El pecado de los hombres
Este pecado original de nuestros primeros padre, o tendencia a desobedecer los preceptos divinos, lo hemos recibido, como legado heredado, todos sus descendientes cada vez más acentuado, de manera que en la actualidad afecta a la entera sociedad humana, sin que ni siquiera los creyentes más sinceros estén inmunes a .su influencia, aunque ellos no lo crean así. Jesús dijo en cierta ocasión: “No todo el que me dice, Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre celestial” (Mateo 7:21). Para obtener la aprobación divina hay que hacer la completa voluntad de Dios, esto es, escuchar y poner por obra todas sus enseñanzas y principios; no basta con decir que amamos a Dios y a nuestro prójimo, dirigirle muchas oraciones y alabanzas, incluso hacer muchas obras poderosas en su nombre; si no hacemos todas las cosas tal como él y Jesús nos lo enseñan, es como si no hiciéramos nada. Son palabras de Cristo: cuando dice que todo el que oye sus dichos y los hace, lo asemeja a un hombre sensato que edifica sus obras sobre fundamentos firmes, y aunque vengan sobre ellas todos los avatares de la vida, permanecerán firmes; mientras que quienes los oyen, pero no los hacen, todo cuanto hagan resultará en ruinas, o sea, que se esforzarán en vano (Mateo 7:24 -27).
Los hombres, todos los humanos, ciegos por su egoísmo, se empeñan en hacer la cosas a su manera, como a ellos les acomode, sin someterse a la dirección de nadie ni obedecer más voluntad que la suya propia. Se consideran más libres si solo obedecen sus propios impulsos y deseos egoístas, y no aceptan ningún consejo o principio que les parezca que restringen su libertad de acción o pensamiento. No quieren darse cuenta de que al obrar de esta manera, sus sueños de libertad se hacen imposibles, pues al no tomar en cuenta que pueden perjudicar y restringir la libertad de otros, crean opositores y obstáculos cada vez mayores, que van limitando cada vez más su campo de acción, hasta que son atrapados por estos factores negativos. Aunque nadie lo crea, la verdadera libertad, o la mayor libertad que podemos alcanzar en este mundo es aceptando y sometiéndonos a los principios y dirección de nuestro Creador, pues él solo nos ofrece y proporciona los mejores medios protectores que pueden librarnos de cometer errores y maldades que son los que nos acarrean todas las calamidades venidas y por venir. Hemos de darnos cuenta que Dios no obliga a nadie a que acepte por la fuerza sus preceptos, por lo que no son en ningún caso imposiciones forzadas, sino que amorosamente nos hace saber los beneficios que podemos obtener si los aceptamos voluntariamente, y nos advierte de las consecuencias desastrosas de no hacerlo así, Pero la decisión nos permite que la tomemos cada uno de nosotros; no puede darse menos imposición por parte de nuestro divino Hacedor.
Este pecado original de nuestros primeros padre, o tendencia a desobedecer los preceptos divinos, lo hemos recibido, como legado heredado, todos sus descendientes cada vez más acentuado, de manera que en la actualidad afecta a la entera sociedad humana, sin que ni siquiera los creyentes más sinceros estén inmunes a .su influencia, aunque ellos no lo crean así. Jesús dijo en cierta ocasión: “No todo el que me dice, Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre celestial” (Mateo 7:21). Para obtener la aprobación divina hay que hacer la completa voluntad de Dios, esto es, escuchar y poner por obra todas sus enseñanzas y principios; no basta con decir que amamos a Dios y a nuestro prójimo, dirigirle muchas oraciones y alabanzas, incluso hacer muchas obras poderosas en su nombre; si no hacemos todas las cosas tal como él y Jesús nos lo enseñan, es como si no hiciéramos nada. Son palabras de Cristo: cuando dice que todo el que oye sus dichos y los hace, lo asemeja a un hombre sensato que edifica sus obras sobre fundamentos firmes, y aunque vengan sobre ellas todos los avatares de la vida, permanecerán firmes; mientras que quienes los oyen, pero no los hacen, todo cuanto hagan resultará en ruinas, o sea, que se esforzarán en vano (Mateo 7:24 -27).
Los hombres, todos los humanos, ciegos por su egoísmo, se empeñan en hacer la cosas a su manera, como a ellos les acomode, sin someterse a la dirección de nadie ni obedecer más voluntad que la suya propia. Se consideran más libres si solo obedecen sus propios impulsos y deseos egoístas, y no aceptan ningún consejo o principio que les parezca que restringen su libertad de acción o pensamiento. No quieren darse cuenta de que al obrar de esta manera, sus sueños de libertad se hacen imposibles, pues al no tomar en cuenta que pueden perjudicar y restringir la libertad de otros, crean opositores y obstáculos cada vez mayores, que van limitando cada vez más su campo de acción, hasta que son atrapados por estos factores negativos. Aunque nadie lo crea, la verdadera libertad, o la mayor libertad que podemos alcanzar en este mundo es aceptando y sometiéndonos a los principios y dirección de nuestro Creador, pues él solo nos ofrece y proporciona los mejores medios protectores que pueden librarnos de cometer errores y maldades que son los que nos acarrean todas las calamidades venidas y por venir. Hemos de darnos cuenta que Dios no obliga a nadie a que acepte por la fuerza sus preceptos, por lo que no son en ningún caso imposiciones forzadas, sino que amorosamente nos hace saber los beneficios que podemos obtener si los aceptamos voluntariamente, y nos advierte de las consecuencias desastrosas de no hacerlo así, Pero la decisión nos permite que la tomemos cada uno de nosotros; no puede darse menos imposición por parte de nuestro divino Hacedor.