Re: ¿ ERA JESUS RICO ?
tus respuestas se basaron en suposiciones.
te pedi evidencias biblicas y es eso lo que espero
JESUS ERA RICO
Ella alzó los ojos al cielo y dijo: ¿Quién soy yo, Señor, para que todas las naciones de la Tierra un día me bendigan? ...” Porque María había olvidado los misterios que le había revelado el arcángel Gabriel...
Protoevangelio de Santiago, XII, 2
El capítulo que tratara de los “hijos de David” y no diera el máximo de informaciones inéditas sobre María, la madre de todos ellos. Por ello es importante presentar todo un pequeño universo humano que, a partir de ahora, permanecerá al margen de la religión nueva montada por aquel aventurero de la mística que fue Saulo-Pablo.
Según las afirmaciones dogmáticas de la Iglesia católica, ignoramos todo cuanto pueda referirse a los padres de María, madre de Jesús; y dicha Iglesia, considerando este terreno como terriblemente peligroso para la leyenda cristiana, se niega, por consiguiente, a enseñar nada oficial a este respecto. No obstante, nosotros, que no nos atenemos a esa prudente reserva, y por motivos diametralmente opuestos, abordaremos el problema de los orígenes familiares de la madre del Jesús de la historia.
Las genealogías reproducidas en los evangelios de Mateo y de Lucas, por contradictorias que sean, sólo se aplican al padre oficial de Jesús, es decir, al evanescente José de la leyenda, cuyo supuesto nombre de circuncisión, según Lucas (3, 24), era Ioseph-bar-Heli, y según Mateo (1, 16), era Ioseph-ben-Iacob. Como se ve, los escribas del siglo IV no se pusieron de acuerdo al componer sus relatos.
En los canónicos no tenemos nada sobre María, y es un apócrifo célebre, del que la Iglesia saca abundante información para sus necesidades iconográficas, el Protoevangelio de Santiago, el que nos dice que su padre se llamaba Joaquín y su madre Ana, en hebreo Hannah.
Ese silencio reprobador y regañón de los exegetas oficiales nos oculta, evidentemente, algo, cosa que incita al historiador sincero, curioso por naturaleza, a desentrañar el motivo secreto de dicho silencio.
En primer lugar afirmaremos que María procedía de una familia bastante rica, por sorprendente que resulte esta afirmación. Este hecho lo establecemos seriamente a partir de una constatación de lo más trivial: la de la riqueza indiscutible de la familia davídica en general, es decir, la importancia de los bienes que poseía, más la importancia de los diversos ingresos percibidos por sus miembros.
“El Sobre los bienes inmuebles de esta familia podemos tomar ya en cuenta con toda certeza la casa familiar de Gamala, aquél nido de águilas colgado por encima de la orilla oriental del mar de Galilea; la vivienda de Cafarnaúm, citada en Mateo (4, 13) y en Marcos (1, 29) como propiedad de Simón y Andrés, hermano de Jesús; la de Séforis, destruida durante los años 6 al 4 antes de nuestra era por las legiones de Varo, legado de Siria, durante la primera revolución de Judas de Gamala, esposo de María y padre de Jesús; esta vivienda desapareció, evidentemente, en el incendio de dicha ciudad. Debe poder añadirse la de Betsaida, “la ciudad de Andrés y de Pedro” (Juan, 1, 44), ya que, repitámoslo, eran hermanos de Jesús, en el sentido carnal del término.
Conocemos también el pasaje de la Historia eclesiástica de Eusebio de Cesarea, en el cual dicho autor nos muestra a los “parientes carnales del Salvador, bien para vanagloriarse, o simplemente por decirlo...” (Eusebio de Cesarea, op. cit., I, VII, 11-14), que nos revela los verdaderos orígenes de la familia herodiana. Pues bien, para conocer la genealogía de una familia, para vanagloriarse, hay que ser familiar de ella, más o menos próximo. El problema del matrimonio de Herodes el Grande con una “hija de David”, parienta de Jesús, por ser hermanastra de su madre María.
Observaremos, de paso, que Tischendorf considera como auténticos los nombres de los padres de María (Tischendorf, De evangeliorum apocryphum origine et usu). Y, efectivamente, en las leyendas judías, a María la llaman hija de Heli, alias Jehohakim, que de hecho es el mismo nombre (Heliakim). Señalaremos, a este respecto, la concordancia del Talmud de Babilonia (op. cit., Sanedrín: f° 67) con el Talmud de Jerusalén (cit., f° 77).
El Protoevangelio de Santiago nos dice lo siguiente: “Había un hombre rico, rico en exceso, llamado Joaquín, que llevaba sus ofrendas al Templo en cantidad doble, diciendo: ‘Lo que sobre será para todo el pueblo’ (después de los sacerdotes)...” (Protoevangelio de Santiago, 1, 1). Y Eustaquio, obispo de Antioquia y mártir (360), aporta los mismos datos, sin considerarlos como legendarios, sino dándolos por ciertos. (Commentaire sur l’oeuvre des six jours, in Patrologie grecque, tomo XVIII, col. 772).
Sobre la filiación real y davídica de María, observemos de paso que el mismo Protoevangelio de Santiago nos muestra a la sirvienta de Ana, madre de María, aconsejando a su ama que ciña la diadema real que posee, para alejar la tristeza causada por su esterilidad (Protoevangelio de Santiago, II, 2). Su unión con Joaquín, de la misma filiación davídica que ella, está atestiguada por otro documento antiguo: “Cuándo él (Joaquín) tuvo veinte años, tomó por esposa a Ana, hija de Isacar, y de su propia tribu, es decir, de la raza de David...” (Pseudo-Mateo, I, 2).
Del mismo modo, el abad Emile Amann, doctor en teología, al traducir y comentar el Protoevangelio de Santiago consagrado a María, a sus orígenes y a su infancia, puede observar que, según el propio texto: “Joaquín (el padre de María) es ‘extremadamente rico’; he ahí una respuesta directa a las acusaciones judías sobre la pobreza de María...”. (E. Amann, Protoevangelio de Santiago, p. 181, Imprimatur del 1 de febrero de 1910, Letouzey Edith., París, 1910).
Nos encontramos, pues, muy lejos de la familia miserable que se nos presenta sin cesar para enternecernos.
El abad Migne, en su Dictionnaire des apocryphes (tomo II, París, 1858), nos dice que la Iglesia de Oriente tomó como válido un texto titulado Del nacimiento de la Virgen y atribuido a san Cirilo de Alejandría. Según esa tradición manuscrita, Ana (en hebreo Hannah), la madre de María, era a su vez hija de un tal Stolano y de su esposa Emerantia, nombres griegos que, según costumbre de la época, acompañaban a los patronímicos hebreos, ya que el nombre de circuncisión de ese Stolano sería Mathan, como veremos seguidamente.
Según ese manuscrito, Ana se casó a los dieciocho años con Joaquín, quien contaba veinte, y de quien el Protoevangelio de Santiago dice que pertenecía a la estirpe de David como Ana, que era un hombre muy rico y que pertenecía a la estirpe sacerdotal, ya que en ciertas épocas fue sacrificador en el Templo (cf. abad Emile Amann, Le Protévangile de Jacques, París, 1910, Letouzey & Ané, Imprimatur del 1-2-1910).
Observemos que Eli, su forma completa de Eliakim, y también Iehojakim son un mismo nombre. (Talmud de Babilonia; Sanedrín, fº 67, y Talmud de Jerusalén, fº 77).
Recordemos todo esto: filiación davídica, sacerdotal, y una gran riqueza familiar. Esas tres cualidades son muy importantes, ya que permiten situar a la familia de María y de Jesús en un nivel social bastante elevado.
En primer lugar, y durante veinte años, Ana no pudo concebir ningún hijo. Y sólo a los treinta y ocho años pudo dar a luz por fin a una hija, que recibió el nombre de María (en hebreo Miryâm), hija que más adelante se convertiría en esposa ¿José? y madre de Jesús. Ese mismo año Ana enviudó, y entonces se casó en segundas nupcias, “según mandaba el Señor” (op. cit.), con su cuñado, un tal Clopas, porque no había podido darle un hijo a Joaquín, su primer esposo. Y esta era, efectivamente, la costumbre que se imponía imprescriptiblemente en Israel. (Deuteronomio, 25, 5).
El mismo año de ese nuevo matrimonio legal, Ana dio a luz una segunda hija, a la que se dio asimismo el nombre de María (II) en recuerdo de los prodigios que habían precedido (según la leyenda) al nacimiento de la primera, y que nos relata el Protoevangelio de Santiago.
Ese segundo esposo, necesariamente hermano del primero, murió antes del nacimiento de María II, y Ana lo lloraba todavía cuando un ángel se le apareció y la conminó a que se preparara a contraer nuevas nupcias. De hecho, ella seguía en la obligación legal de casarse con el tercer hermano, al no haber podido dar a luz a ningún varón que pudiera perpetuar el nombre del padre difunto, y no es absolutamente necesario imaginar una aparición angelical para obtener la aplicación de la ley judía, cosa corriente en aquella época.
Y tenemos, pues, a Ana casada con su segundo cuñado, que se llamaba Salomón (y no Salomé, como pone por error el texto griego). Un año más tarde nacía una tercera hija, a la que se volvió a poner el nombre de María (III). Y poco después, según nos dice el Libro del nacimiento de la Virgen, Ana era viuda por tercera vez.
Esto es mucho menos seguro de los dos primeros esposos, tan cercanas que no podían sino estar integradas en una catástrofe general.
Completando la tradición de ese texto del Nacimiento de la Virgen, el Dictionnaire de la Bible del abad Vigouroux (tomo I, París, 1925, Letouzey & Ané, Imprimatur del 28-10-1891, 1ª edición), nos dice que Ana era hija de Mathan, cohen, es decir, sacerdote sacrificador, nacido en Belén de Judea, y que ella era la última de las tres hijas del citado Matha, llamadas María, y Ana.
Probablemente para enmascarar este camino, que resultará ser de lo más revelador, la Iglesia católica declararía de una vez por todas “hacer profesión de fe de no saber ninguna de las circunstancias que acompañaron la natividad de María, y no decirnos nada de ella ya que la Escritura y la tradición apostólica no le habían aportado nada Le Protévangile de Jacques, op. cit., p. 49, citando al célebre hagiógrafo Adrien Baillet). Sin embargo:
“No vacilo en considerar esos nombres (los de los familiares de María) como auténticos –nos dice el no menos célebre exégeta Tischendorf. En efecto, a mediados del siglo II (hacia 150) se les podía conocer mejor. ¿Qué necesidad había, pues, de forjar otros nuevos? ...” (Tischendorf, De evangeliorum apocryphorum origine et usu, 1851).
El historiador independiente tiene interés en ser más curioso.
Para eso es necesario estudiar un poco ese nombre de María, sobre todo desde el punto de vista onomástico, ya que se convertirá en una de las claves del enigma por resolver.
María no es nombre hebreo corriente. No se le encuentra citado más que una sola vez en el Antiguo Testamento, en el caso de la hermana de Moisés (Éxodo, 15, 20; Números, 12, 1; 20, 1; 26, 59; Deuteronomio, 24, 9; Miqueas, 6, 4). Y eso es bastante raro: una sola mujer se llamó así en toda la historia de Israel, al menos de entre los personajes históricos conocidos.
Por muy sorprendente que resulte esta hipótesis, se halla seriamente sustentada por un hecho que la tradición cristiana reservada al pueblo llano oculta cuidadosamente, y ese hecho es la riqueza indiscutible de la familia davídica, es decir la importancia de los bienes poseídos por la de María, madre de Jesús, y las diversas rentas percibidas por este último.
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