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El Papa abre un debate teológico a propósito del «silencio de Dios»
Rubén Amón (El Mundo).- «El silencio de Dios» ha provocado un debate filosófico y teológico de consecuencias imprevisibles. Sobre todo porque ha sido Juan Pablo II, vicario de Cristo, quien atribuye al Creador haberse atrincherado, alejado y callado en el trono de la cúpula celestial. Las palabras del Sumo Pontífice se escucharon en la audiencia general del miércoles, pero aún sobrevuelan el mundo religioso y el mundo laico, precisamente por la gravedad y la sinceridad de los contenidos.«Más allá de la espada y del hambre, hay una tragedia mayor. Aquella del silencio de Dios, que no se nos revela más y parece encerrado en el Cielo, casi disgustado por el comportamiento de la Humanidad».
Menos mal que el párrafo entraña algunas agarraderas a disposición de los optimistas y de los creyentes. Una es que Dios «parece» encerrado, o sea, que no tiene porqué estarlo. Y la otra es que el disgusto aún no ha adquirido una forma definitiva ni fatal.
Los atenuantes apenas sirven para apagar el debate, entre otros motivos porque los pensadores, los biblistas y los teólogos creen que Juan Pablo II menciona el silencio desde la perspectiva de una Humanidad que se resiste a escuchar y que parece haber adquirido una actitud pasiva frente a las grandes cuestiones existenciales.
«El problema es el siguiente», escribía ayer el filósofo Máximo Cacciari. «¿Cómo dar un sentido al problema del silencio de Dios si nadie cree, si nadie está convencido de que pensar en él sea una cuestión decisiva? La tragedia de Juan Pablo II, el profeta, es aquella de no ser escuchado. Esa es también la tragedia de esta Iglesia», añadía Cacciari en las páginas del diario La Repubblica.
Las palabras de Karol Wojtyla suscitaron un debate en las cátedras de las universidades católicas. Sobre todo porque implican una lectura del profeta Jeremías en clave contemporánea y en el umbral de un conflicto bélico. ¿Qué motivos explican el silencio de Dios? ¿Qué sentido debe concedérsele a la advertencia papal?
Monseñor Gianfranco Ravasi, teólogo, biblista y prefecto de la Biblioteca Ambriosana con sede en Milán, opina que la pasividad del Creador responde a un principio de no injerencia en la vida del hombre.
«Dios ha creado al hombre libre, y como tal, le concede la capacidad de recorrer su propio camino, también incluso cuando se aventura en el ámbito de la locura y de la injusticia», explica el profesor Ravasi.
Desde esta perspectiva, el silencio divino supone una especie de amonestación implícita, una llamada inexcusable a reemprender el camino de la virtud, «una advertencia moral que se produce con especial intensidad en los momentos en que el destino del hombre se demuestra más amenazado».
El pecado del hombre moderno u occidental es la indiferencia que muestra ante el sufrimiento ajeno, en palabras del historiador Giorgio Rumi. «No hay la menor duda: el Papa, a través de las Escrituras -el cántico de Jeremías sobre el lamento del pueblo en tiempos de guerra- nos describe un Dios disgustado por la violencia y, sobre todo, por la indiferencia de nuestra sociedad, que no quiere ser molestada con los problemas que ocurren fuera de ella», añade el profesor Rumi.
Es sobre este punto donde los pensadores laicos requieren un papel más inmediato y comprometido de la Iglesia, sobre todo en el ámbito mundano y concreto.
Massimo Cacciari recordaba ayer que Cristo expulsó a patadas a los mercaderes del templo y que la acción se vislumbra como una alternativa necesaria.
«Que la Iglesia, por ejemplo, señale con el dedo a los mercaderes de la guerra y de la hipocresía», pedía el filósofo veneciano haciendo referencia explícita a los actuales momentos de preámbulo del conflicto iraquí.