficiente ni el día ni la noche. Por amor de vosotros voy a terminar. Lo demás que os lo diga el Espíritu eterno. Yo arrojo la semilla y luego paso. La semilla en los buenos echará raíces y dará espigas. Idos. La paz sea con vosotros.>>
Textos tomados de:
Valtorta, M. "El Hombre-Dios" Volumen II. 1989