Portada >> Sociedad >> Religión >> EL INFINITO VALOR DE LA ORACIÓN
"Aconteció en aquellos días que Jesús salió al monte para orar, y pasó toda la noche en Oración a Dios". La Biblia relata como fue el preludio de la Crucifixión de Jesús. Pasó orando "TODA LA NOCHE", dice textualmente la Escritura. Resalto esta cuestión especialmente para los protestantes, que tanto gustan de reírse de la oración, a la que despectivamente califican de "rezadera". ¿Será que el Mesías estuvo de "rezadera" toda una noche porque no conocía aún el particular punto de vista de Lutero y sus acólitos sobre la oración? Más bien habría que pensar en el significado profundo de esta actitud de Jesús. La Iglesia Católica nos dice que la oración es la comunicación con Dios. El hecho mismo de orar implica la existencia de un Interlocutor. El orante se dirige a Aquel que sabe que lo escucha en cualquier lugar donde se encuentre. Para los ateos este acto puede resultar incompresible. Incluso, en ciertas sociedades comunistas, el hecho de hablar solo podría haberse considerado un síntoma inequívoco de "locura religiosa", locura "tratada" en unidades especiales de ciertos psiquiátricos de la extinta Unión Soviética. Ciertamente, en la oración nos dirigimos a Alguien que no se manifiesta de forma sensible; pero del que conocemos ciertamente Su presencia omnisciente. La alegría de conocer la presencia de nuestro Interlocutor en la oración sólo es comparable a la perplejidad que la oración misma causa en los ateos. El hecho de poder dirigirnos directamente al Creador supone sin ninguna duda la principal ventaja de un cristiano a la hora de encarar las adversidades de la vida diaria. Frente a la desorientación, a la desidia y a la desesperación que inevitablemente aquejan a los descreídos ante la magnitud de los problemas de la existencia, los creyentes disponemos de un antídoto infalible contra la adversidad. El hecho mismo de la fe provoca, en principio, la relativización de los problemas vitales. Aquellas obstinaciones que parecen ocupar por completo la existencia de nuestros semejantes ateos, semejan insignificantes, cuando no ridículas, al tamizarlas por el filtro de la fe: ninguna causa llega nunca a ser tan nefasta que pueda superar la alegría infinita de conocer al Creador. Por otro lado, sabemos que Él está ahí, esperando y escuchando; deseando ayudar en aquello que le pidamos por medio de la oración. Sólo en estos momentos, arrodillados frente al Sagrario, meditando en la Infinitud divina, puede uno darse cuenta del desvalimiento ilimitado de aquellos que renuncian a los dones del Creador. Existe un segundo factor a tener en cuenta en la oración: su poder redentor. La oración tiene el mismo poder purificador de los sacrificios del cuerpo, como el ayuno o las mortificaciones voluntarias por alguna buena causa. Nuevamente percibo la perplejidad de los ateos al leer estas líneas. Masoquismo, dirán muchos. Sin embargo la doctrina de la Iglesia es clara en este punto. El dolor en si mismo no tiene justificación, pero sí es aceptable en pos de una buena causa. Incluso los ateos pueden comprender esto si reflexionan un poco: ¿que padre no se arriesgaría a sufrir graves quemaduras por rescatar a su hijo en un incendio? La oración tiene el mismo poder, y resulta tan necesaria que incluso una plegaria puede decidir la salvación de un pecador. La Virgen María advertía sobre esto en su aparición de Fátima: "Muchas almas se pierden porque nadie reza por ellas." Sin ánimo de polémica, me atrevería a afirmar que de estas almas aludidas por Nuestra Madre, la mayoría pertenecieron en vida a acólitos de sectas protestantes, las mismas que tanto se ríen cuando se les menciona el Rosario, las Novenas y las Procesiones. Pobres almas que descubrieron -a destiempo- el valor ilimitado de una simple oración.
pax
"Aconteció en aquellos días que Jesús salió al monte para orar, y pasó toda la noche en Oración a Dios". La Biblia relata como fue el preludio de la Crucifixión de Jesús. Pasó orando "TODA LA NOCHE", dice textualmente la Escritura. Resalto esta cuestión especialmente para los protestantes, que tanto gustan de reírse de la oración, a la que despectivamente califican de "rezadera". ¿Será que el Mesías estuvo de "rezadera" toda una noche porque no conocía aún el particular punto de vista de Lutero y sus acólitos sobre la oración? Más bien habría que pensar en el significado profundo de esta actitud de Jesús. La Iglesia Católica nos dice que la oración es la comunicación con Dios. El hecho mismo de orar implica la existencia de un Interlocutor. El orante se dirige a Aquel que sabe que lo escucha en cualquier lugar donde se encuentre. Para los ateos este acto puede resultar incompresible. Incluso, en ciertas sociedades comunistas, el hecho de hablar solo podría haberse considerado un síntoma inequívoco de "locura religiosa", locura "tratada" en unidades especiales de ciertos psiquiátricos de la extinta Unión Soviética. Ciertamente, en la oración nos dirigimos a Alguien que no se manifiesta de forma sensible; pero del que conocemos ciertamente Su presencia omnisciente. La alegría de conocer la presencia de nuestro Interlocutor en la oración sólo es comparable a la perplejidad que la oración misma causa en los ateos. El hecho de poder dirigirnos directamente al Creador supone sin ninguna duda la principal ventaja de un cristiano a la hora de encarar las adversidades de la vida diaria. Frente a la desorientación, a la desidia y a la desesperación que inevitablemente aquejan a los descreídos ante la magnitud de los problemas de la existencia, los creyentes disponemos de un antídoto infalible contra la adversidad. El hecho mismo de la fe provoca, en principio, la relativización de los problemas vitales. Aquellas obstinaciones que parecen ocupar por completo la existencia de nuestros semejantes ateos, semejan insignificantes, cuando no ridículas, al tamizarlas por el filtro de la fe: ninguna causa llega nunca a ser tan nefasta que pueda superar la alegría infinita de conocer al Creador. Por otro lado, sabemos que Él está ahí, esperando y escuchando; deseando ayudar en aquello que le pidamos por medio de la oración. Sólo en estos momentos, arrodillados frente al Sagrario, meditando en la Infinitud divina, puede uno darse cuenta del desvalimiento ilimitado de aquellos que renuncian a los dones del Creador. Existe un segundo factor a tener en cuenta en la oración: su poder redentor. La oración tiene el mismo poder purificador de los sacrificios del cuerpo, como el ayuno o las mortificaciones voluntarias por alguna buena causa. Nuevamente percibo la perplejidad de los ateos al leer estas líneas. Masoquismo, dirán muchos. Sin embargo la doctrina de la Iglesia es clara en este punto. El dolor en si mismo no tiene justificación, pero sí es aceptable en pos de una buena causa. Incluso los ateos pueden comprender esto si reflexionan un poco: ¿que padre no se arriesgaría a sufrir graves quemaduras por rescatar a su hijo en un incendio? La oración tiene el mismo poder, y resulta tan necesaria que incluso una plegaria puede decidir la salvación de un pecador. La Virgen María advertía sobre esto en su aparición de Fátima: "Muchas almas se pierden porque nadie reza por ellas." Sin ánimo de polémica, me atrevería a afirmar que de estas almas aludidas por Nuestra Madre, la mayoría pertenecieron en vida a acólitos de sectas protestantes, las mismas que tanto se ríen cuando se les menciona el Rosario, las Novenas y las Procesiones. Pobres almas que descubrieron -a destiempo- el valor ilimitado de una simple oración.
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