En su discusión con los que en Corinto niegan la resurrección, porque la consideran imposible o creen que se ha producido ya de una manera espiritual en el bautismo (cf. 2 Tim 2, 18), Pablo habla también de la naturaleza del cuerpo resucitado, aunque se siente incapaz de dar una descripción exacta. Llama «pneumático» al cuerpo resucitado, con lo cual no designa la «materia», sino la cualidad del mismo. El cuerpo resucitado tiene una constitución distinta de la del «carnal» o «psíquico»; es imperecedero e inmortal (15, 35ss). Cristo transformará el cuerpo de nuestra humilde condición, conformándolo al cuerpo de su condición gloriosa (864«), que él posee desde su propia resurrección (F1p 3, 21). Y así como el cuerpo del Señor resucitado es idéntico con su cuerpo terreno, del mismo modo el cuerpo celestial de los cristianos será idéntico con el terrestre. Esto se halla contenido ya en el concepto de resurrección, pero queda confirmado todavía por la imagen del grano de simiente (1 Cor 15, 36ss) y por la idea de transformación. La resurrección es para Pablo, igual que para todo el NT, un suceso escatológico relacionado con la parusía y el juicio universal, así como con el final del eón presente (1 Tes 6, 16; 1 Cor 15, 51s); y, lo mismo que la resurrección de Cristo, es un acto de la omnipotencia divina (1 Cor 6, 14; 2 Cor 13, 4; Rom 4, 25; igualmente Act 3, 15; 4, 10; 5, 30; 10, 40; 13, 30.37; diversamente Flp 3, 21; sobre Jn véase luego). Con la resurrección se consuma la superación del poder de la muerte (1 Cor 15, 53ss). Ahora bien, si la transformación del cuerpo ha de tener lugar en la parusía (1 Cor 15, 51), con ello se excluye la opinión de que Pablo considerara el cuerpo celestial como preexistente y preparado ya en el cielo.