La Epístola a los Romanos fue escrita por el apóstol Pablo, probablemente durante su estancia en Corinto, alrededor del año 57 d.C.. Pablo escribió esta carta mientras se preparaba para su viaje a Jerusalén, donde llevaría una colecta para los creyentes necesitados en esa ciudad.
¿Pero cómo obró Dios para que no solo esta carta fuese leída, explicada, y aplicada en las distintas asambleas cristianas en Roma en esta mitad del primer siglo, sino también las distintas enseñanzas sobre la doctrina de la Iglesia?
En aquellas asambleas ningún hermano podía levantarse a leer algún capítulo de las cartas enviadas a Timoteo en Éfeso, aún no estaban escritas.
Dios levantó tres dones especiales;
1. Profecía
2. Ciencia
3. Sabiduría
Eran enseñanzas con relación al orden de la asamblea, no era escatología, la profecía en este contexto es puramente de carácter doctrinal, Dios estaba revelando la doctrina de la Iglesia.
Dios revelaba directamente a un hermano una palabra, una enseñanza, otro hermano con el don de ciencia tenía la capacidad de explicar lo que al primer hermano le había sido revelado.
Pero luego se podía levantar otro hermano, con el don de sabiduría, y en este sentido, no es el mucho conocimiento, sino el saber aplicar a la vida práctica, la enseñanza que acaba de ser revelada, y explicada.
Tales dones no existen hoy, existe uno que los sustituye, es el don de maestro.
Es imposible que Dios estuviese revelando en Roma la veneración de imágenes, los altares a otros dioses, las hostias, los rosarios, las velas, los cirios, la reina del cielo, el purgatorio, los distintos santos elevados a la devoción de los fieles católicos romanistas.
¿Y entiende porque era imposible que esto sucediera en los primeros tres siglos del Cristianismo en Roma?
Porque el emperador Constantino no había nacido, para fusionar los distintos cultos paganos de la época, y crear de este modo el catolicismo romano, cuando la iglesia se casó con el Estado.
