IGLESIA
I. Significado
La palabra “iglesia” en el NT proviene del gr. ekklesia, que en general significa congregación local de cristianos, nunca un edificio, Aunque a menudo designamos a estas congregaciones colectivamente como la iglesia neotestamentaria o la iglesia primitiva, ningún escritor del NT usa la palabra ekkleµsia en esta forma colectiva. Una ekkleµsia era una reunión o asamblea. La forma más común de utilizarla era para designar a una asamblea pública de ciudadanos debidamente citada, siendo esta una característica de todas las ciudades fuera de Judea donde se implantó el evangelio (p. ej. Hch. 19.39); el vocablo ekkleµsia también se usaba entre los judíos (LXX) para designar la *“congregación” de Israel que se constituyó en el Sinaí, y se reunía delante del Señor en las fiestas anuales en la persona de sus varones representativos (Hch. 7.38).
En Hechos, Santiago, 3 Juan, Apocalipsis, y las primeras epístolas paulinas, “iglesia” siempre se refiere a una determinada congregación local. “La iglesia … en toda Judea, Galilea y Samaria” (Hch. 9.31, °nbe; °vrv2 “iglesias”, plural) parecería una excepción, pero el singular podría ser distributivo (cf. Gá. 1.22), o, más probablemente, se debe al hecho de que este versículo es el final de una sección acerca de la forma en que fue perseguida “la iglesia que estaba en Jerusalén” (Hch. 8.1) y sus miembros esparcidos. Aunque cada congregación local es “la iglesia de Dios” (1 Cor. 1.2), Pablo no utiliza el término en conexión con su doctrina de la justificación, y está totalmente ausente de su exposición sobre Israel y los gentiles en Ro. 9–11. Pero en las cartas posteriores a Colosenses y Efesios, Pablo generaliza el uso de “iglesia” para indicar, no una iglesia ecuménica, sino el significado espiritual y celestial de todos y cada uno de los “cuerpos” locales que tienen a Cristo como su “cabeza”, y por medio de los cuales Dios manifiesta su multiforme sabiduría a través de la creación de “un solo y nuevo hombre” tomado de todas las razas y clases. En los propósitos de Dios existe una sola iglesia, una sola reunión de todos bajo la Cabeza que es Cristo. Pero en la tierra es pluriforme, y se manifiesta dondequiera se reúnen dos o tres en su nombre. No es necesario explicar la relación entre la iglesia única y las muchas. Como el creyente, la iglesia es a la vez local y celestial. En He. 12.23 también se nos pinta el cuadro de una “asamblea” (°nbe; °vrv2 “congregación”; ekkleµsia) celestial, pero que está basada en el modelo de la “congregación de Israel” en el Sinaí, y existe duda sobre si los “primogénitos” que la componen son seres humanos o celestiales. De la misma manera, la “iglesia” de Jesús en Mt. 16.18 puede no ser idéntica a lo que Pablo quiere decir con la palabra “iglesia”. Es posible que Jesús estuviera pensando en el conjunto de sus apóstoles reunidos para formar, bajo su persona, la casa de David restaurada (cf. Mt. 19.28; Hch. 15.16), por medio de la cual la salvación alcanzaría a los gentiles (Ro. 15.12). (En Mt. 18.17 “la iglesia” se refiere a la sinagoga.) Pablo compara la iglesia local a un cuerpo cuyos miembros son dependientes entre sí (1 Co. 12.12ss), y a un edificio que se está construyendo, especialmente a un *templo para el Espíritu de Dios (1 Co. 3.10ss). Se utilizan metáforas de crecimiento, y también la imagen de un rebaño que está siendo alimentado (Hch. 20.28; 1 P. 5.2). “Iglesia” no es sinónimo de “pueblo de Dios”; es mas bien una actividad del “pueblo de Dios”. Imágenes tales como “extrajeros y peregrinos” (1 P. 2.11) se aplican al pueblo de Dios en el mundo, pero no describen a la iglesia, e. d. al pueblo reunido en asamblea con Cristo en el medio (Mt. 18.20; He. 2.12).
II. La iglesia de Jerusalén
La iglesia en el sentido cristiano apareció primeramente en Jerusalén después de la ascensión de Jesús. Se componía del grupo de discípulos de Jesús, predominantemente galileos, juntamente con los que respondieron a la predicación de los apóstoles en Jerusalén. Sus miembros se consideraban el remanente elegido de Israel, destinado a hallar la salvación en Sión (Jl. 2.32; Hch. 2.17ss), y como el tabernáculo de David, restaurado, que el mismo Jesús había prometido edificar (Hch. 15.16; Mt. 16.18). Jerusalén era, pues, el escenario divinamente señalado para los que esperaban el cumplimiento final de todas las promesas de Dios (Hch. 3.21). Visto externamente, el grupo de creyentes bautizados revestía las características de una secta dentro del judaísmo. Se la denominó “secta de los nazarenos” por un orador profesional (Hch. 24.5, 14; cf. 28.22), mientras que sus propios adherentes dieron el nombre de “el *Camino” a la fe que profesaban. Fue más o menos tolerada por el judaísmo durante los treinta o más años de su existencia en Judea, excepto cuando las autoridades judaicas se sintieron molestas por su fraternización con las iglesias gentiles en el extranjero. No obstante, debe tenerse presente el carácter esencialmente judío de la iglesia en Jerusalén. Sus miembros aceptaban las obligaciones impuestas por la ley, y el culto del templo. La creencia que los distinguía era la de que Jesús de Nazaret era el Mesías de Israel, que Dios mismo había certificado esta verdad al levantarlo de entre los muertos después de haber sufrido por la redención de Israel, y que “el día del Señor, grande y manifiesto”, estaba ya por llegar, y culminaría con la aparición final del Mesías en juicio y gloria.
Las prácticas que los distinguían incluían el bautismo en el nombre de Jesús, asistencia regular a las sesiones de instrucción organizadas por los apóstoles, y la “comunión” de casa en casa, lo que Lucas describe como “el partimiento del pan y… las oraciones” (Hch. 2.41–46). Los primeros dirigentes de la iglesia fueron los doce apóstoles (galileos), especialmente *Pedro y *Juan, pero esto pronto fue reemplazado por ancianos nombrados en la forma habitual entre los judíos, con *Jacobo, el hermano de Jesús, como presidente (Gá. 2.9; Hch. 15.6ss). La presidencia de este último se extendió durante casi toda la vida de la iglesia en Jerusalén, quizás ya desde la década del treinta (Gá. 1.19; cf. Hch. 12.17), hasta su ejecución en ca. 62 d.C. Es muy posible que esto haya ocurrido en relación con las concepciones mesiánicas de la iglesia. “El *Trono de David” constituía una esperanza mucho más literal entre los judíos fieles que lo que comúnmente pensamos, y Jacobo era, además, “de la casa y familia de David”. ¿Será que lo consideraban como una especie de príncipe regente hasta el regreso del Mesías en persona? Eusebio informa que un primo de Jesús, Simeón hijo de Cleofas, sucedió a Jacobo en la presidencia, y que se dice que Vespasiano, después de la captura de Jerusalén en el 70 d.c., ordenó la búsqueda de todos aquellos que pertenecieran a la familia de David, a fin de que no quedara entre los judíos ni un solo miembro de la familia real (HE 3.11–12).
La iglesia se hizo numerosa (Hch. 21.20), llegando a incluir entre sus miembros a sacerdotes y fariseos (Hch. 6.7; 15.5). En sus comienzos incluyó también a muchos *helenistas, judíos de habla griega (de la dispersión) que llegaban como peregrinos a ciertas fiestas, o que por distintos motivos se encontraban transitoriamente en Jerusalén. A menudo estos judíos eran más pudientes que los de Jerusalén, y manifestaban su piedad llevando “limosnas a [su] nación” (cf. Hch. 24.17). Cuando la iglesia adoptó la práctica de la ayuda mutua, un benefactor típico fue *Bernabé, natural de Chipre (Hch. 4.34–37), y cuando se hizo necesario nombrar una comisión para atender la distribución para los necesitados, los siete elegidos, a juzgar por sus nombres, eran helenistas (Hch. 6.5). Aparentemente fue a través de este elemento helenista que el evangelio desbordó los estrechos límites del cristianismo judaico, creando nuevas corrientes en territorios extranjeros. *helenistas, uno de los siete, tuvo una discusión en una sinagoga helenista de Jerusalén (de la que posiblemente era miembro Saulo de Tarso), y fue acusado ante el sanedrín de haber blasfemado contra el templo y la ley de Moisés. Su defensa demuestra sin lugar a dudas una actitud liberal hacia la inviolabilidad del templo, y la persecución que se desencadenó después de su muerte quizás haya estado dirigida contra este tipo de tendencias entre los creyentes helenistas, antes que contra el cristianismo de los apóstoles (que era respetuoso de la ley), los que se quedaron en Jerusalén cuando otros fueron “esparcidos”. *Esteban, otro de los siete, llevó el evangelio a Samaria, y después de bautizar a un eunuco extranjero cerca de la antigua ciudad de Gaza, siguió predicando por la costa hasta que llegó a la ciudad de Cesarea, predominantemente pagana, donde muy pronto encontramos a Pedro aceptando a los gentiles no circuncidados para ser bautizados.
Es importante notar que fueron helenistas los que se dirigieron de Jerusalén a Antioquía y allí predicaron a los gentiles, sin hacer ninguna estipulación referente a la ley mosaica. Después de Esteban, parece ser que el elemento helenista desapareció de la iglesia de Jerusalén, prevaleciendo su carácter judaico. Algunos de sus miembros no estaban de acuerdo en que el evangelio fuera ofrecido a los gentiles, sin la correspondiente obligación de guardar la ley, y se encaminaron a plantear su punto de vista a las nuevas iglesias (Hch. 15.1; Gá. 2.12; 6.12s). Sin embargo, la iglesia de Jerusalén oficialmente dio su aprobación, no solamente a la misión de Felipe en Samaria, y al bautismo de Cornelio en Cesarea, sino también a la política de la nueva iglesia en Antioquía y sus misioneros. En el 49 d.C. aprox. se consultó formalmente a un *concilio de la iglesia de Jerusalén en cuanto a las exigencias que debían cumplir “los gentiles que se convierten a Dios”. En esa oportunidad se resolvió que, aunque los creyentes judíos, por supuesto, seguirían circuncidando a sus hijos y guardando toda la ley, estos requisitos no debían imponerse a los creyentes gentiles, si bien a estos últimos se les pediría que hiciesen ciertas concesiones a determinados escrúpulos de los judíos, porque favorecerían la confraternización a la mesa entre los dos grupos, y que cumpliesen la ley en lo relativo a la pureza sexual (Hch. 15.20, 29; 21.21–25). La forma de proceder refleja la primacía de Jerusalén en asuntos de fe y moralidad. Sin lugar a dudas, durante toda la primera generación fue “la iglesia” por excelencia (véase Hch. 18.22, que se refiere a la iglesia en Jerusalén). Esto se nota en la actitud de Pablo (Gá. 1.13; Fil. 3.6), que la trasmitió a sus iglesias (Ro. 15.27). Su última visita a Jerusalén en 57 d.C. aprox. la hizo como reconocimiento de esta primacía espiritual. Fue recibido por “Jacobo … y todos los ancianos”, quienes le recordaron que los numerosos miembros de la iglesia “todos son celosos por la ley”. Por más escrupulosos que fuesen, sin embargo, esto no evitó que cayera sobre ellos la sospecha de no ser leales a la esperanza nacional de los judíos. Jacobo “el Justo” fue judicialmente asesinado por instigación del sumo sacerdote ca. 62 d.C.
Cuando estalló la guerra con Roma en 66 d.C. la iglesia llegó a su fin. Según Eusebio, sus miembros se trasladaron a Pela en la Transjordania (HE 3.5). Posteriormente se dividieron en dos grupos: los nazarenos, que, aunque ellos mismos ardaban la ley, adoptaban una actitud tolerante hacia los creyentes gentiles, y los ebionitas, que heredaron el punto de vista judaizante de sumisión a la ley. Los cristianos de épocas posteriores incluyeron a los ebionitas entre los herejes.
III. La iglesia de Antioquía
Los creyentes de Jerusalén no podían arrogarse la exclusividad del término ekkleµsia, a pesar de la asociación del mismo con el AT, y la congregación mixta, de creyentes judíos y gentiles, que se formó en Antioquía a orillas del Orontes también se comenzó a llamar sencillamente “la iglesia” de dicho lugar (Hch. 11.26; 13.1). Además, *Antioquía, y no Jerusalén, sirven de modelo de la “nueva iglesia” que habría de surgir en todas partes del mundo. Fue fundada por judíos helenistas. Aquí, también, los creyentes fueron por primera vez apodados *cristianos, o “cristitas”, por sus vecinos gentiles (Hch 11.26). Antioquía vino a ser el trampolín para la extensión del evangelio en todo el Levante. La figura clave al principio fue *Bernabé, que quizás fuera él mismo helenista, pero que al mismo tiempo gozaba de la plena confianza de los dirigentes de Jerusalén, quienes lo enviaron a investigar. Se lo menciona primeramente entre los “profetas y maestros”, que son los únicos funcionarios que se mencionan como existentes en esa iglesia. Fue él quien buscó a Saulo, el fariseo convertido, en Tarso (¡un interesante elemento disolvente para el fermento!). Bernabé también dirigió dos expediciones misioneras a su propio país, *chipre, y con Pablo realizó las primeras incursiones en el Asia Menor. Había importantes lazos entre Antioquía y Jerusalén. De Jerusalén iban profetas a ministrar la Palabra en Antioquía (Hch. 11.27), así como también Pedro mismo y delegados de Jacobo (Gá. 2.11–12), sin olvidar a los visitantes farisaicos mencionados en Hch. 15.1. Por su parte, Antioquía manifestaba su comunión con Jerusalén enviando socorro en tiempos de hambre (Hch. 11.29), y más tarde solicitó asesoramiento a la iglesia de Jerusalén para la solución de la controversia legal. Los principales profetas de la iglesia incluían a un africano de nombre Simeón, a Lucio de Cirene, y a un miembro del séquito de Herodes Antipas. Se ha sostenido que el autor de los Hechos de los Apóstoles era oriundo de Antioquía (prólogos antimarcionitas). Pero la iglesia de Antioquía adquirió renombre por el hecho de haber encomendado a Bernabé y a Saulo “a la gracia de Dios para la obra que habían cumplido (Hch. 14.26).
IV. Las iglesias paulinas
Aunque es evidente que *Pablo y Bernabé no fueron los únicos misioneros de la primera generación, conocemos muy yoco de los trabajos de los demás, incluidos aquí los doce apóstoles. Pablo, sin embargo, sostuvo haber predicado el evangelio “desde Jerusalén, y por los alrededores hasta Ilírico” (Ro. 15.19), y sabemos que fundó iglesias al estilo de la de Antioquía en las provincias del S de Asia Menor, Macedonia, y Grecia, en Asia occidental, donde adoptó como base la ciudad de *Efeso, y, según se desprende de la epístola a *Tito, también en *Creta. No sabemos si fundó iglesias en *España (Ro. 15.24). En todas partes adoptaba como centro alguna ciudad, desde donde él (o sus acompañantes) alcanzaban otras ciudades de la provincia (Hch. 19.10; Col. 1.7). Donde fuera posible, Pablo se valía de la *Sinagoga judía como punto de partida, y predicaba allí en calidad de rabino mientras le daban la oportunidad de hacerlo. Con el tiempo, sin embargo, fue surgiendo una ekkleµsia aparte (a veces el vocablo habrá tenido un sentido semejante al de synagoµgeµ [cf. Stg. 2.2, °ba mg]), constituida por convertidos judíos y gentiles, cada una con sus propios ancianos nombrados, por el apóstol o su delegado, de entre los creyentes responsables de mayor edad. La familia representó un papel importante en la formación de estas iglesias. El AT griego fue la Sagrada Escritura de todas estas iglesias, y la clave de su interpretación estaba indicada en ciertos pasajes selectos, juntamente con un resumen claramente definido del evangelio mismo (1 Co. 15.1–4). Otras “tradiciones” relativas al ministerio la enseñanza de Jesús fueron encomendadas a las iglesias (1 Co. 11.2, 23–25; 7.17; 11.16; 2 Ts. 2.15), con pautas definidas de instrucción ética respecto a las obligaciones sociales y políticas. No se sabe quién administraba regularmente el *Bautismo, o presidía en la *Cena del Señor, aunque se mencionan ambas ordenanzas. Tampoco se sabe con cuánta frecuencia o en qué días se congregaba la iglesia. La reunión en Troas “el sábado por la noche” (Hch. 20.7, neb) podría ser un modelo, y si así fuera serviría de apoyo para el punto de vista de que la utilización del “primer día de la semana” (o el “primer día después del sábado”; °nbe, °fs “el domingo”) para la asamblea cristiana comenzó simplemente utilizando las horas nocturnas que seguían a la terminación del sábado (véase H.Riesenfeld, “The Sabbath and the Lord’s Day in Judaism, the Preaching of Jesus and Early Christianity”, The Gospel Tradition, 1970).
Pero no está claro si existía o no una iglesia en Troas; esta ocasión puede haber sido sencillamente la despedida de los compañeros de viaje de Pablo, y la hora puede haber sido la más adecuada para los preparativos en relación con el viaje. El primer día, sin embargo, no puede haber sido observado como el sábado judío, pues no era feriado para los gentiles, y Pablo no aceptaba ninguna regla obligatoria respecto a los días que debía guardar para el Señor (Ro. 14.5). Los creyentes judíos deben haber seguido observando muchas costumbres que no eran compartidas por los miembros gentiles. La descripción más completa de lo que se hacía cuando se congregaban las iglesias la tenemos en 1 Co. 11–14. No había ningún vínculo formal entre las iglesias de Pablo, aunque sí había ciertas afinidades naturales entre las iglesias de una misma provincia (Col. 4.15–16; 1 Ts. 4.10). Se esperaba que todas se sometieran a la autoridad de Pablo en lo concerniente a la fe (esto explica el papel de las epístolas de Pablo, y las visitas de *Timoteo); pero esa autoridad era espiritual y admonitoria, y no coercitiva (2 Co. 10.8; 13.10). La administración y la disciplina en cada iglesia eran autónomas (2 Co. 2.5–10). Ninguna iglesia ejercía superioridad sobre otra, aunque todas reconocían que Jerusalén era la fuente de “bienes espirituales” (Ro. 15.27), y las colectas que se hacían para los santos en esa ciudad daban testimonio de este reconocimiento.
V. Otras iglesias
El origen de las otras iglesias mencionadas en el NT es cuestión de inferencias. Había creyentes judíos y gentiles en Roma ya para el 56 d.C. aprox., cuando Pablo les escribió su epístola. En el día de Pentecostés (Hch. 2.10) estaban presentes “romanos aquí residentes”, tanto judíos como prosélitos, y en la lista de saludos en Ro. 16 se menciona uno destinado a dos creyentes “muy estimados entre los apóstoles”, *Andrónico y Junias, parientes de Pablo que se convirtieron antes que él. ¿Será esta una referencia elogiosa al hecho de haber sido ellos los que llevaron el evangelio a Roma? Ciertos “hermanos” salieron a recibir a Pablo y sus acompañantes cuando se dirigían a *Roma, pero nuestro conocimiento de la iglesia en esa ciudad, de su composición y del lugar que ocupaba, es una cuestión problemática.
De la salutación con que comienza *1 Pedro se desprende que hubo un grupo de iglesias a lo largo de la costa S del mar Negro y el territorio correspondiente (“Ponto, Gafacia, Capadocia, Asia y Bitinia”) integradas por miembros judíos o judeogentiles. Esta es la región a la que Pablo no pudo entrar (Hch. 16.6–7), lo que podría indicar que fueron escenario de la labor de otro, quizás de Pedro mismo. Pero leyendo la epístola no se descubre con claridad nada concreto respecto a dichas iglesias. La tarea de la supervisión y la responsabilidad de “apacentar la grey” en cada lugar estaba en manos de ancianos (1 P. 5.1–2).
Con esto se agota nuestro conocimiento de cómo se fundaron determinadas iglesias en la época neotestamentaria. Del libro de Apocalipsis se puede conocer algo más acerca de las iglesias del Asia occidental. Se cree que se deben haber fundado iglesias cuando menos en Alejandría y la Mesopotamia, y posiblemente aun más al oriente, en el curso del ss. I, pero de esto no hay pruebas fehacientes.
De la vida y la organización de las iglesias en general sabemos muy poco, con excepción de Jerusalén, y este último caso no era típico. Sin embargo, lo poco que conocemos deja ver que la unidad de las mismas estribaba en el evangelio mismo, en la aceptación de las escrituras veterotestamentarias, y en el reconocimiento de Jesús como “Señor y Cristo”. Las diferencías en cuanto al gobierno de las iglesias *(Iglesias, Gobierno de), las distintas formas que adoptaba el *ministerio, los esquemas conceptuales, y el nivel de logros morales y espirituales, probablemente fueran mayores de lo que generalmente se concibe en nuestros días. Ninguna de las iglesias neotestamentarias, ni todas ellas conjuntamente (si bien no formaban una unidad visible), ejerce autoridad alguna sobre nuestra fe en los días artuales. Esta *aturidad divina pertenece exclusivamente al evangelio apostólico tal como aparece en el conjunto de las Escrituras (* Llaves del reino; *Pedro, IV.)
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D.W.B.R.
IGLESIA, GOBIERNO DE LA El NT no proporciona ningún código detallado de reglamentos para el gobierno de la iglesia, y la mera idea de semejante código podría considerarse repugnante al concepto de libertad en el marco de la dispensación evangélica; pero Cristo dejó constituido un cuerpo de dirigentes en la persona de los apóstoles que él mismo había elegido, y también les confió ciertos principios generales para el ejercicio de sus funciones de gobierno.
I. Los Doce y Pablo
Los doce apóstoles fueron elegidos para que estuviesen con Cristo (Mr. 3.14), y esta asociación personal con él los capacitó para actuar como sus testigos (Hch. 1.8); desde el principio recibieron del Señor poder sobre los espíritus inmundos y las enfermedades (Mt. 10.1), y este poder fue renovado y aumentado, de una manera mas general, cuando descendió sobre ellos la promesa del Padre (Lc. 24.49) en el don del Espíritu Santo (Hch. 1.8); en su primera misión fueron enviados a predicar (Mr. 3.14), y en la gran comisión recibieron instrucciones para enseñar a todas las naciones (Mt. 28.19). De este modo recibieron la autoridad de Cristo para evangelizar en forma amplia.
Pero también se les prometió una función más específica como jueces y encargados de gobernar al pueblo de Dios (Mt. 19.28; Lc. 22.29–30), con poder para atar y desatar (Mt. 18.18), para remitir y retener los pecados (Jn. 20.23). Este lenguaje dio origen al concepto de las llaves, definido tradicionalmente, tanto en la teología medieval como en la reformada, como: (a) la llave de la doctrina, para enseñar la conducta prohibida y la permitida (siendo este el significado de atar y desatar en la fraseología legal judía), y (b) la llave de la disciplina, para excluir y excomulgar a los indignos, como también admitir y reconciliar a los contritos, declarando o suplicando el perdón de Dios, por medio de la remisión de pecados únicamente en los méritos de Cristo.
Pedro fue el primero en recibir estos poderes (Mt. 16.18–19), como también recibió la comisión pastoral de alimentar al rebaño de Cristo (Jn. 21.15), pero lo hizo en calidad de representante más bien que en forma personal; porque cuando se repite la comisión en Mt. 18.18, la autoridad para ejercer el ministerio de la reconciliación es transferida al grupo de discípulos en conjunto, y es la congregación fiel, más bien que un determinado individuo, la que actúa en nombre de Cristo para abrir el reino a los creyentes y cerrarlo contra la incredulidad. No obstante, esta función es ejercida principalmente por los predicadores de la Palabra, y a partir del primer sermón de Pedro se observa cómo funciona la tarea de zarandar, de convertir, y de rechazar (Hch. 2.37–41). Cuando Pedro confesó a Cristo, su fe debe considerarse como típica del fundamento firme como la roca sobre el que está fundada la iglesia (Mt. 16.18), pero de hecho los cimientos de la Jerusalén celestial contienen los nombres de todos los apóstoles (Ap. 21.14; cf. Ef. 2.20); estos actuaron como cuerpo en los albores de la iglesia, y a pesar de la invariable eminencia de Pedro (Hch. 15.7; 1 Co. 9.5; Gá. 1.18; 2.7–9), la idea de que ejercía sobre los demás una constante primacía es refutada, en parte, por la posición preponderante que ocupó Jacobo en el *concilio de Jerusalén (Hch. 15.13, 19), y en parte, porque Pablo resistió cara a cara a Pedro (Gá. 2.11). Fue como cuerpo que los apóstoles proveyeron liderazgo a la iglesia primitiva; y ese liderazgo se hizo efectivo tanto en misericordia (Hch. 2.42) como en juicio (Hch. 5.1–11). Ejercieron autoridad general sobre todas las congregaciones, enviando a dos de sus integrantes a supervisar la evolución de los acontecimientos en Samaria (Hch. 8.14), y resolviendo, juntamente con los ancianos, sobre una política común para la admisión de los gentiles (Hch. 15), mientras que “la preocupación por todas las iglesias” por parte de Pablo (2 Co. 11.28) queda evidenciada tanto por el número de sus viajes misioneros como por la magnitud de su correspondencia.
II. Después de la ascensión
El primer paso, inmediatamente después de la ascensión de Cristo, fue el de llenar la vacante dejada por la defección de Judas, y esto lo hicieron mediante una apelación directa a Dios (Hch. 1.24–26). Posteriormente, otros fueron incluidos en el número de los apóstoles (1 Co. 9.5–6; Gá. 1.19), pero la condición de haber sido testigo ocular de la resurrección (Hch. 1.22), y la de haber sido de alguna manera comisionado personalmente por Cristo (Ro. 1.1, 5), eran de tal naturaleza que no podían comunicarse indefinidamente. Cuando el volumen de las tareas aumentó, nombraron siete ayudantes (Hch. 6.1–6), elegidos por los fieles, y ordenados por los apóstoles, para administrar lo que la iglesia destinaba como ayuda a los pobres; estos siete han sido considerados como diáconos desde la época de Ireneo en adelante, pero Felipe, el único cuya historia posterior conocemos con claridad, se convirtió en evangelista (Hch. 21.8), con la misión de predicar el evangelio en forma irrestricta, y las actividades de Esteban fueron muy parecidas. Funcionarios de la iglesia con nombres específicos aparecen primeramente en el caso de los ancianos de Jerusalén, quienes recibieron las ofrendas (Hch. 11.30) e integraron el concilio (Hch. 15.6). Esta función (* Presbítero) probablemente fue copiada del cuerpo de ancianos de la sinagoga judía; la iglesia misma recibe el nombre de sinagoga en Stg. 2.2, y los ancianos judíos, que parecen haber sido ordenados por imposición de manos, eran responsables de asegurar la observancia de la ley de Dios, con poderes para excomulgar a los que la quebrantaban. Pero los ancianos de las iglesias cristianas debieron asumir, a la vez, como parte de su ministerio evangélico, deberes pastorales (Stg. 5.14; 1 P. 5.1–3) y de predicación (1 Ti. 5.17). Pablo y Bernabé ordenaron ancianos en todas las iglesias del Asia (Hch. 14.23), mientras que Tito recibió instrucciones para hacer otro tanto en las iglesias de Creta (Tit. 1.5); y aunque los disturbios en Corinto pudieran indicar que prevalecía en dicha congregación un ambiente más netamente democrático (cf. 1 Co. 14.26), en general la forma de gobierno de las iglesias en la era apostólica parece haber sido la de un consejo de ancianos o pastores, posiblemente ampliado con profetas y maestros, que ejercía el gobierno de cada una de las congregaciones locales, con la ayuda de diáconos, y con la superintendencia general de toda la iglesia a cargo de apóstoles y evangelistas. No hay nada en este sistema que corresponda exactamente al moderno episcopado diocesano; los *obispos, cuando se los menciona (Fil. 1.1), componen un consejo de funcionarios congregacionales locales, y la posición que ocupaban Timoteo y Tito era la de lugartenientes personales de Pablo en sus actividades misioneras. Lo más probable, según parecería, es que uno de los ancianos asumiera la presidencia permanente del consejo, y que en ese caso recibía el título especial de obispo; pero incluso cuando aparece el obispo monárquico en las cartas de Ignacio, no deja de ser el pastor de una sola congregación. La terminología del NT es mucho más fluida; en lugar de algo que se asemeje a una jerarquía, nos encontramos con descripciones tan vagas como “el que preside”, los que “os presiden en el Señor”, (proistamenoi, ‘presidentes’ ; Ro. 12.8; 1 Ts. 5.12), o “los que tienen el gobierno de vosotros” (heµgoumenoi, ‘guías’; He. 13.7, 17, 24, °vm). Los *angeles en Ap. 2.3 han sido considerados a veces como si fueran obispos, aunque lo más probable es que sean personificaciones de sus respectivas comunidades. Aquellos que ocupan posiciones de responsabilidad son dignos de honor (1 Ts. 5.12–13; 1 Ti. 5.17), de sostén (1 Co. 9.14; Gá. 6.6), y deben estar libres de acusaciones pueriles (1 Ti. 5.19).
III. Principios generales
Del conjunto de enseñanzas del NT se pueden deducir cinco principios generales: (a) toda autoridad proviene de Cristo, y es ejercida en su nombre y por su Espíritu; (b) la humildad de Cristo constituye el modelo para el servicio cristiano (Mt. 20.26–28); (c) el gobierno de la iglesia es colegiado antes que jerárquico (Mt. 18.19; 23.8; Hch. 15.28) ; (d) la enseñanza y el gobierno son funciones íntimamente ligadas (1 Ts. 5.12); (e) se puede requerir la cooperación de ayudantes administrativos para colaborar con los que enseñan la Palabra (Hch. 6.2–3). Véase tamb. * Ministerio y la bibliografía citada allí.
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