Respuesta a Mensaje # 14:
No tienes tú como saber qué solemnidad podía haber en las asambleas del primer siglo entre una y otra reunión; ni siquiera si había bancos que mover.
No te dejes llevar por lo que puedan andar refunfuñando algunos viejos misioneros irlandeses.
El lugar de reunión NO ES LA CASA DE DIOS como algunos maníacos religiosos suelen repetir sin pensar en lo que dicen.
“Esa casa somos nosotros” (He 3:6), es decir, la iglesia del Señor tanto en su aspecto general como particular en cualquier expresión local como asamblea congregada al nombre del Señor Jesús. Nunca es llamado “casa de Dios” el lugar donde los cristianos estén reunidos, como antaño sí ocurría con el Templo que Salomón edificó. El Señor Jesús enseñó a la samaritana que ya no sería así.
Si toda una congregación de cincuenta miembros se junta muy temprano en el local de reunión para llenar un ómnibus y salir primero hacia el mar y reunirse en la playa para celebrar bautismos, y luego van a un parque para almorzar y a la tarde disfrutar del ministerio de la Palabra oyendo a varios expositores, el local de reunión que ha quedado vacío no es iglesia ni casa de Dios, pero sí lo son cuando están todos ellos congregados en la playa o en el parque.
Acuérdate que “El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas” (Hch 17:24).
En el primer siglo las reuniones solían hacerse en alguna casa grande que pudiera acomodar a los reunidos. La solemnidad o el respeto siempre iba a ser el mismo, antes y después, que durante la misma reunión. Es inaceptable que los cristianos sean espirituales durante el culto y saliendo del mismo vuelvan a ser mundanos y carnales.
De haber algún intervalo durante una y otra reunión, la mayor desgracia es que todos permanecieran en un lúgubre silencio como siempre fue tradición en el catolicismo romano. Lo natural en el cuerpo de Cristo es que los miembros hablen y hablen hasta por los codos. Eso se llama comunión. Por supuesto, no es necesario el vocerío, gritos y estruendosas carcajadas. Todo puede hacerse “decentemente y con orden” (1Co 14:40). El problema está en lo que se está hablando. Cuando éramos jovencitos, nuestro único tema era comentar algún mensaje que acabábamos de oír, o algún pasaje de la Escritura que alguno de nosotros proponía. Actualmente, ya no se habla de eso sino de cualquier cosa.
Nosotros no charlábamos livianamente, pues sabíamos que los hermanos que iban a conducir el estudio tenían cosas muy importantes para decirnos. Ahora, los responsables, no suelen tener nada trascendente qué decir, sino que tan sólo repiten lo que el texto dice y explican lo que todo el mundo ya sabe. La pobreza en el ministerio y los estudios estériles –pues ni merecen llamarse estudios-, es lo que provoca esa superficialidad tan notoria antes y después de las reuniones.
Los ancianos ya no van a cambiar, pues apenas son piezas de museo.
Pero los jóvenes sí pueden cambiar y tomarse las cosas en serio.
Para ello, es necesario ser ejemplo en todo (Tito 2:7).
Saludos cordiales.
Ricardo.