Dios no pone la oscuridad en la Tierra, ya que es un Dios de orden y crea a la Tierra hermosa.
Job 38: 4 ¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra?
Házmelo saber, si tienes entendimiento.
5 ¿Quién determinó sus medidas?
Porque tú lo debes saber.
¿O quién extendió sobre ella un cordel?
6 ¿Sobre qué están afirmados sus cimientos? ¿O quién puso su piedra angular
7 cuando aclamaban juntas las estrellas del alba
y gritaban de júbilo todos los hijos
de Dios?
Pero si acabo de poner lo mismo en:
Jubileos 2:3
Entonces vimos su obra, y lo bendijimos y alabamos en su presencia a causa de toda ella, pues había hecho siete grandes obras en el primer día.
Ya te he dicho varías veces que si hubo una creación previa a la de nuestro mundo, a la relatada en Génesis, pero que NO FUE en la Tierra, esta como tal no existía, esa creación previa FUE EN EL CIELO, de seres espirituales, no carnales.
Historia del universo (El gran rollo de Melquisedec)
Capítulo 1:3-8
3 El eterno estaba muy feliz, pues Sus sueños estaban por realizarse. Moviéndose con majestad,
inició Su obra de creación. Sus manos moldearon primeramente un mundo de luz, y sobre él una
montaña fulgurante sobre la cual estaría para siempre afirmado el trono del Universo.
4 Al monte sagrado Dios llamó: Sión. De la base del trono, el Eterno hizo brotar un río cristalino,
para representar la vida que de Él fluiría hacia todas las criaturas. Como sala del trono, creó un
lindo paraíso que se extendía por centenas de kilómetros alrededor del monte Sión. Al paraíso
llamó: Edén. Al sur del paraíso, en ambos márgenes del río de la vida, fueron edificadas numerosas
mansiones adornadas de piedras preciosas, que se destinaban a los ángeles, los ministros del reino
de la luz.
5 Circundando el Edén y las mansiones angelicales, construyó Dios una muralla de jaspe brillante, a
lo largo de la cual podían ser vistos grandes portales de perlas. Con alegría, el Eterno contempló la
Capital soñada. La ciudad en su esplendor era como una novia adornada, pronta para recibir a su
esposo.
6 Cariñosamente, el gran Arquitecto la llamó: Jerusalén, la Ciudad de la Paz. Dios estaba por traer a
la existencia a la primera criatura racional. Sería un ángel glorioso, de entre todos, el de mayor
honra. Adornado por el brillo de las piedras preciosas, ese ángel viviría sobre el monte Sión, como
representante del Rey de reyes delante del Universo.
7 Con mucho amor, el Creador comenzó a moldear al primogénito de los ángeles. Toda sabiduría
aplicó al formarlo, haciéndolo perfecto. Con ternura le concedió la vida; el hermoso ángel, como
despertando de un profundo sueño, abrió los ojos y contempló la faz de su Autor. Con alegría, el
Eterno le mostró las bellezas del paraíso, hablándole de Sus planes, que comenzaban a
concretarse.
8 Al ser conducido al lugar de su morada, junto al trono, el príncipe de los ángeles estaba
agradecido y, con voz melodiosa, entonó su primer cántico de alabanza. De las alturas de Sión, se
descubría, a los ojos del hermoso ángel, Jerusalén en su inmensidad y esplendor. El río de la vida, al
deslizar sereno en medio de la Ciudad, se asemejaba a una larga avenida, reflejando las bellezas
del jardín del Edén y de las mansiones angelicales.
Tras la rebelión de Lucifer, se crea nuestro mundo en el abismo.
Capítulo 2
24 ¿Dónde sería ahora Su morada? Las huestes fieles acompañaban reverentes Sus misteriosos
pasos de abandono, que parecían descorrer un futuro difícil, de sufrimientos y humillaciones.
¿Ocuparían los rebeldes el trono divino, profanándolo como dominio del pecado? Esta indagación
torturaba el corazón de los súbditos del Eterno. Dejando Su amada Ciudad, el Señor de la luz se
condujo, en medio de las glorias del Universo, en dirección del abismo inmenso, respecto del cual
había callado hasta entonces. Allí Se detuvo una vez más, enmudecido, mientras que parecía leer
en las tinieblas un futuro de grandes luchas.
25 Ante el sufrimiento del Eterno, expresado en la tristeza de su semblante, los fieles pudieron
finalmente comprender el significado de aquél misterioso abismo: consistía en una representación
simbólica del reino de la rebeldía. En el rostro entristecido de Dios se manifestó, por fin, un brillo
que a los fieles animó. Levantando los poderosos brazos ante las tinieblas, ordenó en alta voz:
"Haya luz" Inmediatamente, la luz de Su presencia inundó el profundo abismo y, triunfando sobre
las tinieblas, reveló un mundo inacabado, cubierto por aguas cristalinas. Con ese gesto, el Eterno
iniciaba una gran batalla por la reivindicación de Su gobierno de luz; batalla del amor contra el
egoísmo; de la justicia contra la injusticia; de la humildad contra el orgullo; de la libertad contra la
esclavitud; de la vida contra la muerte.
26 Batalla que, sin tregua, se extendería hasta que, en el amanecer anhelado, pudiese el divino Rey
retornar victorioso al santo monte Sión, donde, entronizado en medio de las alabanzas de los
redimidos, reinaría para siempre en perfecta paz. Las tinieblas, en su fuga, señalaban hacia el
aniquilamiento final de la rebeldía. Las aguas abundantes que cubrían aquél mundo, hasta
entonces oculto, simbolizaban la vida eterna que para los fieles sería conquistada por el amor que
todo sacrifica. El mundo revelado era la tierra. Visitada por las tinieblas y por la luz, ella sería el
palco de la gran lucha. Los fieles se regocijaban ante el triunfo de la luz en aquél primer día, cuando
las tinieblas en su furia rodaban sobre el planeta, sucumbiéndolo en densa obscuridad.
27 La luz, que parecía vencida, renació victoriosa en un lindo amanecer. Al rayar la luz de un
segundo día, el Eterno ordenó: "Haya una expansión en medio de las aguas, y haya separación
entre agua y aguas." Inmediatamente, el calor de Su luz hizo que una inmensa cantidad de vapor se
elevase de las aguas, envolviendo el planeta en un manto de transparencia añil. Surgió así la
atmósfera, con su mezcla perfecta de gases que serían esenciales para la vida que en breve
coronaría el planeta. El Creador, contemplando la expansión, la llamó "cielos".
28 La atmósfera, que llena de brillo envolvía la tierra, se ensombreció al sobrevenir el crepúsculo
de otro atardecer.