UN NUEVO/VIEJO IDOLO: EL YO
UN NUEVO/VIEJO IDOLO: EL YO
El Espíritu Santo reveló, a través de Pablo, que una de las marcas de los falsos creyentes es la de ser «amantes de sí mismos» (2 Timoteo 3:2). Casi veinte siglos más tarde, hay quien cree haber descubierto que el principal problema de la mayoría de las personas es su
falta de autoestima. Según esta nueva tesis, la dificultad estriba en que la gente no se quiere a sí misma lo suficiente como para amar a Dios y a su prójimo. Un ejemplo prominente de esta ideología en el campo secular es el Dr. Wayne W. Dyer, autor del éxito de ventas,
Tus zonas erróneas.
Según Dyer, el objetivo supremo de la vida de cada persona es ser feliz y el camino correcto para lograrlo es evitar ciertas conductas «negativas» y aprender otras nuevas; hay que eliminar los sentimientos de culpa y, sobre todo, reforzar intensamente el amor a sí mismo. Cada uno debe construir una imagen favorable de sí mismo, que le permita ser invulnerable a las opiniones ajenas.
La idea central de esta moderna versión del hedonismo es que
cada persona debe aprender a amarse y a aceptarse a sí misma, y a actuar sin sujeción a ningún sistema externo de valores. El doctor Dyer deliberadamente contradice la Biblia cuando rechaza lo que él llama «la búsqueda de aprobación»:
La iglesia ciertamente ha tenido una gran influencia en este campo. Tienes que complacer a Jéhová, o a Jesús, o a alguien que está fuera de ti ... Así, el hombre tiene una conducta moral, no porque cree que es apropiada, sino porque Dios quiere que se comporte así.
Wayne W. Dyer, Tus zonas erróneas. Buenos Aires: Grijalbo, 1982, p. 86.
Es innegable que el cristianismo tiene una dimensión ética, que se basa en la voluntad revelada de Dios. También hay que reconocer que educamos a nuestros niños sobre la base de normas que ellos no siempre están en condiciones de justipreciar o comprender. Sin embargo, el presupuesto básico de todo creyente es que
es preferible confiar en Dios antes que en uno mismo, cuando se trata de determinar qué es «apropiado». Por otra parte, a medida que se avanza en el camino de la fe, el creyente puede a menudo comprender y hacer plenamente suya la voluntad de Dios.
Cuando yo era niño, hablaba como niño,
pensaba como niño, juzgaba como niño;
mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño.
Ahora vemos por espejo, oscuramente;
mas entonces veremos cara a cara.
Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido.
Y ahora prmanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor (1 Corintios 13:11-13).
La base de esta relación viva con Dios, que Dyer evidentemente desconoce, es el amor de Dios que Él ha derramado en nuestros corazones. Si así no fuese, ser cristiano se tornaría en un yugo muy pesado. Sin embargo, el Señor Jesús dijo que su yugo era fácil, y su carga ligera (Mateo 11:30). Y es realmente así: no he conocido personas más alegres, dinámicas y amorosas para con sus semejantes, que cristianos llenos del Espíritu Santo, que obran en conformidad con la santa voluntad de Dios.
Empero, la propuesta del doctor Dyer significa en el fondo que
no existe nada ni nadie superior a cada uno de nosotros, y por lo tanto que mis propias reglas son tan válidas para mí, como las de mi vecino para él. Más aún, soy libre de cambiar dichas reglas según las circunstancias. Claro está que si cada cual determina su propia moral, existirían tantos criterios como personas,
todos igualmente válidos... Cada uno sería su propio dios. Precisamente ése fue el pecado original de la raza humana, que tanto sufrimiento ha traído desde el tiempo de Adán y Eva.
No sorprende que el mundo esté al borde de la destrucción. Ahora tenemos cerca de cuatro mil seiscientes millones de falsos dioses en el planeta Tierra, cada cual tratando de erigir su pequeño imperio propio en una lucha de «egos» que no cesa. La única esperanza para estos dioses es abdicar de los tronos de sus vidas y someterse al único Dios verdadero a través de Jesucristo.
Dave Hunt y T.A. McMahon, The Seduction of Christianity: Spiritual Discernment in the Last Days. Eugene: Harvest Publishing House, 1985, p. 87.
En conclusión, la propuesta de Dyer sobre un «nuevo hombre» es en realidad el antiguo modelo del «viejo hombre» viciado por los deseos engañosos (Efesios 4:22). Este hombre rinde culto a sí mismo t es egocéntrico, narcisista, relativista en sus valores éticos y socialmente irresponsable. Está profundamente engañado; aunque grite su superioridad a los cuatro vientos, no podrá añadir ni un ápice de valor a su persona. El psicólogo cristiano Alan Loy McGinnis dice:
En el sur de California se han extendido cierto tipo de seminarios que resultan patéticos. Los que participan en estos seminarios se ponen de pie en una habitación y gritan una y otra vez: «¡Me gusta como soy, me gusta como soy, me gusta como soy!» ... Un hombre que había sido abandonado por su esposa unos meses antes, fue a ver un consejero. «Después de algo de terapia» -relata- «ahora sé que mi esposa perdió a un hombre maravilloso. Ahora me he enamorado de una persona fantástica: Yo mismo».
Lo único que se puede sentir por un hombre así es pena. Al conjuro de algún hechicero de la actualidad, ha inflado su ego y se ha hecho centrado absolutamente en sí mismo. La tragedia consiste en que, si él permite que su narcisismo se desarrolle de esa manera, pronto alejará de sí precisamente a las personas cuyo amor necesita durante esas crisis.
Alan Loy McGinnis, ¡Sea alguien! Como lograr lo mejor de uno mismo. El Paso: Mundo Hispano, 1988.
Que haya psicólogos agnósticos o ateos que proclamen un «evangelio del yo» es plenamente comprensible. Lo que sorprende es que esta prédica resulte atractiva para algunos cristianos ... pero así es. Actualmente se predican sermones, se dictan conferencias y seminarios, y se pubican libros sobre la importancia de la autoestima en la vida del creyente.
El sentido común debiera bastar para desalentar esta tendencia. La mayoría de las personas desea reconocimiento por sus logros, reclama sus derechos, se ofende y resiente cuando cree que no ha sido tratada con la consideración que se merece, y continuamente trata de justificar su propio proceder, fuese cual fuese, ante sí misma y ante los demás. Podemos ver esta conducta en el supermercado, en el banco, en la escuela y ¡ay! con frecuencia también en la iglesia. Esto indica que nuestro problema es más bien un
exceso de autoestima más que una falta de ésta.
Alentar el egoísmo de criaturas cuyos pecados están todos centrados en el ego, es como derramar gasolina sobre un fuego que ya está ardiendo descontroladamente.
Hunt y McMahon, o.c., p. 201
Las Escrituras no alientan en modo alguno la idea de que nuestro problema sea la falta de amor a nosotros mismos o una mala autoimagen. La Biblia llama a este problema de una manera muy desagradable:
pecado. Pecado de egoímo, de orgullo, de avaricia, de ira, de envidia, de inmoralidad sexual, de maledicencia... Las Escrituras no nos convocan a fomentar la autoestima ni a fortalecer nuestro yo, sino todo lo contrario: «Y [Jesús] llamando a la gente y a sus discípulos, les dijo: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame» (Marcos 8:34).
Y reitera: «El que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, éste la salvará. Pues ¿qué aprovecha el hombre, si gana todo el mundo, y se destruye o se pierde a sí mismo?» (Lucas 9:24-25).
La Biblia nos llama precisamente a negar nuestro yo, y a aceptar a Cristo como Salvador, como Señor y como Maestro y modelo de nuestras vidas. ¡Nada podría ser más opuesto a la actual moda de la autoestima!
El valor que verdaderamente podemos llegar a tener debemos hallarlo en Dios mismo, a través de Jesucristo. Los héroes de la fe de los que habla la Escritura (ver Hebreos 11) nos dejaron este mismo ejemplo. Cuando David escribió el salmo 51 no sufría por «falta de autoestima» sino por las consecuencias de su propio pecado. Cuando Isaías se reconoció un hombre de labios inmundos (6:5) estaba en lo cierto. Su confesión de pecado fue el requisito para que Dios lo purificase. También Daniel hubo de confesar los pecados propios y los de su pueblo antes de recibir una revelación de Dios (9:1-27). El Señor Jesús probó y alabó la conducta de aquella pecadora que lloró intensamente por sus faltas (Lucas 7:36-49). Pablo se reconoció un miserable pecador necesitado de salvación, y en lugar de advertirnos contra al falta de autoestima, nos previno contra su exceso (Romanos 7:14-25; 12:3). Santiago nos exhortó a lamentar nuestar miseria y humillarnos ante Dios.
¿Sufrieron [estas personas] de una autoimagen destructiva? Difícilmente. La razón por la que pudieron servir a Dios con fervor es precisamente que ellos entendieron que su significación, su valía, se derivaba justamente de su relación con Dios. Podían «sentirse bien con ellos mismos» solamente porque habían sido perdonados y transformados por el Señor de gloria.
Erwin W. Lutzer y John F. DeVries, Satan's 'Evangelistic' Strategy for this New Age. Wheaton: Victor Books, 1989, p. 118.
Salvo en los raros casos de trastornos psiquiátricos, los seres humanos se aman demasiado a sí mismos, aunque se amen mal y no sepan claramente qué les conviene. Numerosos estudios psicológicos indican que la mayor parte de la gente tiende a sobreestimar sus propias capacidades. El creyente, por su parte, no debe sobreestimarse ni subestimarse, sino pensar sensatamente acerca de sí mismo (Romanos 12:1-3).
Bendiciones en Cristo,
Jetonius
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