El laicismo no es garantista

18 Noviembre 1998
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blogs.periodistadigital.com
El laicismo no es garantista

El laicismo europeo vive obsesionado con la defensa de la pluralidad y del "estado garantista". Sin embargo, la "neutralidad" de lo público no existe. Afirmar que el Estado no tiene confesión religiosa alguna, y que simplemente vela por el "interés general" supone de facto una interpretación de la política empequeñecida por la negación de la trascendencia. Porque una cosa es la "legítima autonomía de lo temporal" y otra muy diferente el ejercicio del laicismo militante.

Y es precisamente ese laicismo el que no resulta garante de derechos. "Parece que nos los dan, pero luego nos los ocupan", señalaba en los cursos del El Escorial el Catedrático de la University of America, David Schindler. Efectivamente, vivimos en un estado garantista de derecho y totalitario de hecho. El derecho a la libertad educativa está cercenado por una legislación asfixiante que decide dónde estudian nuestros hijos, el qué, con qué maestros y con qué reglas de medición. El derecho a la vida de los que "no tienen voz" es reducido al "derecho a elegir" de la madre, con el coste de 63.000 abortos en el 2000.

Y es que una sociedad que renuncia a realizar una profesión pública de fe, está condenada al totalitarismo. Al fin y al cabo, el pensamiento liberal del siglo XIX desencadena en una mentalidad totalitaria en la que un "superente" llamado Estado se convierte en el único con capacidad para conocer lo bueno y lo malo. O peor, en el único que conoce lo útil y no inútil. ¿Cómo garantizar entonces los derechos y la libertad de los inútiles? ¿Cómo sostener intelectualmente la confianza en el ser humano?

El antropomorfismo despojado del espíritu trascendente deriva en dictadura. "Mientras que Europa no abandone el liberalismo, no podrá lograr nada fructífero", apuntó Schindler. Unas duras palabras que chocaron con la vetusta mentalidad del "ya veremos", "es muy difícil", "hay mucha inercia" del Catedrático de Ética de la Universidad Pontificia de Salamanca, Leonardo Rodríguez Dupla. La vieja Europa se muere de una inercia que posterga al cristianismo del proyecto de Constitución Europea. Hasta que Europa no sea "ella misma" y "reencuentre sus raíces", el Viejo Continente no será capaz de ofrecer "nada fructífero" a la humanidad. "Debemos tomar constancia, con conciencia y también con orgullo de las raíces cristianas de Europa" señalaba hace unos meses el presidente del Senado italiano, Marcello Pera.

En paralelo, el Continente de la Esperanza vive inmerso en un mar de incertidumbres, pero también cargado de ilusiones. "Tenemos miedo de legar a nuestros hijos unas Constituciones sin fundamento", señaló una joven colombiana en los cursos de verano de El Escorial. En este sentido hay que entender la ley promulgada por George Bush la cual refuerza los derechos del recién nacido, incluidos los fetos que sobrevivan a un aborto. Además, como dice la canción de Roberto Carlos, que se ha convertido en el "tema" de las visitas de Juan Pablo II a México: "Tú eres el más cierto en horas inciertas"...

Eulogio López

Hispanidad.com
 
La nueva constitución europea

Inspirada en la convención constitucional de Filadelfia de 1787, los líderes europeos se han estado reuniendo en Bruselas para redactar una Constitución que sirva de base para la creación de una Europa federal. Con exagerada retórica, el ex presidente de Francia, Valery Giscard d’Estaing (1974-1981), quien preside la Convención sobre el Futuro de Europa, recientemente reveló el primer borrador de la Constitución de la Unión Europea. Lamentablemente se parece muy poco al documento redactado en Filadelfia, hace 216 años.

La Constitución de Estados Unidos, influenciada por el Siglo de las Luces, surgió del deseo de ser libres de despotismos tanto extranjeros como nacionales. Por el contrario, la Constitución Europea está escrita en un lenguaje legal impenetrable y constituye una proclama políticamente correcta de insensateces burocráticas, empapada del ideológicamente confuso izquierdismo europeo de la posguerra.

Al contrario del claro y preciso lenguaje de la Constitución de Estados Unidos, la cual cuidadosamente enumera (y por lo tanto limita) los poderes del gobierno, la división de poderes gubernamentales y los derechos del ciudadano, la Constitución Europea está llena de concesiones especiales, lo cual es una burla al concepto de “poderes limitados”.

Los derechos constitucionales de EE.UU. son “negativos”, en el sentido que protegen a los norteamericanos de violaciones a su vida, su libertad y su propiedad. La Constitución Europea, por el contrario, está llena de derechos “positivos” que se pueden garantizar sólo limitando la libertad de otros europeos. Como dice Hans Werner Sinn, director del Instituto de Investigaciones Económicas de Munich: “El documento ignora la economía de libre mercado. No hay una sola palabra sobre la protección de la propiedad y ningún compromiso con la libre empresa ni la división del trabajo”.

Desde luego que esos conceptos abstractos son notoriamente difíciles de definir. Por ejemplo, docenas de filósofos han venido debatiendo el significado de “justicia social” desde que John Rawls popularizó la frase en 1974. En manos diferentes, justicia social puede significar casi cualquier cosa, desde total redistribución de la riqueza hasta ausencia total de impuestos.

La utilización de tales conceptos es una receta segura para futuros conflictos políticos. Ya se han propuesto 1.500 enmiendas para aclarar el lenguaje del borrador. Pero esa falta de claridad puede ser el objetivo de los redactores. Una confusión constante incrementará inexorablemente el poder de la burocracia europea.

El confuso lenguaje sobre la división de poderes ilustra un deseo de centralización a hurtadillas. La UE tiene autoridad exclusiva en ciertas áreas, como política monetaria y comercial. Pero también se comparte la autoridad entre la UE y los estados miembros en sectores como la agricultura, la política social y en la “cohesión económica y social”. En la Europa de Giscard, las políticas económicas nacionales serán “coordinadas” (eso quiere decir armonizadas y centralizadas), mientras que la división de poderes en las áreas de empleo, educación y cultura estarán sujetas a “acciones de apoyo”.

Como la gente no quiere una mayor centralización del poder en Bruselas, el avance hacia el súper estado se llevará a cabo por la puerta de atrás. Cada vez que surjan disputas sobre la interpretación de algún artículo, Bruselas decidirá. Podemos, entonces, asumir que los eurócratas no elegidos por nadie siempre decidirán a favor de una mayor centralización de la autoridad, de su autoridad.

Según la Constitución, los estados miembros están sujetos al principio de “leal cooperación”, lo cual quiere decir que tendrán que aceptar imposiciones o serán acusados de deslealtad. Ya el presidente francés Jacques Chirac amenazó a Bulgaria y Rumania de negarles el ingreso a la UE por apoyar a Estados Unidos. Parece, entonces, que cualquier desacuerdo podrá ser sinónimo de deslealtad.

Es lamentable que Giscard y sus compañeros ignoren la fuerza de una constitución como la redactada en Filadelfia, donde los principios fundamentales están por encima de las conveniencias políticas del momento. La Constitución Europea predica federalismo, pero practica una socialdemocracia centralizada.

Patrick Basham y Marian L. Tupy pertenecen al Cato Intitute. Basham es académico y Tupy es subdirector del Proyecto de Libertad Económica Global.

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Autor: Patrick Basham y Marian L. Tupy
Fuente: Libertad Digital.